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Padre de suboficial asesinado pide justicia por su muerte

Historia detrás del hombre que llegó ayer, con los restos de su hijo, hasta la Plaza de Bolívar. No se descarta que la Fiscalía inicie una investigación formal por el caso de la muerte del sargento del Ejército, Raúl Carvajal Londoño, asesinado hace 4 años.

21 de febrero de 2011 Por: Por Fenner Ortiz Reportero de El País, Bogotá.

Historia detrás del hombre que llegó ayer, con los restos de su hijo, hasta la Plaza de Bolívar. No se descarta que la Fiscalía inicie una investigación formal por el caso de la muerte del sargento del Ejército, Raúl Carvajal Londoño, asesinado hace 4 años.

Un hombre de mediana estatura, bigote cano, entrado en años y vestido con sombrero, gafas y un poncho con el tricolor nacional, estacionó un viejo camión azul y sacó de su interior un féretro. Allí reposaban los restos de su hijo, el sargento del Ejército Raúl Carvajal Londoño, asesinado hace cuatro años.La escena se registró en plena Plaza de Bolívar, en el corazón de Bogotá, donde la monotonía de una mañana de domingo de sol, palomas y turistas se agitó por Raúl Antonio Carvajal, quien denunció a los cuatro vientos que su hijo había sido asesinado al negarse a participar “en un falso positivo durante un falso combate en El Tarra, Norte de Santander”.Tras repartir entre los transeúntes volantes que consignaban su denuncia, el hombre dijo llevar cuatro años empeñado en esclarecer el asesinato de su hijo. “Al parecer, por orden de altos mandos militares, a mi muchacho lo mataron y no han dejado que la investigación salga a la luz pública”. Incluso, contó, “todas las protestas que he hecho no las han dejado salir en los medios de comunicación”.Que un hombre desesperado haya terminado en solitario, con un ataúd en plena plaza, se debe a que —además de los obstáculos hallados para aclarar quién mató al muchacho— los restos del sargento fueron expulsados del cementerio de Montería, donde permanecieron desde su muerte. Un día a don Raúl le avisaron que éstos terminaría en una fosa común como consecuencia de su falta de dinero para pagar una bóveda. “Es injusto que el Ejército no le dé ni siquiera un lugar para que descanse en paz”, se le oye decir.Don Raúl salió el pasado 8 de febrero de Montería con la osamenta. La trasladó en su Dodge modelo 73, azul rey y de estacas, que adquirió justamente con los tres millones de pesos que le dio su hijo antes de morir. “De ese camión es que vivo”, dijo el hombre, quien se mantiene con “trasteos, acarreos y comercio de pescado, plátano, yuca”. Puro rebusque. Lo de su hijo, en cambio, era servir a la Patria. Empuñar el fusil del Ejército. El sargento Carvajal tenía 29 años cuando cayó asesinado; 9 de esos años dedicados a la institución. Sobre su caso —se queja— se han dicho mentiras. “Según el Ejército lo mató un francotirador a larga distancia, pero en los papeles de Medicina Legal que yo tengo, quedó constancia de que el tiro fue a dos metros”.Y así, sediento de justicia, fue que fraguó aquella toma inédita en la Plaza más importante de Bogotá. El asunto duró poco, un par de horas acaso. Enterada de la situación, la Policía inmovilizó el viejo camión y retuvo los restos del desaparecido, los cuales fueron llevados a la sede de la Sijin, en donde —hasta el cierre de esta edición— permanecían bajo custodia. Don Raúl teme lo peor: que “desaparezcan el cadáver para que no haiga (Sic) una investigación”.Pese a ello, el padre no guardó silencio y siguió denunciando: “A la esposa de mi hijo y a mi nieta de treinta días de nacida se las llevaron los del Ejército. Hasta ahora no aparecen. Tras cuatro años no sé dónde están. No se sabe si las mataron o fue que a la muchacha le dieron plata o es que ella es cómplice”. Nada de eso tiene respuesta. Y don Raúl deberá regresar a Montería en su Dodge 73. Solo. Los restos de su hijo se quedarán en Medicina Legal. Quién sabe hasta cuando.

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