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¿Quién es Juanchis, el joven más buscado de Barranquilla?

La historia de cómo el hijo de un obrero que falleció en una construcción, terminó de coautor en el asesinato de una española.

8 de marzo de 2011 Por: Ernesto McCausland | Especial para El País

La historia de cómo el hijo de un obrero que falleció en una construcción, terminó de coautor en el asesinato de una española.

Es una noticia insignificante, que aparece extraviada, entre grandes titulares, en el extremo inferior de una página congestionada, en el periódico de un día cualquiera, de un mes cualquiera hace seis años.“Muere obrero al caer de construcción”, anuncia el titular, seguido de apenas 80 palabras. Quizá para el periodismo sea una lección de concisión. Para la muerte, en cambio, es otra evidencia de cuán baladíes pueden llegar a ser sus cotidianos zarpazos. Como en efecto no hay mayores detalles, solo aprendemos que Juan Gregorio Guerrero León, 36 años, murió al caer del sexto piso, mientras trabajaba en una construcción en la vía 40. Lo verdaderamente relevante, lo que haría significativa en el tiempo a esta gacetilla de cumplimiento, está en el último párrafo: el obrero deja cinco hijos.Uno de esos cinco hijos está hoy en los periódicos esposado, mientras mira como si no quisiera mirar, con ojos de rata asustada, a la sociedad, bajo grandes titulares, en calidad de coprotagonista de la hirviente noticia de la semana.En la audiencia inicial, el jueves pasado por la mañana, es presentado como Juan Carlos Guerra Silva, alias Juanchi, uno de los dos forajidos que en la madrugada del miércoles mataron a la turista española Irene Cortés Lucas en la Plaza de la Cerveza, el hecho que en un principio avergonzó a Barranquilla en pleno precarnaval y que luego derivó hacia un encendido intercambio de acusaciones por larga distancia, el viudo de la víctima en una orilla, una vociferante familia de gitanos malagueños, en la otra.La granja de los sicarios, donde el futuro constituye privilegio de pocos, es el sector de la ciudad en que la sociedad ve sembrar a sus malhechores. Los niños a los que en esta tarde de marzo del 2011 vemos corretear de un lado para otro, gozando con juguetes hechizos, están en el almácigo perverso de una huerta fatal. Alguien los está cultivando con esmero. Antes de la adolescencia, muy seguramente serán trasplantados a la tierra abonada del vicio y pronto se convertirán en plantas adultas, que atracarán cristianos desprevenidos en las calles del barrio, asaltarán buses, robarán todo lo que encuentren mal puesto, y —con el suficiente arrojo y la dosis indicada de drogas— se trasladarán como especies carnívoras a los sectores de la ciudad afortunada, donde más brillan las luminarias, donde los celulares son de mejor marca y los bolsos, acaso con un golpe de suerte —como el de Irene Cortés Lucas — estén repletos de fabulosos papeles llamados “euros”.El sobrenombre de Juanchi no fue siempre el alias perverso que el mundo ahora recibe con horror. “Así lo llamamos desde niño”, cuenta un familiar. Fue siempre un infante silencioso y taciturno, mucho menos activo y locuaz que esos que ahora vemos jugar en el crepúsculo luminoso de marzo.Suponen quienes lo conocen que fue el más afectado de los cinco hermanos cuando se produjo la separación de sus padres. ¿Por qué se separaron? Nadie quiere contarlo. El hecho es que el padre —siempre un hombre laborioso hasta el mismo día en que cayó desnucado mientras pintaba con carburo la fachada de una bodega— se quedó con las tres hijas, y la madre se quedó con Juan Carlos y su hermano. En casa del padre nada faltó jamás. Juan Gregorio se le medía a cualquier oficio, procuraba por los tres hijos de los que se responsabilizó, y aunque era parco para dar consejos, encarnaba un ejemplo que hoy le agradecen: poco trago, leche y pan oportunos, y la convicción aplicada de que sus pequeños no pasarían hambre.Murió cuando Juanchi, mal criado por su madre, iniciaba el tránsito azaroso por la pubertad y emprendía una inestable carrera escolar. Odiaba el estudio y hasta cuarto de bachillerato, cuando finalmente decidió no volver a las aulas, estuvo en por lo menos cuatro colegios diferentes. De la madre pocos quieren hablar. En sus declaraciones iniciales, Juanchi alcanzó a decir entre dientes que ella “salía de noche”, pero calló de inmediato – como siempre ha callado – y dejó la versión inconclusa y en el aire, como para que los investigadores sacaran sus conclusiones. El caso es que a principios de 2010, en un arranque de año que para la disfuncional familia estuvo también ambientado con la armonía desafinada de Carnaval y tragedia, ella murió por complicaciones asociadas con el VIH.Quien me está suministrando toda la información es un pariente preocupado. Esa persona me advierte que no puede ser identificada, porque corre peligro. No estoy autorizado para revelar si es hombre o mujer, viejo o joven. Solo digo que relata la vida perdida de este jovencito con una voz apagada, casi inaudible, en el interior de un vehículo oscuro, cuando ya el sol vespertino le ha entregado su lugar a las sombras. Estamos muy cerca de los sectores de El Taconazo y Cuchilla de Villate, quizá la zona más caliente de la ciudad. Me cuenta que hace seis meses tuvieron la primera evidencia de que Juanchi andaba en malos pasos, luego de que una noche, en un parque, durante una requisa de oficio, la policía le hallara una navaja en el bolsillo. Tiempo después, una amiga de la casa llegó despavorida a contar que Juanchi la había atracado a ella y a una amiga a plena luz del día. ¿Cómo se forjó la vida de uno de los dos jovencitos que en la madrugada del miércoles asesinaron a una ex convicta española? Todo comenzó en la granja del crimen, uno de los sectores donde el delito se cultiva con esmero.Las alarmas se encendieron. Los familiares le suplicaron al joven que regresara al colegio, pero no quiso. Lograron que un pariente, dueño de un carro de mula, le diera trabajo como ayudante y Juanchi lo hizo solamente durante unos cuántos días, hasta que terminó abandonando el oficio.Ahora reflexiono, mientras mi fuente habla con voz queda aunque decidida. Veo tantos puntos de quiebre, tantos “hubieras” en la vida de este jovencito: si sus padres le hubieran dado un hogar estable; si su padre no hubiera muerto; si su madre le hubiera dado un buen ejemplo; si algún colegio lo hubiera entusiasmado…Pero el verdadero gran momento llega hace quince días. Preocupados por el curso que llevaba la vida del muchacho, sus parientes hacen una gran apuesta. Hablan con un primo, soldado, para que lo presente ante el Ejército, a ver si una carrera de soldado logra enderezar lo que ya parece torcido para siempre. Para regocijo de todos, Juanchi acepta presentarse. Parece arrepentido. Una pequeña y frágil luz brilla para todos en la disgregada familia: quizá su innata ferocidad del barrio pueda canalizarse en favor del exterminio de la guerrilla. El primer paso es sacarle al joven su cédula de ciudadanía, requisito indispensable. Tan pronto llegan a la Registraduría presentan el registro civil. Las irregularidades son evidentes. Juanchi dice que nació el 26 de marzo, pero en el documento reza que fue el 24 de julio. Al verificar el número del registro, la Registraduría concluye que corresponde a otra persona, en un pueblo del Tolima. Los trámites sugeridos parecen imposibles de cumplir. El entusiasmo por el Ejército se apaga.Juanchi queda entonces a merced del aparato criminal del bajo mundo. Sólo él, dentro de un calabozo de la Cárcel Modelo, sabe qué pasó en estos 15 días, el encuentro con Brayan Darío Blanco Escorcia, la obtención del revólver calibre 32, la ingestión del cóctel maldito de marihuana con el tranquilizante Rivotril, el recorrido siniestro que – ahora lo vemos en el video – deja más dudas que certezas y una vendetta de gitanos en desarrollo.Cinco horas después del crimen, al filo de las siete de la mañana, cuando ya Brayan Darío Blanco ha sido detenido en flagrancia y Juanchi es el hombre más buscado de la ciudad, surge un hecho que hasta ahora no se ha revelado y que podría ser pieza clave en la investigación. A esa hora, cuando ya el sol había asomado y las emisoras dan cuenta del crimen de la turista española, dos hombres irrumpen con violencia en la casa de Juanchi. En el sector se les conoce como Luchito y el Mono Babillo. Son los jardineros de la huerta sicarial en aquella Mesopotamia del crimen. Preguntan por el arma y el dinero robado. Al final dejan un mensaje para Juanchi. O aparece, o se muere. Un investigador me explica. Son forajidos de mayor nivel. Usan a los menores para cometer atracos, les proporcionan el arma, les reciben todo lo robado, y solo les dejan para comprar droga.A lo largo del día miércoles, entonces, Juanchi es objeto de una doble cacería: la de la Policía, que lo busca como el chico “más malo que la maldad” que disparó contra la turista, y la de los dos cultores de la perversión, los mismos que han sido vistos atracando a sangre y fuego a plena luz en sectores transitados del barrio. Una hermana, de las que fue criada por el padre, estudiante de contabilidad, pregunta por él entre sus amigos. Pronto le dicen dónde está escondido, muy cerca a la pendiente que es hoy un cementerio de casas, el legado de un trágico invierno. Lo encuentra entre un solar enmontado, como un animal sucio y sudoroso. Ella le habla. Le dice que entre dos caminos, el que conduce al cementerio y el que conduce a la cárcel, es mejor el segundo. El destino ha hecho lo suyo con esta familia dividida. Aunque asustado, Juanchi acepta reunirse con los investigadores.La hermana concierta entonces una cita, ese mismo miércoles por la noche, en casa de un familiar. Impedidos legalmente para capturarlo, por no cumplirse el requisito de la flagrancia, los policías lo persuaden. Ya en el video ha quedado claro que no fue él quien disparó. Al presentarse ante el Juez 7 Municipal, Juanchi confiesa todo y termina vinculado al caso como coautor. Con los beneficios a que se ha hecho acreedor, pagará 17 años, acaso la mitad que Brayan. Esa misma noche sucede lo que 15 días atrás le hubiera podido cambiar el rumbo a esta historia. La justicia se encarga de entregarle de inmediato una cédula a Juanchi para que pueda ser procesado. Ahora no sólo es un árbol oficialmente torcido. También un delincuente cedulado.Si quiere ver más sobre el caso de la turista española Irene Cortés Lucas visite www.elheraldo.com.co

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