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El cabello afro ha permitido configurar prácticas de sanación en mujeres que han sido lastimadas por la discriminación. | Foto: Kelly Sánchez

MODA

En el Petronio, Cali se llena de cabezas con afro... y no es solo una moda

Cada día más mujeres negras dejan de esconder sus cabellos y pierden el miedo a lucir naturales. Lo que para algunos se ha convertido en una moda exótica, para muchas mujeres afro guarda un significado cultural que va más allá de la estética.

19 de agosto de 2017 Por: Kelly Sánchez | Especial para El País

Atardece y la brisa que inunda Cali desde el Pacífico sacude las melenas afrudas. La música de la marimba, la chirimía y el cununo envuelven los cuerpos y los hace moverse a su ritmo. Ropajes de colores vivos, amplias sonrisas blancas. En el Festival Petronio Álvarez, como en pocos escenarios, convergen, sin recato, las chontudas, las afrudas, las peliquietas afro-rizadas y las ensortijadas. Van con su afro en todo su esplendor, con turbantes o con trenzas, sin miedo al que dirán. Lo que para algunos se ha convertido en una moda exótica, para muchas mujeres afro guarda un significado cultural que desborda la estética.

Cuando Emilia Valencia se trenza el cabello y se viste con atuendos y accesorios de aspecto africano, siente el llamado de su “madre matria”, África. A Emilia no le tiembla la voz para poner en su sitio al que lo necesite. Es la presidenta de la Asociación de Mujeres Afrocolombianas, Amafrocol. Hace más de veinte años, con gallardía, encamina esfuerzos para que las mujeres afrocolombianas se acepten y se empoderen como negras. En esa medida empezar a aceptar y amar su cabello natural es un paso clave.

Emilia recuerda los años de niñez en su natal Andagoya, Chocó. Vivía en el barrio Casquete. Aunque era feliz, había algo que no entendía: el barrio de los negros pobres, en el que ella vivía, estaba separado del barrio de los blancos adinerados.

Para los residentes de Andagoyita estaba prohibido pasar al barrio de los ricos. Aunque no existía una barrera física, estaba implícito que no podían acercarse al vecindario de los blancos. En navidad, Emilia se escapaba con sus amigos a ver, a escondidas, el alumbrado del barrio vedado. Entonces, comprendía la diferencia entre las condiciones de su gente y las del otro lado.

Pero nada de eso la traumatizó. “Los comentarios racistas me resbalan, no les doy importancia. Pero me suceden cosas como que en mi apartamento alguien toca a la puerta y cuando me ven, preguntan por la señora de la casa. O sea, una negra no puede ser la señora de la casa en un barrio acomodado. O cuando voy a un supermercado y me atienden después que a los demás”.

En estos episodios no solo pesa el que Emilia sea negra, sino que además use trenzas. El cabello afro al natural, suelto o con trenzas, ha sido cargado de apelativos como pelo malo, quieto, duro, cucú, chuto o rucho. Sigue siendo un estereotipo de pobreza, desarreglo, falta de educación y hasta falta de ética.

Por estos días en el pabellón de estética y belleza afro del Petronio hay tres stands de peinados, entre estos el de Amafrocol que lidera Emilia. En este último se pueden encontrar unas ocho peinadoras con gran experticia en el arte del trenzado.

Los precios de los peinados oscilan entre $8.000  y $50.000, de acuerdo a su complejidad. 

Un ritual de belleza y aceptación

En Cali, muchas niñas negras sueñan con cumplir quince años para reclamar su derecho a ser bellas. Su idea de belleza es llevar el cabello liso.

Lina Lucumí lo vivió. Había esperado quince años de su vida para ser bella. Días después de cumplir sus quince, estaba lista. Entró decidida al salón de belleza de Liliana. Los chicos que se encontraban cerca de la entrada del salón, ni siquiera la notaron.

Estaba acostumbrada a esa sensación de que nadie se fijara en ella. En el salón, Liliana soltó la trenza riñón de Lina y se topó con una frondosa cabellera. Le dijo que no se alisara, que tenía un lindo cabello. Pero Lina había esperado mucho por ese momento. Liliana empezó a alisarla. Un olor fuerte de químico saturaba el lugar. Uno que Lina nunca había experimentado. Era el amoniaco que empezaría a hacer efecto en su cabello en poco tiempo. Aunque no era un olor agradable, le gustaba porque era el olor de la belleza.

Una Lina radiante salió de la peluquería. El cabello alisado le llegaba casi a la cintura. Los chicos que antes la ignoraron, ahora la miraban hipnotizados. Lina estaba feliz con su nuevo reflejo en el espejo.

“Desde pequeñas se está creando una imagen de qué es lo bonito, qué es lo que está bien y lo que está mal, el cabello afro ha sido lo que está mal”. Lina habla con pasión y desenvoltura, una elocuencia que hace olvidar que solo tiene 23 años. Ahora luce su afro al natural. Se cansó de los quemones y del maltrato que le producía la crema para alizar. Replanteó su significado de belleza, se enamoró de su cabello.

Lina es co-creadora de Bámbara, una propuesta de emprendimiento empresarial que elabora productos naturales para el cuidado del cabello afro, dado que en el mercado no se encuentra mucho para este tipo de cabello. El stand de Bámbara, en el que se encuentran productos como aceite de coco, aceite de aguacate, manteca de cacao, chontu-menjurje moldeador y juagadura de cacay, también hace parte del Petronio.

Rutas de libertad

Cuentan los que saben, la historia de las esclavas que aprovechaban las salidas con sus amos para memorizar los paisajes y las rutas del ejército español, y luego trenzaban en sus cabezas los mapas de escape.

Esas esclavas también escondían en sus cabellos pedacitos de oro que lograban sacar de su trabajo en la minería. Allí guardaban, además, semillas que después podrían cultivar en su nuevo pueblo en libertad. Las trenzas ayudaron a planear su escape y a garantizar la sobrevivencia de la comunidad. Fue así como se formaron los primeros palenques.

Cuentan también que en 1800, en Louisiana se decretó la ley del Tiyón, que obligaba a las mujeres negras a cubrirse el cabello con un trapo. Esto porque las amas blancas creían que con los peinados, las esclavas podían enamorar a sus amos.

Por eso es usual que en películas que recrean la época de la esclavitud, se muestre a mujeres negras con trapos blancos en la cabeza. Las trenzas y los turbantes se convirtieron en emblemas libertaríos. Ahora, todas las formas de llevar el cabello afro natural son también una manera de resistencia a nuevas formas de esclavitud.

La transición

Muchas de las mujeres que hoy lucen su cabello afro al natural en Cali, pasaron por un proceso de aceptación difícil del que hicieron parte las burlas, los comentarios despectivos, y la tortura de un reflejo en el espejo que desconocían.

“Se reciben comentarios como '¿Por qué no te peinas mejor?' '¿Qué te está pasando?' 'Te estás descuidando'. Por dentro algo lindo está surgiendo en la persona que emprende el proceso, pero por fuera no se ve. Los avances para una mujer que hace la transición, son involuciones para los otros”, dice Brenda Zambrano, integrante del colectivo Ensortijadas. Ella, no pocas veces, recibe comentarios del tipo: “Tienes una cara muy linda, pero te verías más bonita si te alisaras”.

Pero el asunto va mucho más allá. Carolina estudiaba una carrera en el Sena. Aunque le gustaba lo que hacía, tuvo que abandonar sus estudios porque no soportó los comentarios despectivos que le lanzaban sus compañeros, sobre su cabello.

Yulieth fue un día con trenzas a la escuela de azafatas donde estudiaba. La directora no la dejó entrar por su peinado. A Virginia le hicieron una entrevista de trabajo por teléfono y todo salió bien. Sin embargo cuando se presentó con sus trenzas al colegio en el que aspiraba a trabajar, el director le dijo “tú no cabes aquí”.

Lucy ha logrado hacer la transición, se le ha visto segura. Sin embargo a veces llora porque siente que por su pelo natural, sus empleados no la toman en serio. Lucy a veces quiere rendirse y volver a alisar su cabello.

Lina, quien también se enfrentó las críticas en su transición de cabello liso a las trenzas y luego al afro, sostiene que el cambio implica un gran esfuerzo personal. “Las mujeres somos libres de hacer con nuestros cuerpos lo que mejor nos parezca, pero es importante mirarnos hacia dentro y preguntarnos por qué lo hacemos y cuáles son los costos que pagamos por esas acciones. Pero eso es un proceso complejo", afirma. 

Cuestión espiritual

Diana Mosquera usa trenzas que se hace ella misma. Peina desde que tenía 12 años y dice que ha peinado más de 500 cabezas. Tiene una destreza encantadora cuando peina.

Diana no planea los peinados que hará, solo empieza a tejer y se deja llevar por el ritmo de sus manos. Usa la cabeza como un ajedrez en donde encuentra solución a sus problemas.

Para Diana, trenzar es una cuestión espiritual, debe tener una conexión especial con la persona a la que peina. Incluso dice que cuando no la siente ora antes de empezar.

¿Cuántos tipos de peinados puede hacer una peinadora? tantos como su imaginación se lo permita. Lo que es claro es que cada peinadora tiene un estilo propio que la identifica.

Aunque no hay un número exacto de cuántas organizaciones trabajan por reivindicar la estética negra a través del cabello, este movimiento crece con fuerza. En Cali se hacen dos encuentros anuales con estas organizaciones, a los que asisten alrededor de 80 mujeres afro, de diferentes lugares de Colombia.

Adicional a estos encuentros, se realiza en el mes de junio el encuentro de peinadoras y concurso de peinados ‘Tejiendo esperanzas’, un evento en el que las peinadoras despliegan toda su creatividad para hacer arte en el cabello afro.

Esas mujeres negras que hoy, en el Petronio, se ven tan seguras, que lucen su cabello afro al natural, sin miedo, están cansadas de las miradas que las examinan como entes extraños, no quieren que intenten tocarles el cabello sin permiso, no quieren que les pregunten "¿Por qué no te peinaste?". O que les sugieran que alisadas se ven mejor.

Ellas, las chontudas, las afrudas, las peliquietas afro-rizadas y las ensortijadas, como las llama Emilia, no quieren ser más exóticas. Solo quieren ser, en su más genuina naturaleza afro.

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