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Así se narra la violencia desde El Salvador, el país con más homicidios del mundo

El periodista salvadoreño Óscar Martínez habla sobre la violencia en su país, los problemas de las maras y el posconflicto. Dice que en Latioamérica experimentamos un nuevo tipo de guerra.

13 de agosto de 2016 Por: Ana María Saavedra, editora de Orden

El periodista salvadoreño Óscar Martínez habla sobre la violencia en su país, los problemas de las maras y el posconflicto. Dice que en Latioamérica experimentamos un nuevo tipo de guerra.

Óscar Martínez habla despacio, con un acento cantado. Hijo de padres de izquierda, que le inculcaron la lectura. Es el hermano de la mitad. El mayor, Carlos, es periodista, como él. El pequeño es antropólogo, que investiga temas como las maras. De niño, vivió “un corto tiempo” exiliado en Guatemala. Nació en 1983, tres años después del inicio de la guerra  en El Salvador. 

“La guerra empezó en el 80, yo nací en el 83. Cuando  terminó yo tenía 9 años. Recuerdo los helicópteros y el miedo a los militares.  En mi casa recuerdo a personas heridas por la colaboración que mis padres prestaban a uno de los grupos guerrilleros del momento. Son recuerdos vagos. Soy de una generación de la posguerra. Esta nueva guerra  es la que me ha forjado mas que los recuerdos de esos años”, dice Óscar.

Y es esa posguerra la que ahora de adulto cubre como reportero en su país y en Centroamérica. Desde la Sala Negra de El Faro -un medio independiente que este año   ganó el Reconocimiento a la Excelencia Gabriel García Márquez- ha escrito crónicas como  ‘La Policía masacró en la finca San Blas’, una matanza del  26 de marzo de 2015 de ocho personas; ‘Asesinaron al Niño de Hollywood (y todos sabíamos que eso ocurriría)’,  la muerte del miembro de uno de los miembros de la Mara Salvatrucha; ‘Los coyotes domados’,  sobre la masacre de 72 migrantes en Tamaulipas...   

Fueron esas historias las que hicieron que el jurado del premio Moors Cabot a la Libertad de Prensa, uno de los más importante del gremio, reconociera su trabajo. 

¿Cómo es contar la violencia en Salvador, el país con la mayor tasa de homicidios?

Te obliga  a pensar tres veces la manera y las técnicas con las que vas a hacer las cosas. Cometer errores en estos casos, con un nivel de criminalidad como el de acá, puede llevar a que vos como periodista mates a alguien, lo metás en problemas. Es es algo que nos ha pasado, que pese a los esfuerzos y cuidados que tuvimos, fuentes valientes que han decidido contarnos lo que está pasando hayan sido amenazadas, e incluso, tuvieron que abandonar el lugar en el que vivían. El reto más grande que tenemos es proteger a la gente que ha tenido el valor de sacudirse el miedo con el que viven todos los días y contar intimidades tan grandes como lo que sufren.

¿Por qué El Salvador llegó a esos niveles de violencia?

Desde el 2005 empezó un aumento paulatino en los homicidios.  En el 2012  el primer gobierno de izquierda, como una alternativa al problema, generó una tregua con las tres grandes pandillas. El Gobierno negocia con ellos la reducción de homicidios a cambio de unas ventajas carcelarias.

A  partir de marzo de 2012 los homicidios se derrumbaron, pasamos de 10 diarios a 2, una tasa de 38. En toda nuestra  posguerra nunca habíamos tenido esas cifras. Sin embargo, esta fue una medida muy impopular en una población acostumbrada a que las cosas se dirimen con violencia. Los políticos no quisieron arriesgarse  en las elecciones y dejaron en orfandad el proceso. A partir de allí la brutalidad de las pandillas creció y El Salvador el año pasado llegó a tener niveles de asesinatos que nunca habíamos tenido, con  una tasa de 103, es decir que uno de cada 972 salvadoreños fue asesinado.  También fueron asesinados 63 policías y 20 militares, la mayoría cuando no estaban en horas laborales. 

Entonces, la policía se involucró en una vorágine de respuesta a las pandillas que los atacaban y empezaron a ocurrir masacres policiales de pandilleros y no pandilleros que habían sido arrestados. El país se vio envuelto en algo que se  parece más a una guerra entre la parte armada del Estado y los agentes  criminales, que a un estado conteniendo un problema de seguridad pública.

Durante la tregua los grupos siguieron teniendo el control y delinquiendo en esas zonas. ¿No se presentó un proceso de reintegración  social con las maras?

Eso no fue una política pública, sino una estrategia desorganizada. El Presidente no quiso asumirla, encargaba a uno de sus ministros, pero el fiscal estaba en contra. Nunca el Presidente anunció esas negociaciones.  Nunca terminó de consolidar nada. Si bien se logró bajar los homicidios, no se bajaron las extorsiones, ni se le quitó territorio a las pandillas ni  a sus miembros.

¿Salvador vive una nueva guerra?

Ahora hay que aplicar conceptos que están cogiendo vuelo en el mundo académico de EE.UU., que es el de las nuevas guerras. Los conflictos sociales de ahora no se parecen a los del siglo pasado, pero no pueden verse solo como un problema de seguridad pública, que se solucionan solo con policías a garrotazos y balazos. Son bandas que afectan todo, modifican todo el tejido social. Es un nuevo tipo de guerra, lo que estamos experimentando en Latinoamérica. 

¿Las maras son una consecuencia de un posconflicto mal manejado?

No tengo ninguna duda. Ese fenómeno responde directamente a un gobierno estadounidense que no supo entender el momento que vivía la región porque, entre el 89 y el 94, EE.UU. deportó a cerca de cuatro mil pandilleros activos al Salvador, Guatemala y Honduras, que estaban saliendo apenas de la guerra. Esos cuatro mil han proliferado, hoy en el Salvador se consideran que son 60.000.

También los países no vieron la necesidad de invertir en esa nueva generación y darle una mejor oferta. Es un ejemplo claro de cómo en un posconflicto si vos desatendés a una parte de la población puede generar un conflicto igual o peor que el que tenías.

¿Que errores no deberíamos cometer en un posconflicto en Colombia?

He seguido la negociación en términos muy generales. Creo que Salvador  construyó una paz  muy desigual y débil. Se incluyó a los dos grandes sectores que comandaron la guerra, pero no  se pensó en los que vivieron la guerra sin combatirla, como los niños. Solo se escuchó a quienes hicieron la guerra, no a quienes la padecieron. La paz no se puede hacer como se hace la guerra. Tienen muchas más cosas que decir, probablemente, las víctimas, los huérfanos, los desplazados, las organizaciones sociales que los comandantes que guerreraron por tanto tiempo. Creer que la paz en El Salvador era algo que se podía decidir solo desde las altas comandancias, tomando ellos las decisiones para cómo subsanar doce años de guerra, fue un craso error.

Estuviste dos años y medio infiltrado entre coyotes y carteles mexicanos, cruzando el país con los migrantes que pretenden llegar a Estados Unidos en el tren que llaman La Bestia. ¿Cómo te protegías?

La técnica del periodista consiste en reducir riesgos, no se pueden anular. Minimizas el riesgo y eso lo haces con tiempo y conocimiento. Tiempo para infiltrarte en un lugar,  para entrevistar fuentes periféricas, conocer la geografía, entender el sitio. Y el conocimiento es una forma de protección porque te permite hacer lecturas de pequeños símbolos que no sabrías interpretar. 

Vos podes mandar a un grupo de periodistas con chaleco blindado, casco y tanque  que si llega a una cobertura en un solo día, como muchos incautos europeos hacen, vas a correr riesgo o nadie les va a dar información.

Muchos de los colegas mexicanos, hondureños, guatemaltecos que han muerto recientemente son periodistas a los que su medio no los mató, pero los puso al borde del abismo.  No les disparó la bala, pero les dejó la pistola en la cabeza. Son medios que envían al reportero con pocos recursos, que tienen que hacer tres o cuatro notas diarias a hacer coberturas  complicadas. 

¿Cómo fue adentrarse en ‘La Bestia’?

Vivíamos en México, pero entrábamos y salíamos del territorio del cruce de migrantes. Tuvimos una relación muy fuerte con todas las fuentes que permitían explicar lo que ahí pasaba. Para mí era muy difícil el momento de irme y saber que había un chingo de gente que se quedaba. Hacía con ellos los recorridos en tren y al final me bajaba, no me podía quedar. Y dejaba decenas de madres con hijos... Gente que le iba a tocar seguir viajando así por meses, de esa forma tan dura. Te hace entender la diferencia entre las clases humanas que hay, el que tiene opciones y el que probablemente está condenado a morir.

Ahora en Europa se habla del drama de los migrantes, ¿cree que eso ha hecho que se olvide a los centroamericanos?

Lo que ha pasado en Europa tiene características similares a lo ocurrido en Centroamérica, que ha tenido revuelo mundial cuando mataron a los 72 migrantes o cuando  en 2014  a la frontera con Estados Unidos llegaron 74.000 niños, pero es periodismo de turismo. Dale una excusa de miles de personas o decenas de personas para poder ir.  Hay gente que lo pretende entender desde sus picos altos, hoy murieron 92, hoy llegaron 60.000 pero si fueramos más conscientes lo intentaríamos entender constantemente. No es tan distinta la cobertura de Europa y Centroamérica, es la crisis humanitaria vista solo desde la perspectiva de los momentos espectaculares.

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