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Libertad por la educación: crónica de menores infractores recién graduados

Un centenar de menores recluidos en el Centro de Formación Valle del Lili y El Buen Pastor pisotearon su pasado delictivo, recapacitaron sobre sus errores y se graduaron como bachilleres.

28 de diciembre de 2014 Por: Alda Mera | El País.

Un centenar de menores recluidos en el Centro de Formación Valle del Lili y El Buen Pastor pisotearon su pasado delictivo, recapacitaron sobre sus errores y se graduaron como bachilleres.

“Es un orgullo que se gradúe, así sea acá. Todos cometemos errores, los muchachos no están exentos y uno tiene que apoyarlos en las buenas y en las malas”.Son palabras de una madre cuyo hijo lleva ocho meses interno en el Centro de Formación Juvenil Valle del Lili, CFJVL. Familiares que la acompañan asienten con sus gestos, afuera de ese reformatorio ubicado al sur de Cali. Más padres de familia, hermanos, primos y hasta novias van llegando y esperan desde antes de las 9:00 de la mañana el ingreso al sitio, para la ceremonia de grado.La mujer agrega que “mi muchacho siempre fue bueno, solo que se enredó en la calle, usted sabe que la calle...”, explica con una expresión que queda suspendida en el aire caliente y polvoriento de ese callejón de las afueras de Cali. Por algo, afirma ella, ocupó el primer lugar entre los 48 jóvenes, cinco mujeres entre ellos, que recibieron como aguinaldo adelantado el título de bachilleres esa mañana de diciembre. “Esperamos verlo salir adelante y que trabaje en una gran empresa”, concluye la mujer.Mientras todos esperan con paciencia la autorización para ingresar al centro, llega el joven, que ya recobró su libertad, pero va por su diploma. Habla muy poco: que aprendió marroquinería, pero buscará otra opción para trabajar. No sabe en qué, solo anota que le iba bien en inglés. Otra mujer confiesa que “si mi hijo no hubiera estado acá ya ni existiría, cuando entró pesaba 36 kilos, estaba en los meros huesitos”, y que ella misma lo denunció por violencia intrafamiliar. “Estaba consumiendo mucha droga”, justifica. Y hoy, por ver graduado ese joven que en 8° cambió los cuadernos por las drogas, siente una satisfacción tal, en medio de tantas dificultades, que no le importa esperar bajo ese sol canicular que amenaza con calentar más fuerte.No fueron los únicos que le dieron a sus familias de regalo de Navidad su diploma de bachiller conferido por la Institución Educativa Ciudad de Cali, Cideca. Otro medio centenar de jóvenes infractores pisoteó su pasado, recapacitó sobre sus errores de juventud y apostó por estudiar hasta graduarse en el Buen Pastor, el otro centro juvenil dirigido por la ONG Crecer en Familia, operador del ICBF para administrar este y el CFJVL desde la renuncia de los Terciarios Capuchinos, en octubre de 2013.Y ahora aparecen transformados. O transfigurados, como dice el padre Daniel Mafla, capellán que visita dos días por semana cada uno de esos centros de menores infractores y una vez los centros transitorios de Vipasa y de El Trébol.“Muchos aquí hacen la Primera Comunión, o reciben el bautizo o la confirmación; es una experiencia interior vivencial que los transforma y terminan pidiendo perdón a sus familias, a la sociedad y pasan a la reconciliación”, explica el religioso.En esa misión ha visto muchas veces lo que él llama “la transfiguración del menor” en el rostro de jóvenes que creen en Dios, “pero un Dios que legitima sus comportamientos en lo que ellos llaman trabajo, así implique quitarle la vida a otro ser humano”, expone el padre Mafla. Entonces él comienza a trabajar en ellos el otro Dios, el Dios de la vida, del perdón y de la misericordia.Ya dentro del reformatorio, van apareciendo los transfigurados: muchachos aún imberbes luciendo saco y corbata y peinados con gomina, por primera vez en meses, hasta en años, sin el uniforme que llevan los internos. Algunos sacan pecho, otros se agachan y bajan la mirada. Una buena dosis de pestañina, labial y rubor y enormes plataformas que se asoman bajo la toga azul, deja ver cinco chicas en la fila para ingresar al auditorio. Todos desfilan hacia el recinto decorado con mesas de azul y blanco y moños azules, donde esperan sus familiares bajo telones a tono que enlucen el techo.Así como en el pasaje bíblico, Jesús pasa de la tristeza a la alegría, porque sabe que tiene que morir, pero en la oración encuentra la fortaleza, dice el sacerdote, los jóvenes comienzan a asumir su responsabilidad frente a lo cometido y llegan a reconocer que se equivocaron al tomar una decisión no acertada. “Encuentran a ese Dios de la vida que tiene compasión y aprenden a respetar la vida de ellos y la de los otros y a reconocerse como sujetos de valores”, sostiene el padre Mafla.Sus palabras cobran vida en las de una graduanda que toma la vocería de sus compañeros de infortunio y recuperación. “Agradezco al Todopoderoso por celebrar este día tan importante en nuestras vidas, es la realización de un sueño que por alguna adversidad de nuestras vidas, se vio interrumpido”, dijo.La joven prosigue: “Aquí volvimos a valorar lo importante que era estudiar, hoy nuestros corazones se embargan de alegría, estén seguros de que seguiremos sus consejos y enseñanzas y alcanzaremos muchos sueños más. A los profesores, gracias; a los padres de familia, nuestras disculpas porque fuimos sordos a sus consejos, por nuestros errores pedimos perdón”, dice sin temblarle la voz.Voz como la de un joven que sube a recibir su diploma y que minutos antes admitió que en 35 meses en el CFJVL se ha superado mucho. “Ya me gradué de talleres de arte, hoy me gradúo de la escuela, así que siento una emoción muy bacana”, dijo. “Estoy acá por estar en la calle, andar en cosas malas, sí se me presentó la oportunidad de estudiar, pero no le paraba bolas, pero acá ya a uno le toca”, declara hecho y derecho, pues ya cumplió 18 años. Cuando llegó al centro era un adolescente de 7°, pero en tres años de internado hizo cuatro años de bachillerato acelerado. Y sonríe al evocar que le iba muy bien en español, pero que las matemáticas le dieron mucho trabajo, en especial, la raíz cuadrada.En enero empieza a estudiar mecánica automotriz en el Sena. “Mi meta es tener mi taller, ya tengo la pauta”. Se refiere a un permiso del juez que le permite salir del centro a estudiar y regresar a las 5:00 p.m. Beneficio que solo disfrutan él y otro joven del CFJVL por buena conducta.En estos dos años de labor, uno de los primeros jóvenes que atendió el sacerdote Mafla fue un adolescente sancionado por agredir a un compañero. “Verlo hoy dando un paso importante en su proyecto de vida, significa que se puede seguir cultivando en medio de las dificultades”, dice el religioso, quien hace su diagnóstico sobre los menores infractores. En primera instancia, cree que muchos padres asumen su responsabilidad solo cuando ven a sus hijos en el Buen Pastor o en el CFJVL. Lo dice porque halla jóvenes con grandes vacíos afectivos por ausencia total de una red familiar. “Y con un resentimiento social muy profundo que los pone en una condición de victimarios, pero también de víctimas”, sostiene.Para él es evidente que Cali vive una realidad de violencia que se aprovecha de las necesidades de los menores. “Como en sus casas no hay comida ni quién los cuide, las oficinas de cobro y las bacrim se convierten en sus familias, refugiándolos en las armas y en las drogas”, dice.En el barrio Floralia, él veía cómo las madres de familia tienen que dejar a sus hijos solos para ir a trabajar, mientras las bandas del microtráfico les regalan droga para enviciarlos y luego captarlos para sus organizaciones.María Alejandra Hormiga, juez coordinadora de los juzgados penales para adolescentes, siente orgullo de ver la transfiguración de jóvenes a los que ella ha acompañado en los juzgados y en las audiencias. “A pesar de que dieron malos pasos y estuvieron involucrados en la vida delincuencial, obtener su título va a fomentar en ellos una mejor vida, un futuro más promisorio. Es motivo de orgullo saber que han podido reencausar su vida y tener mejores propósitos personales, profesionales y para la sociedad”, opina.Un emotivo himno del CFJVL habla de que “la vida se compone de triunfos y fracasos... pero que al final de la tormenta la calma encontrarás”. Como la que encontró otro graduando: “Me siento muy feliz, con deseos de salir adelante, es la tercera vez que ingreso a este centro, llevo un año de la última entrada y como ya estaba en 11°, vine a terminar acá”, dice sin lograr quedarse quieto.Lo que más agradece es el apoyo de la profesora Claudia, de sistemas. “Ella me colaboró mucho, siempre me decía que continuara hasta terminar”. Le faltan tres años y medio, pero dice soñar con ser profesional mientras dos mujeres lo abrazan: “Son mi mamá y mi tía que se sienten felices hoy aquí acompañándome”, dice. Una salva de aplausos resuena en el auditorio cada que un graduando recibe su diploma. Ana Lucía Ortiz, directora de Crecer en Familia, dice que “nuestros muchachos han luchado con dedicación y demuestran que podemos alcanzar la meta; ellos son la guía para los que vienen detrás y un orgullo para sus familias. Felicitaciones y bendiciones”. En efecto, Martha Isabel Rivera, directora académica del CFJVL, destaca que “desde por la mañana todos están asomándose por las ventanas, a la expectativa de ver a sus compañeros en una jornada diferente. El impacto es muy positivo, van a querer seguir su ejemplo”.La funcionaria resaltó que gracias a la perseverancia y voluntad de los jóvenes, la sociedad los espera libres y con un propósito. Y les recordó que “todos los días Dios nos da un momento para cambiar nuestra existencia, un sí o un no, puede cambiar todo”.“Quiero dar gracias a Dios porque ya se graduaron, ojalá tomen conciencia, pero es mejor venir a acompañarlos (al grado) que ir a enterrarlos al cementerio”, fue el epílogo que puso al acto una abuela cuyo nieto cumplió 18 años en el CFJVL.

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