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Así era Christian Aguilar, el joven caleño asesinado en Estados Unidos

Claudia, la mamá del chico de orígenes caleños que este fin de semana apareció muerto en Gainsville, habla de su hijo. Relato de una madre inquebrantable.

17 de octubre de 2012 Por: Jorge Enrique Rojas | Reportero de El País

Claudia, la mamá del chico de orígenes caleños que este fin de semana apareció muerto en Gainsville, habla de su hijo. Relato de una madre inquebrantable.

Ha pasado un día. Un día desde que la Policía de Gainsville cotejó las placas dentales de su hijo con las del cuerpo hallado por cazadores en un bosque del condado Levy. Los tipos iban a buscar leña cuando se lo toparon: sueter aguamarina, jens, tenis Vans. La prueba dental era la última esperanza. Una de esas contradicciones que uno a veces le pide al destino desde algún lugar que debe estar entre el corazón y el estómago: que no sea, que no sea, que no sea. Pero ese chico era su chico. Claudia, la mamá, habla ahora mientras viaja en una camioneta. Christian nació en noviembre de 1994 y tenía 18 años. Antes de que su nombre fuera un suceso mediático, antes de que su cara apareciera en volantes, vallas, virales de facebook, antes de que su rostro fuera estampado en camisetas, vasos, gorras que imploraban por ayuda para encontrarlo, la suya había sido una vida normal de ese lado del mundo. Sus papás habían llegado a los Estados Unidos persiguiendo aquello que en las películas llaman sueño americano. Y Christian, de alguna manera, había crecido viendo eso: como muchos sacrificios terminaban convertidos en pequeñas recompensas.Fue un buen estudiante. Cuando terminó la elemental pasó a estudiar en la escuela de El Doral, en Miami, donde fue uno de los mejores alumnos. De hecho, se graduó con honores. No fue un chico de pilatunas. Ni de travesuras. No fumaba. Tampoco bebía. El único lío que tenía con su mamá era el orden. Ella quería que organizara la ropa como ella, que la guarda por colores, usos, texturas. Él apenas la guardaba en algún cajón del armario.Claudia sigue sin parar. Como desde hace más de un mes, cuando llegó con su esposo Carlos y su otro hijo, Alex, los días de esos tres son tiempos sin tiempo: comen a veces, duermen a ratos. Ahora, tras la confirmación de la muerte del chico, los tramites siguen. Entonces ellos van de un lado a otro: llenan formas, firman documentos, entregan declaraciones. En Gainsville, una ciudad de 130.000 habitantes, su camioneta ya es reconocida en la calle. La gente los saluda en los semáforos, en la esquina, les entrega condolencias desde el otro lado de la ventanilla, los miran con esa cara que uno mira cuando siente algo que se parece a la tristeza y a la rabia y a la incomprensión. Claudia habla mientras su esposo conduce. El viento golpea el vidrio del auto.Christian quería ser médico. Un cirujano tal vez, le dijo un día a su mamá. Y lo dijo así, casi de niño, como si ya de pequeño pudiera sentenciar el destino; lo dijo así, como si haber anhelado ser piloto o policía o corredor de autos, hubiese sido un juego innecesario para él. Pero luego cayó en cuenta: mamá, soy tímido; mamá, a mí no me gusta hablarle tanto a la gente; mamá voy a estudiar ingeniería biomédica. Christian es Escorpión. Escorpión es un signo apasionado. El chico se había trazado una meta. Y en esta meta estaba la Universidad de La Florida. Internet decía que ahí tenían los mejores profesores. Este año 9.000 norteamericanos aplicaron para ingresar. La universidad otorgó 900 cupos. Uno fue de Christian.Había engordado. La última vez que estuvo en la casa de sus papás, ese fue el tema. En poco menos de un mes de clases había subido una talla de pantalón. Entonces la familia se reía, él se reía. Juntos planeaban vacaciones. En diciembre iban a viajar a Nueva York. Todos. Estaban ahorrando. Sacrificios convertidos en recompensas. Sueños hechos realidad. Hasta ese día en que discutió con Pedro Bravo, aquel muchacho que había sido su amigo cuando eran niños. Aquel muchacho que había sido novio de Erika, la chica de la que ahora Christian era novio. Tras la desaparición, Bravo le confesó a la Policía que su examigo había quedado mal herido. Las autoridades luego hallaron sangre de Christian en la camioneta de Pedro. Comprobaron que este había comprado un rollo de cinta y una pala antes de la pelea. El morral de Christian estaba en su armario.Fueron 26 días. Claudia, su esposo, Alex, el hermano menor, buscando aquí y allá. Recorriendo esa ciudad que no era la suya. Las noches en los pantanos. Los ojos de los lagartos brillando en la oscuridad. Esas noches tan largas esperando una señal. Una noticia. Una llamada. O una confesión de Pedro. Que dijera algo, que dijera lo que nadie quería escuchar pero que lo dijera. Por Dios, que lo dijera. Pero él nunca dijo nada, nada más de esos golpes que le dio a su amigo. Los periódicos gringos escribieron entonces notas en tono de crimen pasional. Y Carlos, el padre, se quejó. Él decía que Pedro se había obsesionado con ser como Christian, que le tenía celos por lo que él había alcanzado, que ese no era un caso de amor. Ahora Claudia recuerda esas palabras y dice que todo son conjeturas. Que ella no sabe ya qué pensar. Que ella sigue sin entender. Que quisiera pero que no puede, por Dios que no puede. La camioneta sigue su rumbo y ella habla, sigue hablando sin quebrarse. Cuenta cosas de su chico. Habla de su risa. De su pelo corto. De la forma en que él mismo se lo arreglaba para ahorrar algo de dinero. Y yo le pregunto cómo lo logra: hablar así, doña Claudia, en medio de todo. Entonces ella cuenta de una promesa para Christian. Dice que cuando dejó de verlo, le juró que sería fuerte hasta que apareciera. Y así lo hizo. Ya habrá tiempo para llorar, dice. El cuerpo de su chico lo recibirá en un par de días.

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