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Buenaventura, un puerto en el que también hay héroes anónimos

Historias de personas que luchan por Buenaventura. Un entrenador de fútbol, un sacerdote de un barrio deprimido y una madre cabeza de familia.

31 de marzo de 2014 Por: Ana María Saavedra | Editora de Orden

Historias de personas que luchan por Buenaventura. Un entrenador de fútbol, un sacerdote de un barrio deprimido y una madre cabeza de familia.

Buenaventura no solo es noticias de pobreza, corrupción y violencia. Los protagonistas de esta historia no son ni los ‘Urabeños’, ni la ‘Empresa’, no se hablará de las casas de pique, las fosas comunes o el miedo. Se hablará de los héroes anónimos que viven en esta ciudad, que pese a todo el dolor, lucha por vivir. Lucha por ser feliz.Un sacerdote de jeans y pelo largo que ha convertido su iglesia en un lugar de encuentro de proyectos sociales. Un hombre, de sonrisa grande, que le enseña valores a 120 niños a través del fútbol. Una mujer, madre cabeza de familia, que se ha convertido en líder de su barrio.El profe del balón-Profesor Cuper, a qué horas vamos a jugar nosotros.- Le pregunta uno de los adolescentes que esperan su turno junto a la cancha.José Cupertino Lizaldo mira el reloj y toca el pito. Es el turno del otro equipo de fútbol, conformado por ocho niños y tres niñas. Unos juegan en chanclas, otros descalzos y otros en tenis. En pocos días les llegaran los uniformes para los 120 menores, en cuatro turnos, entrena el profe. “No podemos creer ahora que tenemos 30 balones, cuando yo entrenaba a los niños del barrio solo teníamos uno para un mundo de pelados”, dice.El sol de las 2:45 p.m. y el polvo que se levanta cuando corren en la cancha de arena del barrio Caldas -ubicado en la comuna 12, a la entrada de la ciudad- no les quita las ganas de jugar a los alumnos de Cuper. El profe, que hace 19 años llegó a Buenaventura procedente de Istmina, Chocó, empezó a trabajar como estibador en el puerto y es ahora el líder de la junta de acción comunal del barrio Caldas y uno de los nueve monitores de fútbol capacitados por la Fundación Carvajal en el programa Golazo en el Puerto.“No es una escuela de fútbol, es un proyecto para cambiar la forma de vida de los niños y niñas para que no caigan en la drogadicción o en cosas malas. Trabajamos en valores que hacemos que apliquen en la cancha, en la casa y en la calle”, explica el profe Cuper, quien es tecnólogo en educación y deporte.Y espera que estos niños que ahora ve correr detrás del balón puedan hacerle una gambeta a la violencia y no repetir la historia de muchos de sus primeros alumnos a los que tuvo que ver morir, caer presos o que siguen en las filas de los grupos ilegales.Ahora, cree, será diferente. “Muchos de esos niños podrán ser profesionales y tener un futuro porque le estamos enseñando valores, hay veces que sus padres me buscan agradecidos para contarme sorprendidos cómo sus hijos los corrigen cuando hacen algo indebido”.Los mismos padres que en días pasados se unieron para defender al profe Cuper de un grupo de jóvenes que intentó robarle tres balones.La voz de las víctimasEl Jesús del barrio Lleras tiene 35 años, viste de jeans y camiseta, tiene el pelo sobre los hombros, le gusta andar descalzo y nació en un pueblito del César llamado Chimila.Adriel Galván es un sacerdote singular. De esos que cuando hablan recuerdan a Jesús, el revolucionario que expulsó a los mercaderes del templo, el que defendía a los pobres y oprimidos.El padre Adriel, quien lleva siete años en la ciudad, defiende a los pobres y a las víctimas de Buenaventura. Por eso, estudió filosofía y teología y su tesis de la maestría en DD.HH. en el Externado es acerca de la memoria y el derecho a la verdad. Desde su parroquia del barrio Lleras, -uno de los sectores de bajamar en los que se esconden casas de pique y que ha visto pasar en su historia a milicias de las Farc, paramilitares, narcotraficantes...- fue uno de los organizadores de la marcha que el 19 de febrero pasado le dijo no más a la violencia.Su voz se ha alzado fuerte, sin miedo, para denunciar la violencia que viven los barrios de bajamar, especialmente porque asegura que en nombre del progreso, con la intención de trasladar a los habitantes de bajamar, se están cometiendo injusticias.“Ni en Buenaventura ni en ninguna parte las víctimas han sido reconocidas y menos aquí donde hay una administración que no respeta el derecho de las personas”, dice. Y agrega que no cree en el Gobierno porque “aquí no ha funcionado la democracia, ha sido una mafia. Aquí, en Buenaventura, no ha estado el Estado”. Habla en una habitación que tiene las paredes llenas de fotografías de personas desaparecidas o asesinadas. Es la Capilla de la Memoria, creada en homenaje a Jaír Murillo, líder comunitario asesinado en el 2010.En esa casa de dos pisos, junto a la iglesia del barrio, funciona un proyecto social, en el que los jóvenes reciben clases de danzas, de música, talleres de DD.HH. A través de ese esfuerzo de unir a la comunidad y arrebatarle niños y jóvenes a los grupos armados, con el arte y la educación, es que Adriel cree que Buenaventura podrá salir adelante. “Uno puede enfrentarse a los actores de muchas formas y esta es una de ellas”.Un ejemplo de madre”A mis cuatro hijos los he criado yo sola. Aquí en Buenaventura la mayoría de las mujeres somos cabeza de hogar. Es que si usted se ve Helenita Vargas, pues le digo que mi marido era peor que el de ella. Con una frase le resumo todo: El mío tiene 24 hijos en diferentes mujeres y por ninguno ha respondido”. Termina la frase y suelta una carcajada. “A ese mal hombre le dí mis primeros tres hijos, luego salí de guatemala a guatepior y tuve otro bebé, la niña tiene tres meses”.Elsy Adriana Delgado, de 43 años, es una de esas mujeres que pese a los sufrimientos, siempre tiene una sonrisa y deseos de ayudar a los demás. Cría pollos con sus amigas, fue vendedora de periódicos, vende bolis y jugos. “Hago de todito, lo que salga”. Y aparte de estos trabajos y de hacer el oficio del hogar, es madre líder de familias en acción y hace parte de la red de veeduría para el centro de desarrollo infantil construido en la Comuna 10.“Soy la persona encargada de 50 beneficiarias de familias en acción, lo hago como voluntaria. La mayoría de las mujeres de ese grupo somos cabeza de familia por eso creo que tenemos que trabajar unidas. Cuando me reúno con mi grupo les recalco que despertemos. Busco educarlas para salir adelante. Hacemos talleres y charlas. Estoy pendiente de las becas del Sena”.Elsy dice que lo más doloroso es ver que su historia la repitió su hija, madre de dos hijos que viven con ella. Y su hijo mayor también dejó embarazada a una joven. De la violencia que tocó su familia no quiere hablar. Prefiere callar.Ahora, dice, vive más tranquila en el barrio El Progreso. Hace años sufrió la violencia con la llegada de los paramilitares y los ataques de la guerrillera al barrio Alfonso López -en bajamar-. “Me tocó ver muchos hijos de amigas caer o en las balaceras tirarme al suelo con mis hijos. En un ataque que le hicieron a la infantería vi desde mi ventana como le destrozaban la cara a un infante con una granada .-cierra los ojos y llora-. Por eso me fui del barrio”.Pero ni el miedo ni la historia que no quiere recordar le ha quitado la berraquera. “Si todos aportamos, los funcionarios dejan de robar, de hacer inversiones fantasmas, Buenaventura sale adelante”.

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