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“Nunca será demasiado leer y releer a García Márquez”, Conrado Zuluaga

El rumor empezó a rodar a mediados de los años setenta. Se oyó decir que era un experto ‘gabólogo’; que era el hombre que más sabía de García Márquez en el mundo. Tanto se repitió el rumor, que hasta el mismo Nobel dijo en alguna ocasión: “Yo le tengo miedo a ese señor, porque sabe más de mi que yo mismo”. Pues bien, ese señor estuvo en Cali. Y, claro, habló de Macondo.

24 de agosto de 2012 Por: Elpais.com.co | Catalina Villa - Editora de Gaceta

El rumor empezó a rodar a mediados de los años setenta. Se oyó decir que era un experto ‘gabólogo’; que era el hombre que más sabía de García Márquez en el mundo. Tanto se repitió el rumor, que hasta el mismo Nobel dijo en alguna ocasión: “Yo le tengo miedo a ese señor, porque sabe más de mi que yo mismo”. Pues bien, ese señor estuvo en Cali. Y, claro, habló de Macondo.

Hace cuatro semanas, estando en su casa de Bogotá, Conrado Zuluaga recibió una llamada de larga distancia: lo buscaban de The New York Times. El periodista al otro lado de la línea quería conocer su opinión sobre las recientes declaraciones hechas en Cartagena por Jaime García Márquez con relación a su hermano, el Premio Nobel de Literatura, en las que afirmaba que “Lo que él tiene son conflictos de la memoria”. Se refería a la enfermedad del escritor que durante los últimos dos años se ha mantenido en reserva y sobre la que se rumora sería una demencia senil. Ante la sorpresa de su interlocutor, Conrado Zuluaga le contestó con un escueto “Yo no puedo opinar de eso absolutamente nada”, seguido de un argumento breve y conciso: “Primero, porque no soy tan cercano a García Márquez; segundo, no lo he visto en los últimos cinco años; y tercero, yo no soy médico. Así que imposible, no puedo opinar nada al respecto”. Es probable que el periodista haya quedado desconcertado. ¿Acaso no es este el señor que más sabe de Gabriel García Márquez en el mundo? Pero, ay, cada vez que Conrado Zuluaga oye esa frasecita, cada vez que le endilgan el título de ‘gabólogo’, siente un escozor en el cuerpo, pues dice, no sabemos si con falsa modestia o no, que eso no es cierto, que el NO (así, con mayúsculas) es el que más sabe de García Márquez. Pero los periodistas lo siguen llamando. Lo siguen llamando los académicos de las universidades alrededor del mundo y los directores de centros culturales y los embajadores; lo llaman de las bibliotecas; lo llaman de Tokio, de Moscú y de Calcuta. Lo llaman porque quieren oír lo que tiene que decir sobre la obra de Gabriel García Márquez, la misma que empezó a leer en 1972 en sus clases de literatura en la Universidad de Los Andes; la que releyó para dictar cátedra a extranjeros en la misma Universidad y para hacer tertulias con las señoras encopetadas de Bogotá. La misma que ahora, jubilado de su oficio de editor, sigue leyendo. ¿De dónde nace su pasión por la obra de García Márquez? ¿Cuál fue la primera novela del Nobel que leyó?No recuerdo cuál fue la primera que leí. Debió haber sido ‘El coronel’ o ‘La mala hora’, por allá en el 68, cuando estudiaba en el colegio de sacerdotes benedictinos, en Medellín. Y no lo recuerdo porque en esa época yo estaba enbolatado en otras cosas, devorándome los tres tomos de Aguilar que conformaban las obras completas de Dostoievsky. De milagro pasé sexto de bachillerato porque sabía más de Dostoievsky que de geografía y química. Esa historia, la un adolescente leyendo a Dostoivenky, contada hoy, suena a rareza. ¿De dónde su gusto por la lectura? Mi abuelo, que vivía en un pueblito del nororiente antioqueño, todas las noches tapaba las rendijas de las ventanas y de las puertas para que desde afuera no se viera que había luz allí. Era entonces cuando le leía a mi abuela los libros prohibidos de Víctor Hugo. Le leía a escondidas, ¡a principios del Siglo XX! Mi mamá heredó ese gusto. Y yo también. De niño ya era un lector furibundo de ‘El Cid Campeador’. Leía a Walter Scott, a Salgari, y todas las novelas de vaqueros de la época. ¿Y cuándo descubre a García Márquez?Aparece cuando, siendo aún alumno de Filosofía y Letras de la Universidad de Los Andes, me ofrecen que sea profesor de la facultad. Creo que debió haber sido en el 72 o 73, y me piden que prepare un curso sobre ‘Cien años de soledad’ para extranjeros que llegaban a estudiar a Bogotá. La tarea parecía fácil, pero cuando entré en materia, me percaté de un problema grande: ¿Cómo le iba a explicar a un gringo qué son las plantaciones bananeras? ¿Cómo le explico a un joven recién desempacado de los lagos de Michigan qué fueron las guerras civiles? Fue entonces cuando me dediqué a releer la obra. Pero además, a estudiar mucha historia de Colombia. Allí nació mi pasión por esta obra fascinante. Y con ella el rumor de que usted era el que más sabía de García Márquez…La gente empezó a decirlo. Y otros lo empezaron a dar por sentado, pero no creo que sea cierto.¿Le molesta que se lo digan?No es que me moleste. Es que no creo que sea cierto. Sí sé mucho de su obra, pero no creo que sea el que más sabe. Lo que sí odio es esa palabra de ‘gabólogo’, empezando porque yo jamás he llamado Gabo a García Márquez. Así es como le dicen sus amigos y su familia. Pero no yo. ¿Cómo es que después de tantos años leyéndolo, se demora tanto en conocerlo?Sí, fue muy tarde. Veinte años después de estar leyéndolo y estudiándolo. Es que siempre la gente intentaba armarme encuentros con él, pero a mi la idea me parecía de un lagarto tenaz. De solo imaginarme la presentación “Mira Gabo, este es el muchachito que estudia tu obra” me arrepentía, así que nunca acepté nada de eso. En realidad, yo lo que quería era encontrármelo de sopetón. Y así fue...Sí. Fue en la inauguración de un seminario en la Fundación Santillana en 1990. Yo era el Director Editorial de Alfagaura y estaba acompañando a Belisario Betancur, presidente de la Fundación. Cuando el acto se terminó, yo salí del recinto porque ese día se inauguraba la Feria del Libro. Justo cuando yo salía, él entraba. Iba con Ricardo Camacho, de Caracol. Y Ricardo, sorprendido de que no nos saludábamos, preguntó: “¿Ustedes no se conocen?”. Yo le respondí que no. Entonces, muy generoso, García Márquez me estiró la mano y dijo: “Eso es muy fácil”. Cuando yo se la estreché le dije, mucho gusto, Conrado Zuluaga, y el me contestó casi en con un grito “¡Coño, llevo 20 años leyéndote!” A lo que yo le respondí “No, soy yo el que lleva veinte años leyéndolo a usted”. Bueno, ahora ya son 40 años de leerla. Quién mejor que usted para decir cuál es el gran aporte que hace Gabriel García Márquez a la literatura...Mire, el escritor español Javier Marías decía hace unos años que toda la literatura posterior a Cervantes era una literatura anticervantina: solemne, encopetada, seria, acartonada, aburrida. García Márquez rompe con todo eso. Porque sus libros pueden ser muchas cosas, menos aburridos, acortanados y serios. Eso lo explicó el mismo García Márquez alguna vez, cuando dijo que él había intentado hacer realismo porque estaba de moda. Pero luego descubrió que del realismo también hacen parte los sueños de la gente, las frustaciones de la gente, los mitos de la gente, las pesadillas de la gente, es decir, todas esas cosas que habían sido eliminadas de la literatura. Ese es su primer gran aporte, haber escrito las cosas que verdaderamente importan, las del corazón, como lo dijo Faulkner. Y el segundo y grandísimo aporte es, sin duda, la riqueza de su idioma. García Márquez usa, por ejemplo, más de 40 términos para hablar de las telas que usan los personajes: batista, seda, tul, olán, estamina; es como si él mismo hubiera sido un sirio libanés dueño de un almacén de telas. Él no llama dos veces un collar de cuentas, collar de cuentas. La segunda vez le pone otro nombre, y otro, y así, hasta que termina inventando palabras, como “taciturnado”...Esa es una licencia que muy pocos se pueden dar...Cierto. Yo me burlo mucho de los periodistas españoles que dicen: “los pesqueros españoles salieron a mariscar”, como si la palabra marisco pudiera convertirse en verbo. Yo creo que García Márquez solo se dio cuenta de que podía hacerlo casi al final de ‘Cien años’, cuando ya ha pasado el gran escollo, el del diluvio, después de la perorata de Fernanda Del Carpio. Allí sabe que la novela ya no se le va a escapar de las manos y a partir de entonces la vuelve una fiesta. Usted ya mencionó a Faulkner. ¿Qué hay, entonces, del método Faulkneriano, tan mitificado en los años del Boom?‘Cien años de soledad’ aparece en el 67; en el 68 le dan el premio Rómulo Gallegos a Vargas Llosa. Ellos no se conocen, pero Vargas Llosa le escribe a García Márquez y le dice “creo que esta es la ocasión de conocernos, veámonos en Caracas”. Empiezan pues una gira loca por América Latina, que termina cuatro meses después en Lima. Sentados, conversando, de pronto ambos coinciden en decir que estaban buscando un método para contar su realidad, y que sabían que no era ni el método español ni el francés. Fue entonces cuando dijeron que habían descubierto el método Faulkneriano. A partir de esa reunión, todo el mundo empezó a hablar de ese método. A darlo por sentado. Pero nadie sabía cuál era ese método. Faulkner lo explicaría “descubrí que mi porción de suelo natal, más pequeña que un sello de correo, era digno que se escribiera sobre ella, y yo podría transformar lo real en apócrifo, utilizando todo el talento que Dios me dio y nunca viviría lo suficiente para agotarla”. Y eso es lo que hizo García Márquez con Macondo.Este años, cuando se celebraron los 85 años de García Márquez, algunos editoriales de medios culturales criticaban la mezquindad que reinaba en el ambiente hacia nuestro Nobel. ¿Usted cree que García Márquez sigue siendo tan leído, tan admirado, tan apreciado como hace 20 años?Mire, nunca me ha sucedido, en ningún lugar del mundo, que vaya a una librería a pedir un libro de García Márquez y no lo haya. En Japón, en Portugal, en India, en todo el mundo a García Márquez lo siguen leyendo. En Calcuta, por ejemplo, estuve ante un auditorio de 600 personas en donde la mayoría hablaba español. Cuando les preguntaba por qué habían aprendido el idioma, casi todas contestaban: “para leer ‘Cien años de soledad’".Así que yo creo que si hay alguna mezquindad, es más bien de aquellos que pretenden ser escritores y salen con esta perla: “yo no leo a García Márquez porque el realismo ya está superado”. Que no me frieguen, eso es como no leer a Cervantes, porque Cervantes hace siglos quedó superado. Un gesto que sí me parece mezquino, es que a la fecha no hayamos sido capaces de editar, y menos de lujo, su obra completa, toda su obra. Se consiguen los libros, sí, pero sueltos. Eso, creo, es mezquino. Porque si hay algo que debemos insistir ahora es en eso: seguir leyendo a García Márquez. Porque, después de ‘El Quijote’, ‘Cien años de soledad’ es la novela más importante que se haya escrita en lengua hispana. Finalmente, Conrado, ¿cuándo fue la última vez que se vio con el Nobel?Fue en el 2007, en Cartagena. Él estaba en un hotel rodeado de amigos, fotógrafos, periodistas, lagartos, en fin. Y se armó una fila para saludarlo. Yo me encontré a Rosa Montero, la periodista española, y esperamos para hablarle. Cuando me tocó el turno, me dijo “¿Y tú quién eres?”. Entonces le contesté, Conrado Zuluaga. A lo que el me contestó, casi con un grito, “¡Coño, tienes pelo!” Pues claro, si en veinte años nos habíamos visto solo cuatro veces, cómo se iba a acordar de mi cara. Así que el les pidió a los que estaban en la mesa, que lo excusaran. “Me tengo que confesar con este señor”, dijo. Y nos sentamos en una esquina, lejos del público. Fue entonces cuando me dijo, con una risa enorme, “todos están muertos de ganas de saber de qué estamos hablando”.

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