El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

2017

Artículo

Carmen Román administró a inicios de los 90 la viejoteca de la Corporación para la Tercera Edad, en el norte de la ciudad, muy cerca del Parque del Avión. En la entrada se exigía la cédula. Solo podían entrar mayores de 45. | Foto: Ángela Zuñiga / Especial para El País

FERIA DE CALI

Carmen Román, la reina de las viejotecas en Cali, sigue de fiesta a sus 88 años

Carmen Román nació en Sevilla, Valle, hace 88 años, y es una de las creadoras de las viejotecas en Cali donde, asegura, viudos y divorciados han encontrado un segundo amor, un nuevo camino. “Viejoteca es un nombre que me inventé yo y que traduce eso: viejo, te cambió la vida”.

22 de diciembre de 2017 Por: Santiago Cruz Hoyos / Editor de Crónicas y Reportajes

Carmen Román dice que alguna vez se llegó a parecer al Presidente de la República: cuanta viejoteca se abría en Cali, ella cortaba la cinta para inaugurarla.

– Soy quien creó, junto a Irma Buenaventura, las viejotecas en la ciudad – comenta muy segura de ello y enseguida baila un pasillo durante algunos segundos en la sala de su casa, ubicada en el barrio San Joaquín.

Cuando se sienta en el sofá, continúa.

– No se preocupe por mi mirada. Ni siquiera yo sé para dónde estoy mirando. Sufro de estrabismo (un problema visual que hace que los ojos no estén alineados correctamente y apunten a diferentes direcciones). De resto, a mis 88 años, estoy perfectamente de salud. La clave para llegar a esta edad debe ser bailar mucho–.

En algún momento de la entrevista sonará el teléfono de la casa, un tenue pitido, y la única que lo escuchará será precisamente Carmen, pese a que un hombre martillaba en alguna parte una pared.
El oído, como su vitalidad, y una especie de contagiosa alegría que refleja su rostro, efectivamente siguen intactos pese al inevitable paso del tiempo.
                                                                            ***
La creadora de las viejotecas en Cali nació en Sevilla, Valle, en una familia como las de antes: 15 hermanos. Las fotos de cada uno las conserva y exhibe en una mesa de su cuarto que lleva un mantel rojo y que está junto a una pared blanca donde cuelga una colección de 15 camándulas y un Cristo de madera.

– ¿Es usted religiosa doña Carmen?

– Más o menos.

De Sevilla, la familia tuvo que salir cuando Carmen tenía apenas 7 años, así su abuelo, Leandro, fuera considerado uno de los fundadores del pueblo, “el que trazó el municipio y creó un parque que parece un jardín gigante”.

Sin embargo arreciaba la Violencia entre liberales y conservadores, y tanto su abuelo como su padre pertenecían al partido del color rojo, así que para evitarse líos se fueron.

Llegaron, primero, a Pereira, donde Carmen hizo la primaria, y después a Tuluá, donde hizo la secundaria y tuvo por primera vez un novio; el único. Su siguiente pareja sería su esposo, un abogado con quien tuvo sus hijos, aunque Carmen no habla mucho de ello.

Cuando la familia llegó a Cali, ella inició con sus pequeñas revoluciones. Primero fue secretaria del taller de mecánica de su padre en días donde no era bien visto que una mujer trabajara en un espacio supuestamente exclusivo de los hombres.

– Pero siempre he tenido voz de mando, ¡soy mandoncita!, así que le ayudaba a mi papá a dirigir el taller–.

Muchos años después comenzó a visitar los ancianatos de la ciudad y la Corporación para la Tercera Edad. No sabe precisamente por qué, pero le gustaba hacerlo aunque sentía angustia al ver a los ancianos siempre sentados, apoyados en un bastón, con el ceño fruncido, como resignados a ver pasar la vida sin más.

– En esa época (entre la década del 80 y principio de los 90) los viejos no tenían dónde irse a reunir, divertirse. El viejo siempre estaba en un rincón de la casa o barriendo o trapeando. Nada más. O en la cocina. Por lo menos así lo recuerdo con mis tías. Y en los ancianatos permanecían sentados. Entonces lo primero que les dije fue: vamos a salir a caminar común y corriente todos los días. Y después, empezamos a bailar. Pero para bailar primero hay que saber caminar. Cuando les dije que íbamos a bailar, se animaron–.

En alguna otra parte de la ciudad, la señora Irma Buenaventura, que permanecía en una silla de ruedas, descubrió que si hacía ciertos ejercicios mejoraba la movilidad de su cuerpo, y que todo mejoraba aún más si ejercitaba de manera integral sus músculos, así que se le ocurrió bailar, al punto que dejó de necesitar la silla. Fue así como Carmen e Irma fundaron las viejotecas en Cali.

Carmen administró a inicios de los 90 la viejoteca de la Corporación para la Tercera Edad, en el norte de la ciudad, muy cerca del Parque del Avión.
Al principio bailaban entre mujeres, y cuando comenzaron a llegar los señores se pusieron ciertas reglas.

¡Nada de amacizarse! – recuerda Carmen– efectivamente con voz de mando.

La edad mínima permitida para entrar era de 45, a veces 50, y para evitar a los colados se exigía la cédula.

Tampoco se permitía el licor al principio, aunque después se aceptaba máximo una cerveza y uno que otro aguardiente para aquellos a los que el médico no se los tenía prohibido.

También estaba prohibida la música del momento, y en cambio sí sonaba todo lo que sonó en la juventud de los que asistían: bambucos, pasillos, cumbias, boleros, paso doble, chucu, chucu, una que otra salsa. Las puertas se abrían a eso de las 3:00 de la tarde y se cerraban temprano, tipo 10:00 de la noche.

– Las viejotecas son sitios donde el viejo no se siente viejo. Cuando bailo siento que disfruto la vida, mi tiempo. Tal vez por eso para acabar zapatos siempre he sido tan buena. Bailar incluso me ayudó a recuperarme de un derrame cerebral que tuve hace unos años, y que hace que no me acuerde de algunas cosas. Pero de salud, como le dije, estoy muy bien. Yo disfruto mi vejez–.

Para Carmen la vejez puede ser la mejor etapa de la vida de una persona, precisamente porque se tiene todo el tiempo del mundo para sí mismo. Ella por ejemplo jamás se queda sentada demasiado tiempo. En las mañanas se le puede ver recorriendo el parque del barrio El Ingenio con su nieto, y aunque no puede asistir a todas las viejotecas donde la invitan, de vez en cuando se tira su cana al aire.

– Lo importante en la vejez es saber aprovechar el tiempo, y en las viejotecas de Cali sí que lo han aprovechado–.

Algunos viudos y divorciados amigos de Carmen se han enamorado de nuevo ahí, en un gran salón de baile, azotando baldosa con las canciones de Celia Cruz, el Trío Matamoros, Pacho Galán, y alguna vez ella debió pedirle permiso al Obispo de la ciudad para que permitiera que un matrimonio se celebrara justo en la viejoteca. Las fotos de aquella fiesta las tiene guardadas, aunque Carmen dice que guarda tan bien las cosas que por lo regular nunca las encuentra.

–El caso es que el nombre de estos lugares se me ocurrió a mí por todo lo que significan para los ancianos. Viejoteca quiere decir: viejo, te cambió la vida–  dice ella y enseguida se levanta del sofá como si le acabaran de estirar una mano invisible para invitarla a la pista y hace el paso de un bambuco, así lo único que suene en la casa es un hombre martillando una pared.

AHORA EN 2017