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México, Gabo y el cine

El escritor norteamericano Ilan Stavans, quien escribió en 2010 una biografía temprana de Gabriel García Márquez, ‘The early years’, presenta ahora la traducción al español. Hoy GACETA reproduce parte del capítulo sobre la vida del escritor en México, y la pasión por el cine que allí desarrolló.

26 de abril de 2015 Por: Ilan Stavans - Especial para Gaceta*.

El escritor norteamericano Ilan Stavans, quien escribió en 2010 una biografía temprana de Gabriel García Márquez, ‘The early years’, presenta ahora la traducción al español. Hoy GACETA reproduce parte del capítulo sobre la vida del escritor en México, y la pasión por el cine que allí desarrolló.

Poco después de que García Márquez llegara a la capital mexicana, recibiría la noticia de que uno de sus primordiales modelos literarios, Ernest Hemingway, se había suicidado en Ketchum, Idaho, de un tiro en la cabeza. Era el 2 de julio de 1961 y Hemingway estaba cerca de cumplir 62 años.

Lo que más admiraba García Márquez en Hemingway era su estilo narrativo sucinto, casi telegráfico, inspirado en las novelas de ficción criminal que se vendían en los quioscos. Apreciaba la manera en que el escritor estadounidense exploraba los cruces de camino entre la literatura y la historia, su pasión por la reportería (Hemingway había comenzado su carrera como periodista), la facilidad con la que usaba su experiencia en la guerra como parte de su ficción y su exploración de la violencia, la abierta y la tácita, en las relaciones humanas. García Márquez no solamente había imitado el estilo de Hemingway, también había seguido de cerca su carrera. Después de escuchar la noticia de su muerte, escribió un ensayo titulado ‘Un hombre ha muerto de muerte natural’, publicado en México en la Cultura, el suplemento literario del periódico Novedades, en el que argumentaba que aquellos que percibían a Hemingway como un autor de libros de ficción popular, al estilo de los autores ligados a las películas de serie B, se darían cuenta con el tiempo de que estaban equivocados, puesto que Hemingway eclipsaría a los entonces considerados “grandes autores”.

La referencia de García Márquez a las películas de serie B no era arbitraria. El cine era uno de sus pasatiempos favoritos y una forma artística que se convirtió en expresión esencial de su talento.

Lo que lo había atraído del D. F. era la oportunidad de cumplir su sueño de escribir para la pantalla grande. García Márquez había visto numerosas comedias mexicanas, al igual que películas con pretensiones intelectuales y películas de autor. La ciudad era el epicentro de una magnífica industria fílmica, cuyas producciones eran recibidas de forma entusiasta en España, Latinoamérica, el Caribe e incluso en Estados Unidos. A la ciudad llegaban de visita estrellas de Hollywood, directores y camarógrafos.

La época de oro del cine mexicano se extendió desde 1933 hasta 1960. La Segunda Guerra Mundial había afectado gravemente las industrias cinematográficas de Europa y Estados Unidos. Con la esperanza de sacar partido de un mercado ávido de entretenimiento, pero incapaz de satisfacer la demanda, el boom del cine mexicano se embarcó en un esfuerzo por producir dramas de calidad que atrajeran no solamente a las audiencias del mundo hispanoparlante sino a las de todo el mundo. Los costos de producción eran muy bajos. El país contaba no sólo con actores y directores estelares, sino con productores y empresarios dispuestos a invertir su dinero, al tiempo que exploraban nuevos horizontes. A esto se sumaba que la modernidad estaba cambiando radicalmente la manera de comportarse de la sociedad mexicana, una transformación que dio como resultado una plétora de historias acerca de las dificultades para acomodarse a las nuevas costumbres.

Uno de los estudios más antiguos de México, los Estudios Churubusco, que habían abierto en 1945, estaban localizados en el D.F. Sus películas en blanco y negro eran producidas a una velocidad asombrosa, pero con integridad artística. Los temas de sus historias iban desde la vida de los rancheros, la crueldad y confusión de la vida urbana y el fervor católico de los habitantes del campo (durante la guerra de los Cristeros, un conflicto armado que tuvo lugar al final de la década de los veinte como efecto colateral de la revolución campesina y que para algunos fue una contrarrevolución,

Una respuesta a los artículos anticlericales de la Constitución de 1917), hasta temas como el reclutamiento militar durante la Revolución mexicana y la emigración hacia Estados Unidos. Fernando de Fuentes dirigió ‘Allá en el Rancho Grande’ y ‘Vámonos con Pancho Villa’. Actores como Pedro Infante, Jorge Negrete, Dolores del Río y María Félix eran cortejados por numerosas compañías productoras. La época de oro estableció una nueva estética.  

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Hacer una carrera en el cine era una idea tentadora para García Márquez. Estaba dispuesto a asentarse y tener más hijos. Hasta ese momento no había recibido un solo cheque por las regalías de la venta de sus libros. La industria fílmica le permitía alentar sueños de estabilidad.

Quizás el amor de García Márquez por el cine proviene de su pasión en la niñez por las historietas y el dibujo. En Colombia estuvo involucrado, aunque de forma tangencial, con el corto ‘La langosta azul’, hecho por el llamado Grupo de Barranquilla. Durante su estadía en Europa, se instaló brevemente en Italia y se inscribió en algunas clases de cine en los estudios de Cinecittà.

García Márquez iba a cine “casi todos los días”. Sus columnas en el periódico frecuentemente se dedicaban a reseñas de películas. Sus directores favoritos eran Orson Welles  y Akira Kurosawa (a quien conoció en 1990 en Tokio). Fue seguidor de la nueva ola francesa y del neorrealismo italiano y gran admirador de las películas ‘Jules et Jim’, de François Truffaut, y de ‘Il generale della Rovere’, de Roberto Rossellini. Si uno quisiera reunir todo lo que alguna vez escribió García Márquez sobre el séptimo arte, fácilmente se podrían recopilar un par de volúmenes de trescientas páginas cada uno.

La pasión de García Márquez por el cine, que lo acompañó durante toda la vida, contrastaba de forma marcada con su ambivalencia hacia los deportes. A pesar de que Colombia, Cuba y Venezuela son reconocidos como cuna de beisbolistas, en ninguna de sus columnas —o de sus novelas— aparece una sola referencia a este deporte, aunque en Vivir para contarla menciona de pasada algunos partidos de fútbol que jugó cuando era niño. Pese a que en buena parte de Latinoamérica, México y Colombia incluidos, el fútbol es el más popular de los deportes, no tiene la menor cabida en sus obras. La única excepción es una serie que publicó en El Espectador de Bogotá titulada ‘El triple campeón revela sus secretos’, acerca de Ramón Hoyos, un campeón colombiano de ciclismo. La historia se basó en entrevistas cara a cara con el deportista, pero fue escrita por García Márquez en primera persona, como si cada entrega fuera parte de una autobiografía de Hoyos.

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Por la época en que García Márquez llegó al D.F., Álvaro Mutis llevaba ya varios meses fuera de la prisión. (...) Para García Márquez, Mutis representaba una llave de entrada a la ‘intelligentsia’ mexicana. El poeta estaba relacionado con importantes figuras de su tiempo, incluyendo la crème de la crème de la escena cultural mexicana: el novelista Carlos Fuentes; el poeta Octavio Paz; el narrador Juan Rulfo; el editor y antropólogo Fernando Benítez; el cuentista e intelectual  Juan José Arreola; la periodista y novelista Elena Poniatowska y el exiliado director de cine Jomi García Ascot y su esposa, María Luisa Elio.

La amistad de García Márquez con Carlos Fuentes data de aquel tiempo. Un año menor que García Márquez, Fuentes nació en Ciudad de Panamá en 1928. Su padre era un diplomático mexicano, y la familia vivió en Montevideo, Río de Janeiro, Washington D.C., Santiago y Buenos Aires. Esta vida en la diáspora contribuyó no solamente a la visión universalista de la civilización hispánica que tenía Fuentes —la veía como una esponja que absorbía elementos de las otras culturas importantes—, sino también a su perfecto dominio tanto del inglés como del español. Y a pesar de que estuvo muchos años en el exterior, siempre consideró a esta metrópolis (D.F.) como su centro de gravedad.

Mutis le pasó a Carlos Fuentes algunos textos de García Márquez que habían sido publicados en la revista bogotana Mito. En aquel entonces, Fuentes era coeditor de la prestigiosa Revista Mexicana de Literatura, junto a Emmanuel Carballo. Fuentes reimprimió algunos de sus cuentos en la revista, entre ellos “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”. Cuando se publicó la segunda edición de ‘El coronel no tiene quien le escriba’, escribió una reseña en ‘La Cultura en México’, el suplemento de la revista ¡Siempre!

Llamados por la prensa mexicana “el dúo dinámico”, Fuentes y García Márquez continuaron siendo amigos hasta que ambos pasaban de los ochenta, mucho después de que otros miembros del boom habían muerto y los pocos que quedaban se habían distanciado, principalmente como resultado de sus diferencias ideológicas. 

En 2007, la Real Academia Española publicó una edición de ‘Cien años de soledad’ para celebrar el cumpleaños número ochenta de García Márquez y conmemorar el cuadragésimo aniversario de la publicación de la novela; para esta edición, Fuentes escribió un afectuoso artículo en el que alababa su amistad y ratificaba el lugar que le correspondía a esta novela entre las obras clásicas de la literatura. Y estuvo al lado de García Márquez en abril de ese año, cuando el volumen fue presentado al público durante el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, en Cartagena de Indias. Así mismo, en 2009, cuando la Real Academia Española publicó una edición conmemorativa de ‘La región más transparente’ para que coincidiera con el aniversario número cincuenta de su publicación, García Márquez se reunió con Fuentes en Ciudad de México para la presentación al público. 

Texto reproducido con autorización de Ilan Stavans.

 

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