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Un aburrido París

‘Fin de semana en París’ se vende como una comedia romántica que narra la historia de una pareja que, casi sin proponérselo, termina redescubriendo su amor en un viaje relámpago a la ciudad luz. Sin embargo, el argumento y las situaciones cómicas carecen de sorpresa, convirtiendo la película en una larga y aburrida situación que no avanza.

31 de enero de 2016 Por: Por Claudia Rojas Arbeláez | Especial para GACETA

‘Fin de semana en París’ se vende como una comedia romántica que narra la historia de una pareja que, casi sin proponérselo, termina redescubriendo su amor en un viaje relámpago a la ciudad luz. Sin embargo, el argumento y las situaciones cómicas carecen de sorpresa, convirtiendo la película en una larga y aburrida situación que no avanza.

La pareja de estadounidenses conformada por un profesor universitario y una docente de colegio no podría estar pasando por un momento más anguloso.  Entrando en la recta final de sus vidas productivas y aprovechando que el último de sus hijos se ha ido de su hogar, deciden darse unas vacaciones a aquella ciudad donde una vez se enamoraron.  En sus vidas, al igual que en París, los años han dejado huella y las cosas, c’est la vie, ya no son como las recuerdan. 

Pronto la ilusión con la que llegan a la ciudad se diluye, empezando por aquel hotel que tanto añoraban y que ya no luce como en sus recuerdos.

Ella, más decidida y arrojada que él, decide irse a uno mejor ubicado, más lujoso y, por supuesto, mucho más costoso.  Él no tiene más alternativa que seguirla, más que por sumisión, animado por un amor tibio que aún subyace disfrazado de amistad añeja.  Así se aventuran en un fin de semana que incluye caminatas, restaurantes y conversaciones pendientes de su vida cotidiana: los hijos, las remodelaciones y el trabajo.  Temas que podrían generar tensión en ellos pero que solo quedan en el intento fallido de una conversación que no avanza, no por un asunto de sicología de los personajes contenidos sino como resultado de una película que no termina de definirse entre la comedia o el drama romántico.  

Esto, por supuesto afecta y hace ver deslucidos, por no decir patéticos, los intentos cómicos de Jim Broadment (‘La dama de hierro’, ‘Harry Potter y las reliquias de la muerte’ y ‘Pandillas de New York’) y Lindsay Duncan (‘Alicia en el país de las maravillas’, ‘Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia’ y varias series de televisión).

Así, tal vez por una desacertada dirección,  molesta en esta película que intenta tocar asuntos serios y a la vez hacernos reír.   Y nada más peligroso que pretender navegar en medio de dos ánimos tan opuestos.  No porque no se puedan crear reflexiones con la risa sino que cuando esto sucede, es resultado de la ironía o bien del sarcasmo, más no de situaciones reforzadas y falsas.  Pero esto, por supuesto, no hace parte del lenguaje de esta película.

Es así como en ‘Fin de semana en París’  los personajes caminan prisioneros de una historia que podría haber profundizado más en los dramas que vive una pareja en ese momento de la vida, llevando la historia a un nivel más interesante; pero se queda sin aliento en medio de escenas flojas que poco hacen reír.  La película, sin embargo, queda anclada en una escena que no avanza, en una trama que no evoluciona, en medio de dos personajes que ni siquiera alcanzan su punto de catarsis cuando deben hacerlo.  

Las variopintas situaciones en el cuarto del hotel carecen de lógica narrativa, acomodadas como una colcha de retazos de escenas ‘curiosas’ que por muy prolija que se procure no deja de ser de retazos.  La huida del restaurante sin pagar, la intrascendente torcedura del pie, las diferencias que tienen sobre el apoyo que deben darle a su hijo o los reclamos de una vieja infidelidad pasan y se van de la misma manera como se esboza el anhelo extraviado del sexo. Pero nada genera una discusión, porque en esta película nadie pierde la cordura. Claro, es una comedia. Lo malo es que las situaciones son demasiado dramáticas como para que podamos reírnos de ellas. 

Pareciera entonces que todo este asunto se resume en mostrarnos cómo un fin de semana de expectativas se convierte en uno de frustraciones y trapitos al sol. Pero en realidad aquí las emociones apenas si superan las expectativas que se tiene como cuando  se va de paseo a la finca con una pareja de amigos. 

¿Entonces por qué París?  Si aquel romanticismo sabe mejor en la capital francesa, aquí eso nunca se ve; la ciudad solo sirve de telón.  Es decir que si algún espectador acude a la sala con la expectativa de ver o recordar la belleza de las calles francesas, el encanto de sus cafés, de sus puentes y la luz de sus restaurantes o las bancas de sus parques podrá salir decepcionado y tendrá que conformarse solo con unas cuantas escenas, incluida una de un balcón donde la ciudad se descubre a lo lejos más por indicaciones (desorientadas, por demás) que por imágenes. 

La historia, pues, se queda a media marcha, entre los intentos fallidos de un argumento que pretende basarse en el segundo aire de la relación pero que al final  progresa, pues un guiño de complicidad nos ubica en que el bienestar siempre estuvo allí, latente, como el amor que ella por fin confiesa sentir después de haberse gastado noventa largos minutos de cero transformación. 

La película, que corre por cuenta del director Roger Michell, quien ha estado al frente de otras producciones menos relevantes entre las cuales se podría mencionar la comedia romántica ‘Nothing Hill’, podría haber sido otra comedia romántica de adultos mayores.  Sin embargo el amor es mucho más que risas compartidas.  Ni hablar de París…

* Docente Universidad Autónoma de Occidente

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