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Sayco sigue sonando desafinado para muchos artistas colombianos

Pese a la intervención que realizó el Gobierno sobre la Sociedad de Autores y Compositores durante dos años, aún se cuestiona la labor de esta entidad, encargada de recaudar y distribuir millonarios recursos por los derechos de autor de más de 6 mil músicos de todo el país.

20 de octubre de 2013 Por: Lucy Lorena Libreros I Periodista de GACETA

Pese a la intervención que realizó el Gobierno sobre la Sociedad de Autores y Compositores durante dos años, aún se cuestiona la labor de esta entidad, encargada de recaudar y distribuir millonarios recursos por los derechos de autor de más de 6 mil músicos de todo el país.

Al otro lado de la línea el maestro Julio Ernesto Estrada, creador de Fruko y sus Tesos, intenta asaltar su memoria en busca de ejemplos que permitan ilustrar el drama con el que suelen escribirse las últimas páginas de la vida de centenares de artistas de este país que un día se convierten en estrellas luminosas de la música, pero acaban, literalmente, pobres y olvidados.La lista es larga, advierte Fruko. Y dolorosa. Lo dice y casi enseguida comienza a hablar de un cantante de voz aguda y fiestera a quien no duda en llamar el Juanes de la década de los 70: Rodolfo Aicardi.Intérprete de canciones que fueron pan del cielo en verbenas y grandes salones de baile, como ‘Boquita de caramelo’, ‘Así fue como empezaron papá y mamᒠy ‘Cariñito’, al lado del grupo Los Hispanos, y de letras que astillaban corazones como ‘Sufrir’, Aicardi se graduó para nuestra música como el único artista que triunfó, con el mismo brillo, en dos géneros tan antagónicos como aplaudidos: el tropical y la balada.Con esa voz aún pone a bailar cada diciembre a los colombianos al son de ‘Tabaco y ron’; y con esa voz, también, en los buenos tiempos, se ganó 15 discos de oro y logró que éxitos suyos como ‘La colegiala’ superaran las 500 mil copias vendidas en toda Europa y sonaran con estruendo en países tan alejados en su natal Magangué como Francia, Suiza, Inglaterra, Arabia e Israel.Nada de eso importó, sin embargo, cuando su salud se vio de repente asaltada por una diabetes grado dos. Hoy lo sigue creyendo su esposa —su viuda— Mariela Montoya, con quien Aicardi tuvo tres hijos. En ella permanece vivo el recuerdo angustioso de un esposo que murió a los 61 años a causa de una deficiencia renal, en la ruina, despojado de su gloria de antaño, olvidado sin remedio para la música nacional y sin un servicio médico básico que le hiciera menos tortuoso al artista caribe el tránsito hacia lo que resultó inevitable: su muerte, en Medellín, el 24 de octubre de 2007.Una historia así, en otra ciudad y bajo un nombre distinto, la escribió otro de los grandes artistas que ha parido este país y que hace parte de esa lista ingrata: Wilson Choperena, compositor de ‘La pollera colorá’, acaso nuestra cumbia universal y nuestra canción más conocida e interpretada en el planeta entero. Una verdadera joya de la corona de la música popular de Colombia.¿Acaso quién no dejó caer un par de lágrimas a ritmo de los tambores de esta canción mientras veíamos la transmisión de aquel partido de 1993 en el que la Selección Colombia liquidaba con cinco goles al equipo de Maradona en el Monumental? La fama de la ‘Pollera colorᒠha sido tal, que incluso alguna vez la tarareó el travieso Bart Simpson, en la barra del bar de Moe, en un capítulo de la famosa serie americana.Nacido en El Plato, a orillas del río Magdalena, a sus 87 años Wilson Choperena había guardado en un baúl para siempre la fama y sobrevivía acosado por las deudas en la soledad de una estrecha habitación del barrio Ciudad Bolívar de Bogotá. Hasta allá —en el año 2006— lo sorprendió la noticia de que durante un concierto en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán su memorable melodía fue entonada a dúo por Carlos Vives y una de las voces consentidas de la música cubana, Omara Portuondo.El maestro Wilson se lamentó de no haber sido invitado a la gala, pero le comentó a su mujer, Carmen Medina, que ya se había acostumbrado a que la ‘Pollera’ fuera solo un buen recuerdo de sus días de juglar en la orquesta de Pablo Salcedo en Barrancabermeja.Total, de nada le hubiera servido a ‘Chope’, como le llamaban sus vecinos, tener una entrada para aquel concierto: no tenía siquiera para el pasaje del bus y se las ingeniaba como artista del hambre con el $1.500.000 que semestralmente —sí semestralmente— le giraba la Sociedad de Autores y Compositores, Sayco, por la regalía de la ‘Pollera’ y otras obras suyas.La vejez, dice su esposa, se lo había encontrado haciendo lo que mejor sabía: componer música. Con su propio esfuerzo había grabado un último CD, que lograba vender entre unos pocos amigos y conocidos.Colombia vino a tener noticias suyas solo hasta el martes 6 de diciembre de 2011, en horas de la tarde, cuando la radio dio el anuncio de que el hombre que había hecho agitar las caderas de medio mundo al son de una cumbia, había muerto en la pobreza luego de lidiar con el párkinson y un tímido alzheimer que, por fortuna, no consiguió hacerle olvidar el estribillo del segundo himno de los colombianos: “Ay, al son de tambores, esa negra se amaña. Y al sonar de la caña, va brindando sus amores. Es la negra Soledad, la que goza mi cumbia, esa negra cala mucho, qué caramba, con su pollera colorá”...*****El cantautor vallecaucano Julián Rodríguez, cuya música es una mezcla de folclor con trova, y cuyo talento ha estado detrás de grandes espectáculos en Cali como el ‘Coro de las mil voces’, sabe —al igual que el maestro Fruko— que con la lista de casos de artistas que han corrido esa misma suerte se podría escribir un libro entero.Sobran nombres: Lorenzo Morales, juglar que junto a Emiliano Zuleta hizo famosa ‘La gota fría’ murió en el completo abandono en Valledupar. José Macías, autor de himnos de nuestro folclor como ‘Muchacha de risa loca’, encontró la muerte en una humilde vivienda del centro caleño.“Ha sido lamentable. No se entiende que un artista que logra hacer reconocido a todo un país a través de la música, de su música, termine sus días sin siquiera un servicio médico digno. Se supone que esa tarea le corresponde a Sayco, pero esa entidad está movida por otros intereses”, cuenta con dolor Rodríguez.Asegura que hace unos años, cuando quiso inscribir sus canciones ante la entidad, tropezó con la respuesta fría “de que no podía afiliarme al no tener un contrato con un sello discográfico. Es una infamia; con todo y eso, y con lo duro que es vivir del arte en Colombia, pretenden llevarse el 30% de lo que se recaude en taquilla en cualquiera de mis funciones”.La denuncia, ya lo sabemos, no es nueva. Hace un par de años, la Dirección de Derechos de Autor del Ministerio del Interior se vio en la obligación de intervenir la entidad ante el reclamo de decenas de artistas que no percibían un solo peso de regalías por su música, pese a ser afiliados antiguos de Sayco.La salida fue el nombramiento en agosto de 2012 de un gerente interventor, Andrés Espinosa Pulecio, quien estuvo al frente de la entidad hasta junio de este año cuando la empresa volvió a manos de una junta directiva privada.Según le contó Espinosa a GACETA, se enfrentó a la difícil tarea “de poner la casa en orden” en una entidad que recauda al año cerca de $60.000 millones por concepto de los derechos de autor de más de 6 mil músicos de todo el país.No obstante, según una fuente de Sayco que pidió reserva de su nombre, pese a los buenos resultados alcanzados por Espinosa, que no solo aumentó el recaudo sino que se aseguró de entregarles regalías a más de mil artistas (medio salario mínimo) y la afiliación a servicios de salud a otros 2.300, este se vio obligado a renunciar “al no aceptar presiones a las que fue sometido por parte de la nueva junta directiva que va en contravía del saneamiento de Sayco”.Hasta entonces, los recaudos llegaban solo a 1.200 de los cerca de 6.000 socios que tiene Sayco en toda Colombia.Dichas presiones —tal como lo denuncia la fuente consultada por GACETA— se relacionan especialmente con el nombramiento a dedo de los recaudadores regionales de Sayco, cuya misión consiste precisamente en recoger los dineros en tiendas, espectáculos públicos y centros de diversión de las regiones que tienen a su cargo.Para el acordeonero Rafael Ricardo, afiliado a Sayco, el asunto va más allá. Dice que ni siquiera la reciente intervención por parte de este gobierno permitió “lo más elemental: crear un sistema confiable de medición para determinar cuántas veces suena una canción y en dónde. Lo que existe actualmente son unas planillas de registro que fácilmente pueden manipular los encargados de hacer los recaudos regionales”.Ricardo denuncia, además, que la nueva junta pretende favorecer a unos pocos artistas asociados, quienes piden anticipos “de hasta $1.200 millones cuando a muchos otros les niegan anticipos de escasos $300 mil. Incluso, se conoció una grabación según la cual esa junta directiva pretendía cubrir el pago de los servicios de un grupo de abogados que trabaja en la defensa de un artista de música vallenata acusado de homicidio. Y creo que los dineros de Sayco no deben ser usados para eso”, puntualizó el acordeonero.La indignación de decenas de artistas en todo el país creció de nuevo frente a Sayco luego de que, hace un par de semanas, se conociera que al actual gerente de la entidad, Nino Caicedo, que se inició en el cargo el 21 de junio de este año, le fue asignado un salario escandaloso: $22 millones más un 55% en parafiscales, que suman $34 millones de pesos al mes.Para el cantautor Fernando Salazar Botero deja muy mal sabor que el gerente devengue ese millonario salario, mientras los artistas tienen que sobrevivir con unos pocos recursos destinados por la entidad.Caicedo se ha defendido en diferentes medios de comunicación. En W Radio aseveró que su sueldo se corresponde con el nivel de vida que debían garantizarle en Bogotá, ciudad a la que debió trasladarse desde Cali. Y dice más: “que en su opinión Sayco atraviesa su mejor momento financiero” y que la mayor garantía que puede ofrecerles a sus afiliados es que él, como compositor de la Orquesta Guayacán, conoce como pocos las necesidades del gremio.Lo que aspira Fruko es que no se repita la historia dolorosa de Rodolfo Aicardi y Wilson Choperena, cuya fama y talento excepcional no alcanzaron para llevar una vida sin afanes económicos. Es el deseo de todos: que Sayco pueda, por fin, sonar afinada.

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