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Los escalofriantes relatos de los habitantes de La Esperanza sobre la masacre de soldados

Habitantes de La Esperanza relatan cómo fue el ataque de las Farc a los militares. No había luz y llovía fuerte, cuando se oyeron las explosiones. “Los soldados lloraban y pedían auxilio”, relataron.

16 de abril de 2015 Por: Yefferson Ospina | Enviado especial de El País

Habitantes de La Esperanza relatan cómo fue el ataque de las Farc a los militares. No había luz y llovía fuerte, cuando se oyeron las explosiones. “Los soldados lloraban y pedían auxilio”, relataron.

Doña Marta, mientras pasa su mano sobre la cara y la cabeza en un gesto de dolor, dice que “fue una horrible carnicería”. Su casa está a menos de 200 metros de lugar en que fueron asesinados 11 militares por guerrilleros de las Farc en la vereda La Esperanza, Buenos Aires, Cauca. Lea también: ¿Qué pasará con el proceso de paz tras el ataque en el Cauca?, opinan analistas

Doña Marta oyó cada una de las explosiones y las ráfagas de fusil y también  los gritos: los soldados pidiendo auxilio, pidiendo que no los dejaran morir, pidiendo que hicieran algo por ellos. 

 Aquello lo escuchó la mujer mientras se abrazaba con su esposo y su nieto debajo de la cama, en la habitación de su casa de madera, una de las 200  que tiene esa vereda, temiendo que alguna de las granadas  rompiera el techo de lata. 

Los ruidos de las explosiones y las balas se extendieron desde las 11:30 p.m. del martes hasta las 4:00 a.m. del miércoles. Y luego solo quedó el llanto, en medio de la oscuridad, de los 40 soldados sobrevivientes. 

 “Los soldados lloraban, y seguían pidiendo auxilio, y seguían llorando”. 

El miércoles, al amanecer, doña Marta se enteró de que los guerrilleros aprovecharon la fuerte lluvia de la noche, se acercaron a menos de 20 metros de la  cancha de microfútbol en que estaban los soldados, los atacaron primero con granadas y explosivos y luego con ráfagas de fusil.

Algunos de los soldados tuvieron tiempo para alcanzar su fusil. Solo algunos, porque estaban ocupados en resguardarse de la lluvia y en preparar chocolate caliente contra el frío. 

“¿No le digo? Eso fue una carnicería horrible”, dice la mujer y se pregunta:  “¿cómo harán para dormir los soldados esa noche?”. 

 Los destrozos

[[nid:412667;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/04/lugar-ataques-cauca.jpg;full;{Así quedó el Polideportivo donde once soldados murieron y 20 más resultaron heridos luego del ataque de las Farc contra tropas del Ejército en la vereda La Esperanza, municipio de Buenos Aires, norte del Cauca.Oswaldo Páez | El País}]]

En la cancha de fútbol en que ocurrió el ataque se pueden ver los cráteres que dejaron los explosivos y las vainillas de las balas disparadas. En una esquina, solo en una esquina, podían contarse 69 de esos restos de proyectiles.  Lea también: Cronología: episodios donde las Farc habrían violado el cese unilateral al fuego

  Sobre el pavimento de la cancha también podían verse jirones de los uniformes de los soldados, tubos de pasta dental, bolsas de arroz, de sal, tomates, cebollas, cepillos de dientes, pequeñas ollas en las que los militares hacían el café o el chocolate, un par de medias, gorras, espejos rotos. 

 Se trataba de una acumulación de destrucciones: las sillas plegables en que descansaban, ahora rotas; las carpas en que habían dormido, ahora inservibles; las botas que habían usado, ahora sin su dueño.    

En el centro del lugar, sobre una mancha de sangre, yacía un pequeño fragmento de tela con el apellido Prado. Una mujer que lo vio dijo: “pobrecito, ahí debió haber muerto”.

Un grupo de soldados recogió los últimos destrozos de la noche y encendió una fogata para quemar los uniformes rotos, manchados de sangre, algunos alimentos, los maletines maltrechos. Uno de ellos, con la mano en la boca, observó por un momento el fuego. Era evidente su esfuerzo por ahogar el llanto. 

Poco después, el soldado relató que en la mañana había llevado cadáveres hasta el punto de llegada del helicóptero, varios de ellos desfigurados, algunos sin piernas, sin brazos. Los cadáveres, los cuerpos de los hombres que el día anterior habían reído, discutido, habían vivido junto a él. 

En una de las esquinas de la cancha, un grupo de militares que encendió el fuego se sienta a observarlo: silenciosos, los rostros sudorosos, la mirada abatida.

La oscuridad

[[nid:412672;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2015/04/soldados_muertos.jpg;full;{}]]

El ataque fue perpetrado en completa oscuridad. Los guerrilleros dañaron una de las líneas principales del alumbrado público para facilitarse el acceso hasta el lugar en que estaban los militares. Lea también: Estos son los soldados que murieron en el ataque de las Farc en el Cauca

 Toda la vereda, la angosta calle rodeada de casas y coronada por una pequeña iglesia, los cerca de 900 adultos y más de 150 niños que la habitan, quedó sin energía eléctrica.

 José vive en una casa de bahareque, a menos de 50 metros del lugar del ataque. A menos de 50 metros también vive Lucía, con su hija de cinco  meses y su esposo.

 Lucía recuerda las ráfagas de fusil de la noche del martes. Recuerda que al principio las confundió con truenos.

 José y Lucía piensan en la noche que sigue, sin luz, en esa oscuridad absoluta. Ambos confiesan que no creen que puedan dormir, que ni siquiera intentarán hacerlo.  El soldado Hoyos también piensa en la noche y en cuánto extraña su casa y en lo solo que se siente.

 “Uno se siente muy solo cuando ve morir así a sus amigos y cuando uno mismo se ve tan cerca de la muerte”, dice.

Todos se hacen la misma pregunta  de doña Marta. ¿Sería posible dormir esa noche? Un grupo de personas que observa los destrozos en la cancha de fútbol, dice que velarán toda la noche a las afueras de sus casas, porque puede ser que así eviten que vuelva a suceder otro ataque. 

“Nosotros le pedimos a los señores de las Farc que por favor no se vuelvan a meter a la vereda a hacerle nada a nadie”, dice uno de los hombres. 

En  La Esperanza todos se aferran a esa misma espera.

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