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Así se han 'sofisticado' los robos en Cali

¿Qué es lo que hoy persiguen los ladrones en la calle? ¿Qué ha cambiado en la dinámica de los robos que acosan a la ciudad? Los celulares de alta gama, ‘el nuevo oro’ de los raponeros.

24 de enero de 2016 Por: Jorge Enrique Rojas | Editor Unidad de Crónicas

¿Qué es lo que hoy persiguen los ladrones en la calle? ¿Qué ha cambiado en la dinámica de los robos que acosan a la ciudad? Los celulares de alta gama, ‘el nuevo oro’ de los raponeros.

Todos los días en Cali roban a 25 personas. Y además se roban siete motocicletas, cinco carros, once celulares, atracan dos establecimientos comerciales y, como si no les alcanzara, los cacos también se meten a tres casas. Eso, según las denuncias que el año pasado le llegaron a la Policía. Los números sin embargo, dicen, no son para asustarse: al fin y al cabo el accionar de la delincuencia no es una rutina que se pueda promediar. Lea también: “Lo que genera miedo no son los atracos”: Comandante de Policía de Cali

Además, el 2015 cerró siendo uno de los periodos más favorables para la seguridad en la historia reciente de Cali. Y en efecto hubo hurtos que las autoridades dejaron de registrar con la misma frecuencia. Hasta hace tres años, por ejemplo, cada semana era denunciado el robo de por lo menos dos señales de tránsito que de un momento desaparecían de algún barrio. En el 2012, a dos mujeres les robaron el pelo: a una muchacha de 18 años a la que se lo cortaron de un navajazo en la calle, y  a una de más de 25, a la que un tipo metió a un cañaduzal. En  ese tiempo las malas lenguas hablaban de una banda que se dedicaba al tráfico de esas cabelleras frescas, que incluso iban a dar a Europa y Estados Unidos, donde tenían mercado entre pacientes con cáncer.

Pero ahora lo que más se roba son celulares. Eso es lo que dice ‘Jirafales’, que hace mucho aprendió los rudimentos del crimen en uno de los barrios más bravos del Distrito de Aguablanca, al oriente de Cali: dar campana, empuñar un arma, correr por la vida. “Ahora lo que valen son los celulares caros”, insiste, explicando que los teléfonos son el nuevo oro: quien lleve ahora un iPhone o un Samsung de última generación en el bolsillo, correrá el mismo riesgo que hace veinte años tenía quien saliera a la calle con una cadena de 24 quilates atada al cuello. Las cifras de la Policía, en todo caso, muestran un descenso en el delito: mientras que en el 2014 se registró el hurto de 4076 teléfonos móviles, en el 2015 se contaron   99 menos.

‘Jirafales’ lleva ese alias encima en alusión al profesor de la vecindad del Chavo del Ocho que, al igual que él, parece haber nacido siendo alto y usando bigote. De una edad indeterminable al cálculo e inconfesable por él, dice que después de pasar una larga condena en la cárcel aprendió la lección y por eso se convirtió en un comerciante que vive en este momento muy lejos de la línea del crimen que le enredó la vida. Eran otros tiempos, cuenta, aunque en el fondo no tan distintos. El cambio, asegura, con respecto a lo que pasaba en la calle en ese entonces y el agite de ahora, es la cada vez más activa participación de menores  en casi todas las fases delictivas. “… las chingas cada vez son más bravas, se tiran a vueltas suicidas y no les importa. A los jefes tampoco. Son desechables: si mueren dos o tres, hay cinco haciendo fila…” 

El ex asesor de Paz de la Alcaldía de Cali, Felipe Montoya, que el año pasado estuvo reunido en varias ocasiones con miembros de algunas de las pandillas y bandas que siguen germinando casi silvestres en barrios de la ladera y el oriente, cree en efecto, que la participación de chicos cada vez más chicos, es  determinante en esta actualidad criminal: “La Policía no tiene en cuenta grupos de niños, entre los 9 y 17 años, marcando territorios con armas blancas. Usan el puñal en el mismo barrio donde viven, son muchachos pobres robando a gente pobre, no para sobrevivir, sino para marcar territorios que no van más a allá de diez cuadras a la redonda. Y eso se va convirtiendo en escuela. En Siloé, por ejemplo, ya hay una banda  con armas  de fuego de largo alcance, fusiles, y eso es otra cosa… Yo alcancé a hablar con uno de esos muchachos y me contó que arrancó robando. Es la carrera del hurto. No conocí a ningún pelado que me dijera que robaba por necesidad…” 

Quedan barrios, dice Montoya, acosados por esos chicos que matan el tiempo llevando un puñal al cinto. Entonces allí la gente camina entre el temor, que se va regando como virus. Y no solo en esos barrios. Ya no queda nadie en esta ciudad que no haya visto el video de un robo ocurrido en alguna parte en medio de la sobreexposición mediática que también propaga el pánico de manera viral. Y no solo en Cali. Del Presidente para abajo, ya todos estamos algo contagiados con el miedo que nos inocula Youtube.

Para los investigadores de la Fiscalía, sabuesos entrenados para buscar rarezas entre la aparente normalidad, la dinámica criminal  ha tenido otras variaciones. Uno de los investigadores del área de la Estructura de Apoyo, habla de los ladrones de auto-partes como una especie en vía de extinción; los viejos dinosaurios que antes iban por su cuenta arrancando espejos y farolas de cualquier carro abandonado, cada vez estarían emprendiendo menos aventuras individuales, según cuenta. “Están funcionando organizaciones con división de roles: hay jefes de atracadores que piden lo que necesitan y están los que se encargan de negociar el producto del robo. Eso es lo que está pasando en el caso de las autopartes”.

Y probablemente eso sea una derivación del universo del hampa donde aquella disposición criminal ha operado con mayor consistencia en los últimos años: el robo de vehículos.   En el 2015, de hecho, de acuerdo con estadísticas de la Policía, esa fue una de las pocas modalidades delictivas que no decreció; mientras que en el 2014 se reportó el robo de 1.652 carros, el año pasado  se perdieron 1879. 

En el 2015, cuenta el capitán Ñ, miembro de la Unidad de Patrimonio de la Seccional de Investigación Criminal de la Policía, Sijín, fueron desarticuladas tres bandas dedicadas al hurto de automotores; entre ellos, ‘Los TX’, especialistas en camionetas de lujo, y ‘Los Indios RX’, que eran 11, y robaban motocicletas por las que cobraban rescate o negociaban en el Cauca.

Como antes, el norte Cauca y el Tolima, siguen siendo los destinos principales de las motos hurtadas en Palmira y Cali. Según uno de los investigadores de la Fiscalía, las llevan a zonas rurales alejadas y las negocian con campesinos, gente que compra de buena fe y le parece muy buen negocio dar 600 mil por una moto de dos millones sin hacer más preguntas”. Ahora, cuenta el investigador, el pago promedio para un ladrón de motos que cumple  un encargo no son más de 200 mil pesos.

El coordinador de la Estructura de Apoyo de la Fiscalía, José Luis Ramírez, explica que esa, en parte, es la razón por la cual la dinámica de los hurtos urbanos también ha variado: lo que hace diez años podía representar un botín fácil y gordo para un atracador, hoy acaso le permite solventar unos cuantos días en la calle. Y entonces muchos han dejado de estar ahí. “Se dieron cuenta que hoy pueden ganar lo mismo, o más, apretando una tecla detrás de un computador. Por eso es que ya no hay más R-15 robando bancos”. 

Ramírez entonces habla de una variedad que ya es historia vieja: los delitos informáticos. Y entonces enumera algunos de los males que más hemos padecido: el cambiazo de tarjetas de crédito y los desfalcos electrónicos. En ese sentido, todo más o menos igual.

 El capitán Ñ, sin embargo, dice que lo que sí es distinto son los lugares donde los delincuentes ahora están sembrando las trampas. Uno de ellos,  el universo de las compras virtuales, y específicamente en Cali, el  compuesto por los portales que sirven de intermediario para que la gente compre y venda productos de distinta índole. 

En el último año, afirma, se dieron varios casos de vendedores ofertando motos hurtadas.  Y entonces lo que había empezado con un robo en la calle,  se transformaba en un timo.  De esta forma sucedió con una casa supuestamente en remate; la víctima fue un buen hombre que accedió a consignar diez millones de pesos para iniciar los trámites del negocio, creyendo que así garantizaría que la propiedad quedara en sus manos. Pero entre las manos solo el vacío: después de consignar, el supuesto propietario del inmueble se hizo aire.

En esta vieja-nueva práctica del hampa, las autoridades siguen lidiando con los mismos problemas de la antigüedad: la falta de denuncias. Es lo que sucede con las estafas hechas a través de la web. “Tanto para los delitos de calle como para los de este tipo se necesita  mucho análisis criminal. Y para eso necesitamos de la ayuda de la gente. Nosotros a través de la investigación  tratamos de determinar qué está haciendo la delincuencia, de qué manera y en dónde, para contrarrestarla. Pero tenemos muchos problemas por la falta de colaboración de la ciudadanía”, asegura el coordinador de la Estructura de Apoyo de la Fiscalía.

Aunque a veces las denuncias no alcanzan. Juan Carlos Vinasco, para citar solo un nombre, puso la denuncia de lo que le pasó cuando en diciembre, él y su familia intentaron un emprendimiento de temporada vendiendo anchetas y el 23 apareció un pedido divino: 80 anchetas de 50 mil pesos para una señora. Les consignó un cheque y mandó un camión. Cargaron y chao, era sábado. El lunes el cheque seguía en canje. El martes el pálpito. El miércoles el dolor: les tumbaron cuatro millones de pesos. Del paradero de la señora por ahora nada se sabe. Y de las anchetas menos.

Pese a las artimañas de los ladrones, sin embargo, los investigadores siguen desarrollando pesquisas que les han permitido golpes importantes en el afán de contrarrestar la delincuencia callejera, que es la que más impacto tiene hoy en la percepción de inseguridad. 

Uno de esos golpes fue la desarticulación de una bandita de mujeres bonitas que se dedicaban a seducir y entretener porteros de unidades o establecimientos públicos, para así facilitar la entrada de otro grupo de asaltantes. 

El caso es muy parecido al de ‘Yayita’  y ‘Las Gatúbelas’, que en el 2015 fueron detenidas en Bogotá sindicadas de aprovecharse de sus curvas -y de la escopolamina-, para delinquir de la misma manera: ‘Yayita’ estaba vinculada al hurto de 300 casas; a las ‘Las Gatúbelas’, que eran dos hermanas, les atribuían el robo de 150 carros y 80 apartamentos. De las mujeres que cayeron en Cali, por ahora, las autoridades no pueden dar más detalles porque su historia al parecer todavía no ha terminado.

Como no terminan las cicatrices que dejan los robos. Es lo mismo de siempre: la doctora Lina Osorio, que coordina la Unidad de Rehabilitación del Hospital Universitario del Valle, HUV, cuenta que sigue viendo más o menos lo mismo que ha tenido que ver desde hace años: pacientes con traumas raquimedulares (como la lesión sufrida por el futbolista Jefferson  Herrera, baleado el 1 de enero por robarle el celular) y piernas, manos y estómagos perforados por tiros y navajas.  “En  algunos casos las lesiones de un robo dejan a los pacientes  por largos periodos en Cuidados Intensivos y terapias sicológicas. Estamos hablando de lesiones que afectan proyectos de vida y de pacientes que de un día para otro, por un robo, no pueden volver  a comer o a vestirse”. 

La Unidad de Rehabilitación del HUV recibe entre mil y mil doscientos pacientes por mes. El 80%, dicen los cálculos, llegan con lesiones traumáticas. El 30% de ellos, son víctimas de un atraco.

El plan semáforo El Plan Semáforo que había  anunciado el comandante de la Policía de Cali, general Nelson Ramírez, como una de las medidas que permitirían empezar a contrarrestar la delincuencia callejera, ya fue puesto en marcha en 52 cruces viales de la ciudad. Los semáforos intervenidos  están distribuidos en tres distritos que contemplan el centro, nororiente y sur de Cali. Y entre esas intersecciones, tres de los puntos donde más hechos delictivos se registran: la Carrera 100 con calles 13 y 16. Y la calle 9 con Carrera 56. Entre esos puntos se distribuyen 20  patrullas dotadas con cámaras de video, además de uniformados, que estarán haciendo rondas y vigilancia permanente en las horas pico a lo largo del díaVeinte cámaras de seguridad  de la Policía, ubicadas cerca de los semáforos intervenidos,  fueron redirigidas para que ahora también apunten a las intersecciones y ayuden a los uniformados a controlar lo que sucede en esos cruces.

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