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Que cien años no es nada...

Al cumplirse cien años de su creación, ‘Tarzán’ llega de nuevo a la pantalla. En esta versión, que corre por cuenta de Alemania, tiene en la ambición, el amor y el medio ambiente nuevos ejes narrativos que sazonan una historia conocida.

8 de junio de 2014 Por: Claudia Rojas Arbeláez* | Especial para GACETA

Al cumplirse cien años de su creación, ‘Tarzán’ llega de nuevo a la pantalla. En esta versión, que corre por cuenta de Alemania, tiene en la ambición, el amor y el medio ambiente nuevos ejes narrativos que sazonan una historia conocida.

Aunque sigue siendo un hombre que salta de rama en rama y se entiende a la perfección con los monos, esta nueva versión de ‘Tarzán’ ofrece una mirada diferente al cuento que hemos leído y visto en las que le precedieron. Baste esto para entender que aquí hay una historia que, además de darnos lo que ya sabemos de su protagonista, parte de un nuevo dispositivo para narrarse. La película, que empieza ubicándonos en el espacio, nos convierte en testigos del impacto que un meteorito tendría con la tierra millones de años atrás, cambiando para siempre el curso de la historia del planeta. Setenta millones de años después, cerca de allí, el millonario John Greystoke acompañado de su esposa y su pequeño hijo de unos tres años aproximadamente (quien será Tarzán poco después) investigan la zona en busca del famoso meteorito del que, están seguros, produce una fuente infinita de energía. Su hallazgo obsesiona al millonario porque, de hacerlo, podría garantizarle el futuro a su empresa generadora de energía. Es por ello que se acompaña de un científico ecologista que ha decidido abandonarlo todo por su causa. Todo, incluso a su esposa y a su pequeña hija Jane quienes viven en Nueva York. La familia Greystoke, sin embargo, debe regresar a su cotidianidad y cuando se disponen a hacerlo sufren un terrible accidente en el que, por supuesto, mueren los padres del pequeño dejándolo en a su suerte en las selvas del África. Aquí no hay barco ni naufragio, tampoco bebé, pero el fin es el mismo. La historia halla su punto de encuentro con la originaria. La aparición de Karay la manera amorosa como adopta al niño, su crecimiento entre simios y el desarrollo de sus destrezas. Después de esto, todo ocurre sin sorpresas haciendo uso de los giros obligados de aquella primera versión escrita por Edgar Rice Burroughs, hace ya cien años. No podía ser de otra manera, al fin y al cabo esta historia nos resulta conocida a muchos, incluso a los pequeños que, a estas alturas, ya han visto por lo menos la versión animada de Disney que estuvo en la pantalla en 1999. Solo por mencionar una de las más recientes, porque lo cierto es que el escrito de Rice ha logrado tener casi 90 adaptaciones contando cine, televisión, comic y parodias. Esta nueva versión de ‘Tarzán’ está escrita y dirigida por Reinhard Klooss, quien hizo algunos ajustes dramáticos dándole peso al segundo acto personalizando las pasiones antagonistas, sobreponiendo la ambición y el desastre ecológico como valores agregados. De esta manera nos encontramos con un Tarzán que es blanco de ataques reales por cuanto es el heredero único de la fortuna dejada por su padre y que ahora se ha convertido en un gran emporio. Entonces el amor, ese que se despierta entre Tarzán y Jane, como algo natural y sin presiones, ese que se abre paso sin importar las barreras comunicativas y que es el eje de esta narración, se desdibuja sin siquiera haberse trazado. Aquí Tarzán se enamora de Jane solo con mirarla y ella cae rendida a sus pies más por el capricho del escritor que por un acto propio del rey mono. Dejando todo en manos (o sería mejor decir en voz) del narrador, que se encarga de explicar incluso aquello que no nos es mostrado. Sin embargo, el amor no es lo único por lo que se pasa por encima en esta versión de Tarzán. También están las incógnitas propias de la historia, la súbita inteligencia de los monos, la comunicación astuta que Tarzán sostiene con ellos, la forma como descubre su pasado y recuerda su lengua. De alguna manera se pueden obviar estos detalles y concentrarse en una narración que esta hecha para el público infantil y que por lo mismo es más expositiva que propositiva. Lo mismo sucede con su animación, sencilla, colorida y que puede ser vista en tercera dimensión, creando efectos divertidos pero poco relevantes para narración. A fin de cuentas lo más interesante de esta versión es la experiencia de ver una película animada alemana que cuenta con una banda sonora interesante (Coldplay, entre ellos) y que a pesar de no ser la más arriesgada si nos deja conocer un poco más el lado humano del hombre mono. Así ‘Tarzán’ mantiene la atención de quien la observa y propone una versión moderna que refresca una anécdota que ya lleva cien años y sigue resultando divertida. *Docente Universidad Autónoma de Occidente

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