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Una década bien afinada

Hace diez años crear un festival de música clásica en Cartagena parecía un disparate. Pero pudo más la terquedad de Julia Salvi, una caleña que creyó en la música como una forma de transformar vidas. El 8 de enero soplará sus primeras diez velas. Hay motivos para celebrar.

20 de diciembre de 2015 Por: Redacción GACETA

Hace diez años crear un festival de música clásica en Cartagena parecía un disparate. Pero pudo más la terquedad de Julia Salvi, una caleña que creyó en la música como una forma de transformar vidas. El 8 de enero soplará sus primeras diez velas. Hay motivos para celebrar.

Llevar las notas de Domenico Zipoll, Antonio Vivaldi o Manuel de Falla un 8 de enero a Cartagena, una ciudad que por esos días suele estar llena de turistas que celebran el año nuevo y no precisamente al ritmo de los clásicos, parecía poco menos que una locura. 

Así se lo hacían saber a Julia Salvi cuando, por allá en 2006, se empezó a preguntar por qué no llevar toda su experticia musical y la de su esposo, Victor Salvi, a su país natal. 

Caleña, economista y casada con uno de los fabricantes de arpas más prestigiosos del mundo, Julia intuía que ya era hora de regresar a su país y compartir un poco de esa fortuna musical con la que la había abrazado el destino. 

Así que por más negativas que recibía, la idea no soltaba. “La gente con la que hablábamos no creía que Cartagena fuera el lugar apropiado para hacer un festival con las características que habíamos diseñado. Pensaban que en la Costa no tenían ningún interés por la música clásica y que no iban a entender lo que queríamos hacer”, recuerda. 

En esas andaba cuando, en alguna conversación, se enteró de que el 90 por ciento de los estudiantes de música en Colombia pertenecen a los estratos socioeconómicos bajos. Fue entonces cuando se preguntó de nuevo: ¿Qué estamos esperando? 

La primera edición del Festival Internacional de Música de Cartagena tuvo lugar en 2007. Julia, sentada en la última fila, cuidando  hasta el último detalle, no daba crédito a lo que veían sus ojos. ¿Eran esas personas las que no sabían de música? se preguntaba. “El público se desbordó al punto que nos vimos en apuros tratando de acomodarlos, pues  definitivamente no  esperábamos tanta gente”. 

Uno de los momentos más conmovedores de esa primera edición es la escena de una humilde familia barranquillera que llegó hasta las puertas del Teatro Adolfo Mejía  para asistir a un concierto. “El padre me abordó y me contó que habían viajado por tierra y  que solo habían conseguido dos boletas, pero que no le importaba con tal de que sus hijos pudieran asistir. A mí el ejemplo de ese señor me conmovió. Y terminó por darme la razón, este Festival tenía que hacerse en Colombia”.

Desde entonces, cada enero desfilan por la ciudad amurallada cientos de músicos procedentes de los lugares más diversos del mundo, listos a afinar  sus instrumentos y compartir una pasión que no tiene distingos de raza ni estrato: la música.

Son ellos mismos, también, quienes se encargan de visitar los barrios de escasos recursos de Cartagena en donde  comparten y enseñan a los niños estudiantes de música algunos de sus conocimientos. 

Cuenta Julia que todos en general han sido muy generosos con sus aportes en tiempo y en dedicación, pero hay casos que ella simplemente no puede olvidar. Como el de la Orquesta Musici de Montreal cuyos integrantes llegaron al país a, literalmente,  abrazar al equipo del Festival. “Nunca he visto unos músicos compenetrarse de manera tan humana como ellos con los habitantes del barrio Nelson Mandela. El ejemplo que ellos nos dieron es de una grandeza enorme. Hoy en día siguen viniendo y muchos se siguen hospedando en las casas humildes pero amorosas de sus habitantes”, cuenta.

Algo similar encontró en el cuarteto de cuerdas St. Lawrence, cuya sede queda en San Francisco, un puñado de músicos jóvenes y alegres que decidieron incluir a los chicos colombianos en algunas de sus giras como parte de la formación a la que se comprometieron impartir.

 “Son tantos años que mencionar apenas algunos casos es injusto. Hay músicos que han donado sus instrumentos en perfecto estado como un acto de generosidad maravilloso, hay maestros, como el director Scott Yoo que no tuvo reparo en dictar cerca de 120 horas de clases, o, por no ir muy lejos, la Orquesta de Cámara Orpheus, que repite en el 2016, y que se llevó una impresión tan buena de Colombia que a todos los lugares donde va hablan no solo del Festival sino de Cartagena, y sobre todo de la gente. Es tanto el cariño que nos tienen que estamos adelantando un programa clases magistrales regulares en Colombia sin costo alguno”, cuenta orgullosa.

Por eso en enero del 2016, cuando se celebren los primeros diez años de esta empresa musical y  social, dos de las personas a las que les tendrá que agradecer serán a Charles Wadsworth y a Victor Salvi. Al primero, dice, porque fue quien diseñó  la estructura del Festival. “El nos dio las raíces para comenzar, las mismas que  hoy hemos podido ampliar. Siempre su enseñanza fue: no importa el lugar pero sí que se trasmita la esencia  humana a partir de la música, ese es el secreto del éxito. Para él no importa la cantidad de personas a las que llegas, sino el contacto del músico con el público y la proyección humana que se le de al concierto”.

La otra persona es su esposo, Victor Salvi, quien falleció este año, doce días antes de que en Cartagena se celebrara una gala para conmemorar los diez años del Festival, la fiesta musical de la que ambos fueron cómplices. “El fue uno de los  convencidos de que Cartagena era la ciudad indicada. Nosotros conocíamos tras bambalinas cómo se realizaban los mejores festivales de música en Europa”. Él fue, claro,  el gran  cómplice de este sueño cumplido.  

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