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Yernos caídos del cielo

‘No se casen con mis hijas’ es una comedia francesa construida con humor inteligente y guiños nacionalistas que dejan ver lo mejor de su género. La película se centra en las vicisitudes de una pareja católica que se ve obligada a aceptar con resignación las parejas matrimoniales de sus cuatro hijas.

23 de agosto de 2015 Por: Claudia Rojas Arbeláez | Especial para GACETA.

‘No se casen con mis hijas’ es una comedia francesa construida con humor inteligente y guiños nacionalistas que dejan ver lo mejor de su género. La película se centra en las vicisitudes de una pareja católica que se ve obligada a aceptar con resignación las parejas matrimoniales de sus cuatro hijas.

Durante los años que llevan casados, Claude y Marie Verneuil solo han vivido para sus cuatro hijas. Trabajando duro por darles lo mejor y esforzándose en convertirlas en unas mujeres de bien, educadas dentro de la más clásica tradición francesa y en la fe católica, por encima de todo.

Ahora que las niñas se han convertido en unas mujeres, la pareja de padres espera con ansias cosechar los frutos de tanto esfuerzo y dedicación viéndolas llegar al altar acompañadas de hombres de valores similares a los de ellas. Pero nada más lejos de la realidad.

‘No se casen con mis hijas’ cuyo título original en francés traduce algo así como ‘¿Qué le hemos hecho al buen Dios?’ (Nombre que sin duda resulta mucho más apropiado para el drama que viven este par de padres que intentan llevar con abnegación católica los designios de Dios), está dirigida por Philippe de Chauveron y protagonizada por Christian Clavier y Chantal Lauby.

La película que empieza involucrándonos de manera fugaz al matrimonio de las tres mayores, nos ubica rápido dentro del mundo de este par de padres que tiene que aceptar cómo las chicas, muy llevadas de su parecer, escogen por maridos a hombres que sin duda aman, por lo que obvian costumbres, credos e historia. Un árabe, un judío y un chino se convierten en parte de esta conservadora familia, cuyos padres apenas si pueden llevar a cuestas semejante pena.

Sin embargo, intentan hacerlo como mejor pueden, mucho más impulsados por la resignación y el amor hacia sus hijas que por otra cosa. Y como bien dicen, “al mal que dura hay que ponerle la cara dura”, en su afán de procurar la paz y la armonía, asisten entusiasmados a reuniones familiares que al final terminan convertidas en verdaderos escenarios campales de malos entendidos impulsados por los derechos y los resentimientos, más que otra cosa. Palabras, expresiones y comentarios hieren la susceptibilidad histórica de unos y otros por igual: De suegros a yernos y entre los mismos cuñados que no terminan de soportarse por más que sean familia.

Pero en sus corazones (y oraciones) aún conservan la esperanza de ver a la menor de las hijas casada con un hombre que comparta su fe y los más férreos principios franceses. Las oraciones rinden sus frutos, a medias eso sí… La hija se enamora de un muchacho que cumple muchos de los requisitos de sus padres, o casi todos. Porque hay un pequeño detalle: es un africano perteneciente a una familia tanto o más tradicional que la de ellos, cuyos padres se enfurecen aún más cuando se enteran que piensa casarse con una blanca.

La cosa empeora a medida que la fecha de la boda se acerca, cuando Claude y Marie por fin conocen a su yerno y se esfuma su última esperanza. Tras el encuentro Claude, frustrado, decide vender la casa y hasta amenaza con separarse de su esposa. Y ella, por su parte, se sume en una depresión que apenas si permite levantarse de la cama.

Pero esto no hace que los planes de la hija se detengan y la película continúa en medio de situaciones que no podían ser más divertidas, no solo absurdas, sino por las grandes escenas acompañadas de muy buenos diálogos y guiños franceses para los más exquisitos.

Este género que tan bien se les da a los franceses tiene su garante en encontrar situaciones sencillas y explotarlas al máximo con sus personajes poco estereotipos y bien construidos y una apuesta a fondo por un género donde el ridículo, la exageración y el sarcasmo son posibles. Vale la pena dejarse llevar por las dinámicas propias de las familias de provincia, los discursos extremistas de los padres, el francés y el africano quienes no parecen encontrar un punto medio, pero que al final se parecen mucho más de lo que piensan.

Así, en medio de las risas y las situaciones que bien podrían verse previsibles, la película esgrime y conserva su crítica certera al clasismo, al racismo y al nacionalismo que pontifica sobre el General De Gaulle y se emociona hasta las lágrimas al oír la Marsellesa. Estos son los nuevos franceses, con una historia diferente por sus lugares de origen, pero tan franceses como los demás gracias a las consecuencias de la extensión territorial de sus antepasados.

Una buena manera de acercarse al cine de historias sencillas, que sin proponer gran cinematografía, deja un buen sabor de boca y un sentimiento de gratitud en el espectador que se entrega a la carcajada fácil y al chiste. A diferencia de la reciente y también muy exitosa, ‘La familia Bélier’ esta no tiene tintes melodramáticos ni busca conmover con situaciones extraordinarias y algo reforzadas.

Esta resulta una película amena a la que no debe exigírsele nada más de lo que ofrece. Diálogos divertidos, que reflejan sesgos parisinos, burlas a los prejuicios raciales y a la obligada resistencia de querer ser aceptados tal y como somos, sin querer dar un paso hacia el cambio. N'hésitez pas!

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