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¿Es posible 'desmovilizar' a las pandillas de Cali?, esto es lo que se está haciendo para lograrlo

La Alcaldía, la Policía y Cisalva trabajan con 33 de las 87 pandillas identificadas para resocializar a sus integrantes. 117 de los jóvenes ya trabajan como gestores culturales y ambientales.

21 de febrero de 2017 Por: Santiago Cruz Hoyos | Reportero de El País

La historia comenzó con dos patos. A Juan Carlos se los regaló una amiga suya después de visitarla en la finca. Finalmente, a él siempre le han gustado los animales. Lea también: Este es el 'proceso de paz' que adelantan 33 pandillas de Cali

Cuando llegó a su casa en el barrio Antonio Nariño de Cali, sus padres le dijeron sin embargo que cómo se le ocurría que lo iban a dejar tener dos patos sueltos como ‘Pedro por su casa’. Nadie quiere ver dos patos en la sala, así que Juan Carlos acudió a un vecino para que lo dejara tenerlos en un lote desocupado.  Les hizo una casa, por supuesto,  y sucedió  algo curioso.

Los patos le llamaron la atención a los muchachos del barrio, a los pandilleros. Los que tenían una cauchera para matar pájaros, empezaron en cambio a llevarles maíz -a los patos – empezaron a cuidarlos. Se encariñaron.

Fue cuando a Juan Carlos se le ocurrió la idea:  construir un parque ecológico  en la que justamente era la frontera invisible de la zona, un caño de aguas espesas,  mal olientes, donde puede ‘navegar’ desde una poltrona hasta una pesa para gimnasio. Cuando las empresas municipales limpian todo ello el caño parece un río cristalino, pero eso no dura más de 24 horas; en cuestión de nada todo vuelve a estar tan sucio como siempre.

El caño, es el caso,    dividía a las pandillas de El Vergel y Antonio Nariño,  Comuna 16. De un lado a otro se lanzaban piedras aunque a veces, algo más peligroso: balas. Cuando Juan Carlos abrió el parque ecológico, que hoy en realidad es una granja del ancho de una calle, la situación empezó a cambiar. Era 2010. La granja está justo al lado del caño y los pandilleros se empezaron a encontrar allí atraídos por los animales.  

Juan Carlos, hace mucho, también fue pandillero.

Ahora, mientras les lanza maíz a los patos y a los bimbos y a los pavos, lleva un chaleco con los logos de la Alcaldía y  Cisalva y atrás, sobre la espalda, una palabra con puntaje grande: “enlace”. Juan Carlos hace parte del proyecto con el que estas instituciones, y la Policía,  pretenden resocializar a 647 jóvenes que integran 33 pandillas de la ciudad.

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Óscar Adrián Arango es comunicador  y también  trabaja para el proyecto. Es el coordinador general. Mientras el carro de El País avanza por los  callejones del barrio El Poblado del Distrito de Aguablanca, Óscar  le pide con insistencia al conductor que acelere. El proyecto para resocializar a los pandilleros ha tenido logros importantes, pero aún hay mucho por hacer. En cada esquina de El Poblado hay muchachos que clavan la mirada en el carro. Miran como se mira a un intruso. Hace unos días ocurrió un homicidio.

-       El proyecto tiene un nombre ‘oficial’, que es  con el que está registrado: ‘Programa de atención integral a miembros de pandillas y de su entorno familiar’. Pero hay un nombre  más amable: ‘TIP, jóvenes sin fronteras’. TIP es una experiencia que está desarrollando desde hace dos años el área de prevención de la Policía, que trabaja  con los miembros de las pandillas no a través del choque, de la confrontación, sino a través del trabajo social: conversando con los muchachos,  entendiéndolos. Y eso es TIP: Tratamiento Integral a Pandillas, dice Óscar, ya en un salón de un centro comunitario de la zona. 

Vamos por partes: la Policía, entonces, viene trabajando con los pandilleros y hace unos meses se unió a ello la Alcaldía y Cisalva – que tiene una experiencia de 20 años estudiando la violencia-  para darle un mayor alcance al proyecto, lograr algo importante: restituir derechos. Que los muchachos tengan acceso a lo que todos debemos acceder: educación, desarrollo económico, salud, espacios de esparcimiento.

Para lograrlo se hace presencia en las ocho comunas donde se puso en marcha la iniciativa: 13, 14, 15, 16, 18, 20, 21 y la 1, es decir Terrón Colorado. En cada comuna hay una “Unidad Operativa”. Son grupos integrados por dos gestores de paz, que son agentes de policía o suboficiales; dos educadores para la vida, es decir psicólogos, y  tres o cuatro enlaces comunitarios; personas que son referentes en la comunidad.

A su vez, cada Unidad Operativa se encarga  de trabajar de manera individual con los jóvenes de su comuna. Los muchachos elaboran una hoja de ruta, una especie de bitácora de vida. Ahí responden una pregunta fundamental: qué quieren ser. Un empresario, un médico, un deportista, ¿qué? 

Después se trazan las  tareas para lograrlo: sacar la cédula, terminar el bachillerato (la mayoría no lo ha hecho) ingresar a la universidad, por citar un caso. El proyecto consiste, entonces, en ayudar a los jóvenes de las pandillas a dar los pasos necesarios hacia sus metas, acercarles las ofertas educativas, de salud, de empleo, que ofrece el Estado.

Uno de los muchachos  cuenta  por ejemplo que planea  ser enfermero.   Como necesitaba ahorrar algo de dinero para estudiar,  trabajó en un programa ambiental con el Dagma. En total 117 jóvenes del proyecto ya están enganchados laboralmente con la Alcaldía como gestores culturales o ambientales, de hecho. 

El siguiente paso  era prepararse, hacer un preicfes. Y ahora está a punto de presentarse en la Universidad del Valle para cursar la carrera de enfermería.

-       Para mí es clave eso: que los chicos han logrado definir un proyecto de vida. Venían con esa idea de que no hay nada por hacer,  me voy a morir joven. Tenían esa certeza. ¿Para qué planear? Una suerte de desesperanza aprendida,  que ha ido cambiando. Los chicos han comenzado a soñar. A convertir esos sueños en posibilidades que no son tan difíciles de concretar como al principio les parecía. Nosotros ayudamos a que cada cosa que ellos han decidido cambiar, sea posible, cuenta Leonor Pinto, la coordinadora del “componente psicosocial del proyecto”.

Óscar Adrián, el coordinador general, menciona otros logros: la entrega de armas por parte de 40 pandilleros hace unos meses,   una Navidad 2016 relativamente tranquila: por primera vez en décadas no hubo en Cali un solo homicidio relacionado con la guerra de pandillas ni el 24 de diciembre, ni el 31. Son  los días que  prefieren algunos para cometer un asesinato. Las balas se confunden con la pólvora y la víctima, generalmente, está desprevenida.

-       Un 24 o un 31 de diciembre sin homicidios entre pandilleros era impensable en Cali, y  se logró. Hemos tenido ‘lunares’ claro, pero la convivencia en los barrios ha mejorado,  insiste Óscar.

  Para formar  parte del proyecto   hay que cumplir ciertas condiciones. Sobre todo, no delinquir.  Quien delinca es expulsado.  Es la misma condición que impuso  Juan Carlos en su granja. 

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Cuando tenía 13 – hoy tiene 39 - Juan Carlos se hizo pandillero. En ese entonces integró una pandilla de Antonio Nariño que se hacía llamar La 20. Llegó ahí porque la pandilla es vista  como una manera de ganarse la vida,  por un lado,  pero por otro una manera de ser aceptado, escuchado,  ser parte de algo, tener  amigos. Hubo días en que Juan Carlos  y su “parche” ganaban dinero por medios legales. La gente les proponía ayudar en la construcción de una casa, por decir algo. Pero no siempre había trabajo. Casi nunca había, entonces se iban a otros barrios a asaltar un camión de víveres, o arrebatarle una cadena de oro a algún desprevenido. También se financiaban con el microtráfico de drogas. 

Cuando cumplió 25 Juan Carlos consideró salirse de ello. Anduvo sin rumbo en Antioquia, en el Meta, “rebuscándome”. Encima tuvo  problemas con la mamá de sus tres hijos, se separaron. Y eso   fue lo que le hizo reflexionar, dice. No quiero darles a mis hijos el ejemplo de un bandido, de un pandillero. No quiero que sigan mi vida. 

Aprendió  ebanistería, se hizo carpintero, recuperó a su esposa, se fue alejando de la pandilla. También, en 2010, abrió la granja con sus dos patos y le puso su apodo: ‘El Cubo’. Granja El Cubo. Porque una vez lo raparon y los mayores le empezaron a decir así: que tenía la cabeza como un cubo.  

En la granja comenzó a trabajar con otros cuatro jovencitos del barrio. Los nombres de los fundadores están escritos en una lata. Y en el sector,   en ese tramo frente al caño, dejaron de suceder asesinatos, violaciones, dejaron de vender droga. La granja transformó el espacio mientras  otros muchachos, los que eran señalados como “vagos” por la gente, comenzaron a ir. 

Llevaban comida para los animales, sembraban lo que les regalaba la comunidad:  aguacates, un árbol de caucho, mango, maracuyá,  tomate,  piñas. 

También construyeron ‘casas’ para los animales que les donaron,  las gallinas, los pavos, los bimbos, los cerdos. Y comenzaron a vivir de la granja. Juan Carlos  anunciaba en el barrio que iba a a preparar una “sancochada”,  y le gente le daba la gaseosa, el revuelto: papa y plátano. O vendían huevos o tomates y se repartían las ganancias.  Esta semana todos desayunaron con leche de chiva.

La granja es vista  como una mejor manera de ganarse la vida que una pandilla y hoy  la integran  58 jovencitos, algunos, incluso, exintegrantes de pandillas enemigas.  

Todos, también,  hacen parte del proyecto de la Alcaldía, la Policía y Cisalva y uno de sus planes, de la bitácora de vida que escribieron, es construir en la granja un vivero para comercializar flores. Es cierto que quienes hicieron parte  de una pandilla están soñando con algo distinto, dice el intendente jefe de la policía Álvaro Enrique  Diazpangle.

El intendente hace parte de la Unidad Operativa en la Comuna 16 y  cuenta que, hace mucho, Juan Carlos era un personaje que generaba temor en la zona, y hoy  mírelo bien: es un ejemplo para todos.  

El intendente habla de ‘El Cubo’ como hablaría un padre de un hijo ejemplar; ese  orgullo. Proyecto de ciudad Óscar Adrián Arango, el coordinador  general del proyecto, explica que el trabajo que se viene haciendo con los pandilleros requiere también del apoyo del sector privado, la academia, además de lo público.  “El sector privado y la  academia cuentan con una oferta institucional que les brinda oportunidades a los muchachos en términos de salud, educación, cultura; además, el sector privado puede brindar empleo y apoyo económico para complementar el trabajo hecho en el territorio con los jóvenes”.  María Isabel Gutiérrez,  directora de Cisalva, agrega además que el objetivo es hacer de este proyecto - que de momento va  hasta 2019 - “una política pública, un modelo ejemplar de ciudad para trabajar con jóvenes vulnerables”.

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