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Yuri Herrera, literatura versus realidad en México

De él dijo Elena Poniatowska que había entrado a la literatura mexicana por la puerta de oro. Y tenía razón. En sus novelas, Yuri Herrera ha construido con precisión mundos que nos recuerdan las preocupaciones no solo de México, sino del mundo contemporáneo: la corrupción, el narcotráfico, la migración. Estará en la Feria del Libro de Bogotá.

5 de abril de 2015 Por: Catalina Villa l Editora de GACETA

De él dijo Elena Poniatowska que había entrado a la literatura mexicana por la puerta de oro. Y tenía razón. En sus novelas, Yuri Herrera ha construido con precisión mundos que nos recuerdan las preocupaciones no solo de México, sino del mundo contemporáneo: la corrupción, el narcotráfico, la migración. Estará en la Feria del Libro de Bogotá.

El 1 de octubre de 2014 no fue un miércoles cualquiera. No para Yuri Herrera. Es cierto que ya para entonces no era sorpresa recibir esas escabrosas  noticias de desapariciones de mujeres o de descubrimiento de fosas comunes o de  masacres de gente que reza al pie de una capilla y que  de tanto oírlas terminan convertidas en escuetas cifras que dibujan el desolador paisaje de la violencia en México. Pero ese miércoles lo que se escuchaba era  otra cosa. Era la  confirmación de algo que los mexicanos venían sospechando con escozor de tiempo atrás: la complicidad entre fuerzas de seguridad del Estado y el crimen organizado para proteger un mismo negocio: el narcotráfico. 

Desde su casa en Nueva Orleans, donde trabaja hace cuatro años como profesor de literatura mexicana en la Universidad de Tulane, Herrera se refiera al asesinato de los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa ocurrida en Iguala.

“En México lo más horroroso que ha ocurrido, y creo que también sucedió en Colombia, es que te insensibilizas. Entonces terminamos por no tener la capacidad de reaccionar como debe ser ante estas cosas terribles. Pero en el caso de Iguala, cuando la información empezó a salir de forma casi inmediata y con claridad se pudo ver el salvajismo del hecho sumado a esa complicidad entre estado y crimen organizado, había que reaccionar”.

Entonces Yuri Herrera se sentó a hacer lo que sabe: escribir. Y lo hizo en contra de lo que para él ha sido uno de los graves problemas --aunque poco visibles-- en esa guerra que libra México y que no tiene  uno sino múltiples  frentes: la satanización a la que han sido sometidos  los estudiantes de las normales. “Tanto las elites económicas como políticas han construido la idea de que el problema no es la impunidad, no es la desigualdad, no es la increíblemente obscena corrupción, sino la radicalización de la gente que protesta”, dice. “Y eso es horrible”.

Desde entonces ha estado decididamente cercano al caso. Hace dos semanas  acompañó a la delegación de padres que emprendió un viaje por varias ciudades de Estados Unidos, incluida Nueva Orleans. Estuvo apoyándolos en su petición de buscar nuevos foros que los escuchen. “Ellos están convencidos de que van a encontrar a sus familiares. Y es importante que no se rindan. En la medida en que continúen la lucha  por la aparición de sus hijos continuará también la lucha en contra de la impunidad de muchos otros casos”, dice convencido. 

Es una lucha similar la que, por momentos, uno podría ver representada en los personajes que Yuri Herrera ha construido en sus novelas.  La lucha de Makina, por ejemplo, en ‘Señales que precederán al fin del mundo’, una mujer que emprende un viaje para buscar a su hermano que se ha ido ‘al otro lado’, y que a medida que avanza en el camino se va ‘regenerando’.  

Podría ser, también, la lucha del Artista, en ‘Trabajos del reino’, un talentoso compositor de corridos que luego de haber conquistado al Rey --que no es otro que un capo del narcotráfico--  huye de ese palacio que siempre aspiró habitar al descubrir el  amor y, sobre todo, la verdad.

Personajes que habitan mundos impunes y desiguales y obscenamente  corruptos. Mundos como los de la realidad.  

Yuri, sin embargo, no quiere caer en esa trampa de reflejar la realidad en sus novelas. No cree que la literatura tenga esa capacidad de copiar y pegar los hechos “como si la realidad tuviera una serie de papelitos pegados diciendo cuál es la palabra que le corresponde a cada cosa”. Él prefiere hablar de una representación. De una recreación de la realidad. No es casualidad que  justamente así haya surgido su primera novela. 

Luego de haber intentando infructuosamente durante años escribir algo  que valiera la pena, participó en concursos de novela  que nunca ganó, escribió montones de cuentos que nadie publicó, aplicó a becas que nadie le adjudicó, Herrera encontró por fin una idea que quería desarrollar: la historia de los artistas de la corte de la Europa del Siglo XVIII. “Pensé ¿cómo es posible que un artista pueda ejercer su libertad y crear algo singular, si su trabajo depende del mecenazgo de un sujeto poderoso y frecuentemente enloquecido, como eran estos sujetos de la corte que tenían poderes absolutos?”. 

 Para entonces Yuri Herrera vivía en El Paso, Texas, donde adelantaba una maestría en creación literaria. Pero mucho de su tiempo lo pasaba en Ciudad Juárez, donde los carteles de Sinaloa y Juárez han librado una dura batalla. “Estando allí fue una cosa automática la de querer contar mi historia dentro del contexto en el que vivía. Y ¿quién podría ser ese soberano enloquecido que no tiene contrapeso, pero al cual le gusta que le compongan canciones y tener a una serie de sujetos ensalsándolo? Pues un narco. Y ¿quién podría ser el artista? Primero pensé en un joyero, en un orfebre. Pero al final me incliné por un cantante de corridos porque me permitiría desarrollar algunas de las preocupaciones sobre la creación y  sobre la lengua”. 

Inmerso en cantinas frecuentadas por estos personajes, agudizó su sentido de la observación. Hablo con la gente. Puso atención. El resultado son 127 páginas sobre la vida al interior de un cartel del narcotráfico, en la que por ningún lado aparecen las palabras ‘capo’ ni ‘cartel’ ni ‘coca’ ni nada que se le parezca. 

Porque  Yuri Herrera está convencido de que una de las principales funciones del arte, de la literatura, es encontrar nuevas maneras de decir las cosas. Entonces lo  primero que hizo fue no repetir los términos que ya se han convertido en cliché de la violencia. “Mi patrimonio es por igual El Quijote, el dialecto de las cantinas, el vocabulario del amor o como hablan los vendedores ambulantes en las calles. Es decir que para mí no hay una distinción sobre cuál parte de nuestra lengua es más propia para ser utilizada en la novela, sino que todas pueden servir en función de la historia que quieres contar”, explica. “Y al final lo importante es saber que el estilo no es una cuestión de ornamento sino que implica una toma de decisiones éticas y estéticas que sirven para recrear ese mundo de manera singular y que sirve para formar ciudadanos críticos”. 

La novela fue publicada en 2004 por el Fondo Editorial Tierra Adentro. Y salvo sus familiares y unos cuántos amigos, muy poca gente leyó su ópera prima. Una de ellas fue Elena Poniatowska. Figura fundamental dentro de la cultura latinoamericana, calificó la novela de Herrera como una entrada por la puerta de oro en la literatura mexicana.  

“Lo que ella escribió fue uno de esos poquitos textos que aparecieron en los primeros años, cuando nadie le hacía caso a la novela, y ella se tomó el tiempo para dedicarle una líneas”, recuerda agradecido. 

Fue solo en 2010, al ser publicada por Editorial Periférica que la novela empezó a tener resonancia.  Y entonces llegaron las otras novelas. ‘Señales que precederán al fin del mundo’, en 2010, quizás la mejor de todas, que acaba de ser traducida al inglés con buenos comentarios de la crítica. 

Y ‘La transmigración de los cuerpos’, en 2013, --que presentará en Colombia a finales de abril en la Feria del Libro de Bogotá--, cuya historia se desarrolla durante una epidemia. “Yo ya había empezado a escribirla estando en Ciudad de México cuando fue  el gran susto de la influenza. Fue un momento  terrible en muchos sentidos, no solo por la gente que se murió y el drama de sus familias. Pero por otro lado fue un momento fascinante; estar en una ciudad de esas dimensiones, paralizada y con las calles desiertas... Eso me dio más elementos para escribir la novela”, cuenta. 

 ¿Qué tanto tienen en común una con la otra? “Las  tres  tienen vasos comunicantes entre sí. Hablan de  temas importantes del México contemporáneo y en general del mundo contemporáneo. La migración, por ejemplo, la idea del viaje como experiencia transformadora es absolutamente universal. Eso por un lado. Pero también en las tres he tratado de hacer esto que te decía ahora de encontrar un registro lingüístico propio. Así que si bien las tres forman una especie de trilogía en términos estilísticos y de temas, al final son independientes; se leen separadamente”.

Son tres novelas que si bien --como él insiste--, no reflejan la realidad, inevitablemente nos recuerdan,  a través de palabras precisas y justas, de frases contundentes, ese mundo impune y desigual y obscenamente  corrupto que habitamos.

 

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