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Padre José González dice que nació para servir a los demás

El padre recuerda que desde niño sabia que había nacido para servir y ayudar, pues hizo parte del Cuerpo de Bomberos de Dagua, “era la mascota”, dice y además participaba de las actividades de la iglesia.

24 de marzo de 2013 Por: Claudia Liliana Bedoya S. - Reportera de El País.

El padre recuerda que desde niño sabia que había nacido para servir y ayudar, pues hizo parte del Cuerpo de Bomberos de Dagua, “era la mascota”, dice y además participaba de las actividades de la iglesia.

Lo llaman ‘Chepito’, José, Padre y hasta San Martín de Porres. Es seguidor de San José, la Madre Teresa de Calcuta y de la Inmaculada Concepción, de hecho se ordenó como sacerdote un 8 de diciembre. Oriundo de Dagua, Valle, José González nació en el hogar de Martha González y Luis Valencia. Su padre murió y recibió el apellido de mamá, una mujer católica y con seis hijos a los que mantuvo con su trabajo como empleada doméstica. Entre sus hijos, había gemelos: José y Hernando. Este último recuerda que desde niño José demostró que había nacido para servir y ayudar, pues hizo parte del Cuerpo de Bomberos de Dagua, “era la mascota”, dice y además participaba de las actividades de la iglesia.Era un estudiante ejemplar, buen compañero y amigo, algo tímido pero con una buena voz para cantar. Desde esa época aprendió a querer a los pobres. “Creo que eso nos lo inculcó la familia para la cual mi mamá trabajaba, ellos eran generosos con los pobres, ahí nos sembraron eso en el corazón”, dice Hernando.Cuando le faltaban dos años para finalizar el bachillerato, José llegó a estudiar a Cali, se separó de su familia y contó con el apoyo del sacerdote español Juan Salvadó y de una familia caleña dedicada al negocio textil. “El tren de estudio era más fuerte y exigente aquí. En Dagua jugaba hasta las 10:00 de la noche y en Cali, a las 8:30 p.m. ya me encerraba a estudiar”, cuenta el padre, quien extrañaba sus partidos de fútbol, las idas al río y las conversaciones con sus amigos. Cuando comunicó su decisión de ingresar al seminario, la más feliz era su mamá, pero un problema cardíaco no le permitió ver a su hijo convertido en sacerdote. Con el dolor de la pérdida, mantuvo firme su vocación. Se formó en el Seminario Mayor San Pedro Apóstol de Cali, se hizo licenciado en ciencia religiosa y educación. Luego, entre 1993 y 1996 viajó a Roma a estudiar teología dogmática con especialización en cristología. Más adelante, en la Universidad Javeriana, realizó un diplomado en cultura de paz y Derecho Internacional Humanitario. Al llegar de Roma empezó a oficiar misas en diferentes parroquias, una de ellas la del Divino Niño. La sicóloga Claudia Rodríguez hacía parte de dicha comunidad y cuenta que las eucaristías de González se hicieron populares. “Su prédica era actual y aterrizada a la realidad, eran misas de hora y media. La gente llamaba a preguntar si él iba a celebrar. Había misas en las que no cabía un alma en el Divino Niño, era una locura”.En ese tiempo Claudia veía a un hombre que “se empezaba a posicionar en Cali desde la sencillez, la humildad, que hablaba desde la realidad con afecto. Era el que se bajaba del altar a darle la mano a todo el mundo, era fraterno y a todos escuchaba. Su mayor número de fans son las señoras mayores por su calidez y cercanía con el feligrés”, anota. Así ganó seguidores que iban tras él a la parroquia que fuera asignado: Santa Rosa, Nuestra Señora de la Esperanza, San Fernando Rey y ahora Cristo Resucitado. El padre Braulio Ortiz, director de la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Cali, párroco de Nuestra Señora de la Salud y asesor espiritual de Samaritanos de la Calle, dice que además de buen amigo, “es un hombre que escucha y que es exigente porque cuando uno da, da lo mejor”. En ocho años de conocerlo nunca lo ha visto perder el control. “La única vez que lo vi apurado fue el día de la bomba del Palacio de Justicia, tenía afán de llegar para mirar qué le había pasado a la Parroquia de Santa Rosa”. Él también lo acompaña en sus recorridos de Samaritanos de la Calle y relata que una vez González fue víctima de un ataque. “José no puede ver un animal en la calle porque piensa que es San Francisco de Asís, que se puede acercar y hablarle a los animales. Una vez en El Calvario, vio un perro pequeño y muy bonito. Se fue a tocarlo y el perro le metió un mordisco al punto de que la camisa se la rompió. Lo mordió muy duro, con eso no se le volvió a acercar a ningún perro”. El incidente no le hizo perder la compostura, y esa misma la mantuvo en los momentos críticos de su enfermedad. “La diabetes tipo I llegó cuando estaba en segundo año de seminario, estuve 29 años con diabetes y colapsé en agosto de 2011, pero nunca me quejé”, dice González. Su hermano admira su tranquilidad. “Él sabe claramente qué es la confianza en Dios, se le veía sereno, tranquilo, no tuvo temor. Esa confianza hizo que rápidamente tuviera su donante”. El milagro de un doble trasplante (páncreas y riñón) se obró en enero de 2012. Su fe le dio aliento para, a las pocas semanas, celebrar Semana Santa, volver a Samaritanos de la Calle, hacer recorridos cortos e irse de paseo con los habitantes de la calle. Hoy, aunque ya puede comer dulces, no se excede, come bien y de todo, pero solo alimentos cocinados, nada crudo y toma agua embotellada. “Tengo medidas de control, pero las he roto”, confiesa. A sus 52 años, aún no se acostumbra a que le celebren su cumpleaños cada 30 de agosto. “No le gusta. Dice que en lugar de gastar plata en él, la gastemos en los pobres”, anota Claudia Rodríguez. Hoy José González sueña con tener un espacio más grande para atender niños, no le ve peros a la transformación urbanística del centro de Cali, pero pide que “no se olviden también de transformar a las personas”.

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