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Santiago Velasco, el gran creador de la música vallecaucana

Autor de la música de los himnos de Cali y el Valle del Cauca, Santiago Velasco Llanos dejó un legado musical de gran importancia, incluída su vocación por la docencia. Al celebrarse los cien años de su natalicio, recordamos apartes de la vida y obra de uno de los compositores nacionalistas latinoamericanos más representativos del siglo XX.

25 de enero de 2015 Por: Redacción de GACETA

Autor de la música de los himnos de Cali y el Valle del Cauca, Santiago Velasco Llanos dejó un legado musical de gran importancia, incluída su vocación por la docencia. Al celebrarse los cien años de su natalicio, recordamos apartes de la vida y obra de uno de los compositores nacionalistas latinoamericanos más representativos del siglo XX.

Tres días a la semana, poco antes de que el reloj marcara las seis de la tarde, Santiago Velasco Llanos salía de su casa en Santa Mónica, abordaba su Willis de color azul y tomaba la recta a Palmira para cumplir una cita ineludible. Veinte minutos más tarde se daba el feliz encuentro. Era una veintena de corteros de caña armados con guitarras y tiples, que lo esperaba con ansias sin importar el cansancio de una larga jornada bajo el inclemente sol que calentaba los cañaduzales. Es que querían cantar, los corteros. Querían entonar, bajo las sabias indicaciones de su maestro, algún dulce bolero, un currulao, un porro, un galerón, o invocar, por qué no, el aire caliente de una cumbia sabrosa para espantar el tedio que invadía los campamentos de los cultivos cuando se ocultaba el sol. Eso los hacía felices. También al maestro Velasco. Así lo recuerda su hija mayor, Gloria Velasco, quien desde muy niña fue testigo de esa pasión musical que acompañó a su padre a lo largo de su vida, y que lo llevó a amasar una de las carreras musicales más importantes del país. “Es que a pesar de los altos cargos que ocupó durante muchos años, para mi padre los coros eran la expresión máxima de la felicidad musical. Siempre decía que la voz era el mejor instrumento que teníamos los seres humanos, porque no costaba nada y, sin embargo, se podía educar. Por eso los disfrutó tanto, porque le gustaba enseñar”, recuerda. Santiago Velasco Llanos nació en Cali en 1915. Se graduó de bachiller en el Colegio Santa Librada en 1934 y de inmediato inició estudios básicos musicales en el Conservatorio de Música de Cali, aún bajo la batuta del maestro Antonio María Valencia.Sus tardes, pues, transcurrían entre lecciones de solfeo, armonía, contrapunto, piano complementario, historia del arte y de la música y corales siglo XVI. Conscientes de ese don natural para la música, sus padres decidieron enviarlo a estudiar a Chile, país que para entonces era considerado un epicentro de la música clásica en América Latina. Ingresó entonces a la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile en 1941. Allí completó estudios para la Licenciatura en Composición y Pedagogía Musical en la Facultad de Ciencias Musicales de la Universidad de Chile y se labró un lugar importante no solo en la academia, como profesor de análisis de la música en dicha institución, sino que gracias a su nivel destacado se convirtió en asesor de directores de orquesta extranjeros y nacionales y asesor musical del departamento de Grabaciones del Instituto de Extensión Musical en Santiago. “La de Chile fue una época muy linda. Yo nací allá y aunque a los cinco años nos regresamos a Colombia, aún recuerdo ese ambiente culto y musical de Santiago. Mi padre siempre asistía a todos los espectáculos culturales, sobre todo a los conciertos, y a mí me empezaron a llevar desde muy pequeña. Íbamos a ópera, a ballet. Tengo muy marcado en mi memoria haber visto ‘Copelia’ a su lado”, recuerda Gloria. En 1948, sin embargo, su tierra lo reclamó. En Bogotá se dieron cuenta que ese caleño que había emigrado hacia el Sur era dueño de un talento prodigioso para la música. Por eso lo llamaron para que se hiciera presente en la Novena Conferencia Iberoamericana que se celebraría el 11 de abril en Bogotá para dirigir la Orquesta Sinfónica en el Teatro Colón, sin saber que el concierto nunca se realizaría. “Estalló el Bogotazo y mi papá se quedó atrapado en el Hotel Regina. Pero finalmente los contactos que había hecho desde su arribo lo llevaron a tomar la decisión de regresar a Colombia en 1949, pues le ofrecieron dirigir el Conservatorio Nacional, adscrito a la Universidad Nacional, reemplazando nada menos que al reconocidísimo Guillermo Uribe Holguín”, comenta su hija. En 1956, tras siete años en Bogotá, regresó a Cali con su familia para asumir el cargo de director del Conservatorio Antonio María Valencia, siendo además profesor de Historia de la Música y director de la Coral Palestrina.El compositorUno de los grandes legados musicales del maestro Velasco lo constituyen, sin duda, las composiciones musicales que realizó a lo largo de su vida, entre ellos los himnos del Valle del Cauca y de Cali, que siempre han gozado de aprecio no solo en el ámbito musical sino por parte de la ciudadanía que se apoderó de ellas sin esfuerzo. El maestro caleño Luis Carlos Figueroa, importante figura de la composición e interpretación del piano en Colombia, no duda en definir estas piezas como un gran acierto porque, según dice, “allí se logró reunir la música con el texto poético de manera formidable; los himnos están muy bien confeccionados en el aspecto melódico y rítmico, pero sobre todo en la esencia de la música que tienen. A mí particularmente me han gustado mucho y los considero una contribución impresionante a la música de nuestra región y de Colombia”. Figueroa, quien lo conoció a finales de la década del 30, y quien compartió con él no solo su pasión por Beethoven y Wagner sino su amor por la naturaleza, recuerda que ya de estudiante Santiago Velasco había dado muestras de su habilidad para la composición. “Cuando inició las clases de armonía con el maestro Antonio María Valencia esto fue quedando en evidencia. Y poco a poco se fue especializando al punto que estuvo en capacidad de escribir con más técnica obras de carácter nacional. Siempre he sido un admirador de sus composiciones por la contundencia y armonía de las mismas”. Esa faceta de compositor se vio fortalecida en 1960, cuando se retiró del Conservatorio. “A partir de ese año mi papá realiza muchas composiciones tanto de música sinfónica y de cámara como de conciertos para piano, para cuarteto de cuerdas, en fin, era muy amplio su repertorio”. Entre sus obras más recordadas están la ‘Sinfonía #2’ que ganó el Primer Premio en Música de Cámara en el VI Festival de arte de Cali 1966; el poema sinfónico sobre temas folclóricos de la Costa Pacífica, llamado ‘Tío Guachupecito’, basado en un tema de Antero Agualimpia; y la Danza Indígena, inspirado en los ritmos de las comunidades indígenas de Tierra Adentro. Esta época, sin embargo, también está marcada por su amor por los coros, actividad a la que se dedicó con mucho entusiasmo. “En total estuvo al frente de 17 coros de empresas y colegios, entre los que se contaron los de Santa Mónica y el Liceo Benalcázar, unos de los más prestigiosos no solo de la ciudad sino del país”, afirma su hija.Un episodio de esta etapa de su vida que siempre lo llenó de alegría fue cuando en 1986 tuvo a su cargo el concierto de bienvenida a su Santidad Juan Pablo II, durante su visita a la ciudad. “Para entonces él dirigía el coro de los cadetes de la Fuerza Área de Colombia, entonces él preparó el himno nacional y se le ocurrió buscar el himno del vaticano. Se dio a la tarea de buscar la letra y prepararla con los cadetes. Pues cuál sería la sorpresa del Papa cuando escuchó la letra que, al finalizar el concierto, fue su Santidad mismo quien se acercó a saludarlo, a felictarlo y a contarle que él jamás había escuchado la letra del himno y que le había parecido precioso”, recuerda su hija. Todos y cada uno de esos momentos con los coros hicieron de su carrera musical una experiencia feliz. Y allí, claro, también se cuenta el de los corteros de caña. Porque a todos los dirigió con el mismo entusiasmo y rigor: tanto a los de las prestantes damas de la sociedad caleña de entonces, como a los oficinistas de alguna empresa local, como a los cadetes. “Yo recuerdo que él decía que prefería dirigir coros de personas que no supieran de música, que no supieran leer partituras, porque al final lo que importaba es que la música les saliera del alma. Y estoy segura de que lo logró, porque en últimas su vocación no era otra que la se enseñar. Quizás por eso, con tanta razón, siempre lo llamaron maestro”.

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