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¿Cómo es un día en la vida de un policía del escuadrón antiexplosivos de Cali?

15 desactivaciones en el 2012, turnos de 24 horas, el riesgo. Historia de los hombres detrás de los cascos.

28 de noviembre de 2012 Por: Yefferson Ospina Bedoya | Especial para El País

15 desactivaciones en el 2012, turnos de 24 horas, el riesgo. Historia de los hombres detrás de los cascos.

Hace dos días el chisme corrió en el barrio Nápoles: una maleta bomba abandonada . Se vio gente correr, el miedo. Hasta que llegaron los hombres antiexplosivos y anunciaron que era una falsa alarma. Tuvieron que pasar varios minutos, casi media hora para que pudieran saberlo. Antes, era la muerte camuflada. La acción fue registrada por la prensa: noticieros, diarios, fotos. Pero eso no siempre pasa. Casi siempre, el trabajo de esos hombres que evitan explosiones en la ciudad es tan anónimo como el de quienes se encargan de limpiar sus calles en la madrugada. ¿Cómo son los días de esos tipos que se levantan de lunes a lunes a enfrentarse con una ruleta rusa?Cantándole a la muerteEn Cali, donde a diario se reciben veinte llamadas reportando presuntos artefactos explosivos abandonados, cuatro hombres se encargan de atender las emergencias. Sean reales o no, solo cuatro y siempre trabajan en parejas.Lo primero al empezar el turno de 24 horas es discutir los problemas de cada uno. Hacer un listado: las discusiones con sus esposas, el tiempo con sus hijos. El Hombre Uno, quien desactive las bombas, será quien mejor esté sicológicamente. El otro, el Hombre Dos, se encargará de las herramientas. Hombre Uno y Hombre Dos es apenas un protocolo para tomar esa decisión. Porque en el terreno se llamarán por sus nombres, se harán bromas, cantarán. Detrás de las máscaras de protección, los antiexplosivos no pueden estar tensos: el primer error será el último.Una ciudad con mecha6:30 a.m. Hace frío. Los dos hombres beben café. Hablan. Se conocen hace dos años. Se cuentan de la vida, el día anterior. Deciden: el hombre moreno será el Hombre uno. El otro, algo más alto que el primero, el Hombre dos. Salen.Patrullarán por toda la ciudad hasta las 7:00 a.m del día siguiente. En algunas de las veinte llamadas que en promedio recibirán, escucharán sobre paquetes sospechosos, carros abandonados, objetos extraños. Inspeccionarán el edificio de la gobernación, las principales estaciones de Policía, las estaciones del MIO.Durante este año han hecho un total de quince desactivaciones. Más de una por mes. El promedio más alto de Colombia, el mayor número de atentados con bombas en los últimos cinco años: entre ellos el atentado contra la Policía en el 2007 y del Palacio de Justicia un año después. El Hombre UnoDecidió pertenecer al escuadrón antiexplosivos por vocación. “Aquí nadie entra obligado”. El hombre lo cuenta así, como si se dedicara a amasar pan. Habla así y cuenta que ha puesto en riesgo su vida porque cree en lo que hace. También en la necesidad de su trabajo.Para lograrlo, fue durante 14 meses a la Escuela de Investigación Criminalística de la Policía. Estudió física aplicada a los explosivos, química, electrónica, sistemas, sicología. Se sometió a pruebas de resistencia mental y física. Por 14 meses. Durante ese tiempo se casó. Tuvo dos hijos. Luego, a los 26 años, empezó a enfrentarse con las bombas: estuvo en Vaupés, Mitú, Nariño. Entonces le vio la cara a la muerte: dos de sus compañeros murieron durante una desactivación fallida: “Fue lo más difícil. Uno se desmoraliza. Perder a un amigo de ese modo duele. Pero yo creo en esto y aquí estoy”.El Hombre DosSiempre le gustó la Policía. Ingresó como patrullero a los 18 años. Hizo parte de un grupo antiguerrilla que operaba en el sur del país. También estudió durante catorce meses física, química, electrónica, sistemas.Luego, en la vía que conduce de Pensilvania a Arboleda, en Caldas, mientras un grupo de uniformados caminaba, el objeto estalló: un paquete bomba dejado por la guerrilla al lado de la carretera. Uno de sus compañeros murió; él lo recuerda: el cuerpo, la sangre, los gritos de los otros, su miedo, los disparos alrededor. “Es lo más duro. Uno piensa que eso le pude pasar a uno en cualquier momento. Pero uno sigue aquí, defendiendo a la gente”. Luego fue enviado a Cali. “En la ciudad es tan complicado como en el campo. Uno en el campo se encuentra con campos minados, con cilindros, uno está asediado por la guerrilla, siempre por la guerrilla. Y aunque eso no pasa en la ciudad, aquí uno no sabe quién es el enemigo. Además, el peligro es para mucha más gente”. El Hombre Dos también está casado. Está esperando un niño.Cantándole a la vidaEn la patrulla llevan sus herramientas: el EOD–8, un traje blindado que pesa 15 kilos, verde, semejante al de los astronautas. Pinzas fabricadas en carbono, equipos de radio, cascos. También un robot que usan en los casos en que es imposible acercarse a los artefactos. Son apenas los equipos necesarios. No están mal, pero tienen lo mínimo. Lo saben. Ahora van hacia la estación del MIO Torre de Cali. Previniendo un paquete sospechoso, el Hombre Uno se pone el EOD–8  y se acerca. En caso de una explosión, el traje no garantiza que salga ileso, pero no usarlo aumenta en un 80% las posibilidades de que mueran.Entran en la estación. La gente los mira, se asusta. En sus uniformes se lee: “explosivos”. El bus T31 está detenido y los dos hombres entran acompañados por un policía que lleva un perro. Verifican debajo de los asientos, en los rincones del bus, revisan maletines. Este año han desactivado tres bombas en el sistema de transporte. “La explosión de una sola de esas cargas habría afectado decenas de personas, tal vez las hubiera matado”, dice el Hombre Uno.Esta fue otra falsa alarma. Hombre Uno y Dos respiran, caminan hacia la patrulla, hablan, comentan algo de la operación que acaban de hacer, uno de ellos habla del calor que ahora revienta en el aire. Adentro del carro encienden la radio. El Hombre Uno canta.

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