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Pedrito Martínez llega a Cali con sus tambores de batá

Nacido en una calle peligrosa del barrio Cayo Hueso, en La Habana, este percusionista autodidacta logró lo impensable: hacer sonar sus congas y batás en prestigiosos escenarios del jazz en Manhattan. Allí mismo donde Eric Clapton, Roger Waters y Palmieri le rinden pleitesía. Esta será su segunda visita a Cali, en el marco del Ajazzgo. Y se lo advertimos: ¡tiene que escuchar a Pedrito Martínez!

31 de agosto de 2014 Por: Catalina Villa | Editora de GACETA

Nacido en una calle peligrosa del barrio Cayo Hueso, en La Habana, este percusionista autodidacta logró lo impensable: hacer sonar sus congas y batás en prestigiosos escenarios del jazz en Manhattan. Allí mismo donde Eric Clapton, Roger Waters y Palmieri le rinden pleitesía. Esta será su segunda visita a Cali, en el marco del Ajazzgo. Y se lo advertimos: ¡tiene que escuchar a Pedrito Martínez!

Si usted no sabe quién es Pedrito Martínez, aquí se lo vamos a contar. Le vamos a decir, por ejemplo, que este cubano, nacido en Cayo Hueso, uno de los barrios más pobres de La Habana, pudo haber sido boxeador o, en el mejor de los casos, cinturón negro de judo, pero a fuerza de pasar todos los días con sus guantes colgados al hombro por el Palacio de la Rumba, en donde ensayaban las grandes orquestas cubanas, Pedrito terminó dándoles golpes al tambor y los batá, seducido por la música.Podemos contarle, también, que hizo parte de esa cofradía de músicos empíricos que noche tras noche tocaba en el Cabaret Parisiene del Hotel Nacional por un dólar al mes, con el hambre arrastrándole los talones, pero incrédulo de lo que le estaba pasando: era aprendiz de los grandes: Tata Güines y Los Muñequitos de Matanzas. Que se fue de gira a Francia, Costa Rica, a Islas Canarias. Y que cuando regresó a Cuba, en sus “peores días”, cuando la escasez se conjugaba en todos los tiempos, la desesperación se apoderó de él y prometió que se iría para siempre de esa prisión, como él llama a Cuba. Entonces se le apareció la Santa que le haría el milagro. La saxofonista canadiense Jane Bunnett lo escuchó tocar y se lo llevó de gira a Canadá y Estados Unidos. Y allí, en Nueva York, se quedó para siempre, para convertirse en ese chico del que ya todos hablan. “¿Has oído tocar a Pedrito Martínez?” fue la pregunta que todos empezaron a hacerse cuando él apenas tenía 30 años. Le podemos contar, también, que pronto Sting y Eric Clapton y Paquito D’Rivera lo buscaron –lo buscan- para sus discos y que no es extraño encontrárselos cualquier sábado en la noche sentados en primera fila en el mítico club Guantanamera, de Manhattan, para oír sus toques acelerados e interminables. Únicos. Eso dicen. ¿Por qué? Según Juan Carlos Garay, periodista especialista en música: “Lo que más admiración me causa es la manera como puede cambiar su expresión de un disco a otro. Escuché el homenaje que le hizo a Camarón de la Isla, donde se va hacia los lados del flamenco. Y luego ese acercamiento a la timba que tiene en sus nuevos proyectos, es un sonido que se dispara para otro lado. Además, por unos detalles en su hoja de vida (cubano residente en Nueva York, intérprete de los tambores batá) pareciera una reencarnación del legendario Chano Pozo”.Le podríamos contar que visitó Cali hace dos años por primera vez en el Festival Tamborimba, y que lo que sería una clínica de percusión terminó en una de las mejores rumbas cubanas de las que se tenga registro por estos días.Pedrito Martínez, le contamos, estará la próxima semana en Cali, en el marco del Ajazzgo. Pero eso es mejor que se lo cuente él. Pedrito, esta será su segunda visita a Cali. Estuvo hace dos años invitado por Tamborimba y quienes estuvieron allí dicen que fue “una locura”. Sí, fue una locura. Nosotros íbamos invitados a hacer una clínica de percusión. Y nos encontramos con un público inmenso, un público muy caliente. Y eso que para entonces no nos conocían tanto. Nos alargamos en la clínica, se nos pasó el tiempo, y al final nos tocó dar un concierto en el Teatro Municipal. Así que no me quiero imaginar cómo va a ser esta vez, pienso que va ser impresionante. Imagínate que hoy la mayoría de nuestros fanáticos en la página de Facebook son colombianos. Su éxito, sin embargo, no es un secreto. Pocos se pueden dar el lujo de tener entre sus admiradores a genios de la música como Roger Waters, Eric Clapton, Ruben Blades, Paul Simon... Eso ni yo me lo puedo creer. Llegar al club donde toco y ver sentados a Roger Waters y Eric Clapton escuchando mi música y luego verlos regresar es increíble. Eso me tomó por sorpresa al principio, pero luego lo entendí como que estaba haciendo las cosas bien. Usted proviene de una familia humilde de La Habana. ¿Cómo llega un muchachito de Cayo Hueso, que estaba a punto de convertirse en boxeador, a estar en la cima del jazz?Yo nací en un barrio muy malo, Cayo Hueso. Era un barrio feo, muy caliente. Así que mi papá, que era obrero, nos metió a mis hermanos y a mi en clases de judo, de lucha greco romana y de boxeo para que aprendiéramos a defendernos de lo que nos podía pasar afuera. Entonces yo quería ser boxeador. Pero resulta que mi mamá cantaba todo el día; cantaba boleros y tenía -todavía tiene- un voz muy linda. Y nos enseñaba a bailar. Ella y mi tío nos enseñaban a bailar música de casino, folclor, de todo un poco. Así que la música se me fue metiendo de a poquitos. Otra cosa es que vivíamos muy cerca de donde era el Cine Strand, un teatro que dejó de funcionar y se convirtió en un ensayadero de las grandes orquestas de rumba cubana, hoy se llama el Palacio de la Rumba. Allí ensayaba Neno González, la Orquesta Aragón, orquestas típicas de charanga. Y sobre todo una orquesta que me gustaba mucho, la Ritmo Oriental. Mi medicina era ir a ver a las orquestas ensayar; era mi sedante. Pero nunca pudo estudiar música…No tenía las palancas ni los contactos. Así que aprendí en la calle, yo solo. Después fui conociendo personas que me pulieron, que me ayudaron a conectarme con otros músicos. Le decía a mi mamá que iba a la escuela pero en realidad me iba a escuchar música religiosa, con mucho batá, y todo el tema de la santería. Y se decidió por la percusión...Yo escogí la percusión porque del barrio salieron varios percusionistas importantes como Jesús Pérez, el fundador del Conjunto Folclórico Nacional. También estaba Daniel, el timbalero de la orquesta Ritmo Oriental, que vivía en la esquina de mi casa. De esa época surge su relación con el Tata Güines y Los Muñequitos de Matanzas. ¿Cómo se dio? De niño yo participaba en las comparsas y en los grupos locales de rumba. Y resulta que Los Muñequitos de Matanzas siempre iban a los festivales folclóricos de La Habana. Yo iba a ver sus ensayos en el barrio Santo Suárez, en casa del Gato, un cantante, y a veces me dejaban cantar. Así me empezaron a conocer y les encantaba como lo hacía. Hasta que se volvió una rutina, cada que venían a La Habana me invitaban a cantar. Y esa fue una de mis grandes escuelas, aprendí con ellos, es como un sello que llevo, porque fueron los pioneros de la rumba cubana. ¿Cómo se ganaba la vida en ese entonces?Empecé a tocar en hoteles. Fue un proceso difícil pero a la vez muy bonito, porque a pesar de todos los problemas políticos, económicos y sociales de Cuba, aprendí a ser independiente, aprendí a tocar batá bien, a cantar. Estuve en Tropicana y en el Cabaret Parisien del Hotel Nacional. Era duro, ganaba un dólar al mes, pero hacía tantas cosas a la vez que no tiempo de pensar. ¿Ya pensaba en salir de Cuba?Eso nunca se te pasa por la cabeza cuando has crecido en Cuba. Cuba es una prisión de la cual solo unos pocos con suerte - no es una cuestión de talento- salen para encontrar un futuro en otro país. Yo pude viajar a Costa Rica, Francia y a Islas Canarias con Tata Güines, mi gran mentor. Pero regresé. Hasta que se apareció Jane Bunnett...Ella llegó en el momento más malo de mi vida, 1998. Había llegado de Canarias, no tenía trabajo, abundaba la escasez, estaba desesperado. Así que me dije, me tengo que ir a donde sea, así sea a África. Y aparece Jane que me oyó tocar me llevó de gira a Canadá y Estados Unidos. Y allí me quedé. Y la vida le sonríe, se gana el premio Thelonious Monk en tambor afro latino...Yo creo que ahí pasaron cosas religiosas. Yo tenía un trabajo fijo todos los domingos en un sitio que se llamaba La Esquina Habanera donde nos reuníamos muchos cubanos a hacer rumba. Yo era cantante principal. Un día llegó el actor Matt Dillon, muy famoso, y me vio bailando y me invitó a una serie de televisión de HBO, ‘OZ’. Fue el primer dinero grande que me gané, 6000 dólares. Imagínate, yo acababa de llegar a ese país. De ahí empecé a conocer a muchos músicos locales, a Paquito D’Rivera con su grupo, a Eddie Palmieri, que de vez en cuando me pasaban la tumbadora y me dejaban tocar. Hasta que un día un amigo me mandó la aplicación para el premio. Mandé un cd de cinco minutos tocando conga solo y me llamaron. Quedé entre los cinco finalistas, y luego me lo gané. Eso me abrió muchas puertas, firmé muchos contratos, muchos. Y se me abrió el camino. Viniendo de Cuba, ¿fue difícil adaptarse al estilo del jazz que se toca en Estados Unidos? Mucho. Yo pienso que la música cubana tiene varias limitaciones. Una de ellas es que -ahora no pero cuando yo estaba allá sí- muy pocos músicos tocaban tiempos irregulares. En Cuba tocamos mucho 3/4, 6/8, 4/4... Así que un día llego a un bar de jazz y el trompetista Bryan Lynch estaba tocando un tema en 5/4 y de repente me dan la conga y pasa a 9/8. Pues resultó que yo no sabía lo que estaba pasando, estaba perdido. Luego me di cuenta que lo que toqué fue horrible. De ahí en adelante me dije voy a aprender a tocar esto bien. Y lo pude ser con un gran maestro, el saxofonista Steve Coleman que solo toca tiempos irregulares, toca los tiempos más raros que he visto jamás.Usted es un hombre muy religioso, espiritual. ¿Qué tanto ha influenciado eso su música?Mucho. Yo pertenezco a muchas religiones, y uno de mis mentores, Román Díaz, fue quien me inició en la mayoría de ellas. De niño a mi me parecía imposible que yo podría tocar con Román Díaz. Un día él estaba tocando un toque religioso en una casa particular y el cantante no se apareció, y me llamaron a mí. Y le gustó, y me empezó a enseñar. Pero me dijo, tienes que pertenecer a la religión para conocer otro mundo. Ahora tengo un espacio en mi casa con mis santos. Allí medito y rezo y me surgen muchas ideas y melodías. Es un espacio para la espiritualidad y la energía positiva. Eso se nota en su disco ‘Pedrito Martínez Group’, del 2013. ¿Cómo se dio ese proceso de grabar su primer disco?Aprendí que son dos mundos distintos, el de grabar y el de tocar en vivo. Tantos años en el Club Guantanamera nos permitieron consolidar el repertorio. Pero en el estudio todo se vuelve perfeccionista y creo que la música no se trata de perfección sino de emociones; de que veas al público eufórico y emocionado contigo y tú te vuelvas loco con ellos. Somos un grupo de público, un grupo en vivo. Y eso será lo que veremos en Cali...Sí, creo que será una locura.

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