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Un homenaje al poeta Fabio Arias

El poeta Fabio Arias, mejor conocido como Farias, nació en Barbacoas, Nariño, en 1950. Falleció en Cali el pasado 4 de junio.

27 de junio de 2014 Por: Leonardo Medina Patiño | Especial para GACETA

El poeta Fabio Arias, mejor conocido como Farias, nació en Barbacoas, Nariño, en 1950. Falleció en Cali el pasado 4 de junio.

Lo veíamos venir con su singular caminado los viernes en la tarde, para departir un final de semana con algunos vinos -él prefería su cerveza-, y conversar largamente sobre los acontecimientos actuales. Era amigo de todos, nadie se escapaba a su radar de amistad. También “a todos nos vio nacer”, tanto que Medardo Arias, con su buena capacidad inventiva, le nombró jocosamente como presidente de Asoparupa, que significa Asociación de Parteras Rurales del Pacífico, porque el bueno de Farias, siempre que se refería a algún amigo o conocido, decía: “yo lo vi nacer”.Nosotros, tristemente, lo vimos morir.Y duele saber que ya no estará físicamente con nosotros, enseñándonos, compartiendo experiencias, haciendo apuntes sobre determinado hecho o, lo mejor, escuchando al Benny Moré a quien le hizo un bello poema: “… Afuera prosigue /la leyenda de un tal Benny Moré/ y aceptas como pesadilla/ la amistad del cantante/ que abandona la orquesta/ y viene a saludarte”En diciembre, Farias me hizo comprarle un dvd donde presentaban videos de la vida y obra del ‘Bárbaro del ritmo’. En el carro iba emocionado “como un niño en primavera”, señalando la pantalla, y con su vozarrón declaraba: “Hace lo que le da la gana con la voz”. Otras veces, casi llorando en mi apartamento, fumándose un cigarrillo en el balcón, me gritaba: “Estamos frente a un monstruo”. La verdad es que Farias amaba al Benny, con quien seguramente hoy estará en un encuentro celestial.Este viernes me hizo falta su presencia, su sonrisa amable, su saludo característico de “Q’hubo ahijado”. Andaba feliz con las recién adquiridas gafas que le permitían leer un poco más en la biblioteca Comfandi, donde diariamente acudía en las mañanas a informarse en el diario El País de ese mundo al que él había renunciado hacía ya mucho tiempo, con un radicalismo extremo.Le propuse varias veces la re-edición de su obra poética compilada en su libro ‘Bulevar del sueño’, pero el poeta era algo terco, bastante difícil para definir estos asuntos, porque mantenía su dignidad intacta, su valor como hombre de letras no era negociable con editoriales; ante esa infructuosa empresa, preferí mejor sentarme con él, junto a una botella de vino, en el mismo balcón donde se fumaba sus cigarros e impregnaba la sala de mi apartamento de olor a nicotina, a que me leyera sus poemas con la misma fiebre con que cantaba los boleros del Benny. Inicio su lectura, así:Tiro de graciaPiensoque toda esta adversidadque nos corrigeva dando sus frutos esperados.Más vale tempranoel golpe sordo de la nocheque un tiro de gracia en pleno vuelo.Aves de confianzaMe he reconciliadocon la sencilla astucia de los pájarosMe he dado a su vueloque avisa el desangre del verano.He comido de su pesca milagrosaen la misma playadonde el aceite y los niños se confunden.He conversado contigocomo anfitriona de palmerasque apuntan el atardecerde los bienes terrenalesNo me he cansado de entendera estas discretas aves de confianzaque nos permiten hablarde las cosas imposibles”Ya sé que todos conocen el poema que hoy lo hace inmortal, escrito en su época del Santa Librada, porque en boca de muchos escritores, poetas y amigos, estos versos andan. Tan es así, que justo estando el poeta en convalecencia, Medardo Arias nos recitó, en casa de Armando Barona Mesa, a manera de homenaje al poeta Farias:‘Una lágrima edificó la lluvia’Y decimosque anoche soñamosen colocar las heridas aisladas de los nervioso que éramos pulposque algún Sol les traicionó su Marpara dejarnos mutilados hasta los poros.Y al poco tiempouna lágrima edificó la lluviay nos quedamos solosmirando desteñir los cuerpos caminantesy les vimos los ojos, las manos, los piesy nos parecían que estábamos amarradosa sus esquinas serpientespara luego darnos cuentaque no teníamos nada.Todo le pertenecía a la temperatura del ser.Porque debimos comprenderque hay un espejo en cada palabra y a veces en una palabramiles de espejos se miran”Fueron muchas las experiencias que con el poeta Farias compartí. Por eso, cuando en mi oficina le dio el infarto cardíaco, nunca creí que se nos fuera, porque aún tenía mucho por contarnos, tanto, que al visitarlo en la sala de urgencias del HUV lo encontré sonriente, con sus dichos propios del pacífico, llamándole “torturadoras” a las enfermeras por las inyecciones que con frecuencia le aplicaban, para lograr sostenerlo un poco más para nosotros. ¡Ah! No les había dicho que Farias era ateo, y pudo, como el arquitecto del Universo: “edificar con una lágrima, una lluvia”.

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