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Este jueves las cuerdas de las guitarras sonarán en honor a Roberto Gómez

Mañana Cali le rendirá un homenaje al guitarrista, quien ha sido compañero musical de grandes artistas como Celia Cruz y Helenita Vargas. La cita es en el Centro Cultural Comfandi, a las 7:00 p.m.

9 de noviembre de 2016 Por: Juliana Londoño Mejía, reportera de El País

Mañana Cali le rendirá un homenaje al guitarrista, quien ha sido compañero musical de grandes artistas como Celia Cruz y Helenita Vargas. La cita es en el Centro Cultural Comfandi, a las 7:00 p.m.

"Yo no tengo la culpa, soy inocente de todo”, es la respuesta del guitarrista Roberto Gómez, cuando se le pregunta por el homenaje que se realizará en honor a su carrera este jueves en el Centro Cultural Comfandi, a  las 7:00 p.m.

Aunque nació en Barranquilla, llegó a Cali siendo niño. Es la ciudad que le vio crecer y también donde conoció al amor de su vida, la guitarra, una tarde en la que su padre llegó con dos de estos instrumentos que, al parecer, había recibido en parte de pago, y los repartió entre él y su hermano.

Aprendió a tocarla de pura curiosidad y el amor que sentía, y siente, lo convirtió en todo un virtuoso autodidacta. Nunca tomó clases, porque cuando quiso hacerlo el director del Conservatorio Antonio María Valencia, a sus 26 años, le dijo que ya estaba “muy viejo”. Pero en su sonido se comprueba que pasar por el aula no era  necesario.  

Como las historias de amor verdadero duran para toda la vida Roberto, con su guitarra abrazada, ha sido el compañero fiel de muchos cantantes, entre ellos Helenita Vargas, Beatriz Arellano, María Eugenia Piedrahíta, Celia Cruz y  Lucho Gatica,  que han encontrado en él un apoyo incondicional para brillar con su voz.

¿A qué suena la guitarra?

A veces, tiene un sonido celestial y otras veces suena a gloria. A mí nunca me ha sonado mal, es  casi como un ritual espiritual que no puedo explicar. No todo el mundo las siente, pero es algo sublime.

¿Qué la desafina?

Un cantante desafinado, pero son muy pocas las cosas que no le van bien. 

¿Cuánto tardó en aprender a tocarla?

Desde que la toqué me enamoré. Es un proceso, y en la música nunca se deja de madurar. Me tocó la época del rock y a mí me pasó de ladito y no le paré ni cinco de bolas;  me quedé con la música clásica, la colombiana  y la antigua.

¿Por qué no tomó clases?

Porque en la época mía no se “estilaba” (risas).  La música era una cosa marginal y mi papá pensaba que la música era para otras cosas. No hubo resistencia en mi familia, pero sí algo de precaución, porque se tiene la idea de que el guitarrista siempre debe andar bebiendo y de farra, pero yo nunca tomo más que una copita de vino de vez en cuando. 

¿Cómo se elige a un guitarrista?

Yo no soy artista, soy músico. Desde muy joven empecé a acompañar a todos los cantantes, he tocado con los que me han invitado y he sido terco y persistente. Tengo la virtud de pillarles a los cantantes sus cosas. Siempre he dicho que la guitarra es un apoyo, no una competencia. He entendido que el cantante es la figura y desde ese lugar me he ubicado. Cuando la guitarra atropella al cantante se forma la pelotera.

Notas altas 

Para Roberto Gómez  la guitarra suena bien en todos los ritmos. “Todos los días me sorprendo de lo que escucho. Suena muy bien en los boleros, que  son música cursi, causantes de muchas tragedias, pero también hermosa”. Estudió Economía en  la Universidad del Valle, ha ganado tres veces en el Festival de Música Andina Mono Núñez  y ha lanzado siete discos, uno de ellos en homenaje al cantautor Armando Manzanero, a quien considera un músico salido de serie. Del mexicano recibió un mensaje  en el que le agradecía, no tanto  por el honor de grabar su música, como por el hecho de respetarla. “A algunos músicos les da por hacer arreglos y lo que logran es destruirla, yo la toqué tal como él la compuso”.   Actualmente  tiene dos guitarras, una Yamaha  que utiliza en los conciertos porque es electroacústica, y una Ramírez,  que trajo en el año 1984 de España. De Helenita Vargas, a quien acompañó desde muy joven y durante mucho tiempo, extraña su carácter. “Vivimos muchas experiencias. En Medellín, en un callejón, aparecieron una señora y un señor con un crucifijo y se le arrodillaron. Tenía un carisma que la hacía diferente a todo el mundo.  Ponía a girar el mundo a su alrededor. Cuando nos subíamos un taxi no nos cobraban. Estar a su lado era una experiencia maravillosa”.

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