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Publican libro sobre las ferias y fiestas que se hacen en Colombia

La ruta incluyó la Feria de las Flores, en Medellín; el Festival del Joropo, en Villavicencio; las cuadrillas de San Martín, en el Meta, la visita a los ‘Yipaos’, en el Quindío; entre otros.

13 de diciembre de 2014 Por: Luis Guillermo Restrepo | El País.

La ruta incluyó la Feria de las Flores, en Medellín; el Festival del Joropo, en Villavicencio; las cuadrillas de San Martín, en el Meta, la visita a los ‘Yipaos’, en el Quindío; entre otros.

Cuando en 1810 se produjo el grito de independencia, nuestro país era un extenso territorio habitado por decenas de pueblos con culturas, saberes y necesidades distintos y disímiles.Difícil pensar que la construcción de una Nación se pudiera lograr mediante la imposición de un sistema político y un Estado que representara las voluntades de esos colombianos. Como también era inimaginable que las cientos de guerras civiles o de cambios en la economía sirvieran para consolidar esa unidad. Era la utopía de pensar que la política podría unir esos pueblos dispersos. 200 años después, puede decirse que ese milagro lo ha logrado la voluntad de compartir las culturas y respetar la identidad. Es en esos valores donde se ha fundamentado el colombianismo, forma de definir el deseo de ser solidarios sin perder identidad. Y de ser un solo pueblo que encontró en la alegría la razón y la manera de superar las dificultades y las barreras étnicas, económicas, sociales y culturales. Esa alegría está en los genes de nuestra nacionalidad. Y se llama fiesta: la que brota desde el sur, en los carnavales de Blancos y Negros de Pasto; la que atraviesa el suroccidente con el Petronio Álvarez que rinde homenaje a la raza negra y la Feria de Cali; la que se pasea por la Feria de Manizales y arrima a Medellín con su Feria de las Flores. Es la fiesta que tiene en el Carnaval de Barranquilla una de las más importantes expresiones de la fusión de razas, cultura y alegría. Igual viaja a Valledupar o a la Guajira para vivir el vallenato, o llega a los santanderes acompañada de tiples y bambucos, o baja hasta los llanos orientales para animarse con el joropo y las convocatorias donde el arpa y las coplas acompañan al coleo. O se van a la capital de la República para realizar el festival de Teatro más importante de América Latina, la que viaja al Tolima y al Huila a disfrutar del San Pedro y San Pablo, y de los festivales de música colombiana. Lo sorprendente es el origen de muchas de esas fiestas. Es el transunto religioso que hay en los carnavales de Barranquilla o del Fuego en Tumaco, que como en casi todas partes del mundo donde se produjo la colonización española o portuguesa, se realizan en la cuaresma y finalizan el día anterior al miércoles de ceniza. Son fiestas paganas que preparan al catolicismo para su celebración más importante, la Semana Santa. O festividades que, como las del diablo en Riosucio, fueron impulsadas por sacerdotes como forma de promover la concordia haciendo uso de mitología popular en la cual mefisto se transforma en amigable componedor. Esa Semana Santa también es motivo de festejo aunque de una manera distinta y revestida de solemnidad. Popayán es el gran ejemplo: pasos centenarios y tradiciones heredadas de España hacen de la ciudad un referente de la devoción y el fervor católico, que llevan a una gran movilización de todo el país e incluso del extranjero. Así mismo, y durante siglos, Mopox, en medio del río de la Magdalena, se viste de gala y de música para celebrar la Semana Mayor. Las hay también basadas en herencias que se hunden en el tiempo. Es esa cultura que habita en las selvas del Pacífico, donde los cununos y las marimbas africanas se funden con los instrumentos de vientos o los violines y los bombos de los blancos para dar nacimiento a los alabaos, los agujabajos, los currulaos y a música que suena como agua de río. Es una alegría inagotable que ha ido construyendo identidad. Quizás no nos hemos dado cuenta del milagro que hemos construido a pesar de las vicisitudes de una violencia endémica. Pero está allí, al lado nuestro, en cada pueblo, en cada barrio, en cada vereda en todas las ciudades. Es que Colombia es una fiesta. Ese es nuestro milagro.

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