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¿Quién es Pablo Montoya, el ganador del Premio de Novela Rómulo Gallegos?

Estudió música como un atajo para liberarse de la carrera de medicina que le había impuesto su padre. Pero al final fue el camino de las letras el que se impuso ante sí. Luego de veinte años de carrera más bien silenciosa, recibe el Premio Rómulo Gallegos por su novela ‘Tríptico de la infamia’. ¿Quién es este escritor?

14 de junio de 2015 Por: Catalina Villa l Editora de GACETA

Estudió música como un atajo para liberarse de la carrera de medicina que le había impuesto su padre. Pero al final fue el camino de las letras el que se impuso ante sí. Luego de veinte años de carrera más bien silenciosa, recibe el Premio Rómulo Gallegos por su novela ‘Tríptico de la infamia’. ¿Quién es este escritor?

La noticia la recibió en Buenos Aires, cuando menos la esperaba, con el ritmo de algún tango susurrando  en el fondo. Supo allí que su más reciente novela, ‘Tríptico de la infamia’, había sido galardonada con el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos. Entonces se quedó perplejo, como quien escucha una noticia imposible.  Ha pasado poco más de una semana y desde Medellín confiesa que aún le parece extraordinario haberlo recibido.  Sobre todo él, dice, que  vio tantas puertas cerrarse en sus narices. Sobre todo él, repite, que se sintió  silenciado.  Esa es la forma en que intenta explicar porqué, a pesar de completar más de veinte años dedicados a la literatura en los que ha publicado cuatro novelas, siete libros de cuentos, cinco libros de poemas en prosa y varios ensayos y crónicas culturales, tan pocos colombianos conocen su nombre. “¿Pablo Montoya?”, se escuchó a muchos preguntar por ahí ante el anuncio del premio. “¿Y ese quién es?” *** Pablo Montoya tiene 52 años y fue músico y filósofo antes que escritor. Se salvó, en todo caso, de haber sido médico, como quería su padre, y cura, como quería su mamá. Fue gracias a la flauta  --la que desde muy temprano afinó en la Orquesta Filarmónica de Medellín-- que evitó transitar aquellos caminos que otros tenían predestinados para él.  “Ahora que pienso las cosas, la música fue una especie de atajo para poderme retirar de medicina, para irme de la casa, para irme de Medellín, para romper con todos los esquemas familiares que habían prevalecido durante toda mi vida”, cuenta. Ese atajó lo llevó a Tunja, una ciudad más bien  insípida, pero que para Montoya representó una experiencia prodigiosa. Allí llegó sin ningún apoyo económico y en contra de sus diez hermanos, e incluso de su profesor de música, que hicieron lo imposible por hacerlo desistir. “Me lancé a una aventura artística llena de precariedad, pero era el camino del arte al fin y al cabo.  En Tunja, con la cercanía a Bogotá, viví el descubrimiento de los otros. Lo que aprendí en Tunja no tiene nombre”. Fue justamente allí donde empezaron a aparecer sus primeros cuentos y poesías. Algunos hablaban de la familia, otros de los espantos con cierto tufo a realismo mágico. Pero sus primeros cuentos, los de verdad, con los que empezó a encontrar un camino en las letras, fueron los que  escribió sobre música. Con esos cuentos empezó a ganar premios, primero en Boyacá y después en el país. Hasta que se perfiló en París, su carrera de escritor. De sus novelas dice la escritora Piedad Bonnett que son estructuradas y de un lenguaje refinado. “Montoya es un neobarroco, heredero de Carpentier”. Algo similar opina el escritor José Zuleta, quien celebra que se haya reconocido su trabajo pues “además de prolífico, ha construido con mucho cuidado un estilo muy personal, que es una literatura elaborada, muy cuidadosa del lenguaje. Si tuviera que destacar una de sus obras sería ‘Cuadernos de París’”, dice.  Recién llegado de Buenos Aires, hablamos con el escritor sobre el premio, su obra y su trayectoria. Pablo, ¿por qué estudiar música y no  literatura? Yo desde muy niño tuve  sensibilidad para el arte. Estudié en Liceo Antioqueño de la Universidad de Antioquia y allí estudiaba música. Desde muy joven toqué en  la Orquesta Filarmónica de Medellín y vi en la música un camino. Pero mucho antes de tomar la decisión de ser escritor, yo veía unos mensajes que creo que se referían a la música. Desde que aprendí a leer, a los 7 u 8 años, me convertí en un lector voraz.  Finalmente estudia filosofía y letras...Sí, la estudié a distancia. Yo no tenía tiempo de ir a clases porque me la pasaba tocando y ensayando. Ni si quiera por las noches, porque a esa hora estaba en conciertos. Así que me matriculé en la Universidad Santo Tomás de Aquino que tenía ese programa a distancia. Y de Tunja viajó a París. Tremendo salto... Sí. Llegué  en las mismas circunstancias en las que llegué a Tunja. La única diferencia es que tenía un diploma de licenciatura y una flauta bajo el brazo. Nada más. ¿Cómo fue su vida en París? Allí estuve once años. Mi primer trabajo fue tocar en el Metro. Fue una época difícil haciendo trabajos diversos. Toqué en las tabernas, amenicé fiestas, repartí volantes y afiches, cuidé niños, hice el aseo en casas. Pero fue en París, también, donde realicé la maestría y el doctorado en  Estudios Hispánicos y Latinoamericanos en la Universidad de la Sorbona, y donde logré desarrollar mi carrera de escritor.  Con el tiempo ya pude dejar esos oficios y empecé a trabajar en la academia, en dos universidades francesas, y empecé a vivir de la enseñanza de la literatura. Desde su  primera novela, ‘La sed del ojo’, y ‘Lejos de Roma’ que relata el exilio de Ovidio,  usted se ha inclinado por las novelas históricas. ¿De dónde surgió ese interés? ¿Por qué apostarle a la reinvención de la historia? Es cierto, pero antes que eso, yo había escrito sobre las dos grandes preocupaciones que tenía en ese momento, que eran Colombia y la violencia que la habitaba, sobre todo la de Medellín que era la que tenía más cerca. Fue de allí que surgió mi primer libro de cuentos que se llama ‘Cuentos de Niquía’. Niquía es un barrio del área metropolitana de Medellín.  Y allí escribí unos cuentos muy rulfianos, donde la protagonista principal es la violencia y lo que ella produce en los habitantes de ese barrio. Luego, mi otro interés era la música. Así que casi simultáneamente empecé a escribir unos cuentos musicales. Es allí donde surgen  mis primeras preocupaciones por la historia, porque escribí cuentos sobre  músicos que vivieron en el pasado.  El libro se llama ‘La sinfónica’ y tiene cuentos de compositores, músicos, intérpretes, constructores de instrumentos, en fin... allí surge mi interés por recrear las vidas de los que vivieron en otra época.  En esa misma línea se ubica ‘Viajeros’... ‘Viajeros’ es un libro de prosas poéticas,  una especie de breve historia del viaje. Para ello estudié mucho sobre la historia de estos viajeros, unos  personajes reales y otros de ficción. Y es justamente en este libro que  empieza  a  despejarse un poco el camino que quiero seguir, de tal manera que cuando publico mi primera novela, ‘La sed de ojo’, ya se ve claramente mi apuesta por la novela histórica, porque me interesa  visitar el pasado, reinventarlo, indagar sobre  ciertas circunstancias, sobre todo la relación del artista y la sociedad.  Y  ‘Tríptico de la infamia’ es eso, un viaje en el tiempo de  la Conquista de América, pero vista desde la perspectiva de tres artistas. ¿Cómo surge la novela?  Ya en  ‘Viajeros había incluido a  dos personajes que son Bartolomé de las Casas y Théodore de Bry (que es el último pintor del ‘Tríptico de la infamia’). De Bry es quien ilustra  la ‘Brevísima  relación de la  destrucción de la Indias’ que tanta polémica causó en el Siglo XVI y  los venideros. Es allí donde me encuentro a De bry y le hago un rastreo extenso y se me queda dando vueltas.  Tiempo después me encuentro al segundo pintor, Francois Dubois. Me llamó la atención apenas supe que había sido él quien había pintado al óleo  la ‘Matanza de San Bartolomé’.  Empecé a investigar sobre él con mucha curiosidad, a averiguar quién había sido. Fui a Ginebra, visité museos, vi  su obra, pero me encontré con  un silencio completo en torno a su vida. Eso me animó a seguir su pista hasta el 2010, que decido  escribir la novela y que es, justamente, esa barbarie que fue la Conquista de América, pero desde los ojos de los artistas.  ¿Por qué contar una vez más una historia tantas veces contada?  A mí me  interesaba mucho mirar esa historia de la infamia y de la crueldad del hombre a partir de la mirada de los pintores. No quería ponerme a narrar la historia de los guerreros, o la historia de los misioneros, no. Yo lo que quería era mostrar todo este horizonte del Siglo XVI a través de la mirada de tres pintores que terminaron siendo Jacques Le Moyne, Dubois y de Bry. Esa mirada está particularmente bien  lograda en el primer capítulo, cuando uno de los pintores, Le Moyne, decide pintar el cuerpo y dejarse pintar el suyo de un indígena... Ese pasaje puede leerse como una especie de propuesta que yo estoy haciendo de lo que debió haber sido y no fue el encuentro entre esos dos mundos. Debió haber sido un encuentro a través del arte, del respeto, de la perplejidad y el asombro, de lo que nos suscita el otro. Lo que yo hago allí es mostrar cómo dos hombres de mundos completamente diferentes se encuentran, se conocen desde la experiencia del arte. Es una escena que tiene un brillo y un fulgor en medio de ese aspecto violento y fuerte de la crueldad humana. Eso es,  para mí, el descubrimiento de la belleza, del quehacer artístico. El saldo de la Conquista fue, sin embargo, lamentablemente opuesto... Claro. Estas escenas están porque quería mostrar que, aunque se trata de una historia siniestra, tiene partes luminosas. La Conquista de América fue un gran negocio para los imperios europeos, y es esa voz de vencedores la que ha prevalecido. Pero con esta novela quiero mostrar que en ese Siglo tan turbulento, fanático y extremista, había voces distintas. Es decir que no todos aprobaron el crimen de la Conquista. Se nos ha querido  hacer creer que el Siglo XVI fue un momento complejo en el que se dio ese encuentro doloroso, pero en concreto la Conquista de América fue un crimen organizado o desorganizado, mejor,  y mucho de eso se dio por creer  que el indígena era un animal salvaje, que no tenía civilización ni religión ni cultura ni lengua ni nada. Hoy nos damos cuenta que fue un error. Pero es que hubo voces en el siglo XVI que lo advirtieron.  Y yo, de alguna manera, le apunto a esas voces. Ya ha pasado poco más de una semana desde que se anunció el Premio de Novela Rómulo Gallegos para su novela. ¿Ha podido asimilarlo ya? Aún no lo puedo creer, me parece un gran privilegio que yo me haya ganado ese premio. Sobre todo siendo yo un escritor tan oculto, sin ninguna propaganda mediática, que nunca he estado en ningún poder literario. Se me ha silenciado de alguna manera en el panorama nacional, se me ha ignorado voluntariamente, se me han cerrado puertas. Mis novelas han sido rechazadas por las editoriales. ‘Los derrotados’, por ejemplo, fue rechazada por todas.  ¿Y a qué se debe ese rechazo? A asunto comerciales. Me dicen que mis libros no se venden. Que están exquisitamente bien escritor pero que no venden. Es decir, no es literatura comercial.  En redes sociales se comentaba que era extraño que usted no hubiera quedado entre los tres finalistas del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana... No conozco esos comentarios. Pero puedo decirte que cuando quedé entre los once finalistas de ese concurso me asombré porque ese poder literario que premió a Constaín nunca ha reconocido mis libros, salvo Piedad Bonnett.  El resto del jurado nunca. Sí conozco a Héctor Abad, que organizó el concurso, pero mi relación con él es distante y de parte mía es muy crítica.  Ahora, cuando supe que estaba entre los finalistas, albergué, como todos los once, la esperanza de que me iban a dar ese premio, pero después vi que los tres finalistas fueron escritores muy jóvenes. Esa fue la apuesta del jurado. Y me parece comprensible que el jurado se la haya jugado por otro escritor. Ahora, ganarme este premio (el Rómulo Gallegos) me puso un zapato en la boca.  Porque no creo en los concursos. Y es que, salvo raras excepciones, estos son manipulados por el poder cultural y económico. De hecho, le agradezco a la editorial haber enviado mi novela al concurso porque yo jamás la habría enviado.  Muchos han comparado su caso con el de Tomás González, cuya obra fue desconocida durante años, al menos fuera del círculo literario… Tomás González fue desconocido cuando vivió afuera, la diferencia es que a él sí empieza a apostarle un grupo editorial que fue Norma, con Moisés Melo detrás. Cuando yo tuve todas las editoriales cerradas, Sílaba fue la única que me publicó novelas, ‘Lejos de Roma’ y ‘Los derrotados’. Y Tragaluz me publicó dos libros de poesía. Así que hoy, tras el premio, también le agradezco a Gabriel Iriarte haberle apostado a mi libro a pesar de no ser comercial. ¿Qué pensarían hoy sus padres de verlo triunfar en las letras, cuando se opusieron tanto a ese camino en su vida? Seguro estarían felices. Ayer, cuando llegué de Argentina, fui a visitarlos al osario en la Iglesia de Santa Teresita, en Laureles. A pesar de las diferencias que tuvimos, ellos me cuidaron y me protegieron, y me animaron en el camino del aprendizaje del conocimiento. Finalmente, ¿con qué música está celebrando este triunfo?  Pues como acabo de llegar de Argentina, estoy oyendo tangos. Pero ahora que me lo preguntas, te diría que hay un compositor que siempre me ha gustado mucho que es Erik Satie, y si bien no es música celebratoria sino más bien íntima, sería con su música.  

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