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Ginna Morelo, la periodista que habla con las víctimas

Su obstinación ha sido definitiva para visibilizar el drama del despojo de tierras en este país. ¿Puede un reportero nacer con el destino escrito?

8 de diciembre de 2013 Por: Jorge Enrique Rojas, editor de Unidad de Crónicas El País

Su obstinación ha sido definitiva para visibilizar el drama del despojo de tierras en este país. ¿Puede un reportero nacer con el destino escrito?

Tal vez sea cierto y el destino esté escrito en libros de verdad. Porque si al señor Jorge Isaac Morelo no le hubieran pagado esa deuda con parte de una librería, quizás nada de esto se estaría escribiendo hoy. Quizás, entonces, esa muchachita menuda, de risa blanquísima que está ahora detrás de un escritorio en la Universidad Javeriana de Bogotá, no sería una de las periodistas investigativas más importantes de este país. Quizás sus crónicas no habrían contado esa realidad a la que tan pocos se han atrevido. Quizás ella, por todo lo que ha hecho, no habría empezado a ser llamada por la misma gente “la periodista que habla con las víctimas”.Quizás El Meridiano de Córdoba no habría contado con una chica que sin hacer parte de la familia propietaria del diario, hubiera tenido la inteligencia y la persistencia y el bello poder de marcar la historia de ese periódico, convirtiéndolo en un referente de la denuncia contra los excesos cometidos en esa olvidada región. Y quizás, yo tampoco, habría estado allí, con ojos abiertos como platos, hablando con esa mujer que hace recordar que para algunos reporteros, por fortuna, la humildad no es tan obsoleta como una máquina de escribir.Pero el destino de Ginna Morelo Martínez estaba escrito. Y a su papá, un sastre que se ganaba la vida confeccionado uniformes de colegio y ropa para señores, le pagaron a punta de libros. El moroso era un magistrado de la corte que tenía una librería en la calle 27 de Montería. Durante sus viajes a uno y otro lado, el hombre compraba libros que guardaba ahí, como tesoro insospechado, sin saber que un día no solo le servirían para pagar lo que debía en trajes, sino para cambiar la vida de una niñita que años más tarde tendría que escribir, literalmente, parte de la historia de amnesia y sangre del caribe colombiano.Por esa época Ginna, la mayor de tres hermanos, tenía 13 años. Y en el mundo no había nada que le gustara más que leer. Así que leía. Todo lo que podía. Lo que encontrara en la biblioteca del colegio, por ejemplo, donde pasaba horas enteras mientras el resto de peladitos jugaban en el descanso. Así que los libros del magistrado fueron la felicidad. No tanto para su mamá, que en vez de libros hubiera preferido ver la plata entrando a una casa que la necesitaba, sino para ella, que al fin conoció a ese señor Truman Capote, que una profesora le había recomendado leer. Y a Gabo, claro, que para ese momento ya era tan célebre y mentado en tantas partes. De Capote, pionero de eso que alguien se le ocurrió bautizar Nuevo Periodismo, leyó Una Navidad; de García Márquez, siete libros que contenían buena parte de la recopilación de crónicas que había hecho en sus tiempos de reportero. Y así, aún en contra del enojo de su mamá, que la regañaba por leer siempre hasta tan tarde, la niña Ginna un día verbalizó lo que para ese momento ya debía estar escrito en alguna parte: “cuando sea grande quiero ser periodista”. Pero más allá de esos tipos, Gabo y Capote, quizás la mayor influencia en su decisión habían sido las historias de sus abuelos. Uno de ellos tenía una finca en Cereté, a orillas de Caño Bugre, brazo del río Sinú, donde mandaban a Ginna cada que se portaba mal pensando que no le gustaba el campo. Pero el castigo era en realidad un premio: en el campo aprendió a remar en una canoa. Y pudo ver cosas que parecían salidas de un libro de Gabo, como el día en que hubo una subienda tan grande como para que su abuelo, con solo meter la mano al agua, pudiera sacar los peces. Allá en esa finca, de boca de ese hombre, también escuchó cosas tristemente fantásticas, la mayoría relatos desprendidos de la violencia partidista; historias de persecuciones y muertes, de los movimientos campesinos en Córdoba. Ginna, de todos los nietos, era la única que se quedaba siempre escuchando lo que decía el viejo, lo que contaba, lo que le dolía. Y así creció hasta que llegó a la universidad, en principio, para estudiar Ingeniería de Sistemas. ***Sentada en una oficina desde donde coordina Consejo de Redacción, una organización de periodistas que promueve el periodismo de investigación, Ginna se ríe al recordarlo: su mamá, una secretaria del Sena que trabajó día y noche para darle estudio a sus muchachos, tenía tres postulados sobre la carrera que había escogido su hija: “eso es para bebedores, no da plata y es muy peligroso”. Y por eso la inscribió en aquella ingeniería que la chica finalmente no cursó porque decidió hacer el examen de admisión al revés. Pero la mamá lo volvió a hacer y la inscribió en Contaduría Pública. Y entonces fue el rector de la Autónoma del Caribe quien la salvó: el hombre habló con la mamá de Ginna y le explicó que era necesario que la dejara estudiar lo que ella quería. Y ella no quería nada distinto a ser periodista. Así que desde ese día, aunque a veces reniegue de los temas en que su hija se mete, la mamá nunca más la dejó de apoyar.Los temas en los que se mete la hija de la señora Doris, son investigaciones que parecen imposibles de publicar en estos tiempos donde para algunos medios son más importantes los muñequitos y los tuits y las menciones en Facebook, que la profundidad de las historias. Una vez, para ejemplificar lo que hace, se empeñó en contar lo que había pasado con las obras que los políticos de su región habían prometido y nunca habían acabado. Entonces lideró un trabajo en el que involucró a la totalidad de la redacción para recorrer todos los municipios de Córdoba y cerciorase del engaño y el incumpliento convertido en cemento y fierros retorcidos. El trabajo, que se tituló ‘Elefantes blancos’, ocupó catorce páginas de una edición del 2002 del Meridiano de Córdoba que ese año ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar como Mejor Reportaje.Los temas en los que se mete Ginna Morelo son investigaciones relacionadas con víctimas olvidadas por los poderosos, despojo de tierras por las que algunos creen nadie preguntará, abusos políticos, descalabros ambientales que han sido galardonados, también, con el premio Amway de Periodismo, el Semana-Petrobras y el Premio Iberoamericano Sociedad Para Todos. Hace un mes recibió su segundo Simón Bolívar, en la categoría de Premio Especial.El trabajo con el que ganó es una investigación que, en sus palabras, “buscaba ejemplificar la disfuncionalidad de la ley de víctimas”. Y para eso, ella sola, a veces en compañía de su papá, que después de sastre se convirtió en taxista, y que más que papá es su escudero fiel, volvió a recorrer Córdoba para contar una decena de historias de campesinos despojados y abusados. Y para eso, investigó durante tres meses. Y leyó decenas de escrituras. Y libros y fallos. E interpuso derechos de petición e hizo incontables entrevistas. Y luego, sin abandonar sus funciones como editora general de El Meridiano, escribió a la hora del almuerzo, los domingos, antes de entrar a trabajar, entre las tres de la madrugada y las ocho de la mañana. Y cuando se dio cuenta de que todo lo que había encontrado no cabría en las páginas del periódico, contrató a una diseñadora para montar un blog en el que trabajó muchas noches con tal de poder visibilizar, justo como quería, una pieza magnifica que constituye un viaje a la incomprensión. Pero también a la tristeza y a la rabia. Todo aquello se llamó 'La ruta del despojo'. ¿Y de donde salió esa obstinación? ¿Ese empeño por escuchar a las víctimas, denunciar a los poderosos? Cuando empecé como periodista, me decían que eso no era posible. Me lo dijo mi mamá, mis compañeros, mi jefe. Pero yo siempre me hice la misma pregunta: ¿cómo es que eso no va a ser posible?***'La ruta del despojo' es el resultado final de una beca en periodismo investigativo que Ginna fue seleccionada para cursar en noviembre del 2011 en Uruguay y que le permitió el acompañamiento del experimentado periodista Gerardo Reyes, como editor de su trabajo. Pero el reportaje empezó mucho antes, años atrás, cuando en Colombia se empezó a hablar de la Ley de Víctimas y ella sintió que el cubrimiento de los medios, visibilizando más a los victimarios que a quienes habían sufrido los desmanes, era algo que ella, de alguna manera, debía intentar conjurar. El primer resultado en papel y tinta de su decisión fue 'Tierra de sangre, memoria de las víctimas’, un libro que publicó en el 2009 tras dos años de investigación transformada en quince crónicas. Salud Hernández, la periodista española que escribe para El Tiempo y que tan bien conoce este país, dijo entonces que Ginna había logrado exactamente eso que se había propuesto: “Las víctimas son el centro de sus conmovedores escritos. Recorre con hondura un rosario de dramas humanos para mostrarnos el rostro del horror, del sufrimiento, pero incluso en las historias más terribles logra rescatar lo mejor de las personas sometidas a los peores abusos”.Una de esas personas fue Gildardo Padilla, víctima de los paramilitares que se convirtió en líder de restitución de tierras luego de que sus padres fueran despojados en San Pedro de Uraba, luego de que todos los Padilla fueran perseguidos entre 1994 y 1997 y luego de que él, Gildardo, tuviera que enterrar a once de sus familiares, asesinados finalmente por los paracos. Cuando Ginna empezó a investigar para escribir 'La ruta del despojo', volvió a buscar a ese hombre que había entrevistado años atrás y del que había seguido sabiendo por una y otra cosa: una llamada, un mensaje, la buena nueva de que se había convertido en papá.Desde esa oficina donde a sus espaldas un black-out esconde la vista de aquellos cerros bogotanos que a veces parecen verdes y otras azul-grises, la dulce Ginna se quiebra como una astilla de canela. Entonces sus ojos verdes ya no miran fijo. Se quita las gafas, se toma la cara, llora. Hace tres semanas a Gildardo lo mataron.Cuando comenzó a escribir 'La ruta del despojo', Ginna empezó a colgar en las casas de justicia de Montería, en la Defensoría, la Alcaldía, carteles con una leyenda acompañada del teléfono del periódico y su correo electrónico: “si usted tiene una historia sobre despojo de tierras, contáctese conmigo”. Y la gente la contactó. Y llamó. Muchas veces. Y junto al dolor y la tristeza y el desconcierto de todos los que la buscaron, hubo otra coincidencia: cuando llamaban al diario, preguntaban por “la periodista que habla con las víctimas”. Ginna lo recuerda con las gafas en la mano porque después de que mataran a Gildardo ella ya no sabe si podrá seguir siendo eso, esa periodista que habla con las víctimas. “Tengo temor de saber cómo recuperarme de todo esto”.Ese temor, en todo caso, la empujó a escribir. El domingo siguiente al asesinato, Ginna publicó en El Meridiano un texto sobre todo lo que había ocurrido. Sobre la historia de Gildardo, sobre su dolor, sobre la utopía que para tantos y tantos sigue siendo la restitución de tierras. Sobre la forma en que su liderazgo en el tema había sido desconocido por los autoridades. El título del artículo fue 'La historia que duele contar'. En la zozobra, en la rabia, en la duda, Ginna Morelo escribe. Quizás, en alguna parte, eso también haya quedado marcado, como costura hecha por un sastre en la tela de la vida. Un día después de hablar con ella, recibí un correo donde me decía que no estaba segura de que todo eso que conversamos en Bogotá fuera a ser interesante para alguien más: “(...) Siento que usurpo lugares que  tienen ganados y merecidos otros, con muchas credenciales”. Yo, con ojos abiertos como platos ante ese gesto de humildad, solo atiné a responderle que después de escucharla estaba, aún más convencido que antes, que su historia merecía ser publicada en este o en cualquier periódico: “Porque sí es  necesario  saber cómo algunos acaban con este país, igual de necesario es saber como otros luchan por él. Un abrazo”.

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