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Florence Thomas, la francesa que lucha por los derechos de la mujer en Colombia

Florence Thomas admite que cocina, ama las flores y quiere que los hombres cambien de chip. Conozca las facetas más íntimas de esta psicóloga.

12 de julio de 2015 Por: Isabel Peláez / Reportera de El País

Florence Thomas admite que cocina, ama las flores y quiere que los hombres cambien de chip. Conozca las facetas más íntimas de esta psicóloga.

No es amargada ni insatisfecha, no les ha declarado la guerra a los hombres, los ama pues ha vivido rodeada de ellos, tiene  hermanos, hijos y un nieto, no es pro-abortista sino pro-opción, es feminista y no lesbiana. ¿Y si lo fuera, qué? 

Florence Thomas nació en Ruan,   Francia, ‘La Ciudad de los Cien Campanarios’, atravesada por el Sena, pero lleva 48 años viviendo en Colombia, país al que llegó enamorada de un colombiano y donde hace cuatro años le otorgaron la nacionalidad.

Esta psicóloga social de la Universidad de París, vinculada a la Universidad Nacional como profesora titular y emérita de Psicología, creó el grupo Mujer y Sociedad, luego que  a su llegada a Colombia en la década de los 60 encontrara  “mujeres sumisas, sin tomar consciencia  de que son sujetas de derecho. Cuando llegué aquí, mujer era igual a mamá”.

País de madres

¿Cuál fue su primer choque con la cultura patriarcal?

Me casé con  un colombiano y sus amigos nos hicieron una invitación para conocerme.  Me extrañó ver  que los hombres solo hablaban entre ellos y las mujeres entre ellas, no había intercambio. Las mujeres hablaban de la niñera, de los problemas familiares y los hombres sobre el manejo del mundo, la política y  el fútbol.

Acababa de llegar de  París, de los años 60, de las semillas del mayo del 68, donde se pone en tela de juicio todo, donde se estaba hablando del cuerpo de las mujeres, de su derecho a la sexualidad, de las píldoras anticonceptivas, del derecho al aborto.

¿Y qué tanto ha cambiado hoy en día esa realidad que vio a su llegada?

Enormemente. Tuve la suerte de asistir  a grandes cambios, de provocar esta revolución de las mujeres en relación al inicio de los derechos sexuales y reproductivos, a que  la anticoncepción llegara a Colombia,  a  cosas que van a transformar la vida de las mujeres. En  las relaciones hombre-mujer estamos luchando aún. Ya la mujer tiene el derecho al voto, pero poca atención a sus demás  derechos,  hay  poco conocimiento de la realidad de las mujeres  campesinas, indígenas, afrodescendientes y   metidas en el conflicto armado  y el  mundo de estereotipos patriarcales y machistas  es inmenso.

¿Hay una luz en que el Estado empiece a tener más en cuenta a las mujeres?

La piedra angular de las mujeres en Colombia es Profamilia, no el Estado. La maternidad se vuelve opción y no obligación y se puede separar sexualidad de reproducción. Se pasa de la mujer  con 7  hijos de los años 50 a la de  1 o 2 hijos de  hoy en día. Es  una revolución inacabada, falta mucho por hacer.

¿Qué vio de positivo y de negativo  en las mujeres, para  librar esa lucha?

Yo decía: “¿Dónde están las mujeres en este país?”, no encontraba sino madres. Pero descubrí que  aquí cuando las mujeres dan dos pasos adelante en el camino de la  liberación y su autonomía, nunca más dan un paso atrás.  Trabajé con  mujeres desde los años 70 que conformó el grupo  Mujer y Sociedad, de investigación y  debate  en la Universidad Nacional. Y  hablamos de violencia intrafamiliar,  descubrimos  lo que las mujeres son capaces.  A las  colombianas les tengo una admiración sin límite.

¿Cómo reaccionaron las mujeres poco  familiarizadas con el feminismo?

Pese a que la  Universidad Nacional se decía  a la vanguardia revolucionaria, se  resistió mucho al  conocimiento de las mujeres como sujetas  de derecho.  Fue una lucha ardua. Pero cuando  me  invitan  en otras universidades  del país, en  Barranquilla, Cali,  Bucaramanga, la recepción es  muy buena. Las mujeres tienen ganas de aprender, de abrir la puerta de su casa y salir a la plaza pública,  de tomarse la palabra; tienen mucho por contar,  lo siento en mis charla, de norte  a sur del país. 

¿Cuando  empezó su lucha en Colombia aún estaba casada con el colombiano?

Llegué en el 67 y me separé en el 77. Tal vez eso aceleró mi entrada en el feminismo. Uno no nace feminista, se vuelve feminista y cuando me separé decidí quedarme en Colombia. Tenía dos niños chiquitos, era docente de la Nacional y descubrí que llevaba una pregunta a flor de piel: “¿Qué significa ser mujer en una sociedad tan machista como Colombia?”,  y con mis compañeras de la Nacional nuestros  debates giraron  en torno a sexualidad, la  identidad, el cuerpo de las mujeres y sobre las violencias contra ellas.

¿Cuál es el mayor atropello lingüístico que se comete contra la mujer?

Las mujeres no son nombradas en los discursos, o pocas veces. Pastrana empezaba sus alocuciones en televisión con: “Colombianos, buenas noches”. Yo apagaba el televisor. Lo que no se nombra, no existe. Las mujeres durante mucho tiempo no fueron nombradas. No significa que todo el tiempo se tenga que decir  “mujeres, hombres”, pero hay momentos en los que es indispensable, como   decir en el colegio:  “Buenos días, niños y niñas”, no lo hacen y luego  se preguntan por qué tenemos la autoestima  en el suelo.

¿Las mujeres son cómplices del machismo?

Hay mujeres más patriarcales y más machistas que los machos. Ha sido muy práctico ser machista para algunas, no  querer desordenar su pequeño reino y  a veces saben aprovechar muy bien el ser un objeto sexual, sumiso.

Habla con VioletaVioleta es la hija que Florence no tuvo. Asistimos a una charla entre ellas, en la cual hablaron del amor y otros demonios.  -¿Qué  consejo me darías para enamorarme y no morir en el intento, es decir, sin perder mi  identidad? -pregunta  Violeta. -Pues yo soy optimista, creo que las nuevas generaciones sabrán abrirse en una nueva interacción con el amor. Los hombres están entendiendo que tienen que cambiar, ¡O cambian o cambian!, o se desaparecen, porque las mujeres ya no están dispuestas a aguantar lo que sus abuelas aguantaban. Ya son sujetas de derecho. Ya han tomado la palabra, se están educando, se han  empoderado. Y, como tú lo  sabes, algunas se han empoderado tan rápidamente que se han vuelto insoportables. - ¿Pero cómo hacer para que los hombres cambien? - Hay un enorme  trabajo que hacer con los hombres, pero son ellos quienes lo tienen que hacer. A mí que no me vengan a pedir que tengo que cambiar a los hombres ¡Ni más faltaba!   Ellos deben darse cuenta  que necesitan cambiar, si quieren seguir con esas nuevas mujeres, que no son mujeres cualquieras, sino sujetas de derecho, protagonistas de su vida; ellas empiezan a tener opiniones, a expresarlas, a exigir  derechos, eso no es fácil para los hombres que siempre han tenido el poder solitos. Ahora el poder se comparte.  Los hombres están  cambiando, muy lentamente por supuesto,  nos  ayuda a construir nuevos referentes para el amor.  - ¿Con qué tipo de mujeres están soñando los hombres? Las mujeres todavía están soñando con hombres que no han nacido o que apenas están naciendo, mientras que los hombres siguen  soñando con mujeres que se parecen a sus mamás.  Hay una brecha entre lo que están soñando las mujeres y lo que desean los hombres. El amor es complejo para cada generación.  ¿Qué consejo me das  para tener una sana convivencia en pareja? - Mujer,  sal con tus amigas, sin previo aviso, como los hombres. Ellos lo han hecho toda la vida con nosotras.   Para las mujeres populares no es tan sencillo seguir este consejo, porque  tienen cuatro hijitos en casa, el marido llega muy tarde. Pero es sano ir al cine con una amiga una vez a la semana,  tomarse  una cervecita con sus amigas y sus amigos sin pedir permiso. ¿Cuándo les ha pedido permiso su compañero, su marido para salir con sus amigos? No es fácil para quienes tenemos hijos, que nos copan el tiempo...Es que las mujeres nos sentimos culpables porque no atendemos suficientemente a nuestros hijos, porque no somos buenas amas de casa, porque no le calentamos la sopita al marido. Estamos aprendiendo a deshacernos de esto y descubriendo que podemos ser amigas de las otras mujeres. Estamos aprendiendo a pasar de la fidelidad a la solidaridad entre nosotras. Me alegra  ver almuerzos de trabajo o mujeres que salen el viernes por la noche a un bar, a charlar rico. Estamos descubriendo que no necesitamos obligatoriamente un hombre al lado para pasarla rico.  ¿Florence, cómo se hace para criar hijos que no sean machistas? Qué bueno  que los hombres nos ayudaran en esto, pero todavía son muy ausentes y  somos nosotras las mediadoras de esta socialización, del lenguaje, de los roles, de compartirlo con la generación futura. No tuve hijas, sino hijos, sentí que tenía mucho que les podía transmitir, y   aprendieron a valorar enormemente a las mujeres. Uno solo no puede cambiar al mundo. Pero esta generación está cambiando. Mamá feminista

Florence Thomas tiene dos hijos:  Patrick Morales, antropólogo,  de 42 años, trabaja en el Centro Nacional de Memoria Histórica. Y Nicolás Morales, el mayor, de 45 años,  jefe de edición de la Universidad Javeriana. “Y tengo un nieto varón. Solo he tenido hombres, ¿eh? A través de ellos, de sus amigas y de sus novias, he conocido a las mujeres de su generación”, dice ella.

Son ellos quienes   le dicen: “Ay, madre, dale más duro a este tema. Tu artículo (en un diario nacional) es muy débil, dale  fuerza”. Se habituaron desde chicos a que las mujeres  se acercaran a  su mamá en la calle  para felicitarla por una  columna en la que les daba  ‘palo’ a los hombres. También  a ver a los tipos gritarle  “¡Amargada!”, “insatisfecha”, o a sus amigos escandalizados al oírla hablar de aborto, homosexualidad y píldoras anticonceptivas. Pero no  los obligaba a hacer el oficio en casa, en eso no era tan consecuente con su feminismo.  Nunca les dijo a sus  hijos: “No lloren que ustedes son machos”; más bien, “Cuando quieran llorar, lloren”. Algunos  hombres odian a Florence, pero cuando la conocen cambian su percepción de ella. Así ocurrió con el hijo de la asistente de la poeta Guiomar Cuesta “cuando él la escuchó hablar en la Feria del Libro de Bogotá, dijo que   cambió su opinión de ella. ‘Qué mujer  tan abierta,  tan enfocada, como ella dice, los hombres y a las mujeres, si queremos ser felices, debemos cambiar. Porque la cultura nos ha cuadriculado el cerebro’”.  Por su parte, Florence considera que no ha recibido tantos insultos, “creo que me ha ayudado mi acento. Es extraño, porque he dicho cosas muy fuertes  sobre   la libertad del aborto, la homosexualidad y apoyando la adopción. Y  digo:  ‘Seguro  me van a echar del país’ y no, inclusive me otorgaron   la nacionalidad colombiana de honor y fue una mujer (la canciller María Ángela Holguín).  La  mayoría de insultos los recibe en la página web del periódico, pero sus hijos le advierten: “No vayas a abrir hoy el portal, porque te están insultando”.  Ha conocido un poco de  “la  Colombia enferma, en cartas en las que le dicen cosas como “¿Quién la dejó entrar a este país?”, “¿Por qué no la expulsan’’.  Es una feminista que  cocina, ama las flores, riega las plantas, “siento nostalgia de no vivir en la  tierra donde nací, me gustan Edith Piaf, Jacques Brel, soy de la  generación de The Beatles, del ‘Let it be’,  la música clásica,  barroca, me serena.   Me gusta leer. No veo telenovelas. Soy una nostálgica  de la televisión colombiana de los años 80, de Pepe Sánchez, de Carlos Duplat, de los grandes momentos de la televisión colombiana, ya  no soporto lo que se hace, me parece terriblemente malo, como  esas telenovelas sobre  la guerrilla. Miro  seriados extranjeros. Leo la prensa, Veo el Canal Capital y a veces escucho a  Julio Sánchez Cristo, cuando no me irrita demasiado”.  Tampoco tuvo traumas de infancia. “Fui la niña consentida de mi papá, tuve una infancia feliz, alimentada de historias de guerra, pero mi infancia fue normal en una familia de clase media. Finalicé mis estudios universitarios en París, durante la preparación de Mayo del  68.  Estaban al aire muchos debates con Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre y Michel Foucault”.   Dice que hubo un evento de su vida que la marcó para entender “la ignominia de la cultura contra las mujeres”. “Tuve un  aborto en  París, diez  años antes de su legalización en Francia. No había otra salida para mí que esta y me tocó muy duramente. Me dejó una huella. Incide aún en mi  trabajo por los derechos reproductivos y sexuales en Colombia,  me gustaría  morir en este país con el aborto totalmente legalizado”.Sobre sus diez años  de matrimonio  (católico) dice que le enseñaron que “el amor es complejo. Fueron  años ricos, con un hombre inteligente, que me trajo a Colombia y  ha sido  buen padre. El amor nos dejó en el camino, y cuando eso pasa  lo mejor es  el retiro”.

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