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Viaje a la Biblioteca Nacional: el disco duro del país

Este año se conmemoran 75 años de la construcción de la sede de la Biblioteca Nacional, una buena excusa para sumergirnos en esta entidad que custodia 244 años de memoria documental del país.

14 de agosto de 2013 Por: Redacción de GACETA

Este año se conmemoran 75 años de la construcción de la sede de la Biblioteca Nacional, una buena excusa para sumergirnos en esta entidad que custodia 244 años de memoria documental del país.

Un sudor frío debió correr por la frente del intelectual y gestor bogotano Daniel Samper Ortega cuando se vio frente al mar bibliográfico al que se debería enfrentar en adelante. Corría el año 1931 y en su calidad de director de la Biblioteca Nacional de Colombia, entendió que los 85.355 volúmenes que componían el acervo de la institución, fundada en 1777, no tenían cabida en el edificio de Las Aulas, construcción del Siglo XVII, en la cual ya llevaba funcionando cien años.En sus archivos reposa la memoria del abrumador panorama que encontró el director: había correspondencia sin abrir fechada desde 1898, ¡33 años antes! cerca de nueve mil volúmenes sin catalogar y tres cerros “de más o menos cinco metros cúbicos de paquetes de periódicos sin abrir”. La conclusión de Samper fue lapidaria: "No existe Biblioteca Nacional".El intelectual entendió que aquella era una situación indigna y que era urgente emprender el proyecto de construir una sede moderna que permitiera a la entidad cumplir las funciones para la cual fue creada. El 2 de mayo de 1933 se iniciaron las obras de construcción, en un lote ubicado al costado sur oriental del Parque de la Independencia, pero hubo que esperar al 20 de julio de 1938 para que la nueva sede de la entidad fuera inaugurada.Habría qué imaginar, también, la cara de los asombrados capitalinos que tuvieron el privilegio de ingresar por vez primera a aquella monumental construcción de cuatro plantas, dominada por un imponente pórtico y con ventanales distribuidos por todos los frentes de la fachada. Era una obra arquitectónica pensada para perdurar cien años.La nueva edificación se levantó con cemento armado y con materiales adecuados para la seguridad y conservación de las colecciones bibliográficas. Además, en la edificación se alojaron la  imprenta, los talleres de encuadernación, fotograbado y los equipos de la Radiodifusora Nacional.Aquél fue uno de los primeros edificios modernos que tuvo Bogotá. El diseño estuvo a cargo del arquitecto Alberto Wills Ferro, considerado uno de los precursores de la arquitectura moderna en el país. Graduado como arquitecto de la Universidad Nacional, Wills acababa de llegar de Estados Unidos, donde obtuvo un máster en la Universidad de Columbia.En su calidad de funcionario de la Sección de Arquitectura de la Dirección de Edificios Nacionales, Wills realizó los diseños de una construcción revolucionaria para su tiempo con un estilo inscrito dentro del Art Deco bogotano, con su volumetría austera en la fachada, a través de la cual creaba un puente entre la tradición republicana y el modernismo. No menos interesante fue  la sala de lectura, de gran monumentalidad, para cuyo diseño el joven arquitecto se inspiró en bibliotecas públicas de Estados Unidos y Europa.Eso lo entendió bien el arquitecto Jacques Mosseri, quien en 1977 -con motivo de los 200 años de la Fundación de la Biblioteca Nacional- realizó los diseños para remodelar la edificación.Mosseri explicó que el proyecto se propuso devolverle toda la fuerza y el peso que tuvo la Biblioteca, y para ello convirtió la sala principal del primer piso en un hall central. “En ese nivel estaban ubicados los depósitos que estaban en mal estado y decidimos unir todo en ese hall que volvió a conectar la salida norte y sur que tenía la construcción. En el segundo piso quedaron las salas de lectura con un impacto mayor en cuanto a las salas de lectura diaria, salas de investigación y salas de docencia y se creó además una sala de conciertos que no había sido contemplada en la construcción original”.En su momento la propuesta de Mosseri fue objeto de debate entre los académicos. “Tuvimos algunas discusiones, en especial con Fernando Martínez -arquitecto y profesor de la Universidad Nacional- que pensaba que la Biblioteca debía preservar su diseño clásico conservando la sala de lectura en su lugar, pero consideramos que el cambio era importante ya que el hall permitió vincular todos los espacios de la biblioteca de manera clara, y no a través de pequeños corredores y escaleras como estaba. Me  siento muy satisfecho de haber participado en ese proyecto con todo mi equipo, por la trascendencia que tuvo la obra".El arquitecto agregó que el nuevo hall integró la sala de conciertos y de lectura con un gran espacio para exposiciones de arte. Al mismo tiempo, se recuperó el sótano que había sido invadido por el entonces Instituto de Radio y Televisión, Inravisión, que había llegado allí desde su creación, recuperando todo ese primer nivel para la Biblioteca.Tesoros documentalesTras la decisión de Carlos III de expulsar en 1767 a los Jesuitas de las colonias de América, las bibliotecas de estas comunidades ubicadas en Bogotá, Tunja, Honda y Pamplona, fueron reunidas y catalogadas en la Capital para dar origen a la Biblioteca Nacional. Sus puertas fueron abiertas el 9 de enero de 1777, siendo una de las más antiguas de América Latina.El coordinador del Grupo de Colecciones de la Biblioteca Nacional, Camilo Páez, explicó que desde entonces esta institución se convirtió en una especie de disco duro de la Nación y que hoy en día con sus dos y medio millones de volúmenes constituye uno de los más grandes patrimonios documental y bibliográficos del país. “Y es que aunque su sede está en Bogotá en sus colecciones está reflejada todo el pensamiento y las manifestaciones culturales del país a lo largo de 244 años”, agregó.Entre los tesoros que conserva la Biblioteca está su hemeroteca que contiene desde ‘Aviso de terremoto’, la primera noticia impresa publicada en el país en 1785, por Antonio Espinosa de Los Monteros, hasta las más recientes ediciones periodísticas de las diversas regiones del país.En los anaqueles de la edificación hay una sección dedicada a los libros incunables, aquellos libros impresos entre 1450 y 1500. De este periodo la biblioteca cuenta con 44 ejemplares, escritos en latín, que constituyen un invaluable testimonio documental, el más antiguo de ellos data de 1480.Otro de los atractivos que encierra la Biblioteca Nacional es el fondo José Celestino Mútis, que constituye una unidad bibliográfica y documental que está integrada por los libros y documentos que el científico trajo hasta territorio americano y que fue complementando durante sus años de estancia. Son en total 4.600 volúmenes sobre historia, medicina, geografía, biología, historia natural y astronomía.Esta colección contiene entre otros tesoros, un libro monumental de 400 páginas, escrito en latín y que es una selección de las plantas que fueron descubiertas en las colonias americanas. El libro pertenece a una edición de tan solo 30 ejemplares, porque sus páginas están integradas en buena parte por grabados, que fueron cada uno iluminados a mano, lo cual lo convierte en un auténtico libro de arte.Páez resalta la importancia histórica y documental de este fondo. “Mútis introdujo el pensamiento moderno al país. Él trajo hasta nuestro territorio los primeros ejemplares de filosofía y de la física de Newton de la época y que luego sirvieron de base para la enseñanza académica. Eso fue un paso fundamental pues hasta entonces el conocimiento y concepción del mundo en nuestro medio aún se basaban en postulados medievales”.No menos importancia tiene el fondo Jorge Isaacs, que está integrado con parte de la biblioteca del emblemático autor vallecaucano, que fue donada por su familia a comienzos del Siglo. Esta colección incluye tomos sobre historia, geografía, descripción de viajes por América, sobre temas indígenas y algunos poemas manuscritos de su autoría.La historia de la literatura del Siglo XX también tiene en la Biblioteca valiosas fuentes documentales, como el manuscrito original de ‘La Vorágine’, la obra cumbre de José Eustasio Rivera o el Fondo Germán Arciniegas, que recoge no solo la obra del historiador, ensayista y político bogotano, sino también su archivo personal en el que reposan una buena cantidad de documentos y correspondencia con intelectuales colombianos como Baldomero Sanín Cano o León de Greiff, además de una buena cantidad de obra gráfica original de artistas de la época como Sergio Trujillo o Ricardo Rendón, entre otros.Estos son solo algunos ejemplos de la riqueza bibliográfica de esta entidad, que al contrario de otro tipo de instituciones similares no se nutre con la compra de libros, sino que se surte a través de la Ley de Depósito Legal, cuyo origen se remonta a 1834 y que constituye un mecanismo mediante el cual todo colombiano que imprima o publique un libro en el país debe remitir dos copias a la Biblioteca Nacional, una para consulta y otra para la preservación.Camilo Páez dijo que su propósito es garantizar que se pueda dar cuenta de todo lo que se produce bibliográficamente en Colombia. "Pero la realidad es otra, pues no todo lo que se edita llega hasta nosotros. El cumplimiento de esta norma es muy importante porque es aquí donde se puede preservar la memoria histórica y documental nuestra".Nuevos retosSin embargo, 75 años después de su construcción, la sede institucional afronta nuevos retos. El arquitecto  Mosseri, quien visitó recientemente la edificación, dijo que a pesar de encontrarla en buenas condiciones, siente preocupación por la funcionalidad de la entidad. “Hace falta realizar ampliaciones, en especial para los depósitos, y crear nuevas salas de lectura que se suponía estaban proyectadas para hacerse en terrenos aledaños. En ese sentido el Ministerio de Cultura tendrá que hacer esfuerzos para resolver esa dificultad”.Y es que si Samper y Wills retornaran del pasado, se sorprenderían al ver cómo la producción editorial del país sobrepasó todos sus cálculos. De los poco más de 83.000 volúmenes que se tenían hace 75 años, la colección aumentó a dos millones y medio de unidades en la actualidad.En opinión de Páez, la Biblioteca está llegando a un límite crítico que está poniendo en riesgo la misma memoria bibliográfica del país. “Es un tema que tiene que ver con el espacio, pero también con la seguridad de un edificio que tiene 75 años y que no cuenta con las normas de sismorresistencia que se exigen actualmente. Eso hace que se requiera de una nueva intervención a su estructura”.Otra dificultad radica en que en el mismo edificio se están albergando tanto los ejemplares de consulta, como de preservación. “Es necesario que estos ejemplares de salvaguarda se ubiquen en otro espacio, en primer lugar, por seguridad, pues si algo pasara en la edificación se corre el riesgo de perder el patrimonio bibliográfico y patrimonial por completo. pero también por que al mover los depósitos fuera de la edificación se ganaría espacio para la Biblioteca. Igualmente ocurre que el material digitalizado también se encuentra dentro de la edificación y se hace necesario disponerlo en un espacio diferente”, agregó el coordinador del grupo de Colecciones.Si bien desde el 2009 con el impulso del Ministerio de Cultura y la cooperación internacional la entidad emprendió la digitalización de sus colecciones para que más personas puedan acceder a la valiosa información a través de la Biblioteca Digital, es  necesario que se actualice la Ley de Depósito Legal, para que la información que se está produciendo en estos nuevos medios, también ingrese a la base documental de la Biblioteca.Hasta ahora la entidad ha realizado una convocatoria pedagógica para que, quienes así lo deseen, aporten sus producciones digitales a la Biblioteca, pero no existe una normatividad en ese sentido. “Pensemos que dentro de cien años alguien quiera tener documentación sobre el proceso de paz que se está dando actualmente en Colombia y vemos cómo una gran cantidad de noticias sobre el tema se producen en páginas web, en blogs o en las redes sociales. ¿Cómo vamos a poder dar cuenta al ciudadano del futuro de esa información, cómo la vamos a almacenar?” se pregunta Páez.A la cabeza de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, integrada por más de 1.400 instituciones departamentales y municipales, esta máxima rectora del patrimonio bibliográfico y documental coordina un equipo de “tutores y promotores cuya misión es apoyar la tarea de los bibliotecarios en las diferentes regiones colombianas”, según un informe del Ministerio de Cultura.En ese proceso han contado con el apoyo de entidades internacionales como la fundación Bill & Melinda Gates para digitalizar la documentación. Precisamente en el marco de la Conmemoración de los 75 años de construcción del edificio, el Ministerio de Cultura anuncia que la institución efectuará un inventario general de las colecciones que no tiene precedentes en su historia. “Con un equipo de cerca de 150 personas dedicadas exclusivamente a la tarea durante ocho meses, la biblioteca mantendrá activos sus servicios de consulta en sala, al tiempo que se cotejan, revisan, comparan y catalogan todos y cada uno de los materiales almacenados en los depósitos”.Así como hace más de siete décadas Daniel Samper Ortega emprendió una avanzada para darle a la Biblioteca Nacional un espacio adecuado para su valiosa labor, el país tiene nuevamente el reto de darle a esta institución, que alberga 244 años historia documental, el espacio que necesita para que siga siendo la gran memoria patrimonial de los colombianos.

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