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Santiago Gamboa habla sobre su vida y su último libro, Óceanos de Arena

El escritor colombiano, quien lanzó su novela Océanos de Arena, revela que los baños turcos son para él un lugar de trabajo, “donde encuentro un medio para recogerme y pensar en lo que estoy escribiendo”.

12 de mayo de 2013 Por: Margarita Vidal Garcés | El País

El escritor colombiano, quien lanzó su novela Océanos de Arena, revela que los baños turcos son para él un lugar de trabajo, “donde encuentro un medio para recogerme y pensar en lo que estoy escribiendo”.

“Echar raíces, detener el movimiento es apagar uno de los motores de la curiosidad, de la escritura, de la vida. Por eso viajar es también caminar hacia el centro oscuro de la creación”.Fragmento del prólogo de Océanos de Arena.Desde los 19 años, Santiago Gamboa inició un viaje por el mundo que no terminará mientras sus ojos tengan luz y sus pies lo lleven a recorrer avenidas, callejuelas, desiertos, selvas, ciudades lujuriosas, santos parajes, ruinas, villorrios, lugares prohibidos. A visitar sitios lejanos, misteriosos, violentos, con historias de guerras y desencuentros, de injusticias, de odios, de traiciones y venganzas, de amistad y de sexo. Sitios con ambientes repletos de gentes que arrastran grandes o míseras historias, de mujeres hermosas, lascivas o recatadas, casi siempre oprimidas. O, a cenas pantagruélicas en medio de conversaciones exaltadas. De borracheras, de resacas. A parajes exóticos, con mensajes vibrantes y guiños que lo inspiran para escribir como escribe: entrecruzando personajes, géneros, técnicas, tiempos, situaciones y diálogos, en forma magistral.En la pasada Feria del Libro Gamboa lanzó su segundo libro de viajes, Océanos de Arena, en cuyo prólogo dice que la narración de viajes es una de las más fascinante manifestaciones de la literatura, y cita nombres de vértigo: Bernal Díaz del Castillo y su libro sobre la Conquista. Marco Polo y El Millón. Tomás Moro y Utopía. El viaje a Egipto, de Flaubert. Un Bárbaro en Asia, de Henri Michaux. Memorias de un Nómada, de Paul Bowles. El Gran Bazar del Ferrocarril, de Paul Theroux. Contra el Cambio, de Martín Caparrós. De Goethe, el Viaje Italia, a donde llegaron también otros jóvenes aventureros: Shelley, Ruskin, Keats, Stendhal. Lord Byron… tan romántico que hasta se fue a pelear por la independencia de Grecia, donde murió, a los 36 años.La pasión por leer, escribir, viajar, saber, la adquirió Gamboa desde muy niño, en la biblioteca de su casa, envuelto en una atmósfera culta creada por la pintora Carolina Samper, su madre, y Pablo Gamboa, su padre, antropólogo, investigador y catedrático, experto en la Cultura Quimbaya y su espectacular orfebrería. Estudió Literatura en la Universidad Javeriana, es licenciado en Filología Hispánica de la Complutense de Madrid, e hizo un doctorado en Literatura Latinoamericana, en La Sorbona de París. Es autor de novelas, a partir de Páginas de Vuelta, que le tomó siete años escribir y a la que siguieron: Perder es Cuestión de Método, Vida Feliz de un Joven llamado Esteban, El Síndrome de Ulises, Los Impostores, Hotel Pekín y Necrópolis, ganadora del Premio La Otra Orilla, entre otras. En Plegarias Nocturnas marca una niñez muy adolorida y es una diatriba contra los padres, Bogotá, el colegio, el gobierno, etc. ¿Es una especie de autobiografía, o un exorcismo?Bueno, quien piensa eso es mi personaje, Manuel Manrique. Fue él quien tuvo una infancia triste. La mía fue feliz, marcada por la abundancia de cultura y por una austeridad material que hoy agradezco. No es una autobiografía. Es una diatriba contra la infancia. Los dos hermanos, Manuel y Juana, recuerdan la suya para explicarle al cónsul por qué quisieron escapar de su casa, de su ciudad, de su país. De un ambiente opresivo en el que fueron niños, marcado por la presidencia de Uribe, un período reaccionario y oscurantista. Yo fui niño durante el gobierno de Misael Pastrana, que tampoco fue de apertura mental, aunque nunca estuvo a los niveles uribistas.Ha contado que vivió mal en París. ¿Por qué, si es la ‘ciudad soñada’?Viví mal en París porque era muy pobre. Llegué allí después de vivir cinco años en Madrid. Tal vez por creer que para ser escritor había que vivir en París unos años, como una especie de herencia de Rubén Darío. Pero al llegar me di cuenta, primero que todo, de que lo que sí es París, es una gran escuela para aprender la dureza de la vida. Yo no tenía trabajo ni ahorros, pero me matriculé en La Sorbona para el doctorado en Literatura Latinoamericana, e intenté muchos trabajos.Pero tuvo un encuentro feliz que lo salvó, ¿cómo es la historia?Después de pasarla entre regular y pésimo, tuve un golpe de suerte al conocer al escritor peruano Julio Ramón Ribeyro a quien entrevisté. Creo que Ribeyro es el mejor cuentista de Latinoamérica, al lado de Virgilio Piñeira. Él me ayudó a entrar a la Agencia France Press y luego pasé a Radio France Internacional. Hoy resulta gracioso, pero en ese entonces era un poco desesperado: Ribeyro me daba largas para la entrevista, porque decía que estaba muy deprimido. Hasta que tuve que renunciar a las clases de español que le daba a los hijos de una señora rica que quiso que ayudara también en la cocina para una fiesta que ofrecía. Me fui dando un portazo y llamé a Ribeyro. Cuando me dijo que seguía deprimido, le dije que yo lo estaba más, y le conté el cuento. Me recibió de inmediato. Eso me cambió la vida porque me apasioné también por el periodismo, que, en mi opinión, aporta mucho a la literatura. Por lo menos me ha aportado a mí en muchas cosas, que luego revierten sobre lo que hago. Digamos entonces, que Madrid era la juerga y París fue la edad adulta.¿Dónde le gustaría vivir ahora?En las Islas Tonga, en el Pacífico. Dicen que el rey debe meterse cada año al mar para entregarle un cerdo asado al rey de los tiburones que allí adoran. Si el tiburón lo muerde, quiere decir que ha sido mal gobernante. Pero por ahora vivo en Roma, tal vez la única ciudad europea que puedo soportar, gracias a su desorden y caos.¿Por qué llama a Europa ‘el continente triste’?Porque es triste, y hoy con la crisis, todavía más. Europa es un enorme museo al que le falta un poco de sangre en las venas, porque está anquilosado. Sin embargo, todavía se vive bien allí gracias a su cultura y a sus hábitos mayoritariamente democráticos. (Italia se queda por fuera de esto último).Es devoto de Balzac. ¿Cómo definiría su obra? ¿Se sigue leyendo hoy?Yo la sigo leyendo. La descripción del París del siglo XIX que hizo Balzac, es algo absolutamente única como retrato social. Creo que es el verdadero creador de la novela moderna. En Balzac los saberes de otras disciplinas entran, por primera vez, a la novela. Leyéndolo uno sabe cuánto costaba poner una demanda en un tribunal, cuánto valían una cosecha de trigo y un restaurante de moda. Balzac es, para mí, el genio.Dicen que es muy difícil lograr buenos diálogos. ¿Cuál es su método?Consiste en pensar mucho los personajes y, con el tiempo, escucharlos. Es difícil porque la naturalidad de un diálogo escrito no es equivalente a la naturalidad de un diálogo hablado. El diálogo escrito y literario tiene un código de veracidad totalmente diferente al de la realidad. Entonces hay que trabajar y trabajar los personajes, tener cercanía con ellos y hacerlos crecer dentro de la imaginación de tal forma, que uno pueda oírlos conversar.¿Qué inspiración, fuera de la “concupiscencia”, encuentra en los baños turcos, que le gustan tanto?El silencio, la protección, el ambiente maternal del vapor y del agua. Yo en realidad hago deporte para ganarme el sauna. Es un lugar de trabajo, donde encuentro un medio para recogerme y pensar en lo que estoy escribiendo, impregnándome de las calles, de los lugares, de las situaciones, de los personajes. De allí siempre salgo a escribir porque ya he resuelto muchas cosas.Usted no es creyente, pero le interesan escritores católicos, ¿qué particularidad encuentra en sus obras?Me gusta el modo en que enfocan la culpa, la traición, o la lealtad, como lo hacen Dostoiewski, o Graham Greene. Parece como si el catolicismo en el que creen les diera una mirada profunda sobre el ser humano. Los escritores católicos tratan una serie de temas que me parecen fundamentales. Diario de un Cura de Provincia, de Georges Bernanos, por ejemplo, es uno de los textos más hermosos que he leído.Fue corresponsal de guerra, ¿qué reflexiones le dejó esa experiencia?Que toda persona que ha estado en la guerra es un herido de guerra y que las guerras nadie las gana.Su libro de viajes Océanos de Arena, que acaba de salir, tiene una dedicatoria larga -y un tanto críptica- para legos. ¿Podría explicarla?Tuve la suerte de pasear con mi padre, siendo un niño, por la Acrópolis, escuchándole contar la historia de la Guerra de Troya, ( la cólera del pélida Aquiles). Unahpú e Ixbalanqué son los protagonistas del Popol Vuh. Mi padre ha estudiado mucho la orfebrería Quimbaya. Mi madre, una de las artistas colombianas que más admiro, pinta San Sebastianes vendados. Pasé parte de mi infancia en San Agustín y Tierradentro. Mi padre inició en la Universidad Nacional el estudio de estas culturas desde el punto de vista artístico, pues antes se estudiaban solo desde la arqueología o la antropología.Anuncia en el prólogo un “note-boom” de escritores viajeros y sin fronteras entre la literatura y la crónica. ¿Quiénes son?Juan Villoro, Martín Caparrós, Juan Pablo Meneses y todos los que los siguen desde la crónica periodística, que son muchos.¿Qué efectos tienen los viajes sobre la obra de un escritor como usted?Lo dice Paul Bowles: el conflicto entre un lugar y una persona produce una transformación, y el libro es el resultado de esa transformación. Allí están por ejemplo, Noteboom, uno de los más grandes; sus viajes no tienen otro motivo que la escritura, el vagabundeo, la búsqueda de la soledad en parajes remotos de los que trae noticia. Porque escribir es también traer nuevas de otros lugares. ¿Qué reflexiones le dejó el minucioso viaje que realizó por el Medio Oriente en relación con la política?El modo increíble en que ensancha la geografía y crea obstáculos que con el tiempo parecen naturales.En Océanos de Arena recorre el Medio Oriente, viaje de donde sale también Necrópolis, su libro premiado, con Jerusalén como escenario. En aquel da una panorámica sobre el conflicto palestino-israelí, donde los judíos no salen bien librados. ¿Es la venganza una de las motivaciones actuales para las actuaciones de Israel contra lo palestinos?Hay que elegir bien los términos: no es que los judíos no salgan bien librados. Admiro sinceramente al judaísmo, que le ha dado a la humanidad las más extraordinarias obras de arte, el pensamiento y la ciencia. Lo que sale mal en el libro es la política sionista de expansión ilegal a través de territorios que le pertenecen a los palestinos, según mapas de Naciones Unidas.¿Cómo describe usted -un no creyente- a Jerusalén, una ciudad que lo impacta tanto, y el rastro de Jesús?A Jerusalén, como un espacio lleno de ecos y herencias de un humanismo bastante primordial, y a Jesús, como un filósofo sincrético que conoció el pensamiento budista.

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