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Tras varios meses de calma en Toribío, el asedio de las Farc volvió a este municipio

Casi todo un día de zozobra que dejó tres guerrilleros muertos y un policía herido en una pierna, más el recordatorio de que la guerra en la zona no se ha acabado.

27 de marzo de 2014 Por: Oriana Garcés Morales | El País.

Casi todo un día de zozobra que dejó tres guerrilleros muertos y un policía herido en una pierna, más el recordatorio de que la guerra en la zona no se ha acabado.

A las 7:00 p.m. del martes repicaron las campanas de la iglesia de Toribío. El sonido que llamaba a misa contrastó conlos estruendos que se escucharon a lo largo del día en el pueblo, que por más de diez horas soportó un hostigamiento de las Farc.Casi todo un día de zozobra que dejó tres guerrilleros muertos y un policía herido en una pierna, más el recordatorio de que la guerra en la zona no se ha acabado.La misa, sin embargo, no tenía como finalidad apaciguar los nervios que desde el viernes pasado asaltaron al municipio. Paradójicamente, en esta ocasión se quería recordar la vida de Jorge Arias y de su hijo, Dainer, víctimas del conflicto armado el año pasado. El primero, un cerrajero de 50 años, murió el 5 de febrero del 2013 por la explosión de un carro bomba en el corregimiento de El Palo, a pocos minutos de ahí. El hombre pasaba en su motocicleta cuando fue alcanzado por el estallido, que también mató a un soldado.La familia de Jorge, su esposa y cuatro hijos, se quedó sin su principal apoyo. Y el dolor de uno de ellos, de Dainer, de 20 años, fue tan profundo que, dicen sus familiares, lo llevó a suicidarse pocas semanas después."La misa es en memoria de él. Hoy cumple un año de muerto", contó Mercedes, la tía de Dainer. Sin embargo, su pensamiento y su mirada estaban en la montaña que hay al frente de su casa, ubicada en la calle principal de Toribío.Desde ese lugar se escuchaban las balas con las que la guerrilla intentó impactar la estación de Policía, la cual está en la cuadra de atrás de la casa de Mercedes. Segundos después, unos estruendos más fuertes salieron desde esa dirección: era la respuesta de los fusiles de los uniformados. Así fue desde las primeras horas de la mañana. A la esposa y a una hija de Jorge, a quienes la guerra pareciera perseguirlas, les tocó correr hacia su vivienda y tirarse en una zanja cuando escucharon los disparos. Se oían, pero no se veía de dónde venían. "Al menos no en el día, es diferente en la noche cuando se alcanzan a ver los fogonazos".La casa de Mercedes, entonces, ubicada en un sitio que pareciera ser perfecto para el comercio de un pueblo -la entrada, a una sola cuadra de la plaza principal- quedó en medio de los combates.Algunos habitantes apelaron a su terquedad -o costumbre- y abrieron las puertas de sus negocios. Una sastrería, una tienda, una carnicería y una venta de minutos, esperaban a que alguien se atreviera a salir de su casa para comprar algo.El tendero explicó que prefiere estar ahí y tener las cortinas metálicas arriba, para que no se dañen tanto con las esquirlas de algún explosivo. Aclaró que sigue abierto mientras lo que se oye sean disparos. "Si son tatucos o pipetas, ahí sí toca salir corriendo".El martes, las calles de Toribío estaban entre la soledad, la tensión de ver los fusiles apuntando hacia arriba en las garitas de la Policía y la resistencia de quienes dijeron que, aunque llevaban casi un año sin enfrentamientos en el casco urbano, están acostumbrados a esos sonidos.La rutina comenzó a recuperarse cuando las balas dejaron de sonar cada 15 minutos y pasaron a hacerlo cada hora. Como si esos espacios más largos sin confrontación hicieran menos peligrosa la salida a la calle.Es ahí cuando los padres de una niña parecieron olvidar lo que sucedía y la mandaron a comprar algo en la tienda. Al lado de ella, pegados a las paredes de las casas, un grupo de policías intentaba llegar hasta la estación del pueblo para abastecerse de munición sin que la guerrilla, invisible en lo alto de las montañas, les disparara. Sigue incertidumbre en la zona ruralEl miércoles, la amenaza de una toma guerrillera al casco urbano de Toribío parecía haberse disipado y las entidades públicas retomaron sus labores.El alcalde de la población, Ezequiel Vitonás, afirmó que la tensión se trasladó a la vereda de Chimicueto, en las afueras de Tacueyó, donde fueron suspendidas las clases en la escuela.Además, los habitantes de las zonas abandonaron sus casas y se refugiaron en el sitio de asamblea permanente. Este acompañamiento a las comunidades, dijo, ha sido fundamental para evitar que se presenten víctimas civiles.Entre tanto, el general Wilson Cabra, comandante de la Fuerza de Tarea Apolo, afirmó que "las Farc dijeron a la gente que no salgan de sus casas y que no manden a sus hijos a estudiar, porque se van a tomar el corregimiento. Pero ellos no tienen la capacidad".Pero en los dos colegios del casco urbano del municipio el miércoles no hubo clases y se espera regresar a la normalidad este jueves, según explicó Maria Elena Santacruz, rectora de la Institución Educativa de Toribío."Nos dijeron que reanudáramos clases, que tratáramos de unificar los horarios de preescolar, primaria y secundaria, para que los niños se devuelvan juntos a las veredas", dijo la docente.Sin embargo, en la tarde las balas volvieron a sonar cerca del municipio y las clases, otra vez, quedaron en suspenso.

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