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Él es el artista Juan Daniel.

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Retratos del secuestro de La María, en el pincel de una de sus víctimas

El artista Juan Daniel Otoya recrea, a través de cuatro pinturas, un archivo de prensa y una vitrina de objetos traídos del cautiverio, lo que significó para él y su familia hacer parte del plagio masivo de la Iglesia La María. Quiere que su obra haga parte del Museo de la Memoria del Conflicto.

15 de mayo de 2017 Por: Paola Andrea Gómez / Jefe de Información de El País

El artista Juan Daniel Otoya recrea, a través de cuatro pinturas, un archivo de prensa y una vitrina de objetos traídos del cautiverio, lo que significó para él y su familia hacer parte del plagio masivo de la Iglesia La María. Quiere que su obra haga parte del Museo de la Memoria del Conflicto.

El gris del rostro de un niño, que apenas se asoma en la pintura, tiene un nombre: impotencia. A su lado derecho aparece un hombre vestido de camuflado con un fusil también gris. A su lado izquierdo, tres mujeres, una de ellas de perfil y dos más mirando hacia el frente, sostenidas a una baranda gris. Y junto a ellas, otro hombre de espaldas, mostrando en el primer plano un arma gris.

La escena que retrata esa pintura es real. Ocurrió el 30 de mayo de 1999. Quienes allí aparecen son algunos de los secuestrados en la Iglesia La María, el plagio masivo más grande del que tenga memoria este país, en el que unos 180 feligreses fueron sacados a la fuerza de ese templo, ubicado en  el sur de Cali, y transportados en dos camiones, rumbo a las montañas de Jamundí, por el frente José María Becerra, del Ejército de Liberación Nacional, ELN.

Ese día, Cali le vio el rostro a la guerra y entendió cuán cruel puede ser. El país entero se estremeció. Y el mundo, atónito, registraba lo que había pasado en una iglesia de una ciudad de Colombia, paradójicamente justo en el momento en que el sacerdote Jorge Humberto Cadavid invitaba a los feligreses a darse el saludo de paz. 

El niño de rostro gris que aparece en la pintura es el protagonista de esta historia. Su nombre es Juan Daniel Otoya, quien en ese entonces tenía 11 años y había ido ese domingo a la misa de diez, junto a sus padres, Isabella Vernaza y Alfredo Otoya, y a su hermano Thomás.

La imagen que retrata su impotencia y la  de quienes iban junto a él, custodiados por dos guerrilleros en el volco de un camión, fue inspirada en una fotografía plasmada en las primeras páginas de los periódicos de Colombia el 31 de mayo de 1999 bajo el titular 'Demencia terrorista'. Y hoy es una de las cuatro pinturas de su tesis de grado de Artes Visuales de la Universidad Javeriana, titulada 'Memoria, violencia y pintura: la experiencia en el secuestro de la Iglesia La María'.

¿Para qué sirve recordar un hecho que produjo tanto dolor? Juan Daniel lo resume en una frase: "Para reconstruir parte de nuestra historia; para tener memoria, para que sepamos lo que ocurrió, para que no vuelva a ocurrir nunca más".

 Por eso espera que los cuadros no se queden guardados en su casa, como parte de una experiencia personal, si no que los mismos puedan ser apreciados en algún museo de la memoria del conflicto, como testimonio de uno de los capítulos más duros en la historia de Colombia.

Además de las pinturas que recrean momentos cruciales del secuestro, su obra incluye un archivo de prensa expuesto en una vitrina transparente, donde guarda los recortes de los periódicos El País, El Tiempo y Occidente, alusivos al plagio. Y en una vitrina más aparecen los objetos que hicieron parte del cautiverio: el manual del secuestrado que escribió Isabella, su mamá; la 'cartera' del secuestrado, una pequeña bolsa tipo costal; las medias de lana que su mamá tejió en las montañas; el collar en madera que su papá (quien más permaneció secuestrado) le hizo a su mamá y las piedras talladas con figuras de animales, de ángeles y con los nombres de algunos miembros de la familia.

La técnica utilizada para las pinturas es acrílico en lienzo y el método es figurativo, a partir  de fotografías publicadas en prensa. 

Sobre quiénes influencian su trabajo, Juan Daniel cita a Juan Manuel Echavarría, "que de hecho ya hizo una obra hablando de este secuestro, sobre el grupo al que perteneció mi mamá; Beatriz  González a quien tengo como referente por la manera en que hace su obra, tomando imágenes del periódico, Doris Salcedo y Angélica Castro,  una artista muy joven de Cali. Ella habla de violencia y usa el archivo como el medio de conseguir sus imágenes. Al ver la obra me doy cuenta de un método que puedo usar, que es el gran formato: pasar de una imagen pequeña a una pintura".

Viaje a la memoria

Recordar no fue fácil. Cuando empezó a revisar los archivos de prensa, Juan Daniel se dio cuenta que los traumas que guardaba de pequeño aún estaban ahí. Que había mucho del niño del gesto atónito y rostro gris en su memoria. Que pese a que hayan pasado 17 años, el tema aún duele. Que antes de pintar tenía un sentimiento de impotencia. Y que después de hacerlo descubrió que por medio de la pintura podía sacar lo que tenía dentro, reflexionar y ver el problema del secuestro desde otro punto de vista, de cómo se expresa la violencia. 

El cuadro del camión lo lleva al primer momento del secuestro. "Ese día dicen que nos rescató el Ejército, pero realmente ellos el ELN deciden dejar a un grupo de 70 personas entre ancianos y niños. Yo era muy inquieto. Ese día llevaba una pistolita de agua a la iglesia, estaba molestando a la gente echándole agua. Y en el camión me dio un sentimiento de culpa y pienso que todo eso estaba pasando por ser un niño cansón", cuenta. 

Otro momento que vuelve a su memoria, ocurre cuando los hombres que parecían soldados entran a la Iglesia y le dicen a la gente que salga, que hay una bomba y que deben subir a los camiones para salvarlos. Pero algunos intentan subir a sus carros y los guerrilleros empiezan a hacer tiros al aire y entonces dicen que se trata de un secuestro. 

"En ese momento matan a un escolta. A mí como niño esa es una escena que me golpeó muchísimo. Lo ví en el piso  muerto. Ahí se me acabó la niñez. Entendí que a uno lo pueden matar de un momento a otro y todo termina".

Luego, relata Juan Daniel, vienen los gritos de una señora que repite 'Dios está aquí', incluso subida en el camión. Allí estaba él --como en la foto, como en la pintura-- perdido en medio de todo. Allí recuerda ver gente que se come los cheques, que parte las tarjetas de crédito y a un señor que se pellizcaba con la ilusión de que todo fuera un mal sueño. 

Al llegar a algún caserío, tras 40 minutos de camino, se despide de su papá y de su hermano Thomás, a quien se llevaron a pesar de insistir que tenía 13 años, pues el guerrillero que lo tomó del brazo le respondió "y qué, yo tengo 14 años".  Después tuvo que desprenderse de su mamá, a quien la comodidad de sus zapatos la condenó a irse al cautiverio, mientras a las señoras que iban entaconadas las dejaron devolverse. Isabella le entregó las llaves del carro a Juan Daniel y se despidió.

El abrazo, la prueba y el reencuentro

En la primera pintura que hizo, Juan Daniel aparece junto a sus tíos Julián y Lucía Otoya, en el Batallón Pichincha. El niño se funde en un abrazo con su tío y la prensa registra ese momento en una fotografía. En el batallón se encuentra con una periodista del Noticiero 90 Minutos, quien lo reconoce (su mamá era la gerente)  y le pregunta qué ha pasado, por qué está  ahí. El niño le cuenta y ella lo ayuda a buscar a sus tíos. 

"Cuando me vio mi tío Julián, me dio un abrazo grande. Es un momento que está en mí. Reproducir esa foto en una pintura es enaltecer ese encuentro con la familia y  lo importante que fue. Es el cuadro que más tiempo me tardó hacer. Todavía lo veo y siento impotencia. Me embarga un sentimiento de injusticia y de rabia. ¿cómo es posible que alguien vea aceptable un acto tan barbárico como el secuestro?". 

La alegría duró poco. Los meses siguientes tendría que aguardar por el resto de su familia, junto a su hermana María Antonia que se salvó del secuestro porque ese día no fue a la iglesia. Esperar fue durísimo. En el colegio se ponía a llorar y eso le daba mucha pena. Pensaba en sus padres cuando llovía, si se mojaban, dónde estarían. Y empezó a exorcizar su tristeza a través del dibujo. Los hacía sentado en la zona de distensión, una central de operación que hicieron los familiares de La María para informar lo que iba pasando, los regresos, lo que decía el gobierno, las marchas, el 'No más'. 

La primera prueba de supervivencia que llegó lo golpeó mucho. Era una fotocopia de la foto original. Allí aparecía su mamá --con la indignación reflejada en su mirada y en el gesto de sus labios-- junto a Clemencia Bermúdez, María Mercedes Ramírez, Luis Adolfo Iragorri, Silvia Quintero, Pilar Jaramillo y un guerrillero vigilando. Esa foto inspira otra de sus pinturas, donde de nuevo la impotencia se refleja en gris. 

"En el archivo de prensa de La María hay un comunicado del ELN con exigencias para llegar a un  diálogo que uno lee uno ahora y  siguen en lo mismo. Parece que no hubieran pasado 17 años. El secuestro sigue siendo su método". 

"Fue muy difícil sentir a mi mamá lejos. Y ver su gesto en esa prueba me dolió. Recuerdo que mis primeros dibujos eran de súper héroes. Mucho tiempo después, en terapia con una psicóloga, yo le contaba lo que dibujaba y ella me decía que los niños necesariamente no decían lo que sentían si no que lo expresaban de alguna otra manera. Eso era lo que yo quería, rescatar a mi mamá".

Isabella regresó a casa en noviembre de 1999. Y Alfredo, su papá, en diciembre. El reencuentro de toda la familia fue registrado por Oswaldo Páez, hoy editor de fotografía de El País. Allí, el niño del rostro gris en el camión, que se auto registra tímidamente en las primeras pinturas, aparece pequeñito, de espaldas, en  la foto convertida en pintura. A su lado, Isabella sonríe y un sollozo se lee en su rostro. Alfredo, con la delgadez traída del monte, sonríe con más intensidad. Thomás atraviesa el brazo en el pecho de su padre y su mirada baja dibuja la emoción y el llanto. Y María Antonia, la más fuerte, completa la escena, abrazando a Thomás. 

"Ahí está el abrazo de toda la familia. Arranqué pintando un abrazo (el del tío en el Pichincha) y  quise finalizar así. Es el alivio, se acabó el sufrimiento. Siento que con este proyecto encontré una metodología de trabajo. Puede hacer pintura, montaje, muchas cosas partiendo del archivo. No solo es algo personal. Hay mucho por reconstruir en la memoria del conflicto".

Juan Daniel quiere continuar por esta senda. Convertirse en el pintor del conflicto. Seguir sus trazos para aportar a la memoria. Crear conciencia. "Porque la pintura te lleva a un estado contemplativo, de reflexión.  En el caso del secuestro de  los diputados, por ejemplo,  no hay mucho que hable de lo que pasó, aunque  fue supremamente trágico. Y las familias  han de tener mucho que expresar, como tantas otras víctimas de este país. Por eso mi idea es seguir por este camino que ya inicié con mi propia historia", concluye.

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