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Pablo Simonetti: el escritor de la identidad

A su paso por Colombia, donde presentó su novela ‘La soberbia juventud’, GACETA conversó con el autor chileno. Es, como muchos creen, un escritor de literatura gay? Él está seguro que no.

13 de abril de 2014 Por: Redacción de GACETA

A su paso por Colombia, donde presentó su novela ‘La soberbia juventud’, GACETA conversó con el autor chileno. Es, como muchos creen, un escritor de literatura gay? Él está seguro que no.

Pablo Simonetti completaba ya cinco años de silencio editorial. Cinco años desde la publicación de ‘La barrera del pudor’, la tercera novela de su tardía vocación literaria. Doscientas y tantas páginas que nos presentan a Amelia y, con ella, las tribulaciones de una mujer que sobrevivió al matrimonio, que sobrevivió al amor. Luego calló. Como escritor. Simonetti guardó la pluma y entonces se metió de cabeza en la Fundación Iguales, que lucha por el reconocimiento de la diversidad sexual de los chilenos.Simonetti es homosexual. Nació en Santiago de Chile el 7 de diciembre de 1961, y cuando “salió del clóset”, por allá en el año 89, recuerda que una de las primeras cosas que hizo fue contárselo a uno de sus mejores amigos. Cuánto lo siento, le respondió. “La única pena que me da es que te vas a marginar y no te vamos a ver más”, agregó enseguida. No fue así. Para Simonetti fue una “experiencia liberadora”. Como volver a nacer, dice. No solo le contaba al mundo que no era el heterosexual que todos creían, sino que además se negaba a seguir siendo el ingeniero civil atildado, graduado en Stanford, que causaba admiración. “Cuando les confesé a los míos que ya no podía seguir posando de heterosexual —recuerda Simonetti— brotó de nuevo la vocación literaria. Desde pequeño había tenido una doble militancia entre las letras y los números. Las primeras las alimentó mi mamá, que devoraba clásicos ingleses; y los segundos mi papá, que hacía parte de una familia descendiente de italianos. Él había encontrado en la industria metalúrgica una razón poderosa para quedarse en Chile. Así que mis primos, mis hermanos y yo, representantes de la tercera generación de la estirpe, estábamos llamados a seguir el mismo camino, con el ingrediente adicional de ser los primeros en acceder a la universidad”.Simonetti, pues, comenzó en forma su carrera en las letras en 1996. Un año más tarde, se quedó con el primer lugar del concurso de cuento promovido por la revista Paula, con el que hasta ahora sigue siendo el más aplaudido de sus relatos, ‘Santa Lucía’. En 2004 vio la luz su primera novela, ‘Madre que estás en los cielos’, traducida ya a cinco idiomas. Pablo era al fin un escritor. Por eso mismo, a nadie le extraña que él mismo confiese que ‘La soberbia juventud’, su novela más reciente y la que logró sacarlo del silencio editorial de cinco años, sea su obra más íntima, más personal. Es la historia de amor entre dos hombres, Felipe y Camilo, en medio de la clase alta chilena. De eso conversó Simonetti con GACETA en su reciente visita a Colombia. Pablo, ¿cómo vive esa doble ‘militancia’ de ser escritor y a la vez defensor de los derechos de la comunidad Lgtbi en su país?Es cierto que para muchas personas yo soy, en este momento, un activista de la diversidad sexual, pero creo que para mis lectores sigo siendo el Pablo escritor. Esta novela me permite un reencuentro con ellos, porque necesito estar cerca de mis lectores, pese a que muchos decían que en Chile podría aspirar a un cargo público. Hablemos justamente de ese Pablo escritor. ¿Le incomoda que lo lean como un escritor gay?Mis novelas tratan realmente sobre la identidad, en todas sus dimensiones; la sexual es solo una de ellas. He abordado también la de género. He escrito novelas, por ejemplo, sobre muchas de esas contradicciones que en el mundo de hoy implica ser mujer. Mis personajes suelen ser personas que están buscando su identidad o que están en conflicto con ella porque el mundo que les toca alrededor no las acepta como son.Y en ese camino de letras cómo aparece la Fundación Iguales...Fue mientras escribía ‘La soberbia juventud’, en el verano de 2011. Fui su presidente durante dos años y la labor que hice en ella me demandó muchísimo pues se convirtió en tema de la agenda política en Chile. Cuando eso sucedió se produjo un efecto muy potente en la sociedad y, bueno, me sentí casi obligado a participar de esa agenda como escritor que soy de la identidad. No siento que traicione al escritor en ese sentido. Mejor que eso, he puesto la literatura al servicio de esa especie de vocación social.Salir del clóset no debe ser precisamente un asunto fácil. Pero lo es aún menos si se hace en plena dictadura militar, como fue su caso. ¿Cómo lo vivió? En realidad la opresión de la comunidad gay en Chile era tan alta como en cualquier otro país latinoamericano por aquella época. La discriminación provenía desde la dictadura, claro, pero después tuvimos un gobierno de transición a la democracia, el de Patricio Aylwin, a quien durante una visita a Dinamarca, en el año 93, le preguntaron qué estaba haciendo por los derechos de la diversidad sexual. Según él, en Chile no teníamos ese problema. Entonces a nadie parecía importarle el tema, fuera de derecha o de izquierda.Más difícil entonces reconocerse homosexual...Sí. Es que hay que pensar que solo hasta el año 90 la organización mundial de la salud ‘despatologizó’, por decirlo de algún modo, la homosexualidad. Hasta ese momento ese organismo creía que la homosexualidad era una enfermedad. Lo que hubo en Chile a lo largo de la dictadura, y que fue muy duro, es que impuso un modelo de género muy marcado: los mandos altos de la dictadura decían que los hombres debían ser “bien hombrecitos” y las mujeres “verse bien mujercitas”. Y eso implicaba también que los hombres trabajaban y las mujeres se quedaban en la casa. Los hombres usaban pantalones, las mujeres falda. Tan férrea era esa postura, que los militares en las calles les cortaban el pelo a los hombres que querían llevarlo largo y les cortaban los pantalones a las mujeres que se atrevían a usarlos. Esa imagen es muy poderosa y se vivió a lo largo de toda la dictadura.¿Qué pasaba en la Chile anterior a la dictadura, en los tiempos de Allende?No es que fuera muy distinta. De hecho, el presidente Allende tiene por ahí un par de frases desafortunadas sobre el tema que ni siquiera vale la pena mencionar. En el año 73 la homofobia era extendida. No se podía ser gay abiertamente. No había el más mínimo espacio de libertad para salir del clóset. Cualquiera que se atreviera a hacerlo podía perder hasta su trabajo. Se sabe que Chile sigue siendo una sociedad muy dividida políticamente. Pero debe haber cambiado mucho para que incluso un escritor como usted pueda contar abiertamente, en una novela, la historia de amor entre dos hombres...Creo que el espacio se ha ido ganando poco a poco. En 2010 se dio un paso al frente después de que destaparon ciertos abusos de la iglesia católica, algunos muy sonados y graves por tratarse de sacerdotes con mucho reconocimiento social. Eso fue como un revés en la moral sexual del país. A partir de esa coyuntura, la conversación sobre la necesidad de otorgar derechos a la comunidad Lgtbi se volvió más potente. Y a ese clamor se sumó Argentina, Uruguay, Francia e Inglaterra aprobando el matrimonio igualitario. Hoy, el 70 % de los chilenos piensa que la homosexualidad es una forma de vida tan válida como la heterosexualidad, cuando hace cuatro años estaba por debajo del 50 %. ¿Qué pensarán ahora esos amigos suyos que temían lo peor después de que usted asumiera su sexualidad?Me cuentan su admiración. Y varios, claro, se han leído mis novelas.

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