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Así es la vida de los hombres que arriesgan su vida desactivando bombas

Un técnico antiexplosivos relató por qué a diario elige enfrentarse a la muerte. Historia de locos muy cuerdos.

11 de marzo de 2012 Por: Por Laura Marcela Hincapié S. | Reportera de El País

Un técnico antiexplosivos relató por qué a diario elige enfrentarse a la muerte. Historia de locos muy cuerdos.

Menos de cinco minutos. Ese era el tiempo de vida que le quedaba a mi compañero. El carro bomba estaba a unos cien metros de nosotros, en una vía del Cauca. “Yo me encargo”, me dijo el sargento Cuevas. Cuando llegó hasta el vehículo, los guerrilleros activaron la carga a través de una llamada. Una fuerte detonación me aturdió. Sólo veía humo, candela, caos... Cuevas salió volando. Su cuerpo fue hallado a unos 200 metros del lugar de la explosión. Todos sus órganos estallaron. Era uno de los mejores técnicos antiexplosivos que he conocido. También un gran amigo. No tuve tiempo de llorarlo. Los bandidos empezaron a dispararnos desde la montaña. Algunos compañeros sufrieron heridas en los brazos y piernas. Yo, de milagro, salí ileso.Son las 9:00 a.m. del jueves 8 de marzo. En el comando de la Policía del Cauca (en Popayán) el agente antiexplosivos que cuenta esta historia está a la espera de cualquier novedad -que puede ser desde desactivar una mina antipersona hasta una moto, carro o camión bomba-. El hombre del Grupo Antiexplosivos del Cauca lleva más de diez años en esta profesión suicida. ¿Por qué alguien elige enfrentarse a la muerte todos los días?Dicen que estoy loco, que me debe faltar un tornillo para querer hacer esto. Antes de tomar el curso antiexplosivos pensaba parecido, pero las ganas de pertenecer a ese grupo de ‘supermanes’ me vencieron. Luego, ya no pude mirar atrás. Eso sí, somos muy tranquilos. En antiexplosivos sólo se aceptan personas que puedan controlar el miedo en momentos de crisis. Cuando sabes que, si fallas, esa bomba que tienes enfrente te puede hacer volar en pedazos. El curso arranca con una prueba de fuego. Nos ubican cerca a una carga explosiva y debemos quedarnos quietos, relajados mientras estalla. Si el temor nos traiciona y nos movemos un centímetro, salimos del equipo. Algunos saltan del susto y hasta allí llegan. A mí el corazón casi se me sale, pero estuve firme. La adrenalina empezaba a subir. El momento crucial llega con el uniforme, ese que nos hace ver como astronautas. El traje es fabricado en Klevar, el mismo material de los chalecos antibalas, y consta de unas pantaletas (pantalón), una chaqueta y un casco con un radio de comunicación. Todo eso pesa 70 kilos. Debemos caminar como si lleváramos casi dos bultos de cemento encima.Uno no ve la hora de ponérselo, pero puede que allí se te acabe la vocación. Eso le pasó a Navas. Sufría de claustrofobia. Cuando se midió el traje, empezó a gritar, tiró todo al piso y salió corriendo. Esa fue la última vez que lo vi...Una llamada interrumpe el relato del agente, quien pidió ser identificado como James. La comunidad del municipio El Bordo acaba de reportar una posible motobomba en una calle principal. Son las 10:00 a.m. y ya se encienden las alarmas de este grupo antiexplosivos. Mientras coordina el operativo con sus otros compañeros, James explica que deben esperar a que el perro que está en el lugar confirme la amenaza. La calma resulta ser el mejor escudo para enfrentar esos enemigos que los esperan inmóviles, silenciosos.Diez, quince, hasta veinte llamadas recibimos al día. Cómo no, estamos en uno de los departamentos más asediados por las Farc (más de 200 acciones este año). Por estos días los reportes han aumentado un 90%. Unas tres veces por semana también nos llaman a la madrugada para atender casos. La guerra no tiene horario. Pero eso no importa. Nos gusta que la gente valore nuestro trabajo. A veces esta labor es invisible. Por ejemplo, yo he desactivado unos cinco mil explosivos en toda mi carrera y eso sólo lo saben mis dos hijos, que siempre me han visto como un héroe.¿Por qué lo hago entonces? Por vocación. Es imposible que alguien salga todos los días a arriesgar su vida en contra de su voluntad. Ninguno de los técnicos antiexplosivos, que no somos más de 200 en el país, trabajamos por obligación. Cuando desactivamos una bomba, le quitamos un enemigo a la comunidad y eso nos sube la adrenalina al 100%. Quizá, sí hay que estar algo loco, pero ‘loco cuerdo’. Tenemos precauciones, claro. Esto no es como en las películas, donde basta con cortar el cable rojo. El procedimiento empieza con una recolección de datos entre los habitantes, les preguntamos qué fue lo que exactamente vieron. Luego mandamos el robot Andros. Nosotros no tenemos uno propio, pero utilizamos el del Grupo Antiexplosivos de Cali. Este aparato tiene una mano mecánica y cinco cámaras que nos muestran qué tipo de explosivo es y cómo es su sistema de desactivación.A veces trabajamos desde el robot, pero si la situación es compleja, debemos acercarnos y desactivarlo manualmente. Siempre vamos dos técnicos. La gente se pregunta cómo decidimos quién se mete a la boca del lobo. Muy fácil, si al compañero la noche anterior su mujer le pegó o no durmió bien, el otro lo cubre. Suena a chiste, pero cuando se desactiva un explosivo no se puede tener ninguna otra preocupación. Nada te puede desconcentrar. El primer error puede ser el último. En el comando de Policía del Cauca ya todo está listo para partir hacia El Bordo. Los encargados de este caso son el agente James y Piñeros. De repente, se escucha otro llamado. ¡Negativo!, dice una voz a través de un radio. Los técnicos descargan su equipo con calma y se dirigen de nuevo a la oficina. Fue una de las falsas alarmas del día, pero la jornada apenas comienza. La guerra sigue sin tener horario. -Menos mal James, porque yo hoy no tenía ganas de verte achicharrado por el fuego, dice bromeando Piñeros. -Sí, podría haber sido mi última bomba, quién sabe (risas).Aquí molestamos todo el tiempo. Sabemos que cada día es una ruleta rusa, pero no pensamos en eso. Cuando tengo enfrente un explosivo, nunca creo que me voy a morir. Sí, a veces pienso en Cuevas, pero no tanto como debería. Será porque prefiero recordar las vidas que he salvado a las que se han ido delante de mis ojos. Una vez vi la muerte muy cerca. Fue hace seis años. Había terminado de detonar un campo minado de manera controlada, pero cuando venía el helicóptero a recogerme vi un cilindro bomba. No podía dejar un enemigo suelto. Le corté la mecha bajita y lo prendí. Arranqué a correr. Me quedé atrapado en un alambre de púa. En segundos el cilindro explotaría. No podía moverme. Me maté yo mismo, pensé. Saqué una fuerza sobrehumana y me rasgué hasta el alma, pero salí de allí. La escena fue de Hollywood. Tampoco trabajamos por plata. Los técnicos antiexplosivos ganamos lo mismo que cualquier policía. Antes teníamos una prima de riesgo, pero nos la quitaron. Ahora el sueldo promedio no supera el $1.200.000. Sí, menos de lo que gana una persona en la comodidad de una oficina.Pero hay otras satisfacciones. La que más recuerdo la recibí hace unos años. Estaba en el Meta y unos guerrilleros abandonaron una granada al lado de la vivienda de una anciana. Ella se me prendió de la pierna, me rogaba que eso no explotara en su casita. “Son mis ahorritos de 40 años”, me gritaba. Desactivé sin problema el explosivo. La casa no sufrió ni un rasguño. La mujer gritó de emoción. No sabía dónde ponerme, sus ojos lloraban de agradecimiento. Esa mirada me durará toda la vida, ¿Es eso estar loco?.Hombres que enfrentan al fuego en CaliEn la capital del Valle estos hombres también se enfrentan a diario a una ruleta rusa. El Grupo Antiexplosivos de la Policía Metropolitana está compuesto por seis técnicos que cubren la ciudad y los municipios cercanos. El equipo cuenta con el robot Andrus, que también apoya los operativos de desactivación en algunas zonas del Cauca, donde todas las semanas se reportan casos. El pasado lunes estos expertos lograron desactivar un carro bomba que fue abandonado en plena vía principal del municipio de Robles, en zona rural de Jamundí. Retiraron del vehículo tres ‘tatucos’ (explosivos artesanales), cada uno con su respetiva plataforma de lanzamiento. En lo que va corrido de este año este grupo ha atendido cinco desactivaciones.El jefe del equipo, quien prefirió no revelar su identidad, explica que a diario cumplen una labor titánica desde una pequeña oficina ubicada en el barrio San Nicolás de Cali.“Cuando no se presenta un caso, estamos en permanente monitoreo de la ciudad. Otras veces acudimos a empresas para dictar charlas, para que la gente conozca quiénes son esos hombres que a diario arriesgan su vida para desactivar explosivos”, cuenta el sargento. El turno de estos héroes invisibles es de 24 horas. Tienen un día libre por cada jornada, pero en las últimas semanas los ataques de las Farc en el Suroccidente no les dan respiro. “No hemos podido descansar, pero seguimos firmes”.

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