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Tim Keppel, el gringo que no quiso devolverse

Este escritor estadounidense, radicado en Colombia desde hace dos décadas, regresa al género de sus afectos en su más reciente libro, ‘¿A dónde vas?’, una serie de cuentos que tienen a Cali como escenario. Confesiones de un autor que “se fue volviendo con los años menos gringo y más colombiano”.

9 de agosto de 2015 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA.

Este escritor estadounidense, radicado en Colombia desde hace dos décadas, regresa al género de sus afectos en su más reciente libro, ‘¿A dónde vas?’, una serie de cuentos que tienen a Cali como escenario. Confesiones de un autor que “se fue volviendo con los años menos gringo y más colombiano”.

Si alguien se asomara hoy a la mesa de noche del escritor estadounidense Tim Keppel encontraría ‘amigos’ conocidos y otros que te dejan con una extraña sensación de querer salir a buscarlos de inmediato: Antón Chéjov, James Salter, William Trevor, Philip Roth, Junot Díaz, Deborah Eisenberg y algo de Mary Gaitskill.

Y junto a ellos, una selección, Best American Short Stories, (‘Los mejores cuentos americanos’), que este autor, radicado en Cali desde hace dos décadas, compra todos los años sin falta.

Asomarse a las páginas que lo dejan frente a pequeñas historias es lo que alimenta su estómago de narrador. Él, que ya es cuentista consagrado en Colombia, y ha conseguido no solo ser publicado por una editorial grande (Alfaguara), sino que plumas afiladas como la de Julio César Londoño advirtieran, medio en broma, medio en serio, disparates como este: “Uno ha aprendido a aceptar que los estadounidenses metan las narices en todo... pero que también resulten ahora escribiendo los mejores cuentos colombianos es algo que pasa de castaño a oscuro”.

Tim Keppel solo sonríe ante esos elogios. Y dice que lo que sucede en realidad es que una de las grandes virtudes de los colombianos es que “son generosos”. Porque lo que hace todos los días, simplemente, es “leer historias ávidamente, escojo las dos o tres más sobresalientes y compro una colección o novela de esos escritores que suelen estar en mi mesa de noche”.

De ese recorrido por ficciones y personajes inventados por otros, ha surgido una obra personal de la que hace parte una novela, ‘Cuestión de familia’, que retrata a un estadounidense que escapa a otro país huyendo de una madre dominante. Era su propia vida. Y esa vida novelada consiguió numerosos aplausos.

Ya había publicado ‘Alerta de terremoto’, un libro de cuentos. Y este año regresó a ese género con ‘¿A dónde vas?’, que recoge quince relatos que transcurren entre Cali y Filadelfia. De su apego por los mundos que nacen en esas historias mínimas conversamos con este escritor que, tal como sucedió con uno de sus personajes, “se fue volviendo con los años menos gringo y más colombiano”.

Después de su celebrada novela ‘Cuestión de familia’ regresa al cuento con ‘¿A dónde vas?’. Cómo nace en Tim la pasión por este género, que no es precisamente el que persiguen las editoriales...

Me gusta la intensidad y la destilación del cuento, la forma en que debe “apuntar directamente a su clímax y poseer tensión y suspenso ininterrumpidos”, como dijo Isaac Singer. Me seduce la manera en que puede evocar, en unas pocas páginas, la vida entera de un personaje.

Algunos críticos, como Julio César Londoño y Luis Fernando Afanador, consideran que usted refrescó el cuento en la reciente literatura colombiana. ¿Pasaba eso por su cabeza cuando decidió quedarse en Cali persiguiendo a un amor?

Son demasiado generosos. Yo en realidad solo trato de seguir el consejo de Raymond Carver: “Escribe todos los días, sin esperanzas y sin desesperanzas”.

No nos apartemos aún de ‘Cuestión familia’. ¿Un tipo al que le aplauden sus cuentos cómo vivió la experiencia de abordar una novela que también salió bien librada? ¿Qué exigencias enfrentó?

Veo ‘Cuestión de familia’ como un híbrido entre una novela y una colección de cuentos conectados. Intentaba hacer que cada capítulo (o cuento) conectara en el centro como los radios de una rueda. Un par de críticos dijeron que no era una novela. Tal vez debí haberla llamado “una novela de cuentos conectados”, como hacen a veces en Estados Unidos. Pero me reconforta la cita de una reseña del New York Times sobre este tipo de libro: “Que sea una novela o una colección de cuentos conectados es asunto de los contadores literarios para llevarlo en sus libros de contabilidad de lo intrascendente”.

Usted ya lleva 20 años viviendo en Cali y, desde entonces, varias veces ha escrito sobre la experiencia de habitarla, de su gente, su clima. En ‘¿A dónde vas?’ hay historias ambientadas en Cali, contadas sin embargo a partir de seres casi marginales, unos ‘losers’, como dirían los gringos. ¿Fue, quizás, otra manera de redescubrir o retratar a esta ciudad?

Creo que siempre he escrito sobre gente marginada, tanto en mis cuentos de Cali como en mis cuentos de Filadelfia. Cuando viví en Filadelfia trabajé con desamparados y encarcelados como trabajador social. Lo que siempre me ha interesado como escritor es lo marginal, el bajo vientre de la ciudad. Es una gran cantera de historias.

En ‘¿A dónde vas?’ hay guiños muy locales. La celebración del Día del Sagrado Corazón en Colombia, el Valle y sus cultivos de caña de azúcar, el cerro de las Tres Cruces, La Cima (clara referencia a la Loma de la Cruz), el aguardiente. ¿Cómo se asume la escritura desde un universo geográfico y cultural que es ajeno y opuesto al universo mismo donde usted creció y se hizo escritor?

Hay una cita de Nabokov que me gusta: “Me había tomado como 40 años inventar Rusia… y ahora debo enfrentar la tarea de inventar América”. Algo que comparten los cuentos que ocurren en Filadelfia y los que ocurren en Cali es que el protagonista en ambos casos es un forastero (el protagonista en Filadelfia es del Sur de los Estados Unidos). Un forastero no sólo en ese lugar sino en la vida. Todos somos forasteros, incapaces de encajar, extraños en nuestros propios hogares. Escribir en un lugar donde no eres nativo también te lleva a explorar la identidad y te permite encontrar situaciones que pueden estar cargadas de humor.

Los personajes de este libro libran fuertes conflictos emocionales. Un ejercicio que ya habíamos advertido en Carl, protagonista de ‘Cuestión de familia’. ¿Hay un interés de poner el reflector sobre la psiquis de los personajes?

Más que los mecanismos de la trama, me interesa la exploración penetrante de las personalidades y las relaciones humanas. Como lector, me gusta entrar en sus vidas, ver y sentir con ellos. Al igual que con una película, prefiero un cuento que satisface de manera no sólo intelectual sino también emocional.

En los personajes de estos cuentos parece haber un pedazo de Tim Keppel. Lou, un padre de familia que le habla a su hija en inglés; Doug, un gringo que ha vivido en Cali por años. ¿Qué tanto abreva de su propia vida para construir los personajes de sus relatos?

El mejor consejo es: Cuando escribas sobre ti mismo, escribe sobre alguien más y cuando escribas sobre alguien más, escribe sobre ti mismo. Tienes que tomar la materia prima de la vida y convertir las piedras en gemas y las uvas en vino. Cuando leo un cuento en el que siento que todo es inventado, pierdo interés. Prefiero estar en un bar con alguien que me está contando la historia de su vida, que puede ser un poco exagerada e incluso tener mentiras siempre y cuando sea convincente y “real”.

Usted dijo alguna vez que “un buen libro debe leerlo a uno, ser un espejo que lo ponga a uno en estado de reflexión sobre la vida”. ¿Con qué libros le sucedió eso?

El primer libro con el que me sucedió fue ‘El guardián entre el centeno’. Había estado intentando, como cualquier aspirante a escritor sureño, escribir como Faulkner, y cuando leí la novela de Salinger fue una revelación. Sentí que era un libro escrito sobre mí, con una voz que era muy cercana a la mía. Otro libro que cambió mi vida fue ‘La autobiografía de Malcolm X’, no en el sentido de quién era yo, sino en el sentido de mostrarme las posibilidades de la vida y la necesidad de luchar por la justicia social. Otro escritor que me cambió fue Raymond Carver, especialmente su manera de escribir sobre las relaciones y las rupturas.

Cómo ha sido su experiencia con la literatura colombiana. ¿Qué autores de nuestra narrativa lo seducen?

Cuando leí por primera vez ‘Cien años de soledad’, pensé: ¡Qué imaginación! Luego vine aquí y vi que no era resultado de la pura imaginación como yo creía. Sentí, de alguna manera, que estaba viviendo en ese libro. De los recientes escritores colombianos me gustan mucho Óscar Collazos, Tomás Gonzalez, Héctor Abad, Piedad Bonnett, Roberto Rubiano, Pedro Baldán y Harold Kremer.

Cómo es eso de que escribe primero sus cuentos en inglés y luego los traduce con apoyo de alguien más ¿Cómo sale uno ileso de esa acrobacia?

La gente siempre me pregunta por qué no escribo en español. Puedo escribir cartas, informes y cosas así en español, pero no con el nivel de precisión y matiz que se necesita para escribir literatura. Conozco solo un par de escritores —Conrad y Nabokov— que escriben bien en una segunda lengua. Pero creo que aprendieron inglés en una etapa temprana de su vida. Otra forma de responder a esta pregunta es: ¿por qué razón un beisbolista diestro lanzaría con su brazo izquierdo? No sería tan bueno, así que ¿para qué hacerlo? Trabajar con los traductores es un proceso intenso y tedioso, pero lo disfruto y aprendo mucho.

¿Será que, como dice Doug, el personaje de ‘La Cima’, uno de los cuentos de este libro, Tim Keppel “se fue volviendo con los años menos gringo y más colombiano”?

Sí, es verdad. Como con el personaje en ‘Día del Padre’, otro de los cuentos del libro, tengo una hija que no quiere hablar inglés. Nunca veo gringos y el único inglés que hablo es con estudiantes que apenas están aprendiéndolo. Acabo de regresar de los Estados Unidos y estaba contento de volver de nuevo a Cali. Me sentía en casa. La gente me pregunta si regresaré a los Estados Unidos cuando me jubile. Mi respuesta es: No. Me quedo aquí.

 

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