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Paula y Alex Santa.

Dos testigos de la incursión paramilitar en el Valle que redimen a otras víctimas

Paula y Alex Santa hoy trabajan en la Unidad de Víctimas, brindando apoyo a quienes como ellos han sufrido en carne propia la guerra. Vea su historia.

16 de mayo de 2017 Por: Paola Andrea Gómez, Jefe de Información de El País.

Del alegre bullicio queda un silencio fantasmal del cual se desprenderían palabras desafiantes, que humillaron corazones humildes, que pisotearon los sueños de hombres buenos, que fueron sepultados por el tableteo de metrallas; ese día el monstruo de la guerra caminó sobre la tierra...

Extraído del poema ‘Al Acoso de la guerra’.

Alexánder Santa Racines, un educador que hoy asiste a las víctimas del conflicto armado, tiene en su haber 500 escritos entre poemas y cuentos infantiles de esa ‘horrible noche’ que se prolongó por años, cuando las Autodefensas Unidas de Colombia irrumpieron en el Valle.

Su memoria clara guarda uno a uno los recuerdos de esos días donde la violenta incursión paramilitar desocupó veredas enteras y arrasó con la vida de decenas de campesinos. Su memoria clara, como un libro de historia, condensa también lo que ha sido para él y su hermana Paula trabajar en busca de la paz interior y exterior de todos los que junto a ellos renacieron de las cenizas y hoy construyen una nueva realidad:

 ***

Alex: “Cuando terminé mi colegio en Cali me propusieron ser docente en el municipio de San Pedro. Allí fui maestro durante 13 años, entre 1995 y 2008. Tuve que vivir de primera mano el conflicto en el centro del Valle. Me tocó conocer al ELN, las Farc, los paramilitares; estar confinado, por largo tiempo, junto a mis compañeros en la institución Julio Caicedo Téllez, en el corregimiento de Buenos Aires.

Era la zona usada como corredor por esos grupos, pero el que más permaneció (de 1999 a 2004) fue el Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia. Vi cómo padres de familia iban desapareciendo, porque los paramilitares hacían desapariciones y muertes selectivas. Yo trabajaba en un colegio de 150 niños en el que después quedaron 50, luego 20, y al final, 8. Por temor, todos se iban yendo. De un corregimiento de 400 personas quedaron 20, cuando el Bloque Calima eligió como su base de operaciones a Buenos Aires. Desde allí se ordenó la masacre de La Alaska ( ocurrida el 10 de octubre de 2001). Y luego, en el 2004, ocurre el homicidio de mi padre...

 La primera alerta llegó sin avisarnos. Veíamos en los noticieros todo lo que estaba pasando en el Urabá antioqueño, en Chocó y Tumaco y también cómo en Trujillo había masacres. Pero como estábamos del otro lado de la cordillera no pensamos que nos fuera a pasar nada. 

El domingo 12 de septiembre de 1999 iba en el bus escalera de Cali hacia Buenos Aires y en el camino un compañero del colegio que iba en moto se devolvió, se subió al bus y nos dijo: ‘bájense todos porque no pueden ir allá’. En ese momento apareció el paramilitarismo en el centro del Valle. Esa misma noche mataron a un inspector y a un chico de la comunidad. A los profesores nos llamaron aparte y nos advirtieron que debíamos quedarnos. Que si nos íbamos, nos mataban. ‘Nosotros sabemos dónde están sus familias, ¿la tuya está en Cali, cierto?’, decían. A la casa donde vivíamos los docentes le quitaron las puertas. Ellos se quedaban durmiendo en los pasillos.

 A muchos habitantes del lugar nos tocó verlos cavar su propia tumba. El pueblo está en una meseta, luego sigue una colina. Entonces desde abajo  se veía cómo les daban una pala para cavar y luego les disparaban.

Los paramilitares ocuparon la cancha múltiple del corregimiento; los niños no pudieron volver a jugar al parque, se encerraron. Buenos Aires es de dos calles, tú ibas por una y te encontrabas una cantidad de gente armada y si pasabas a la otra, te encontrabas la misma cantidad. 

En 2001, con la masacre de La Alaska se cierra el conflicto en San Pedro. Nos dimos cuenta de lo que había pasado porque se emborracharon, hicieron una fiesta y contaron lo que hicieron. El atentado a las Torres Gemelas fue en septiembre 11 y la masacre, en la que asesinaron 24 campesinos, fue el 10 de octubre. Le marcan a uno mucho la vida esas dos situaciones seguidas.

Días después de esa tragedia nos levantamos un día y cuando salimos ya no había nadie: desaparecieron. Quedaron muchas cicatrices, muchos dolores. Vimos morir mucha gente cercana. El primero fue el inspector que nos apoyaba en todo. Se llamaba Héctor Sánchez. Luego, la desaparición de un padre de familia que era muy cercano: Diego Arenas, amigo de la familia. Su señora y sus hijas, uniformadas, lo esperaron durante mucho tiempo, todos los días, sentadas en el andén. Nunca apareció su cuerpo. Después mataron a un chico al que le decíamos 'cariño'.  Era ayudante de la chiva y nos hacía mandados. Lo vimos cargar la pala y claro, saber a dónde iba. El papá del chico  pudo sacar sus restos solo ocho años después, cuando  no había nadie que se lo impidiera.

Luego viene lo de mi papá. Como se había pensionado muy joven, en 1991 (fue policía) se dedicó a cultivar café en la finca de mis abuelos. Lo mataron el 1 de agosto de 2004. Se llamaba Luis Hernando Santa. Lo involucraron en algo que no tenía que ver y la orden fue ejecutarlo.  Siempre hemos supuesto que el ir y venir de la ciudad al campo lo marcó. 

El día que lo mataron había ido a misa junto a mi mamá. Al regresar a casa, mi mamá se va a servir un café y cuando está en la cocina escucha  disparos. Sale a la puerta y  cuando se devuelve ve a mi papá muerto en la sala. Dicen que fue un chico desde una moto. Le dieron 13 disparos... 

***

Paula: “Siempre he pensado que además de que lo relacionaran como ex policía lo marcaron por su carácter. Él era de origen paisa, aguerrido, fuerte. Era apasionado con el tema militar, se soñaba a diario formando. Mis discos de cuna eran los que recitaba el Ejército ‘un elefante se balanceaba, vamos a llamar a un policía’… esa canción me la aprendí así y cuando empecé a crecer supe que era distinta. Para pasar la calle decía “arr, un dos tres, arr”. Creo que fue más un no hacer, no ceder, lo que lo condenó a la muerte.

La última vez que lo vi fue un 29 de julio en Cali cuando me dijo: ‘hija, ya cumplí’. Así cerraba mi ciclo en la universidad. A diferencia de Alex que había vivido el conflicto, que conocía su olor, yo no sabía bien lo que era. Simplemente era la niña de casa que papá cuidaba. Estaba en una burbujita. Alexánder, en cambio, es el ícono del conflicto en el centro del Valle, muchos de sus alumnos que ya son papás, lo buscan como referente.

En la Unidad de Víctimas trabajo como enlace de asistencia. Atiendo a quienes sufrieron desplazamiento. Entrevisto al grupo familiar y les explico la ruta de acceso a sus derechos. Mi rol no es caracterizarlos, pero ellos siempre terminan contando todo lo que les pasó y yo nunca los corto porque siento que es un deber escucharlos. Que esa persona sienta que la escucho, porque a veces las víctimas solo necesitan ser escuchadas, que el Estado las escuche. 

Hay historias que impactan mucho. Las dos primeras semanas de trabajo dormía poco y llegaba a mi casa a llorar. Y al día siguiente llegaba una historia peor. Me tocaba pararme de la silla e ir al baño a llorar porque eran muy fuertes. Las que más impactan son aquellas que atentan contra la integridad sexual. 

Y mi herida personal siempre está ahí, cada vez que llega una historia de un papá y una hija vuelvo y lloro. Les digo 'mira, yo te entiendo yo también soy víctima del conflicto'. 

Siempre pienso que mi padre era el eje de mi familia, pero ya no soy la niña consentida y necesito crear valor. Cada vez que me siento con alguien estoy consiguiendo paz. Todos deberíamos estar en esto. Mi hijo de cinco años dice ‘oye mamá vi en las noticias decir no más víctimas’. Para tranquilidad, voy a tener la seguridad de que en mi casa mis hijitos van a ser constructores de paz. Sí hay unos duelos por superar, pero esos mismo duelos le dan energía a uno.

***

Alex: Yo nunca estuve nombrado como docente, siempre fue a punta de contratos. En agosto de 2008 estoy dictando clase y  llega un muchacho a decirme que viene de la Gobernación y que es mi remplazo. Nunca hice política y en ese año el gobernador (Juan Carlos Abadía, de acuerdo con la fecha) llegó con nombramiento políticos. Del municipio sacó 25 docentes. Entonces empecé a  trabajar por las víctimas, en la Fundación Bella Luz, que organizamos con mi hermana. Hacíamos orientación a las personas de la zona rural que nunca declararon su desplazamiento. Aún no había Ley de Víctimas. Y llevábamos los casos a la Gobernación del Valle. No nos pagaban, pero sabíamos que teníamos que hacerlo, dejar de ser invisibles. 

A los meses me llamaron de la Unidad de Víctimas. Cuando llegué y supe que iba a aportar mi grano de arena en esta parte de la historia, me llené de alegría. Soy el enlace de reparación, debo entregar las indemnizaciones y es muy gratificante poder decirle a la gente ‘mire que sí es verdad’. Y ver las lágrimas de emoción... La primera indemnización se la entregué a una amiga: Floralba, le habían matado el esposo. Fue una de las primeras muertes paramilitares.

¿Que cómo está uno por dentro para enfrentar la vida? Aún falta mucho por cicatrizar. A mí me ayuda para hacer catarsis contar la historia, pero sobre todo, poder darles fortaleza a otros. El saber que cuando me hablan yo sé qué es un desplazamiento, un homicidio, ver casas arder. Ahora sé que pese a todo, mi dolor es pequeño frente al dolor del otro. Y saber que después de tanto dolor hay quienes vuelven a levantarse y son capaces de reconstruir su vida es la más grande recompensa.

Memoria y dignidad

Mañana, 30 de julio, en la Plaza Boyacá de Tuluá, se realizará la IV conmemoración de “Memoria y dignidad campesina”.

De acuerdo con la organización del encuentro, este se enmarca “en un contexto de esperanza que motiva la cercanía del Acuerdo Final de los diálogos de paz entre el gobierno y las Farc; diálogos que han sabido poner en el centro de sus acuerdos a las víctimas”.

En el acto, que inicia a las 9:30 a.m., habrá una misa, y la presentación del grupo ‘Gestos Teatro’; así como de la campaña “Por la Paz de la Nación, el campesinado le pone el Corazón”.

Habrá, además, una charla sobre el acuerdo de Víctimas de La Habana.
El evento es apoyado por el Centro Nacional de Memoria y la Personería de Tuluá.

Según una investigación de la Consejería de Paz del Valle, el Bloque Calima cometió 60 masacres, dejando 771 personas asesinadas y cerca de 800 desaparecidos.

Posesión

Fabiola Perdomo tomó posesión ayer de su cargo como directora territorial de la Unidad de Víctimas, ante el director nacional de la entidad, Alan Jara.

En el acto, Perdomo dijo que será un reto atender a las más de cinco mil víctimas del Valle del Cauca.

La nueva directora es viuda del diputado Juan Carlos Narváez, asesinado en cautiverio por las Farc.

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