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Masacre del Naya, diez años de una verdad ausente

Cerca de 200 campesinos, indígenas y afrodescendientes, víctimas de la masacre del Naya, se reunieron ayer en Timba, Cauca, para recordar que llevan diez años pidiendo una reparación.

11 de abril de 2011 Por: Laura Marcela Hincapié | Redacción de El País

Cerca de 200 campesinos, indígenas y afrodescendientes, víctimas de la masacre del Naya, se reunieron ayer en Timba, Cauca, para recordar que llevan diez años pidiendo una reparación.

Alguien interrumpe la reunión. Es Manuel. Perdió la paciencia. Ya lleva diez años en una lucha perdida. Se para de una silla Rimax roja y levanta el dedo índice de su mano derecha. En un tono de voz fuerte, casi alterado, dice aquello que los asistentes al encuentro en Timba —Cauca— temen oír: “En una década, las víctimas del Naya no hemos podido organizarnos. ¿Qué tenemos hoy?”. Nada.Es viernes 8 de abril del 2011. En la galería del corregimiento están reunidas unas 30 personas alrededor de una mesa cubierta con un mantel amarillento. Los rayos del sol, que se cuelan por los agujeros de un techo de acero, iluminan los rostros curtidos de los campesinos, indígenas y afrodescendientes que en abril del 2001 vieron a paramilitares enterrar machetes y cuchillos filosos en los cuerpos de esposos, padres, hijos y amigos. Vieron también volar en pedazos la esperanza depositada en las tierras cálidas que cobijan al río Naya.2001. El 10, 11 y 12 de abril 400 miembros del Bloque Calima, divididos en dos grupos y al mando de ‘H.H’, asesinaron a unos 30 habitantes de más de quince veredas del río Naya, límites entre Valle y Cauca (Mapa). Su pecado: ser supuestos colaboradores de la guerrilla. Hugo Giraldo, presidente de la Asociación de las Juntas de Acción Comunal del Alto Naya, tiene la palabra. Minutos antes de que Manuel cayera en la desesperación, explicaba cómo sería la conmemoración de la década de la masacre. Faltan dos días. Pide redactar en un documento las preguntas que aún tienen las víctimas. Al escucharlos, cualquiera que no conozca el pasado del Naya creería que aquella barbarie sucedió hace pocos días. Hoy los testigos de ese abril de terror siguen sin respuestas. Indefensos. ¿Cómo se puede ser víctima toda la vida?Parecen vivir en un mundo opuesto. En los últimos diez años en el país se estrenaron celulares con internet, se construyeron cientos de edificios, a Cali llegó el MÍO. Pero para los mártires del Naya el tiempo se quedó atrapado en el aire. Ellos siguen allí, en esa bochornosa galería. Presos en el retrato de una tragedia.Llevan 3.650 días preguntándose cuántos murieron, cuántos fueron tirados a los abismos, cuántos restos se hacen polvo en fosas clandestinas, cuántos desaparecieron, cuántos escaparon, cuántos regresaron. El número de afectados por la masacre es casi tan incierto como entender por qué el pueblo del Naya mereció tanta maldad.Algunos hablan de más de cien asesinatos y unos mil desplazados. Otros recuerdan que las veredas del Naya tenían cerca de seis mil habitantes, y todos son víctimas. La Fiscalía ha reconocido 27 cadáveres. La verdad sigue escondida.Castigados por regresarHugo intenta explicar la razón de su eterno flagelo. Resulta que cuando el Bloque Calima llegó a matar a cuanto cristiano le respiraba cerca, casi todos huyeron. Unos se refugiaron en Timbío —Cauca— y crearon el resguardo indígena Kite Kiwe. A pesar de que no han recibido una reparación integral, el Estado les entregó una finca de 250 hectáreas para 70 familias. Otro grupo, el de Hugo, se desplazó hasta Timba y Santander de Quilichao. Pero su suerte fue aún peor.“El trabajo estaba en el Naya. Tuvimos que regresar”. El afán de sobrevivir no les dio un respiro para quedarse en los municipios reclamando una reparación.2002. En mayo un fiscal acusó de homicidio a 68 paramilitares del Bloque Calima, que fueron capturados días después de la masacre, en Puerto Merizalde. Lucero casi nunca deja ver sus dientes. No por complejo. Es sólo que ha perdido las ganas de sonreir. Cómo no, le mataron a su amor en aquel abril. Toma aliento. “Nos quedamos sin nada. No es justo porque los que seguimos en el Naya sufrimos a diario. No es justo que aquellos que ni siquiera perdieron a un familiar, sean los primeros en la lista de víctimas”.Tiene razón. No es justo. Regresar a esa tierra que se convirtió en una sede del infierno es cosa de héroes. Pero en esta historia no se habla de justicia ni de verdad ni de reparación.Quizá, el error está en que las víctimas no se conocen. Unos deambulan en los corregimientos de Buenaventura —Valle— y Buenos Aires —Cauca—. Otros, más arriesgados, han llegado hasta Cali y Jamundí. “No hay unión. Cada uno anda por su lado”, reconoce Hugo. En el 2004, cuando se fundó la Asociación, que reúne a unas 600 familias de las veredas El Placer, Pitalito, La Paz, Río Azul, La Vega, Río Mina, Playón, Brisas, Loma Linda y Sinaí; las familias creyeron ver la esperanza. Esa que se había ahogado en el Naya. Luego de siete años y de varios viajes de cientos de kilómetros para sacar fotocopias y documentos que ni ellos mismos entendían, no pasó nada. Nada bueno. Porque la desgracia sí regresó. Lo hizo en mayo del 2010, acompañada de un sicario. Alexánder Quintero, fundador y el entonces presidente de la Asociación, caminaba en Santander de Quilichao, cuando el estruendo de varios disparos lo mandaron directo al cielo. Allí, al lado de un árbol, quedó el cuerpo inmóvil del líder que quiso sanar el corazón del Naya.Pero dicen que las ideas no mueren. Hugo se atrevió a tomar su cargo. ¿No teme que le pase lo mismo? Lanza una sonrisa torcida. Esa pregunta se la hace a diario. Aunque pidió protección al Ministerio de Defensa, lo que ha recibido parece un chiste. De los crueles. “Sólo me entregaron un celular....” Alguien de la reunión lo interrumpe: “Sí, pa’ que llame a decir: sí buenas, ya me mataron”. Todos, con resignación, se echan a reír.Elías Larrahondo, ex personero del municipio de Buenos Aires, sabe del riesgo que enfrentan los líderes. “Muchos entran y salen del Naya. Los grupos armados los identifican y los amenazan”.2006. La Procuraduría sancionó al oficial Tony Vargas con 90 días de suspensión por omisión, pues no persiguió ni combatió a los autores de la masacre.El hermano de MilenaA ella la traicionó su propia sangre. El 12 de abril del 2001 salió del Naya con el corazón helado, cargando un bebé de 5 meses y una niña de 4 años. A su esposo lo tuvo que dejar tirado en el suelo, como un perro, con la cabeza a punto de descolgársele del cuerpo. Lo degollaron.En esa época tenía 17 años. Sí, cuando cargó dos niños y caminó doce horas descalza por encima de manos apuntadas, sesos revolcados y charcos de sangre, era sólo una adolescente. Llegó al Cauca y no pudo reclamar un subsidio porque era menor de edad. Qué ironía. Como si su condición también hubiera impedido que le destrozaran la vida.“Mi hermano sí pudo inscribirse como víctima y .....”. El llanto le corta la voz. Él, que no vivía en el Naya y que poco le importaba la suerte de su hermana menor, recibió $36 millones del Estado. De esa suma, Milena no vio ni una moneda.La unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía Seccional reconoce que cada día aparecen nuevas víctimas de la masacre. En la reunión de Hugo también se habla del tema. Algunos denuncian a pesar de que en el resguardo de Kite Kiwe la mayoría son víctimas, habría unos cuantos ‘colados’. Una voz ronca denuncia que muchos pertenecen al grupo que en el 2000 se desplazó de El Ceral. “Serán víctimas del conflicto, pero no de la masacre del Naya, porque ya se habían ido”. La verdad sigue perdida. Jorge Salazar, uno de los líderes de Timbío, rechaza estos comentarios. A través de una bocina telefónica, recuerda que todos son víctimas, porque así hayan perdido o no a un familiar, tuvieron que dejar sus tierras.2008. El Consejo de Estado ordena al Ministerio de Defensa pagar más de seis mil millones a las víctimas por no haber actuado para impedir la masacre. En el 2000 la Defensoría del Pueblo había alertado sobre la incursión paramilitar. Verdad suspendidaEl pasado 22 de marzo esta historia parecía tener otro rumbo. 60 de los paramilitares, que fueron capturados como autores de la masacre, iniciaron las versiones colectivas para relatar los hechos.Al quinto día, de nuevo, la verdad quedó suspendida. Las versiones se escucharon en Cali, Santander de Quilichao y Popayán. Pero también debían llegar hasta Puerto Merizalde, una de las veredas recostadas en el río Naya. Algunos funcionarios llegaron a la zona, pero fallaron en el desafío de llevar una señal en vivo a una zona donde ni siquiera hay energía. Donde los habitantes parecen estar atrapados en su siglo anterior. Entonces, la Fiscalía General suspendió el proceso. En una oficina del sur de Cali, el fiscal Joaquín, de la unidad de Justicia y Paz, luce frustrado. “Ya habíamos arrancado. Estaba tratando de reconstruir esa verdad, pero los problemas de logística no están en mis manos. Necesitamos recursos económicos para continuar”. Otros capítulos de la tragedia: nadie responde por los gastos de movilización, alojamiento ni transporte de las víctimas. Muchos afectados ya se niegan a participar. Otros temen por su seguridad. Entonces, ¿Cómo Esnedia va a saber por qué mataron a su esposo si no era un guerrillero? ¿Quién le va a explicar a Jaír por qué quemaron su casa? ¿Cuándo las víctimas del Naya se podrán mirar al espejo sin ver una cicatriz de tragedia en sus rostros?”. 2011. No se ha esclarecido la responsabilidad del Ejército en la masacre, a pesar de las denuncias de algunos ‘paras’. No se sabe quién mató a Alexánder. Ninguna víctima ha recibido una reparación integral. Nadie conoce la verdad. Diagnóstico: impunidad.

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