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Séptimo Arte: Denzel Washington, de héroe a Villano porque si

La película 'El vuelo' tiene la facultad de atrapar al espectador con sus primeras secuencias. La impactante actuación de Denzel Washington mantiene la tensión de una historia que se enreda de manera interesante, pero que al final se impregna con una moral innecesaria y hollywoodense.

26 de febrero de 2013 Por: Por Claudia Rojas ? Especial para Gaceta

La película 'El vuelo' tiene la facultad de atrapar al espectador con sus primeras secuencias. La impactante actuación de Denzel Washington mantiene la tensión de una historia que se enreda de manera interesante, pero que al final se impregna con una moral innecesaria y hollywoodense.

Tan malo como ver una película con grandes expectativas y salir decepcionado es toparse con una que te seduce de entrada y que al final mata la fascinación con una resolución moralista. Algo muy propio de Hollywood y de su legado de finales felices donde, entre otras cosas, el protagonista tiene que hacer gala de sus principios e integridad para ser digno del amor de su familia. Como quien dice, el malo admite sus errores, se arrepiente y se reconcilia con la vida. Este restablecimiento del orden que, a manera de postre, deja un dulce sabor de despedida, también puede causarle un coma diabético a los menos dogmáticos. No es que los finales felices estén pasados de moda… Ni más faltaba. Lo que si es molesto es que la resolución color rosa aparezca de la nada, con confesiones sorpresivas (¿o será mejor decir impuestos?) y muy poco congruentes con la sicología del protagonista. Sin embargo, no por esto dejamos de reconocer el impacto que puede provocarnos en algún momento, así éste sea efímero. 'El vuelo' es una de esas películas que empieza en alto, sin vacilaciones ni sugerencias. En la primera secuencia irrumpimos la vida privada de Whip Whitaker un piloto de una aerolínea comercial que tras poquísimas horas de sueño, empieza su día entre los excesos del alcohol y las drogas. A su lado está su amante, una azafata con la que trabaja y que parece seguirle el ritmo en todo. Pocos diálogos nos permiten conocer un poco más de este ser. De su pasado subsisten una exesposa y un hijo adolescente, a los que no determina ni ayuda. Así nos lo presentan, como un tipo irresponsable, egoísta y que solo vive el presente de la manera más ausente posible. Su director, Robert Zemeckis, no da tregua y avanza con paso firme y acelerado. La mañana apenas empieza y Whitaker debe tripular un avión comercial con 106 pasajeros, entre los que se encuentra también la azafata-amante. Un poco más de diálogo nos deja ver que nuestro piloto está acostumbrado a volar bajo sus excesos y que no es de los que se toma la molestia de disimular su estado. Como un niño travieso, se burla del qué dirán los demás miembros de su tripulación. Entonces llegamos al punto más alto del planteamiento, a escasos quince minutos de haber empezado la película, Zemeckis lanza su mejor carta: Una avería en el avión pone en jaque a Whitaker quien hace gala de su pericia como mejor puede. Drogado, borracho y sin dormir, el piloto logra ejecutar una gran maniobra con la que salva a 96 de sus 102 pasajeros. Para no entrar en más detalles, baste con decir que la gloria dura poco y la realidad amenaza con emerger. Mientras tanto el protagonista va y viene, entre intentos de rehabilitación, recaídas y pérdidas. Escenas tibias, que si bien son el resultado de las acciones de un personaje que intenta hallarse sin conseguirlo, bajan el ritmo narrativo y enfrían la historia de manera injusta. Y luego el final… inesperado, familiar y moralista. De héroe a villano, sin ninguna preparación, sin ningún antecedente ni asomo de arrepentimiento. Parece pues más un arrebato súbito de conformismo narrativo del director.¿Será acaso que algunas películas todavía cumplen la función de educar como lo hacían en otrora las obras didácticas? Bueno, puede que sí… Siendo así, entonces tendrían sentido aquellas moralejas que se vislumbran al final de sus tramas y que trasmiten mensajes peligrosos de intolerancia desteñida. En ‘El vuelo’, la reflexión final es escalofriantemente directa y versa más o menos así: Alcohólico que no deje su adicción no merece ser amado, ni perdonado y mucho menos puede trabajar. Por las dudas, juzgue usted mismo y dese la oportunidad de verla. Sin embargo, hay dos buenas razones para ver ésta película: la primera es el arrojo inicial de Zemeckis que aunque mata al tigre y se asusta con la piel, se arriesga a dar un salto al vacío. No es para juzgarlo, después de todo éste director, a quien le debemos películas familiares (La saga de ‘Volver al futuro’ y ‘Expreso Polar’, entre ellas) y otras un poco más adultas, pero no menos blancas, como ‘El náufrago’(2007), está en su derecho de no arriesgarse. Pesó pues la responsabilidad del mensaje evidente sobre la no mirada inquisidora de Hollywood. La segunda razón es la actuación de Denzel Washington, a quien reconocemos de sobra y cuyo trabajo le hizo merecedor al Oscar. Nada sorprendente en este tipo de premios que siempre exalta el trabajo de los actores que encarnan a personajes locos, enfermos, adictos o discapacitados. Para darle vida al capital Whil Whitaker, Denzel Washington aprovechó su experiencia anterior de películas como ‘El día de entrenamiento’ y no vaciló en dejarse llevar hasta el extremo. El resultado salta a la vista con el personaje preso de sus vicios, pero ansioso de vida. Al ver ‘El vuelo’ es inevitable no recordar películas como ‘Leaving Las Vegas’ (1995) de Michael Figgis, con la que comparte cierta tendencia temática y ‘Vidas al límite’ (1999) de Martín Scorsese, cuyos protagonistas tienen algunas similitudes. Sin embargo a la última producción de Zemeckis, le falta más tenor y le sobra ingenuidad. El público no necesita resoluciones suaves, ni el protagonista tiene que redimirse para merecer ser amado. Tampoco para ganar el Oscar.

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