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El 'mausoleo' de los semisumergibles que utiliza el narcotráfico

Algunos de los semisumergibles de los narcos se han convertido en una escuela para estudiar su lógica. Historia del sitio donde acaban las creaciones de ciertos hombres con delirio Dios.

26 de abril de 2013 Por: Jorge Enrique Rojas / Editor Unidad de Crónicas de El País

Algunos de los semisumergibles de los narcos se han convertido en una escuela para estudiar su lógica. Historia del sitio donde acaban las creaciones de ciertos hombres con delirio Dios.

En varios momentos resulta inevitable no pensar en el pasaje bíblico: una ballena se traga un hombre, lo lleva tres días en su barriga y luego lo escupe al otro lado del mar. En la biblia, ese hombre se llama Jonás y tras salir de las fauces del monstruo, su misión es predicar la fe. Este es el primer momento en que lo pienso: estas ballenas también tragan hombres que viven en sus barrigas por varios días mientras atraviesan el mar. La diferencia es que si ellos logran salir de ahí, apenas tendrán fuerzas para levantar un brazo y echarse la bendición. Jonás fue tragado por la ballena porque quería ir en contra de su destino, que era difundir la palabra de Dios para salvar a un pueblo perdido. Este es el segundo momento: aquí, son los hombres los que escogen meterse en la panza del animal para desafiar al destino, al mar, la vida, la muerte, la ley. En la biblia, la ciudad que iba a desaparecer fue perdonada tras escuchar la palabra de Jonás. Este es el tercer momento: en la historia de los semisumergibles de la mafia, ballenas de hojalata creadas por narcotraficantes con delirio de Dios, no hay milagros, ni misericordia, ni salvación. O tal vez sí. Alguna, pero muy pequeña.En un rincón de Bahía Málaga, la base que la Armada Nacional tiene en el Pacífico para proteger el océano y las costas extendidas desde Nariño hasta Chocó, una docena de esos armatostes permanecen dispuestos en fila como un museo al aire libre. No hay un letrero que lo distinga así, pero acomodados de esa manera, la sucesión de semisumergibles incautados en los últimos diez años se ha convertido en eso, una exhibición de creaciones de la mafia que sirve para observar la evolución de la lucha contra las drogas en aquella porción de país. Quienes estudian y recorren el museo son los hombres que trabajan justo allí, patrullando el mar Pacífico. Juan Aldana, capitán de fragata y comandante del buque ARC Buenaventura, tiene una explicación para aquello: de los 83 decomisos que han hecho desde 1993, cuando fue descubierto el primer semisumergible cargado de droga, menos de una decena de hallazgos fueron hechos en el Atlántico. El resto han sido interceptaciones en manglares, alguna playa o en aguas abiertas del Pacífico. El Pacífico, dice el oficial, lleva ese nombre porque es así, manso aunque no lo parezca. Y de esa condición se han valido los narcotraficantes en su repetido intento de sacar la droga del país. Poco a poco lo fueron entendiendo: un semisumergible en el Caribe es como un barquito de papel en una piscina de olas. Los narcos, con el tiempo, han ido educando algunas de sus torpezas.El sitio, que visto de lejos también parece un gran mausoleo, cobra sentido entonces estando allí, en Bahía Málaga; para que los cadetes, buzos, submarinistas que pasan sus días custodiando esas aguas color revuelto aprendan algo de la lógica criminal y la forma en que ha ido cambiando. Es su pequeña salvación: para luchar contra las ballenas, hay que aprender a pensar como Jonás. ***El comienzo de todo fue hace más de veinte años años, cuando todo era también distinto. El capitán de corbeta Juan Mauricio Díaz, director de la Estación de Guardacostas de Buenaventura, recuerda la lucha iniciada en los ochenta: en ese tiempo los narcos mandaban a cargar lanchas rápidas en las noches y salían llenos de cocaína rumbo a Centroamérica o algún punto de altamar, donde se encontraban con embarcaciones mayores que terminaban el envío. Luego, con el sol arriba, los encargados de la vuelta regresaban en la misma lancha, ya sin prisa, pasando como pescadores en un día sin suerte. En un principio el éxito fue tal, que los narcotraficantes estipularon propiedad sobre ciertas rutas y hubo lancheros millonarios que vivieron tiempos de derroche y lujo por cuenta de sus patrones. Pero luego llegó la época de la colaboración del Gobierno estadounidense. Tras años de ver sus calles tapizadas de droga venida de este lado del mundo, agencias como la CIA y la DEA decidieron trabajar en llave con autoridades colombianas. Lo que sucedió en esa época es ya sabido: época de infiltraciones, de arreglos entre narcos, de soplones aplastados como sapos. Una época, también, en que la Armada recibió una dotación de equipos que le permitió empezar a contrarrestar la velocidad de la mafia. A comienzos del 2005, las Go Fast, como eran conocidas sus máquinas, comenzaron a ser incautadas cada vez con más regularidad hasta casi dejar de operar en el 2008. Antes de eso, el negocio había sido tan rentable que cientos de esteros de Buenaventura, Chocó, Nariño, Cauca, llegaron a convertirse en los talleres de fabricación de esas lanchas. Uno de los últimos en ser descubiertos apareció en límites entre Cauca y Nariño. De acuerdo con los registros de la Armada, en cercanías del caserío de Payán fue hallado un astillero con tres Go Fast, 10 motores de 200 caballos de fuerza, 5.900 galones de gasolina y todo lo necesario para hacer lanchas en serie: pulidoras, taladros, motobombas, una cortadora de madera. Según el Ministerio de Defensa, solo durante el 2008 fueron incautadas 70 lanchas. Ese año los narcos perdieron droga con un valor comercial que en ese momento se estimó en 600 millones de dólares. Aquel fue el punto de inflexión. Golpe tras golpe, los mafiosos, amantes de la velocidad, entendieron que había algo que tendrían que hacer lento. Esa es la génesis de los semisumergibles: un día pensaron que cargar ballenas de hojalata sería bueno para ellos. Y las ballenas se hicieron.***Es un asunto del que poco se sabe: la mayor parte del trabajo que hay detrás de la incautación de un semisumergible se hace en suelo firme. Los semisumergibles generalmente son construidos en medio de un estero, entre el fango, en plena selva. Sitios escogidos lejos de carreteras y pueblos, de tal forma que solo quienes estén encargados sepan de aquello. Aunque en algún momento se cree que los narcos trajeron ingenieros de Rusia, Pakistán y Sri-Lanka para que los asesoraran, en los últimos años quienes terminaron fabricando sus máquinas fueron pescadores, obreros, electricistas, plomeros. El proceso puede tardar entre seis meses y un año y la inversión, alcanzar el millón de dólares. Esa es la razón de tanto sigilo. Y por eso una última medida para conservarlo: cuando el semisumergible está listo, los hombres que lo fabrican generalmente son asesinados.Una fuente de inteligencia cuenta que por eso muchos de los hallazgos que se han hecho en los últimos diez años se dieron a partir de detalles de los que nada se sabe al momento de exhibir los resultados: la mujer de un constructor seguida al mercado donde compra la ropa que le envía; un constructor que se escapa para visitar a su padre enfermo; una remesa exagerada cargada en un pequeñísimo bote de madera. Las ballenas de la mafia casi siempre se pescan lejos del agua.Otra de las cosas de las que poco se sabe es de la vida de los hombres que aceptan embarcarse. Según el capitán de corbeta Juan Mauricio Díaz, aunque la mayoría de veces son tentados con pequeñas fortunas (a un motorista pueden pagarle 200.000 dólares por viaje), también es común que sean amenazados para que acepten. Porque no siempre lo hacen: viajar significa, en un principio, exponerse a una intoxicación por gases. Construidos artesanalmente, los semisumergibles casi siempre carecen de conductos de ventilación apropiados, por lo que al estar en marcha se convierten en baules donde se concentran el olor del diesel, los gases de la combustión y los químicos de la cocaína. Y sumado a todo eso, un detalle: allá abajo no hay baño. Y a veces, dependiendo de la presión de las autoridades, los semisumergibles tienen que pasar tres o cuatro días sin abrir la escotilla para evitar ser vistos por los guardacostas. Su tripulación, que casi siempre es de cuatro personas (el capitán, un motorista y dos ayudantes) debe pasar entonces todo es tiempo encerrada, haciendo sus necesidades en bolsas que tienen que apilar en un rincón hasta que todo se calme. El estómago de las ballenas es un infierno maloliente. ***En principio, en el museo de las ballenas de la mafia, la evolución de esos animales no es tan evidente. Todos los semisumergibles que están allí fueron hechos a partir de lanchas tipo cigarrete. La estructura de esos botes fue la base sobre la que hicieron el resto: tapar con fibra de vidrio, recubrir con plomo para darles estabilidad, montarles motores diesel y dotarlos con sistemas de navegación satelital. Las diferencias evolutivas son más de fondo que de forma. Por ejemplo, el primer semisumergible dejaba una estela de calor que podía ser detectada por un avión con cámara infrarroja. Para los siguientes intentos, los narcos corrigieron la falla instalando tubos de escape para mermar la mancha; en uno de los semisumergibles del museo es posible ver un sistema de refrigeración que funcionaba con agua del mar.Los colores también han cambiado. Las primeras máquinas eran azules. Los mafiosos, dueños de una limitada escala cromática, pensaron que el mar solo podía ser de ese color y nunca se les ocurrió que con los reflejos de la luz el agua cambia. Al final de la exhibición hay una mole encontrada hace dos años en Timbiquí: una bestia con capacidad para cargar ocho toneladas y dotada con camarotes, sanitario y aire acondicionado. Nada de eso, sin embargo, es novedad. Lo llamativo de la máquina es su capacidad para sumergirse dejando solo un metro por fuera del agua. Porque eso, pasar de ser semisumergible a casi un submarino, es el máximo punto de la evolución que hasta ahora se conoce del proceso. Entre ensayo y error, nadie sabe cuántos aparatos construyó la mafia en los últimos años. La DEA calcula que solo en el 2008, al menos 40 sumergibles zarparon desde Colombia hacia algún destino. El teniente Areiza cree que tal vez por eso, por lo común que se volvieron en las noticias y por las repetidas incautaciones registradas en esta década, los semisumergibles dejaron de ser vistos como monstruos extraordinarios. Pero eso, solo en Colombia: hace unas semanas Rasmus Tantholdt, corresponsal para el extranjero del canal TV2 de la televisión danesa, llegó hasta Bahía Málaga con un equipo de producción y la intención de un reportaje para tratar de explicar cómo diablos es que la droga de este lado del planeta sigue llegando hasta el otro lado del mundo.De frente a las bestias, Rasmuss, un periodista de 40 años que todas las semanas viaja a distintos países para contar historias de guerra, parecía un niño asombrado viendo el esqueleto de un dinosaurio. En la Estación de Guardacostas de Buenaventura, donde está el último semisumergible incautado, dijo en cámara que era increíble que con una tecnología tan limitada los narcotraficantes siguieran poniendo en jaque al mundo entero. Mientras hablaba, por encima de un puente que lo protegía del sol, decenas de militares pasaban apenas fijándose en él y la cámara que lo apuntaba. Atrás suyo estaba el semisumergible, olvidado sobre la arena como una ballena encallada. Y al fondo el Pacífico, ese mar turbio capaz de arrastrar monstruos como ese, tal vez, en el mismo instante en que un periodista habla de ellos.

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