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Roberto Zamorano, el bailarín del barrio Alfonso López que triunfa en Milán

Roberto Zamorano es uno de los bailarines caleños más prestigiosos del mundo. Integrante del Teatro Scala, de Milán, fue el encargado de coordinar el cierre del Festival Internacional de Ballet de Cali.

9 de octubre de 2016 Por: Redacción de GACETA / El País

Roberto Zamorano es uno de los bailarines caleños más prestigiosos del mundo. Integrante del Teatro Scala, de Milán, fue el encargado de coordinar el cierre del Festival Internacional de Ballet de Cali.

A Roberto Zamorano le sedujo justamente eso: que Incolballet le quedara lejos de casa. Vivía en el barrio Alfonso López de Cali y para llegar a su escuela apenas debía doblar la esquina. Así que cuando la maestra Gloria Castro llegó a su salón para contar que se abriría Incolballet, y que para llegar hasta allá debía tomar un bus, Roberto se entusiasmó.  

Ir lejos es la metáfora exacta de su vida.  Ha estado en tantos países, tantas culturas, tantos idiomas, que incluso a veces se le olvidan palabras del español. Su acento es una mezcla entre el caleño, el venezolano, el italiano, el londinense, el norteamericano. Bailar es, precisamente, moverse.

Considerado como uno de los bailarines caleños más prestigiosos del mundo, Roberto fue el encargado de coordinar la clausura del Festival Internacional de Ballet de Cali, que finalizó este viernes. Antes de hacer maletas, conversó con Gaceta.

Roberto, ¿por qué el ballet?

Yo cuando era niño bailaba salsa, como casi todos los caleños. Bailaba en casa. En mi familia siempre hubo un espíritu de fiesta, de alegría. Pero sinceramente el motivo principal por el cuál llegué  a la danza fue la maestra Gloria Castro. Ella llegó un día cualquiera a hablar en mi salón, en un colegio de mi barrio, Alfonso López. Fue a contarnos de una nueva escuela que se abría, donde hacían ballet: Incolballet. Yo no tenía ni idea qué era el ballet, pero  que la escuela quedara  lejos de mi casa me sedujo mucho y fui a ver de qué se trataba. Tenía 8 o 9 años. Fui uno de los primeros alumnos de Incolballet. 

¿Cómo fue su  ingreso a la escuela? 

Me  acuerdo que estudié muchísimo para el examen de admisión. Yo quería entrar  a como diera lugar y me la pasé los días previos repasando matemáticas, español, biología, todo. Pero en realidad el examen que nos hicieron fue físico. Gloria y otros maestros evaluaron nuestra  estatura, nuestra constitución corporal. Por fortuna me aceptaron. La felicidad mía era estar lejos de casa. 

No era común que un niño decidiera estudiar ballet. ¿Qué opinó su familia?

Mis padres conocían muy poco del ballet. En esa época era muy elitista. Era una expresión artística que no llegaba al pueblo, a las masas. Para ir al teatro había que tener mucho dinero. Y en la televisión se hablaba muy poco de la danza, lo mismo que en los periódicos. Entonces mi familia no sabía mucho de esto.  Lo que más les sorprendía era que estaba todo el día en Incolballet, hasta las 5:00 p.m. Yo entraba en la mañana y regresaba en la tarde.  Era un colegio bastante especial.

Pero mi familia siempre me ha apoyado para que yo alcance los sueños, así a veces no entiendan de qué se trate. Para ellos el ballet era una cosa bonita y ya, no lo veían como una carrera, pero siempre me apoyaron. Si yo estaba feliz con lo que hacía, ellos también lo estaban.

¿Qué significa Incolballet para Roberto Zamorano?

Fue una salvación. Es algo que decimos muchos de quienes pasamos por ahí, pero es así. Incolballet  fue un abrir de ojos, de mentalidad, darte una posibilidad de hacer algo diferente. Yo vengo de una familia muy humilde. Seguramente hubiera hecho un esfuerzo para mandarme a la universidad, pero no hubiera sido igual. Incolballet me lo dio todo.  A parte una disciplina alrededor del estudio, de cuidar tu cuerpo, me dio esa oportunidad de crecer como persona, de abrir nuevos caminos como artista.

Yo ahora vivo en Europa, pasé por Estados Unidos, viajo por todo el mundo. Incolballet me dio todo eso. Yo se lo agradezco muchísimo.

[[nid:583824;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/10/gaceta09oct.2016-pag12photo04.jpg;left;{Roberto es asistente del Alla Scala, de Milán.Especial para GACETA}]]

Las oportunidades, sin embargo, nos cuestan algo… 

Es cierto, tuve muchos sacrificios. Durante los primeros años en Incolballet  sentía que vivía una doble vida. Porque por un lado tenía los amigos del ballet, que nos comportábamos de una forma, comíamos de una forma, bailábamos, hacíamos espectáculos, pero esas cosas no las podía compartir con los amigos de mi casa. Ellos lo miraban todo muy diferente. Chévere que viajas, que haces esto o lo otro, me decían, pero de cierta manera me miraban distinto. Cuando me vieron maquillado la primera vez, porque tenía que hacer un espectáculo, se les hizo raro. Les parecía extraño lo que yo hacía, aunque siempre me respetaron. Pero esa doble vida que llevaba me costó un poco.

Incluso tuve que dejar a mi novia de ese momento, porque no tenía tiempo. Y dejar la familia. La primera vez que salí del país a trabajar en otro lugar fue a Venezuela. Fue muy duro. Estar meses por fuera sin saber hacer nada de lo que mamá hacía por mí. No tenía ni idea de cocinar, por ejemplo. Dejar a mis padres durante tanto tiempo fue otro gran sacrificio.    

¿Cómo se dio ese salto como profesional, en Caracas?

Cuando me gradué de Incolballet crearon el Ballet de Cali, que ya no existe. Entré directamente y tuvimos grandes momentos, grandes éxitos. Fue mi primera oportunidad. El paso al Ballet Contemporáneo de Caracas fue una fortuna. Resulta que estábamos de gira en Cuba con el Ballet de Cali. En ese momento Gloria nos dividió a Adriana López y a mí,  para que hiciéramos una gala con un grupo de bailarines internacionales.  Dentro de estos bailarines había una pareja, ella venezolana, él de Israel y me comentaron que estaban abriendo una compañía, el Ballet Contemporáneo de Caracas, y me ofrecieron trabajar con ellos por tres meses. Pedí permiso a la maestra Gloria, y los tres meses se convirtieron en tres años.

Sin embargo la política lo cambió todo... 

Sí.  En Venezuela conocí a una chica inglesa, de Londres, que estaba bailando conmigo y ella me propuso irnos a Londres a probar.  En ese momento, en Venezuela estaba sucediendo el cambio de gobierno, llegaba Chávez. La situación estaba comenzando a complicarse.  Los bailarines vivíamos como dioses. Ganábamos muchísimo dinero, bailábamos mucho, ganábamos premios, pero se veía ya venir el problema que tiene hoy Venezuela, así que asumí el riesgo de irme.

Con esta chica nos fuimos a Londres y terminé haciendo un audición para el Northen Ballet Theatre, y me quedé otros tres años. 

Y de ahí a Florida e Italia...

Me fui de Londres por amor. Mi novia terminó yéndose para el Ballet Florida y yo dejé la compañía en Inglaterra. En el Ballet Florida estuvimos dos años.  Y actualmente hago parte del  Balletto Alla Scala de Milán,  que es uno de los  más importante que existen en Italia, y una de las compañías más importantes de Europa. Hacen las mejores operas, los mejores conciertos, es un orgullo estar aquí. 

Tengo el cargo de  asistente, es decir que coordino los ensayos con los bailarines, los preparamos para las obras. Damos clase todos los días. Los asistentes somos también el puente entre los bailarines y el director. En el Ballet de Scala de Milán hay más de 100 bailarines y el repertorio es muy grande.

Una curiosidad: ¿Cómo miran los extranjeros a Colombia?

Nos están comenzando a mirar de una manera diferente. Claro, todavía hay esa idea de que tenemos el problema con las drogas y la guerrilla, pero ahora la gente está empezando a tener mucha curiosidad por saber un poco más de  lo que somos como país. Cada vez sale más  gente talentosa colombiana, futbolistas, cantantes, artistas y eso ha despertado una conciencia en el exterior de que somos mucho más que el problema de las drogas y la guerrilla,  Muchos amigos, de hecho, quieren venir al país, mirar cómo se trabaja en el ballet pero también cómo somos como sociedad. 

Hablando de ballet, ¿qué significa que Cali tenga este Festival Internacional que acaba de finalizar?

Yo mantengo en contacto con Cali. En el festival del año pasado tuve la oportunidad de hacer una obra, un ballet que se llama ‘Retratos caminantes’ y que habla de nuestra trayectoria, de todo lo que dejamos para llegar a donde estamos. Dar algo de mí a Cali y a Incolballet  fue muy significativo. 

Ahora, Cali debe estar orgullosa de este Festival  que la posiciona en todo el mundo y hace que decenas de países se fijen en la ciudad.   Por eso me quedé frío, defraudado, con la actitud de mucha gente hacia la maestra Gloria Castro a propósito de  todo lo que ha pasado con su salida de Incolballet. Nadie  en  Colombia ha logrado hacer lo que ella ha hecho, fundar una escuela, este festival, y mantenerlos. Así que no sé por qué quienes la atacan son tan ciegos, no ven su obra. Cali tiene el riesgo de que quien llegue a dirigir este legado no sea capaz de sostenerlo. Espero que no pase, pero tengo ese temor.

“Cali debe estar orgullosa de este Festival Internacional de Ballet que la posiciona en todo el mundo. Hace que decenas de países se fijen en la ciudad”.
 

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