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Las luces y sombras de la vida del 'Doctor Mao'

La sigla salió de juntar las iniciales de su primer nombre y el de sus colegas Álvaro Albán y Óscar Rentería, con quienes a finales de los años 70 firmaba una columna de opinión en el periódico Occidente.

23 de agosto de 2015 Por: Jorge Enrique Rojas | El País.

La sigla salió de juntar las iniciales de su primer nombre y el de sus colegas Álvaro Albán y Óscar Rentería, con quienes a finales de los años 70 firmaba una columna de opinión en el periódico Occidente.

El periodismo le ha transformado hasta el nombre. Se llama Mario Alfonso Escobar Izquierdo, pero todo el mundo lo conoce como ‘Doctor Mao’. La sigla salió de juntar las iniciales de su primer nombre y el de sus colegas Álvaro Albán y Óscar Rentería, con quienes  a finales de los años 70 firmaba una columna de opinión en el periódico Occidente.  A Mario y Óscar, entonces, les decían “los chicos malos”; ya habían revolucionado el periodismo deportivo, integrando a las transmisiones de fútbol en el Pascual Guerrero  la previa del partido. Sus críticas eran muy afiladas. Si un jugador era malo lo decían sin adornos. Si un directivo estaba equivocado, no lo pasaban por alto. Por eso les decían los chicos malos y por eso firmaban la columna con un seudónimo. Con el tiempo, Albán y Rentería no siguieron escribiendo y él conservó la columna y la chapa. En Todelar fue una estrella. En Caracol también. En el Grupo Radial Colombiano fundó la Guerrilla Deportiva, que se convirtió en modelo de los programas de ese tipo.  Y en RCN también logró algo parecido con Los Cabecillas del Deporte. Fue estando allí, quizás en su punto más alto de popularidad y audiencia, cuando en 1997, durante la presidencia de Ernesto Samper, fue vinculado al Proceso 8.000 luego de que estallara el escándalo del ‘Miti Miti’.  El caso fue destapado por la revista Semana, que hizo pública una conversación telefónica entre los ministros Rodrigo Villamizar (Energía) y de Comunicaciones (Saulo Arboleda), a través de la cual, aparentemente, cuadraban el proceso de licitación de 81 emisoras del FM y, en especial, la adjudicación de una estación en Cali. Ahí fue donde apareció el nombre de Mao. La Fiscalía sumó al caso unas declaraciones del ex contador del Cartel de Cali, Guillermo Pallomari, que en una indagatoria lo señalaba como uno de los benficiarios del Cartel. Para ese momento, la Fiscalía dio a conocer que tenía en su poder varios cheques que, girados por empresas fachada de Los Rodríguez, terminaron en la cuenta de Mao. La fiscalía le dictó orden de captura y fue detenido en Cali.Tras 26 meses de condena que terminó de cumplir en una casa fiscal, lo primero que hizo -dice- fue salir a andar la ciudad: “Quería echarle la capa al toro  y me fui a recorrerla a pie, a ver qué sentía en la gente… Y no hubo una sola palabra que me señalara o recriminara. Entonces dije: estoy vivo, la gente me está esperando”.  Ese fue el nacimiento de ‘El Corrillo de Mao’, un nombre que le sugirió el publicista Pedro Chang y un programa que montó con su guardia pretoriana de entonces: Reinaldo Barco, Cuco Roldán, Vicente Gallego Blanco, Jaime Dinas, entre otros. El ‘jingle’, compuesto por Jairo Varela, con quien había coincidido tras las rejas, habla justo de eso: “(…) Es el corrillo de Mao, Mao, en la oficina, en cualquier esquina de Cali, con sus amigos, porque él no está solo, y si solo puedo, ¿cómo será con todos? Mao, Mao, Mao”...  El periodista Gonzalo Hernández, que trabajó a su lado en Los Cabecillas del Deporte, lo define como un hombre enamoradísimo de Cali. Y eso mismo dice su esposa, Rocío Medina, que no puede evitar la sonrisa  cuando cuenta que el regreso a los micrófonos, para hablar de nuevo en la radio de los problemas de la ciudad, fue  la resurrección de su esposo. En ‘El Corrillo’, de hecho, nació ese chillido festivo que convirtió la risa impostada del Doctor Mao en su segundo apellido: jiiiiiiii-jiiiii-jiiii... Lecciones de vidaEl Doctor Mao se quiebra en medio de la entrevista luego de recordar una anécdota infantil al lado de su papá. El viejo era albañil y lo había llevado a trabajar echando pala  bajo el sol; en algún momento se le acercó a preguntarle si le parecía duro lo que estaba haciendo y al escuchar su respuesta le dijo: estudie mijo, para que no le toque comer mierda como a mí. El Doctor Mao se quita las gafas para limpiarse la nostalgia. “Mi papá era un tipo de una gran lógica, él nos llevaba a esos trabajos duros para que valoráramos el estudio porque él siempre decía que lo único que podía dejarnos era eso”, cuenta un intento inútil por aclarar la voz. Creció en el barrio La Loma de la Cruz, junto a siete hermanos: seis varones y una mujer. Su mamá lavaba ropa ajena. Phanor Luna, amigo suyo hace medio siglo, dice que él siempre le ha hablado de esa época como uno de sus tiempos más felices a pesar de la pobreza que veía en la puerta: “Con los hermanos se prestaban la ropa para ir a la escuela”.  Estudió en el Eustaquio Palacios y terminó el bachillerato en el Santa Librada. Luego se hizo abogado en la Universidad Santiago de Cali. Siempre a pie: el Eustaquio le quedaba a tres cuadras de la casa, Santa Librada a seis, la Santiago a diez. Estudiar Derecho fue una elección de vida concordante con el deseo de su papá. Cuando se graduó, el viejo le dijo que no lo consideraba abogado hasta que no lo viera en una audiencia y esa oportunidad llegó con el caso de Luz Dary León ‘La Leona’, una  mujer a la que logró sacar absuelta en un juicio donde el jurado tardó dos horas en deliberar. “Mi papá, al ver eso, quedó plenamente satisfecho”. Para ese momento, sin embargo, bajo el traje del abogado un locutor se había instalado desde hacía mucho en las tripas del muchacho. La culpa, dice, fue de la escuela, porque como todos los exámenes eran orales él se acostumbró a la oralidad: a los 12 años se ganó un concurso de locución y así empezó una historia que ya es conocida e incluye poéticas escenas de su juventud, trepado en un árbol  narrando  partidos de básquet del Santa Librada.  En la emisora La Voz del Valle, durante una de sus primeras incursiones radiales, personificó al Abuelito Farina, un tierno anciano al que le llegaban cartas de sus oyentes.  Entre los remitentes de las cartas estaba Rocío Medina Lizalda, una muchacha muy bonita del barrio San Bosco, que tiempo después fue su novia. Y  lo seguiría siendo. “Seguimos de novios”, dice él para contar que llevan 36 años de casados, dos hijos y tres nietos.  - ¿Y cuál es el secreto?-  Ella a veces cree que yo no tengo la razón y en la mayoría de los casos ella tiene la razón.

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