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Que no le saquen tarjeta amarilla en su matrimonio

Cuando el marido ha cometido una o varias infracciones, se arriesga a que su esposa le muestre la tarjeta amarilla. Ellas tampoco se quedan atrás. Evite quedar ‘fuera de juego’ en estas navidades.

22 de diciembre de 2013 Por: Redacción de El País

Cuando el marido ha cometido una o varias infracciones, se arriesga a que su esposa le muestre la tarjeta amarilla. Ellas tampoco se quedan atrás. Evite quedar ‘fuera de juego’ en estas navidades.

El matrimonio no dura 90 minutos como un partido de fútbol. Es toda una vida de convivencia en la que la mayoría de las veces la mujer, además de esposa, es juez y parte del conflicto y rápido pasa de la amonestación verbal a la tarjeta amarilla. Y si el marido es profesional en acumular llamados de atención, ella no duda en enseñarle la roja.Y las causales van desde la mirada –soslayada o descarada– del hombre a una atractiva mujer en un centro comercial o en una fiesta, hasta la infidelidad probada ante la cual él esgrime su argumento favorito: “No es lo que parece”.Llegar al aniversario de bodas o al Día del Amor y la Amistad sin regalo o dejar en su celular mensajes muy dulzarrones para otras, es tan peligroso para un esposo amenazado por convivencia, como que la señora lo encuentre mal parqueado en un restaurante, cine o en la puerta de un motel con la que él dice “solo es una compañera de trabajo” e intente justicarse con otra frase para enmarcar: “Venimos de una reunión y nos varamos justo aquí”. Pero otras infracciones para ver la amarilla, y que aplican para hombres y mujeres, pueden ser la apatía o la rutina sexual, los celos enfermizos o cuando uno de los dos es muy exitoso. “Cuando hay una mujer muy famosa y es objeto de todo el flash, y uno ahí a un lado como un cero a la izquierda, en una posición incómoda, puede llevarlo a uno a sacar la tarjeta no solo amarilla sino la roja”, dice el escritor Julio César Londoño.Las diferencias económicas entre la pareja son hoy una falta de fuerte impacto para exhibir la tarjeta amarilla. “Cuando el hombre queda desempleado o la mujer se queja de que él no gana o no aporta lo suficiente a la casa, ella saca su tarjeta amarilla como una forma de advertencia de que ya tiene lista la roja para decir hasta aquí llegamos”, dice el sicólogo Carlos Alberto Segura.El columnista Poncho Rentería rechaza esta afirmación y dice que los líos económicos son fuente de discordia, pero que “las mujeres no dejan a los maridos porque ellas estén ganando más plata, sino porque las maltratan cuando ellas están ganando más plata”, que es otra cosa muy distinta.“Si el señor es simpático, alegre, querido, eso no importa, mi mujer Liliana ‘Lulita’ Arango, es médica sicóloga y gana más que yo, pero me idolatra, porque soy querido, cordial, cariñoso con ella”, dice Poncho concencido de que no le sacarán la amarilla. Aún así, Segura reitera que los embargos, las hipotecas, los préstamos y los endeudamientos no justificados son una falta constante que hacen daño al núcleo familiar y que ni siquiera pasa por tarjeta amarilla, sino que va directamente a la roja. “¿Te embargaron el sueldo? Hasta aquí llegué” es lo primero que dice una mujer a su marido que aparece sin dinero en su cuenta.Rentería no cree que la mayoría de tarjetas amarillas sean por infidelidades, “porque ella nunca se da cuenta, sino por la frasecita desagradable que infortunadamente abunda mucho en el mundo masculino, ese lenguaje que tiende a minimizarlas y a subestimarlas”.También subraya que un día la mujer se cansa de un señor cuyo lenguaje hacia su esposa se limita al ‘tráeme tinto, pásame la ropa, prepárame el desayuno, búscame el celular’. Le sacará tarjeta amarilla y dirá ‘ya no más’. “Esos malos modales del señor, con un toquecito montadorcito y grosero que subestima a su compañera”, son, en su opinión, una falta innegable a la vista del juez central (la esposa), los laterales (la familia) y el público en la tribuna (hasta los vecinos).No obstante, Londoño señala que casi siempre es motivo de amonestación cuando uno de los dos pasa muy sabroso en la calle y el otro aburrido en la casa. “Entonces este otro no puede soportar esa libertad de espíritu y se enfurece”, afirma.Para el sicólogo Segura, eso obedece a que hay una relación fatigada, en la cual el cansancio de una de las partes lleva a sacar la tarjeta amarilla. “Las hay por falta de ingresos, por alcoholismo o drogadicción, por incomprensión sexual, pero lo más delicado es que cuando llegan al consultorio es porque ya la relación ha colapsado y está en crisis total”, explica.En efecto, el profesional sostiene que pocas veces llegan solo con amonestación verbal, cuando todavía hay un margen de tolerancia y el llamado de atención es preventivo.Pero también hay otras faltas supuestamente menos graves, como la intromisión de las suegras contra el yerno o la nuera, o como abuelas en la crianza de los nietos. O motivos religiosos, en los que uno de los cónyuges da el pitazo final: “Si seguís yendo a esa iglesia, nos abrimos”. Ante todas estas infracciones de la vida conyugal, el sicólogo dice que lo único que evita la expulsión del campo de juego matrimonial es cambiar. Corregir su conducta o producir un cambio efectivo sobre la petición que su pareja le está haciendo: dejar de ser infiel, superar las adicciones, no contraer más deudas, tomar otra actitud ante la vida sexual para combatir el tedio y la rutina, ser más considerado y cariñoso, entre otras. Segura concluye que en una pareja que se ame realmente, el hombre hace a la mujer y la mujer hace al hombre y entre los dos se van formando y transformando a través de las dificultades, incluidas estas tarjetas amarillas con amenaza de rojas. Tarjetas para ellasUna tarjeta amarilla obligada de los señores para sus esposas es cuando ellas son víctimas del virus de las compras. “A los maridos millonarios les fastidia que la mujer tenga alto consumismo y les molesta que ella gaste demasiado tiempo con las amigas y poco con la casa y con los hijos”, dice Rentería.Pero las señoras se arriesgan casi a ver la roja de por vida, cuando hacen poner colorados a sus maridos delante de sus amigos, de su socios, ¡del que sea! Por ejemplo, cuando una señora dice algún disparate sobre el desempeño sexual de su marido, o cuando alguna alusión de mal gusto sobre su tacañería o su aspecto al despertar. “Todo el mundo sabe que eso le sucede al 75 % de los hombres mayores de 54 años, pero de eso no se habla en público”, enfatiza Rentería.El escritor Julio César Londoño advierte que las causales para divorciarse siempre abundan, “o uno se las inventa”. Y concluye con una frase demoledora: “Lo difícil es encontrar motivos para seguir casado”.

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