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"Periodistas: menos estrellato": Dorrit Harazim

Este es el consejo de Dorrit Harazim, quien lleva 50 años en el oficio del periodismo y acaba de recibir el reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabriel García Márquez.

4 de octubre de 2015 Por: Paola Guevara | Editora de Vé

Este es el consejo de Dorrit Harazim, quien lleva 50 años en el oficio del periodismo y acaba de recibir el reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabriel García Márquez.

Como reportera cubrió  la guerra de Vietnam, la primera guerra del petróleo en los Emiratos Árabes en 1972, el golpe de Estado en Chile, la caída de las Torres Gemelas, ocho juegos olímpicos, numerosas posesiones presidenciales y hasta la boda del príncipe Carlos y Lady Di.

Se trata de la periodista brasilera Dorrit Harazim, una leyenda del oficio, quien recibió esta semana el reconocimiento a la Excelencia del  Premio Gabriel García Márquez.  

“Pasaba de Ciudad del Cabo, donde escribía sobre el Apartheid sudafricano, a cubrir un Summit mundial de líderes”, revela sobre su vida de novela, pero al mismo tiempo rechaza  la tendencia de muchos periodistas a convertirse en celebridad y a disputarse los aplausos con sus  entrevistados. 

Tal vez por ese ejercicio de gobierno de la vanidad y la soberbia, en la cima de su carrera ha vuelto a ser una reportera más. En la actualidad  escribe columnas y artículos culturales para el diario O Globo, de Río de Janeiro y “no soy jefe de nadie”. 

En su discurso de aceptación del premio recordó a sus colegas  que la labor de los periodistas es:  “Ayudar al público a entender mejor el mundo sin volvernos protagonistas obligatorios de la historia”.

Dorrit habla cinco idiomas y dice que si volviera a comenzar en el oficio aprendería mandarín y árabe, pero esta entrevista  se la concede a El País en “portuñol avanzado”.

Usted ocupó todos los cargos que un periodista pueda tener y ahora regresó al origen, a la nuez del oficio: la reportería. ¿Por qué volver donde todo comenzó?

Yo no me había dado cuenta de esto. Fue el hecho de ganar el Premio García Márquez el que me obligó a revisar mi carrera y me di cuenta que tras 50 años en el periodismo el ciclo se cierra: vuelvo a ser reportera, que es la esencia de este oficio. Ser consciente de esto me hizo muy feliz.

¿Alguna vez se alejó de la escritura en razón a sus cargos?

En el periodismo hay varios cargos que pudieron apartarme pero no ocurrió, felizmente, pues a veces cuando ocupas cargos burocráticos te olvidas de escribir  y regresar es muy difícil, es más difícil que recordar cómo montar bicicleta o cómo tocar piano. En esos casos la memoria te ayuda, pero con la escritura pasa algo muy diferente: escribir bien exige constancia, ejercicio diario. Estoy feliz de jamás haber dejado de ser, en esencia, una reportera.

Usted dijo en su discurso de aceptación del Premio a la Excelencia que el gremio de los periodistas tiene un ego solo superado por el de los neurocirujanos. ¿Cómo es eso?

Es cierto. Nos ocurre mucho. Es que el cine,  la televisión y la literatura han idealizado  la profesión.

No en vano ‘Superman’ y el periodista Clark Kent eran la misma persona...

Exacto. Este es un oficio que necesariamente está atravesado por la vanidad y es una trampa muy peligrosa que a todos nos sale al paso, porque tenemos idealizado al periodista héroe, al periodista que salva el día. A nuestra profesión la rodea un aura de misterio, de heroísmo y de ‘sex appeal’. Pero en realidad no hay tal, muchas veces trabajamos como oficinistas bancarios y debemos realizar labores burocráticas y aburridas, la profesión no es tan sexy como queremos creer. Afortunadamente me di cuenta de esto muy temprano en la vida, felizmente lo percibí aunque tuve una proyección profesional que me llevó a cubrir guerras, momentos históricos y hasta la boda de Lady Di. Al regresar a Brasil los colegas me decían: “Qué maravilla ir a la boda del príncipe Carlos”, pero es menos glamoroso de lo que suena pues es mucho trabajo, muy sacrificado. No soy dada a dar consejos ni me siento maestra de nadie, pero diría: Periodistas, menos estrellato.

Tras 50 años de carrera, ¿cuál considera la esencia del oficio?

Escribir, no para los pares, sino para ayudar a los lectores a hacer nexo con los acontecimientos que los afectan. El foco es el lector, siempre, no olvidarlo. Suena a cliché, pero es cierto y no me canso de repetirlo: no escribimos para ser elogiados por nuestros pares, trabajamos solo para el lector. 

Usted también ha dicho que el periodismo no es tanto un oficio sino el sitio de confluencia de  personas con ciertas características muy específicas. 

Observo que los muy buenos periodistas no lo son solo en razón de su oficio sino de su identidad, de su personalidad. El gran periodista tiene gustos, tiene intereses fuera del periodismo, no se circunscribe solo al oficio. Vocación es la que tienen los médicos, por ejemplo, en cambio el periodismo puede ser un encuentro circunstancial. Hay estudiantes que entran a las facultades de periodismo por las razones equivocadas: para  ser los héroes o para cubrir guerras, pero se equivocan, han comprado el discurso que les vendieron pero resulta que ser periodista es otra cosa... 

¿Qué se necesita entonces para ser periodista?

Lo primero es tener curiosidad. Es esencial tener una curiosidad casi renacentista. No curiosidad meramente por hechos o por noticias, sino curiosidad existencial por el mundo y por el funcionamiento de las cosas. Si no tienes curiosidad no importa cuántos libros de teoría leas. La curiosidad es, para mí, más importante que el talento. Porque puedes aprender a escribir mejor, eso se puede adquirir, pero la curiosidad está o no está. Punto. Y para ser periodista también se necesita suerte...

¿Qué papel juega la suerte?

La suerte es ese componente sobre el que no tienes control. A mi juicio, para la trayectoria periodística es fundamental tener buena suerte, estar en el lugar indicado en el momento indicado y saber aprovechar el instante. Por ejemplo, gracias a la casualidad yo estaba en Santiago de Chile 48 horas antes del Golpe de Estado. ¿Por qué? No lo sé, jamás había estado en Chile ni  me había interesado ir, pero el hecho es que los dos corresponsales que cubrían la región estaban fuera del país en ese momento, no pudieron entrar a Chile por el cierre de las fronteras y me correspondió a mí cubrir ese hecho el 11 de septiembre de 1973. Y luego, muchos años después, llegué a Nueva York 30 horas antes de la caída de las Torres Gemelas. Desde entonces mi marido jamás viaja conmigo un 11 de septiembre, dice que es de mala suerte (Risas).

Y aparte de la buena suerte ayuda saber escuchar, ha dicho usted…

Si te asignan una tarea burocrática y aburrida, como ir a un hospital y entrevistar a los pacientes que llevan tiempo sin ser atendidos por problemas que ya conoces de sobra y que son siempre los mismos, vas a hacer tu trabajo con pereza. Y resulta que tu esposo  peleó  contigo y tu hija tiene problemas y no te sientes de ánimo. ¿Qué hace la diferencia entre una nota mala y una buena? Que tengas un verdadero y sincero interés por oír. No saber escuchar es letal para un periodista. Si tienes real interés por escuchar al otro te enterarás de cosas que no sospechabas, porque tu entrevistado se abrirá a ti al ver que te interesas en lo que tiene que decir. El  interés en el otro no se aprende y es un ingrediente mágico a la hora de entrevistar. 

¿Alguna vez recibió presiones indebidas por ejercer su oficio?

Eso nunca me ocurrió así que no puedo hablar de eso, no lo viví y me parece escabroso. Tuve buen ojo para elegir mis trabajos. 

En eso también influye la suerte…

Así es (Risas). Te deseo buena suerte. 

 

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