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¿Por qué Rubén Mendoza es considerado como un cineasta rebelde?

Rubén Mendoza, uno de los más prolíficos directores contemporáneos, dice que la ignorancia y la difamación contra el cine colombiano se traducen en falta de apoyo en taquilla. Hablamos con este invitado al VIII Festival Internacional de Cine de Cali, que comienza este jueves.

6 de noviembre de 2016 Por: Yefferson Ospina / Reportero de Gaceta

Rubén Mendoza, uno de los más prolíficos directores contemporáneos, dice que la ignorancia y la difamación contra el cine colombiano se traducen en falta de apoyo en taquilla. Hablamos con este invitado al VIII Festival Internacional de Cine de Cali, que comienza este jueves.

Rubén insiste. “Bueno, no, yo no soy tan rebelde, tan 'outsider', cómo me lo dices. Yo creo que hay otros más rebeldes que yo”. Insiste una vez digo que, puestos a poner conceptos, podría decirse que entre el grupo de cineastas de su generación él, de algún modo, es el más oscuro, el más radical.  El rebelde, el 'outsider'. 

Es paradójico - ya veremos que la paradoja podría ser un signo que lo defina-. Rubén vuelve a decir que probablemente no sea tan rebelde, pero no se tarda en exhibir lo que hay en él de indomable: “Me hablas de un medio de cineastas, de un grupo de gente haciendo cine. A mí no me gusta hablar de eso, de un medio. No me gusta eso de ‘las generaciones’ ni la competencia que se forma alrededor de esas palabras”. 

Pero es inevitable ponerlo en esos términos. Rubén Mendoza, boyacense, 35 años, director de La Sociedad del Semáforo, Memorias del Calavero, Tierra en la Lengua, El Valle Sin Sombras, es uno de los cineastas jóvenes que conforma la que probablemente sea la generación más prolífica, más interesante, más profunda, más creativa de la historia del cine colombiano.

[[nid:591274;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/11/cine.jpg;full;{Rubén presentará su película el lunes 14 de noviembre en la cinemateca del Museo La Tertulia a las 7:10 p.m. El miércoles 9 de noviembre, asistirá a una charla en el Teatro de Telepacífico.Especial para GACETA}]]

Junto al suyo están los nombres de Ciro Guerra, nominado a un Óscar por El Abrazo de la Serpiente; César Acevedo,  ganador en Cannes con La Tierra y la Sombra; Óscar Ruíz Navia, Santiago Lozano, Ángela Osorio, William Vega, Franco Lolli, Felipe Guerrero. 

Rubén, entonces, da la impresión de querer deconstruirlo todo: “No, no hablemos de generación ni de medio de cineastas, ni siquiera hablemos de cine colombiano. El cine es el cine, aquí, allá, en todo el mundo. Hay mucha gente haciendo cine, qué fortuna, pero antes también la hubo y los de hoy existimos porque nos paramos sobre los hombros de los que ya han hecho tanto. Es bueno no ignorar eso, el pasado que tenemos y, sobre todo, que el cine es universal, nada de colombiano, ni de argentino, ni de fronteras”.

Se lo vuelvo a decir, Rubén, hay mucha rebeldía en su cine, y en usted mismo...

Bueno, no sé. Yo trato de ser radical en lo que hago. Mis películas no las hago pensando en el público ni en los festivales, las hago pensando en verlas yo, en mi intimidad. Como todo arte, la creación cinematográfica solo es posible en la intimidad y a mí lo que me interesa del cine es hacerlo, es crearlo, más allá de que mis películas sean exhibidas. 

En sus tres principales películas, 'La Sociedad del Semáforo', 'Tierra en la Lengua' y 'Memorias del Calavero' aparecen viejos, ancianos de vidas paradójicas: son de una vitalidad demoledora y sin embargo están inmersos en existencias decadentes...

Sí, es cierto, son un motivo reincidente. No sé, yo siento inclinación por celebrar a los que no hacen nada, por dignificar el vacío, lo que sobra o lo que han relegado a la nada. Como va el mundo, es más difícil ser alguien que no hace nada y yo celebro a esos desencantados que, sin embargo, no buscan otra cosa que disfrutar de sus vidas.

Uno podría pensar que son metáforas.

Sí. El Cucho, el personaje principal de Memorias del Calavero, es casi una metáfora de Colombia. Un personaje en decadencia, moribundo, podrido por dentro, que sin embargo es feliz. Así como Colombia, el país más feliz del mundo, a pesar de todo.

Mayolo, Luis Ospina y el Caliwood han sido esenciales en su obra...

Sí, eso es innegable. El Caliwood ha sido fundamental para mí y creo que para muchos de los que hacemos cine. Como te decía, los que ahora nos dedicamos a esto hemos tenido la fortuna de hallar hombros sobre los cuales pararnos. La Sociedad del Semáforo no podría existir sin Agarrando Pueblo, por ejemplo.  Respecto a Luis, él desde muy chico me llevó a trabajar a su lado y pude descubrir lo riguroso y brillante que es como cineasta en proyectos como Un Tigre de Papel y La Desazón Suprema, retrato incesante de Fernando Vallejo. Y Mayolo es ante todo  una especie de inspiración, porque siento que él le dio a la necedad y a la rebeldía un cauce.

¿Seguirá el cine creciendo en Colombia?

No sé. Ahora hay mucha gente que hace cine, y eso tiene que ver con dos cosas. La primera es que hay muchas plataformas que facilitan grabar una película. La segunda es mucho más sencilla: hay más gente, el crecimiento demográfico no para, lo que quiere decir que hay más gente buscando el pan, por eso se hace más cine. Hay muchas más miradas y eso es importante. Espero que la cosa siga creciendo. 

Aunque al cine que se produce en Colombia no le va bien en taquilla...

Yo creo que eso pasa porque la ignorancia, que es una peste muy grande, es también un muy buen negocio para mucha gente. Y la verdad es que también se hace una campaña de difamación contra el cine colombiano desde adentro, una campaña que es como un cáncer. Desde adentro es desde las empresas que se dedican a exponer las películas, quiero decir. 

¿Tiene el cine, para usted, una especie de función social o política?

Yo creo que el cine es el sistema de salud mental de una sociedad. En La Sociedad del Semáforo decíamos: “el cine es bendito para la salud”. El cine de algún modo manifiesta el estado  de salud mental de  un país.  

***

Aquello ocurrió como un ritual de iniciación. Su padre, del que ya había aprendido la devoción por la poesía, lo llevaba en travesías por remotos bosques de Boyacá, de Santander, del Casanare,  con una cámara análoga y le permitía uno, solo uno, de los disparos. Todo empezó así, como un ritual, como el hombre que caza y lleva a su hijo y le enseña a descifrar los ruidos de su presa entre el rumor del viento y le entrega la herencia que, a su vez, recibió de su padre y de los padres de sus padres.

Es probable que el origen esté allí, porque él mismo no puede recordarlo muy bien. Recuerda solo que se vio a sí mismo haciéndolo,

tomado fotos, esculpiendo en el tiempo con pequeñas videocámaras como si aquello fuera la respiración natural de su instintos. 

Tendría nueve, ocho, tal vez menos o más. No sabe muy bien cuándo empezó, no lo recuerda, la certeza que tiene es que mientras pueda, no dejará de hacerlo.

Se puede decir que todo empezó con su padre...

Tal vez. Mi papá leía mucho, y veía cine. Nos leía los poetas colombianos, a Vargas Vila, a Barba Jacob, a José Asunción Silva y nos contaba las películas. Seguramente ahí empezó mi amor no solo por el cine, sino por el arte en su totalidad. 

Su película ‘Tierra en la Lengua’ tiene un plano que usted grabó cuando era niño. 

Sí. Ese plano apareció allí gracias al editor de la película, al que yo le entregué unos archivos. Lo grabé cuando tenía 12 años y ya estaba haciendo cine sin saber muy bien lo que hacía. Yo filmaba mucho de niño y recuerdo que una de las cosas que más grababa era la muerte de los cerdos. 

¿Y su relación con el taoísmo cómo empezó?

Ocurrió a los 28 años por un desastre sentimental. 

Por qué el  taoísmo y no el alcoholismo...

Bueno, la verdad es que yo he pasado por muchos ismos. El asunto es que en el taoísmo encontré formas de sentir y ver la existencia. El amor por lo vacuo, por la inutilidad. Los taoístas dicen que en lo innecesario está la verdadera belleza y yo comulgo con esa afirmación.

Usted ha dicho de usted mismo que era “la caspa” de sus colegios...

Me echaron de varios colegios en todo el bachillerato, más de cinco. Tal vez por eso me identifico tanto con Fernando Vallejo, porque me gusta su rebeldía, porque he descubierto que a mí me gusta estar al margen, a unos pasos más allá, siempre...

Me interesa el cine del mismo modo que a Luis Buñuel,  como método de expresión y no de información. Yo creo además que hacer cine  es un acto de terquedad bien bello”.

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