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Rafaela, la sanación de la familia de una de las víctimas de la masacre del oriente de Cali

Esta bebé, que no alcanzó a conocer a su papá muerto en la masacre de la Barra La 44, es el consuelo de la familia.

10 de enero de 2014 Por: Laura Marcela Hincapié Serna | Reportera de El País

Esta bebé, que no alcanzó a conocer a su papá muerto en la masacre de la Barra La 44, es el consuelo de la familia.

En la fotografía aparece un hombre feliz cargando a su hija recién nacida. Dicen que se parecen, que tienen esos mismos ojitos rasgados y cafés que se vuelven más claros cuando están de buen humor; que comparten las mismas entradas en la cabeza y ese color canela en la piel.Gladys, una trigueña de 33 años, sonríe al ver la imagen de su esposo y su bebé. Es que se moría por verlos juntos. Pero el sueño se le cumplió solo así, en una foto. En un montaje que hizo su cuñada en Photoshop para regalarle un momento de felicidad. Rafael Pinto no conoció a su hija, no pudo cargarla para aquella fotografía, no pudo sentirse orgulloso de ese increíble parecido del que todos hablan. No pudo hacerlo porque él fue una de las ocho víctimas que dejó la masacre en la discoteca Barra La 44, el 8 de noviembre del año pasado.El dolor Ese viernes en la noche -recuerda Gladys- Rafael le dijo que iba a salir con sus amigos, que no se demoraba. A las tres de la mañana ella se despertó y se asustó porque no lo vio en la cama. “Él nunca llegaba más tarde de las once de la noche”. Al día siguiente, un amigo de la familia la llamó para decirle que había escuchado el nombre de Rafael en las noticias. Entonces, empezó la tragedia: de la morgue a la funeraria, de la funeraria a la casa, de la casa al cementerio. Gladys tenía siete meses de embarazo y todo aquello parecía una película de terror. Cómo era posible que él ya no estuviera, si ese mismo día habían ido juntos a una cita de control, en la que Rafael hasta había discutido con la doctora porque le ponían muchos requisitos para poder estar presente en el parto. Gladys recuerda que aquella tarde se sentaron un buen rato en la plazoleta de Comfenalco, como un par de enamorados, como hacía 14 años cuando se conocieron y ella apenas era una muchachita de 19. Él, como si supiera que esa sería su última vez, le habló mucho del futuro de los niños. Rafael, quien era licenciado en educación física y se dedicaba a enseñar tenis, quería que su otro hijo, Miguel, de 8 años, siguiera su trayectoria en ese deporte. “Incluso, me dijo que cuando la bebé creciera también la iba a meter a entrenar, como lo hizo con Astrid, su otra hija de 16 años”. Esa charla, entonces, es el recuerdo más intacto que hoy tiene Gladys de ese hombre que aparece en una foto para la que nunca pudo posar. De ese profesor de tenis que se convirtió en una de las 1962 víctimas que el año pasado dejó la violencia en Cali. Esa que no es selectiva y separa familias que luego se tienen que unir con retazos de fotografías. El dolor, por supuesto, también lo sintió la bebé. Al mes de la muerte de Rafael, a Gladys le dio una taquicardia tan fuerte que la mandó al hospital. Desde entonces, las contracciones aumentaron y también la ansiedad y la angustia y el miedo, sobre todo el miedo. Es que se suponía que ella no estaría sola, que él estaría siempre a su lado...Y de hecho así fue. El pasado 15 de diciembre, el día en que nació la bebé, Gladys recuerda que él estuvo ahí: cuando ella tenía las manos agarradas a la camilla, sintió un frío que le dio tranquilidad. “No había ventanas ni nada. No sé si me crean o no, pero fue algo muy extraño”. La sanaciónY se llamó Rafaela. Rafael escogió el nombre dos meses antes de morir, como anticipando su legado. Es jueves 9 de enero. Gladys está sentada en la sala de su casa en el sur de Cali. Tiene una blusa negra y un jean rosado. En sus brazos está esa bebé de ojos rasgados que le ha devuelto la sonrisa. A ella, a su hijo, a su hijastra, a los papás y hermanos de Rafael...Esa vida que surgió en medio de tanto sufrimiento también le ha hecho pensar que todo, de alguna forma, tendrá que mejorar, que pronto podrá conseguir un trabajo porque ahora tiene que vivir de las ayudas económicas de la familia. Gladys antes trabajaba como organizadora de eventos del Restaurante Cali Viejo, pero luego de que cerró, se dedicó a cuidar a sus hijos. “Solo vivíamos del sueldo de mi esposo y, como él era independiente, ahora no nos quedó nada”. Pero Rafael quizá no solo quería que su hija se llamara igual que él, tal vez su verdadero propósito fue dejarles un mensaje, uno que hoy recuerdan cada vez que aparece el dolor, la soledad, los problemas. El nombre Rafaela significa “Dios sana”.

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