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Impresionante relato de un niño que entró a las Farc a los 12 años y se fugó a los 17

Cuenta que como sus padres eran cultivadores de coca, la guerrilla los visitaba constantemente. Él era prácticamente desde pequeño su informante. Les avisaba cuándo venía el Ejército o los paramilitares.

23 de abril de 2012 Por: Camilo Montoya Yepes | Especial para El País

Cuenta que como sus padres eran cultivadores de coca, la guerrilla los visitaba constantemente. Él era prácticamente desde pequeño su informante. Les avisaba cuándo venía el Ejército o los paramilitares.

Lleva diez meses fuera de las Farc, pero recuerda los cinco años que estuvo en el Frente 30: “Me obligaban a tomar sangre humana mezclada con pólvora para vencer mis miedos... y los vencí”.A los 12 años –edad en la que un niño estudia geografía colombiana en el colegio– Yeison ya había empuñado fusiles, matado tres veces y descuartizado. A la vereda donde vivía, en una zona del Pacífico caucano, solo se llega en lancha o chalupa. Allá se negocia con gasolina o con coca.“Mis padres eran cultivadores de coca y la guerrilla nos visitaba constantemente. Yo les avisaba cuándo venía el Ejército o los paramilitares. Un día me mostraron unos videos, me convencieron de que entrar a sus filas era lo mejor, según ellos era para servirle al pueblo. Aunque veía al Ejército muy de vez en cuando, la autoridad allá era la guerrilla. Me hice guerrillero porque no había otra salida, ellos eran la autoridad. La única autoridad presente”.“A los niños nos tienen atrapados una vez ingresamos a la guerrilla, juramos vencer y nos enseñan que tenemos que morir luchando. Un día para un niño en la guerrilla es como un día para un soldado del Ejército, pero al revés. A las 6 de la mañana cargamos los fusiles, cuando amanece el riesgo es mayor que en la noche. El entrenamiento es igual o peor, pero nosotros huimos y ellos nos persiguen, esa es la diferencia. Es como el juego del gato y el ratón”. “Nos enseñan que el entrenamiento de un guerrero debe ser fuerte y extenuante para que la guerra sea un descanso y eso es lo que importa. Nos decían que nos cuidáramos de los bombardeos, porque sabíamos que por tierra siempre íbamos a ganar nosotros. Las normas en la guerrilla son claras y no cumplirlas es condenarse a muerte, es un suicidio”. Las muertes“El viejito era buena gente. Tenía una tiendita cerca del pueblo. Muchas veces nos regaló pan y gaseosa, lo tenían amenazado, le pedían ‘vacuna’. Mi obligación era matarlo. ¿Por qué? No sé, de pronto para demostrar ‘garra’ y lo hice, lo maté”.“Me arrepiento de haberlo matado a él y a las otras dos mujeres que tuve que ‘dar de baja’ por traición. Fue por órdenes del comandante de turno. Las dos mujeres también eran guerrilleras, según el comandante ellas habían traicionado los ideales de las Farc. Nunca me explicó por qué teníamos que asesinarlas, supongo que no me lo dijo porque yo solo era un ‘chinito’ en esos momentos. Creo que ambas quedaron en embarazo y por eso fue. Las matamos y descuartizamos, es lo único que sé”.Su fuga“El 13 de junio de 2010, estábamos durmiendo en el campamento - narra Yeison-. Yo calculo que eran las 2 de la mañana, usualmente esa es la hora más fría de la noche en la selva. Yo quería ‘volarme’ desde hace rato. Estaba ‘mamado’ de aguantar hambre, de las picaduras de mosquitos y aparte de eso sabía que el Ejército tarde o temprano nos iba a bombardear. “En la guerrilla uno no come bien, no duerme bien, no vive bien, la preocupación es constante y permanente, el miedo es un compañero mas de ‘cambuche’. Efectivamente el día llegó: escuchamos que se acercaban unos aviones, no los podíamos ver, pero supimos de inmediato que eran peligrosos. Todos en el campamento se despertaron y dieron la orden de evacuar e ir a la guardia, que significa estar listos para lo que sea. Yo estaba ‘paniqueado’ y cuando menos pensé estaba corriendo a mil”. “¿Para dónde voy? No sé, ¡pero me largo de aquí! Boté el fusil, me quité la ‘gorra’, llegué a un pueblo que estaba como a diez kilómetros de distancia y cogí la primera buseta que pasó por ahí sin saber hacia dónde me llevaba. Después supe que me traía a Cali. Cuando llegué sentí miedo, pero también un alivio y una paz que jamás había experimentado. No tenía plata, ni tampoco dónde dormir, aunque sabía que iba a estar bien, que por fin todo estaría bien. “Varias personas me ayudaron, no diré cómo se llaman ni dónde trabajan, son mis ángeles. Eso sí: primero tuve que pedir plata en la calle, después me di cuenta de que lo mejor era hacerme pasar por desplazado, así conseguí dónde dormir, comer e incluso estudiar. Estuve ‘volteando’ varias semanas para encontrar a mi familia porque llevaba muchos años sin hablar con ellos, después lo logré, vinieron a encontrarse conmigo y aquí estamos. Aquí estoy y aquí me quedo”.Ahora Yeison estudia, está en noveno grado, vive en Cali y nadie, aparte de su familia, sabe que fue guerrillero. Él lo quiere olvidar.

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