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Una novela con dos caras, la metafórica propuesta del escritor Ricardo Silva

Ricardo Silva Romero nos propone un juego: una novela doble —'El Espantapájaros' y 'Comedia romántica'— que nos demuestra que el amor y la muerte están mucho más cerca el uno de la otra de lo que nos parece. Letras de rosas y también de espinas.

26 de noviembre de 2012 Por: Lucy Lorena Libreros Periodista de GACETA

Ricardo Silva Romero nos propone un juego: una novela doble —'El Espantapájaros' y 'Comedia romántica'— que nos demuestra que el amor y la muerte están mucho más cerca el uno de la otra de lo que nos parece. Letras de rosas y también de espinas.

Algo debe andar muy mal en este país para que el Negro Manosalva suplique en voz alta: “Que mi mami no me entierre, Dios”. Para que ese mismo soldado, fusil terciado al hombro, se quite “las gotas de sangre de los párpados como si hubiera estado llorando”. Y para que, páginas más arriba, alguien nos narre la escena de un marrano salvaje que aparece con un brazo de mujer entre los dientes. Algo tan malo como lo que les ocurrió a los habitantes de El Salado, allá en Bolívar, en febrero del 2000, cuando los paramilitares hicieron de una masacre una fiesta amenizada con gaitas. O como lo que padeció un centenar de pobladores de Bojayá, una década atrás, que buscaron refugio en una iglesia de los cilindros bombas que parecían llover del mismísimo cielo, pero que al final, inermes, murieron a los ojos de Dios.Algo —contémoslo de una vez— como lo que vivió Camposanto, esa vereda imaginaria que puede quedar a la salida de cualquier pueblo de Colombia. Una de esas veredas —le aseguro que lo ha leído en el periódico— que una mañana despiertan sabiéndose enemigas de unos señores de fusil que los acusan de auxiliar a otros señores de fusil. Cosas de la guerra. De eso se trata una de las novelas que compone el experimento literario más arriesgado de los últimos años en Colombia: un autor —Ricardo Silva Romero— se enfrenta al reto doble de escribir la cara y el sello de un mismo libro.Ese libro se llama ‘Erase una vez Colombia’. Páginas que nos demuestran que el amor y la muerte se buscan, se desean. Que están mucho más cerca de lo que nos parece. Y ‘El espantapájaros’, la novela que nos narra la masacre de Camposanto. Usted la lee y, seguro, queda aturdido. Entiende a qué se refiere el poeta Juan Manuel Roca cuando nos dice que Colombia se acostumbró a que la guerra llega después de la posguerra. ‘El espantapájaros’ es un horror que Silva Romero nos va entregando en módicas cuotas.Después de 150 páginas de angustia, el autor detiene la barbarie. Y entonces inicia otra historia. Una que reivindica lo que ya nos había enseñado Pepe Calderón Tovar, el protagonista de ‘Autogol’, su anterior novela: “la única manera de sobrevivir al mundo es haciéndose a un ladito”. Eso es justamente lo que hacen Benjamín Estrada y Martina Villa en ‘Comedia romántica’, el lado B de ‘Érase una vez Colombia’.“Una historia de amor entre dos buenos rivales”, como la describe su autor. Otros dirán que es una larga conversación de 260 páginas, en la que una pareja nos demuestra que a lo mejor Octavio Paz dejó su verso incompleto: “Un mundo nace cuando dos se besan”. Cuando conversan, también. De eso se trata esta nota. Quien conversa, pues, es Ricardo Silva. La pregunta es obligada, Ricardo: ¿por qué ‘Érase una vez en Colombia’ son dos novelas?Después de escribir ‘Autogol’, que partía de una investigación de mucho cuidado, reaccioné con el instinto de escribir una novela en forma de conversación “que dure toda la vida”, abiertamente basada en mi experiencia, con la esperanza absurda de que fuera un trabajo un poco más fácil: ‘Comedia romántica’. Mientras la escribía, perdido completamente en el ejercicio de su puesta en escena, los protagonistas hablaron de una matanza “por allá en Camposanto”. Desde ese momento, sentí que era importante contar punto por punto esa masacre que a ellos dos, que apenas tienen tiempo y corazón para sus vidas, les producía el espanto que produce una noticia horrenda. Y esa secuencia de la guerra, narrada de verdad, es ‘El Espantapájaros’.Un experimento arriesgado...Sí. Escribir una novela en forma de conversación no era tan fácil como sonaba. Releí ‘El beso de la mujer araña’ y un par de obras de teatro para estar a tono con una narración que se va en el diálogo sin perder autoridad por el camino. Y, con los personajes claros, el inmóvil Benjamín y la inquieta Martina, me senté a escribir con la convicción de que era un experimento justamente literario: necesitaría que el lector participara más de lo normal.Igual que con ‘El espantapájaros’...La escribí para que la vida esperanzadora de ‘Comedia romántica’ tuviera una razón de ser y cada mundo fuera afectado por el otro. Iba a requerir a un lector que notara la vida dentro de la muerte, dispuesto a tomarse los libros como experiencias y al que le resultaría interesante armar una realidad con dos realidades: esa conversación y esa matanza. En algún momento habré pensado que era arriesgado, pero supongo que habré sentido que esa era —que esa es— la gracia.¿Se atrevería a sugerir un orden para abordar esta obra? Justamente, ese es el experimento. La sensación que queda después de leer la una puede afectar la lectura de la otra. Si se lee primero  ‘Comedia romántica’, mientras se lee ‘El Espantapájaros’  quizás se piense: “Benjamín y Martina saben pero no se imaginan lo que pasó en Camposanto”. Si se lee primero  ‘El Espantapájaros’, y se viven tanto sus glorias como sus miserias, cuando se lea la otra novela se pensará que no hay mejor manera para sobrevivir que hallar una persona a la que pueda dedicársele toda la vida, con la que se pueda establecer una conversación que lo lleve a uno misericordiosamente a la vejez. Un amigo me decía que lo interesante del experimento es que puede probarle al lector qué clase de persona es: una que enfrenta lo duro de una vez o una que prefiere darle la espalda al horror mientras pueda.‘Comedia romántica’... El título alude a un género del cine que los hombres miran con desdén y las mujeres con confeso entusiasmo. ¿Cómo escribir del amor sin caer en sensiblerías?En el español colombiano tenemos una ventaja: que incluso en plena historia de amor podemos tratarnos de usted. Eso fue lo primero: ponerlos a hablarse de usted para que el tú no lo volviera un texto espeso y meloso. Seguí, después, el instinto de que su diálogo fuera una guerra de ingenio en la tradición de los guionistas dramaturgos de los años 50: Neil Simon, Paddy Chayefsky, Billy Wilder. No me sentí a salvo del sentimentalismo que me parece más bien de reivindicar, que agradezco y disfruto cuando lo encuentro.  Esta es una historia de amor entre dos buenos rivales. Una pareja, me decía una psiquiatra, puede llamarse así precisamente cuando se embarcan en esa charla ingeniosa que no cesa. El humor, gran recurso de cualquier vida, salva a estos personajes de cruzar la delgada línea entre la sensibilidad y la sensiblería. En tiempos en que las parejas no se miran a los ojos por estar pegados a sus apéndices electrónicos, que salen a cenar y están más pendientes del chat de sus celulares que de la compañía, ¿cómo convertir un diálogo de 260 páginas en una novela sexy?‘Comedia romántica’ es una reivindicación del mito del amor: esa aspiración de pasar de una orilla a la otra gracias a una persona que nos encontramos en el momento justo. Creo que lo sexy es, en este caso, el misterio que el uno es para el otro, el afán del uno, que no decae, por mostrársele al otro. Esta historia es romántica en dos sentidos: en el de la batalla perdida del individualismo que se da en el romanticismo y en el de la fascinación de que el destino le tenga a uno reservada una persona que va a ser su testigo.Octavio Paz nos enseñó que “un mundo nace cuando dos se besan”. En ‘Comedia romántica’ parece que el asunto es cuando dos conversan...Pienso mucho, porque lo aprendí en el colegio, en un poema de Paz que se llama ‘Custodia’. Y, ahora que lo citas, creo que es un referente: “el uno en torno al otro”. Sí, una pareja es un mundo dentro del mundo, un mundo que resume el mundo.Y hay una novela, justamente, cuando hay un mundo a narrar. Eso es lo que vemos en  ‘Comedia romántica’: esa puesta en escena que es una historia de amor, ese mundo que se va dando cuando dos se eligen entre tantos como si se escogiera una sola conversación entre todas las conversaciones posibles en medio del ruido ensordecedor de la vida.Lo curioso es que los lectores caemos en una trampa: en apariencia el diálogo de Martina y Benjamín es intrascendente. Pero al llegar al final se descubre que en la simplicidad de ese diálogo hay un auténtico retrato de este país...Me alegra que lo digas. En ‘Comedia romántica’ eludí la tentación de ponerlos a hablar de cosas importantes, trascendentes y graves. Hablan de todo, desde banal hasta lo determinante, como sucede en una vida con otro. Si hablaban de ellos mismos como ellos mismos, cada uno encerrado en su personaje, de paso iba a suceder un retrato no solo de ellos sino de nosotros. Pasemos, pues, a páginas menos gratas: 'El espantapájaros'... Un terror que se nos van revelando en módicas cuotas...Es, en efecto, una novela de horror, de espanto. Y una novela vital porque trata más sobre las vidas que se pierden en esa matanza que sobre la matanza misma. Quizás, como me decía un amigo, la matanza sea el personaje principal: la violencia que cada uno lleva adentro como otro corazón. Pero los demás personajes, uno por uno, están en el mismo nivel de esa muerte. Y con ellos hay humor, esperanza, ganas de llegar al día siguiente. Uno reconoce con mucha facilidad en ‘El espantapájaros’ al Ricardo Silva columnista. Crítico, muy crítico, con los políticos, las reformas sociales, la guerra, la clase dirigente... Es una novela con un pie en la realidad y el otro en la ficción. Más en la primera que en la segunda, diría yo...Aunque partí de la realidad más dura, porque conseguí testimonios escalofriantes y no dejé de leer los libros sobre las peores masacres del país, tuve claro que escribiría una matanza que me viniera de adentro, que fuera narrada por mi propia violencia, mi propia capacidad para acabar con todo. No quise basarme en ninguna masacre ni tomar de esta o de aquella un personaje o una escena brutal, me pareció irrespetuoso, nunca quise escribir una masacre arquetípica. Quise justamente dejarme llevar sobre la base de la realidad que describes. No ver desde lo alto, como un investigador o sociólogo, la escena del crimen, sino ser el autor intelectual, el autor material y la víctima de esa masacre.Algo, en todo caso, debe andar muy mal para que sus personajes digan cosas tan duras como “Que mi mami no me entierre, Dios” o que haga cosas tan duras como quitarse “las gotas de sangre de los párpados como si hubiera estado llorando”...Sí. Creo que no nos hemos sentado a hablar largamente sobre un tema que suena obvio, pero que está visto que no lo es: que uno no puede matar a otro. Que en Colombia, como en las películas del Oeste, no se ha dado aún el paso de la venganza a la justicia que suele darse para que suceda una sociedad civilizada. Aún no hemos podido entregarle a ninguna autoridad la función de impartir justicia. Aún, en lo más mínimo como en lo más grave, nos vemos arrastrados a hacer nuestra propia justicia. Colombia es una sociedad que no ha dado el paso a la justicia. No confiamos. No tenemos jueces en qué confiar. Y no somos capaces de respetar a los jueces porque, por las páginas judiciales y experiencias devastadoras, sabemos que es mejor no estar en manos de nadie. No hemos construido una justicia que nos saque de la barbarie ni conseguido darles suficiente valor a los jueces: todavía hay quienes justifican, por ejemplo, la retoma del Palacio de Justicia en la que fueron fusilados los magistrados de la Corte. Hablemos del proceso de documentación. Todo es ficción, los lugares, los personajes, pero todo parece tan real...Tuve acceso a informes vitales, conocí a muchos de los personajes que aparecen en la novela, me encontré en fundaciones, en taxis, en testimonios inesperados, muchas de las escenas. Yo sabía qué estaba contando y conocía lo que estaba narrando. Todo lo que está ahí es real, todo sucedió tal cual como se narra. Se trata de una novela documentada, claro que sí, pero sobre todo de una novela. Y lo principal, desde mis gafas, es el lenguaje que la contiene: violento y vital.Dice que ‘Comedia Romántica' es una buena noticia y que ‘El espantapájaros’ una mala noticia, pero que ambas se necesitan porque de ambas está hecha la vida... Sí. ‘El Espantapájaros’ era una historia que tenía esperándome por ahí y la escribí porque los personajes de ‘Comedia romántica’ hablaron de ella. La escribí para corregir esa mirada compasiva pero distante con la que ellos, como nosotros, nos acercamos al horror de la guerra. ‘Comedia romántica’ es una novela que da esperanza y mi instinto fue ponerle al lado una masacre para que en verdad fuera una novela optimista. No hay optimismo real si no es sobre la base del horror. Al final, la sensación que queda es que ambas novelas son realmente una comedia, solo que apenas una de las dos tiene final feliz... Nunca lo habría pensado, pero, en ese orden de ideas, quizás las dos también tengan mucho de tragedia. En cualquier caso, tienes toda la razón: las dos novelas están llenas de personajes que se resignan a sus destinos, las dos están protagonizadas por personajes que se preguntan cuáles serán sus destinos sin mucha vocación a combatirlos; más bien educados para estar a la altura de lo que les suceda. No encajarían del todo dentro del género de la tragedia, y quizás, como la comedia, estén más cerca de la vida.

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