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El universo indígena desconocido que existe detrás de las montañas del Cauca

Detrás de la cordillera, donde la semana pasada mataron a dos guardias indígenas y la comunidad juzgó a los responsables, la vida es otra cosa. El amor, sin embargo, igual que aquí, allá tampoco tiene gobierno.

16 de noviembre de 2014 Por: Jorge Enrique Rojas | Editor Unidad de Crónicas y Reportajes

Detrás de la cordillera, donde la semana pasada mataron a dos guardias indígenas y la comunidad juzgó a los responsables, la vida es otra cosa. El amor, sin embargo, igual que aquí, allá tampoco tiene gobierno.

Sentado en una banca del parque a las tres y media de la tarde del pasado miércoles, Miguel Ángel Aguirre se levantó la manga del bluyín para buscar las cicatrices. Sus pantorrillas gruesas y macizas estaban blancas como carne de coco. La cara, en cambio, la tenía manchada por el sol y el frío. Además del bluyín, 28 años. Adidas deportivos de suelas rojas y machacadas, camiseta estampada, chaqueta de Pepe Jeans. Arete. Gorra negra. Empuñada en la mano izquierda Miguel llevaba una vara adornada con cintas verdes y rojas que representan la sangre de los antepasados indígenas y el respeto a la madre naturaleza, la pacha mama; la vara es un bastón de chonta pulida, lisa y hermosa como madera de piano de cola, que un Mayor Nasa consagró con su sabiduría ancestral para luego entregársela ahí mismo, en el parque de Toribío, en una ceremonia que se realizó el 28 de diciembre del año pasado cuando Miguel fue nombrado alguacil. En el bordado de la cachucha, una carita feliz de ojos sicodélicos saca la lengua. - Mire, aquí hay una. Y aquí otra. Entre los vellos enroscados de la pierna derecha, el muchacho señala puntos del tamaño de picaduras de mosquito. Son las cicatrices que estaba buscando, las de los diez fuetazos que le dieron hace más o menos dos meses por haber cometido infidelidad con una secretaria del cabildo. Miguel creció en Buga, en una casa de la 20 con 12 que se repartió como herencia entre los hermanos tras la muerte de sus papás; a él le tocó un millón. En Buga estudió hasta séptimo de bachillerato y tuvo piercing en las cejas. Tal vez habría podido salir corriendo para allá con tal de evitar el castigo, pero hace doce años su corazón escogió pertenecer a la comunidad Nasa y allí las sanciones no se discuten. Los fuetazos fueron de la rodilla para abajo, diez alguaciles hicieron fila para darle la reprimenda. En la pierna izquierda también tiene cicatrices. Diminutas.- ¿Usted se ha pegado un martillazo en un dedo? Así duele cada fuetazo.En los picos más altos de la cordillera, el frío se condensa en nubes blancas que se mueven sin moverse pero que más tarde se convertirán en un amago de lluvia que se posará sobre la docena de hombres que a las cinco de la tarde se citaron en pantalonetas de colores, allí también, el miércoles en el parque, para jugar microfútbol. Aunque del otro lado de las montañas, el resto del país a esa hora, seguía debatiendo lo ocurrido el domingo pasado cuando los guerrilleros responsables de la muerte de dos guardias indígenas fueron castigados con los fuetazos y los años de cárcel que sin derecho a apelación dictaminó la ley indígena, en Toribío la vida transcurría lejos de cualquier debate.Veinte minutos antes de que Manuel Antonio Tumiñá, uno de los muertos, fuera asesinado por las Farc, Miguel estuvo a su lado. Junto a otro poco de gente había subido a la vereda El Sesteadero acudiendo al llamado de los guardias, luego de que la guerrilla les disparara en respuesta a la petición que les habían hecho para que descolgaran unos pendones que, en territorio indígena, habían puesto en recuerdo de Alfonso Cano, su difunto jefe. Un miembro del cabildo de Toribío cuyo nombre ahora aparece entre un listado de nuevos objetivos militares de las Farc, que los sindica de “haber afectado por diferentes vías” a la organización, dice que lo único que ellos querían era hablar con los guerrilleros y preguntarles, ya a esas alturas, la razón de las balas. Una, había impactado la moto de Tumiñá. Miguel recuerda que ahí, después de conversar de eso, se dividieron en dos. Según cuenta, Tumiñá, al subir la loma, se encontró de frente con un guerrillero que le descargó el fusil.- Sapo hijueputa estoy mamado de vos, le dijo antes de disparar.Miguel pregunta si todo eso va a salir en la prensa. Piensa en lo que pensarán los que nacieron como él nació, “los externos”, “los paisas”, “los blancos”. Piensa en sus hermanos de Buga, que no saben del castigo en sus piernas. Cuando escucha que sí, que va a salir en la prensa, dice que bueno, que está bien porque es bueno que la gente sepa lo que significa hacer parte del cabildo, que la gente entienda la ley indígena. Miguel se acomoda la gorra. En el país que queda del otro lado de las montañas, donde “mucho indio” sigue siendo un término con el que insultamos y nos indignamos, el ejercicio de comprensión sin embargo no parece tan sencillo. De acuerdo con el informe Forensis de Medicina Legal del 2012, en la última década más de mil indígenas fueron asesinados en Colombia.Entre esos muertos estuvo Edwin Legarda, el esposo de Ayda Quilcué, una de las líderes al frente de la minga que en el 2008 llegó a Bogotá con 50.000 personas que caminaron desde el Cauca y otras orillas del sur, para protestar contra las medidas del gobierno Uribe. Ayda cree que el asesinato de su esposo tuvo que ver con el papel que ella tuvo en la movilización. Resguardada de la lluvia en el amplio asiento trasero de un campero Toyota de vidrios negros proporcionado por el esquema de seguridad que debe llevar, el martes de esta semana Ayda decía que mientras los indígenas continúen siendo mostrados como seres inferiores desde la educación elemental en los colegios, seguirá siendo muy difícil que se entienda lo que realmente son. La organización indígena, explica, es una forma de gobierno establecida desde antes de la conquista que se fundamenta en el sentir colectivo. En el Cauca hay 121 cabildos, que son la estructura que organiza a los resguardos donde está asentada cada comunidad. Los cabildos se organizan en nueve zonas o asociaciones (ver básico). Cada zona tiene un consejero mayor que se rige de acuerdo con los mandatos de los pueblos, que se reúnen cada cuatro años para debatirlos y concertarlos en el Consejo Regional Indígena del Cauca. Por eso la máxima autoridad es la comunidad. Al último Consejo Regional, en Coconuco hace dos años, asistieron diez mil personas. “La máxima jerarquía es la comunidad. Aquí no manda el que esté arriba”.Con la mangas del bluyín ya en su sitio, Miguel dice que la justicia indígena es inflexible en la defensa de la vida, pero no arbitraria, como algunos creen del otro lado de las montañas. Antes de que decidieran los diez fuetazos que mereció su adulterio, la gente de El Manzano, la vereda a la que pertenece, y la gente de San Julián, la vereda de la secretaria infiel, se reunió para decidir la sanción que en un comienzo contemplaba expulsarlo de la comunidad. Pero teniendo en cuenta que era la primera vez de ambos y el compromiso que en otros sentidos habían tenido con el resguardo, olvidaron el exilio. Mientras habla, Miguel a veces se pasa la mano por las piernas.- Los fuetazos son un remedio. Yo me curé. Gabriel Paví, exalcalde de Toribío entre el 2001 y el 2003 y actual Consejero de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, dice que para ellos la infidelidad no es un delito. Lo que se castiga es la irresponsabilidad con los hijos, la inasistencia alimentaria, “ahora hay mucho problema con eso”. Paví cuenta que cuando se dan esas situaciones, la autoridad del resguardo (cada gobernador tiene un gobernador suplente y un capitán que lo apoya) interviene para impedir que los problemas que se derivan de aquello, iguales en todas partes, “desarmonicen” al resto de la comunidad: primero hay diálogos con los afectados, luego una armonización con plantas medicinales realizada por los sabios a través de baños y sahumerios y si el problema persiste, fuete. Paví sabe de infidelidades que han ameritado trillas de hasta 60 repeticiones.Abel Coicué, el gobernador del resguardo Huellas-Caloto, lleva el pantalón metido entre unas botas pantaneras sucias de costras de barro. Así se veían el miércoles pero así pueden verse cualquier día. Ningún gobernador indígena trabaja apoltronado en un escritorio. Hace poco, un mandato estableció que no se permitiría la minería en ninguna de las 39 veredas que conforman el resguardo donde vive junto 8.964 personas. Pero a mediados de este año empezaron a aparecer retroexcavadoras y Coicué debió pedir ayuda a los cabildos del Norte: “Aparecieron 6.000 personas y las sacamos en un día. Hubo peleas, nos decían que no íbamos a durar vivos, pero era lo que teníamos que hacer”. Desde ese momento, tres miembros del resguardo, la capitana Margarita Ílamo, Pedro Rivera, coordinador económico-ambiental y Abel, están amenazados de muerte. Aún así el gobernador ha tenido que seguir haciendo su trabajo. Que un día puede empezar atendiendo una infidelidad. Otros, coordinando a los guardias indígenas para recuperar motos y carros robados cerca del territorio. “Más o menos en 20 o 30 minutos podemos movilizarnos y taponar una zona”. En lo que va del 2014, el gobernador y sus hombres han rescatado dos camionetas y cinco motos. En el Cauca, se calcula, hoy hay 3.000 guardias indígenas activos.Algunas dignidades, entre ellas la más alta en el cabildo, como la del gobernador, no tienen pago. “Es un castigo económico pero un premio político”, dice Esnéider González, gobernador del cabildo de Toribío, que desde el 2013 lo único que ha estrenado es un pantalón y una camisa. Cada mes, él y su familia reciben un mercado de 150.000 pesos que complementan con lo que les da la tierra. Ésneider, un moreno grandote hijo de un negro y una india, se ríe a carcajadas cuando se imagina recibiendo una remesa como la suya a uno de los gobernadores que viven del otro lado de la montaña, los que trabajan en saco y corbata acomodados en oficinas con aire acondicionado.Los gobernadores indígenas, parece, no tienen las distracciones de la ambición. Aunque en algunos casos sus periodos se extienden cuatro años, la mayoría de ellos solo ocupan su cargo por doce meses. Si lo hacen bien, es la comunidad la que les ordenará quedarse. Pero nunca serán reelegidos, dice Ayda Quilcué, primera mujer nombrada consejera mayor.Como ya es verdad sabida, los indígenas caucanos ocupan un territorio que le interesa a muchos por lo que representa para la guerra: movilidad hacia el Tolima, Hulia, Caqueta y el Pacífico; geografía quebrada; suelos fértiles para sembrar coca y marihuana; estómagos vacíos. Las autoridades indígenas, pues, todos los días tienen también que atender asuntos como esos, por lo que las salpicaduras de barro en sus ropas y zapatos son tan comunes como las nubes en el cielo. Mientras llueve afuera del carro, Ayda Quilcué cuenta lo que ocurrió a mediados de este año: para tentar a sus chicos, las Farc estuvieron regalando tablets con 15 días de internet gratis entre quienes dieran información sobre líderes indígenas y los movimientos del Ejército. De acuerdo con un informe de la universidad Sergio Arboleda, casi la mitad de los 8.000 hombres que hoy tiene la guerrilla, fueron reclutados cuando todavía eran niños.Miguel Ángel Aguirre tiene dos hijos: Erick Jeanpaul y Johan Daniel. La mamá se llama Nancy Andrade Vitonás, 28 años, Nasa pura que bien pudo haber sido parida por el sol. La primera vez que la vio, hace doce años en una discoteca de Toribío, Miguel quedó flechado. Fue en su primera visita al pueblo, en unas vacaciones. Miguel, que a los 16 no tenía planes distintos a terminar el colegio y pasarla “vacilado por ahí”, le aceptó la invitación a unos Nasa que había conocido en Buga, a donde fueron a dar manejando taxi.-Nancy me gustó como objetivo militar, confiesa riéndose. En las vacaciones, que se alargaron más de lo previsto, se enamoraron. Pero aún así Miguel se fue. Volvieron a verse a los ocho meses, después de que él vendiera el televisor, la cama y una grabadora de CD, tras la llamada de uno de su amigos: “¡Miguel, usted dejó preñada a Nancy!”. Antes de regresar al Cauca, el muchacho también vendió el celular. -En Toribío no cogía señal ni para chicanear.Desde el 2002, el muchacho vive de ese lado de las montañas. Con su mujer y el primer niño también estuvieron en Buga y El Cerrito, donde consiguió trabajó en un ingenio, varias fincas y en unos asaderos de pollos. Pero la vida no fue igual. En ningún lado le han tendido la mano como lo han hecho allí. Una vez, recuerda, bajando de la vereda en bicicleta, se le partió el tenedor y al caer perdió el conocimiento por un día entero. Cuando despertó también había perdió tres dientes y tenía la cara toda rota. Estaba en un hospital de Cali. Las suturas, los traslados, y la habitación, habían sido pagadas por el cabildo. En Toribío y sus montañas Miguel ha entendido la vida de otra manera. Y ha visto otras maneras de resolverla. “Mire por ejemplo el día del juicio contra los guerrilleros que mataron a los guardias: no hubo que esperar procesos ni abogados; si cinco mil personas se reúnen a decidir, ¿qué puede ser más sabio que eso?”. Desde sus palabras, la organización de la sociedad a la que ahora pertenece suena tan sencilla y efectiva, que si la escucharan todos aquellos que siguen diciendo “mucho indio” como sinónimo de agravio, tal vez entenderían que la tontería en la que incurren no radica solo en la xenofobia de su propósito, sino en que en vez de ofensa, el término es un halago. Al muchacho casi nadie en el pueblo le dice su nombre. Para llamarlo utilizan un vocablo Nasa: Pata Xuma.-Significa pata de ardillaCuando Miguel le fue infiel a Nancy, estaban separados. Ella le había pedido que se fuera porque desde que asumió las funciones de alguacil la desatendió a ella y a los niños. Y él se tuvo que ir. La del alguacil es otra labor que no tiene pago y que quita mucho tiempo porque es un servicio para todo el cabildo: hacer mandados, llevar notificaciones, ayudar a arreglar una cerca, cocinar para todos, pueden ser los encargos de un día cualquiera. Y en Toribío, el pueblo más atacado por la guerrilla en todo el país, un día cualquiera también puede necesitar de otros esfuerzos. El de este miércoles, conceder una entrevista a petición de su gobernador, le dio descanso después de una larga mañana de trabajo en el campo. La tierra mojada se le apretaba bajo las uñas. A las cuatro de la tarde, media hora después de haber empezado a hablar en la banca del parque, su mujer, Nancy, apareció con una bolsa de buñuelos calientes. Hace veinte días volvieron. La muchacha escucha toda la charla, a veces baja la mirada, otras veces la aprieta contra él. De ese lado, el amor se ve como un asunto tan imposible de gobernar como de este lado de las montañas. Nancy habla como una mujer enamorada en cualquier lugar del universo:-Yo lo perdoné porque lo sigo queriendo. La separada fue un capricho.

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