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Me interesa la frontera entre la vida y la muerte: historiadora colombiana

Victoria Uribe Alarcón pasó de reina irreverente a rigurosa historiadora que ha estudiado 2400 masacres en el país. Las élites no ceden y las Farc tienen miedo de hacer política, dice.

4 de noviembre de 2012 Por: Margarita Vidal Garcés

Victoria Uribe Alarcón pasó de reina irreverente a rigurosa historiadora que ha estudiado 2400 masacres en el país. Las élites no ceden y las Farc tienen miedo de hacer política, dice.

Han pasado 80 años desde que la cachaca María Josefina Suárez, Borrero, Marquesa de Bonneval, se inventó en Bogotá el primer Concurso Nacional de la Belleza. Y cuenta Daniel Samper Pizano que el certamen tuvo un final de infarto en el Teatro Colón, donde cada candidata escuchó de labios de su respectivo e inspirado vate un soneto especialmente urdido para la ocasión, que concursaba a la par con su belleza. Alberto Ángel Montoya y Elvira Rengifo Romero, candidata del Valle del Cauca, ganaron por nocaut. Trasladado pocos años después a Cartagena por el mítico Ernesto Carlos (Bebé) Martelo, el reinado ha resistido el tiempo y el hastío gracias al voyerismo colombiano. Pero, sobre todo, a la insania de un centenar de orgullosas madres determinadas a ver coronado a su pimpollo. Un aura romántica rodeó desde entonces el certamen cartagenero, hasta que, en noviembre de 1968, María Victoria Uribe Alarcón, una hippie bogotana de pelo a la 'garçon' casi acaba con el mito. Inteligente, contestataria y audaz , ‘La Toya’ rompió todas las reglas del protocolo, habló de temas tabú como el amor libre y el aborto y se puso de ruana el reinado. No ganó, claro, pero quedó como una reina porque el país, sorprendido y sonriente, se sacudió polvorientos prejuicios y la aplaudió a rabiar. Desde entonces, Uribe, miembro rebelde de la oligarquía bogotana, se dedicó al estudio, se graduó en antropología y arqueología, obtuvo un máster y un doctorado en historia, y se dio a la tarea de investigar las distintas violencias que han ensangrentado el país. Especialmente a través de una concienzuda disección de las innumerables masacres que han caracterizado el cruel y prolongado fenómeno de la guerra en Colombia. Un proceso desalmado y aterrador, que ella ha plasmado en innumerables estudios, ensayos, columnas y libros, entre los que se destacan su tesis de grado, Matar, Rematar y Contramatar, Antropología de la Inhumanidad y Salvo el Poder todo es Ilusión. Ha ocupado cargos en prestigiosas entidades científicas, entre ellas el Grupo de Memoria Histórica. Su testimonio es realmente doloroso y aleccionador.

¿Qué la inclinó a dedicarse a este trabajo terrible y, a la vez, apasionante?

Siempre me ha interesado la precaria frontera entre la vida y la muerte. Hace ya muchos años conocí en San Agustín un cementerio de pueblo, chiquito y dividido en dos sectores muy diferentes: uno con flores y tumbas de mármol, y otro, lleno de maleza y cruces de palo, marcadas: Farc-Ep, EPL, ELN. Tumbas de guerrilleros. Había una aparte, muy bonita, de un guerrillero a quien habían matado vereda arriba y luego habían arrastrado, atado a una mula, hasta el cementerio. El sepulturero lo lavó, lo limpió, lo vistió y lo enterró. El muerto era 'aindiadito' y chiquito, pero en el imaginario colectivo fue convirtiéndose en un hombrazo rubio y ojiazul, que empezó a hacer “milagros”. Había otra tumba de una muchacha de 13 años a quien la madrastra invitó a lavar ropa al río, y por celos, la cogió a machete y la descuartizó. Esa también “hacía milagros”. El punto en común eran las muertes violentas y entonces quise investigar esa asociación entre lo sagrado y la violencia.

¿Cuál fue su primera investigación?

Las masacres en el Tolima -unas 250- ocurridas durante lo que llamamos la violencia clásica, entre 1949 y 1964. Descubrí una gran cantidad de masacres hechas por Chulavitas, la policía del régimen conservador. No pude documentar ninguna, a pesar de que hice un barrido en todos los periódicos locales, pues no había registros. A lo sumo, noticias muy cortas. Me impresionó mucho porque allí empezaron a aparecer los llamados ‘cortes’: de ‘franela’, de ‘mica’, de ‘corbata’.

Dice que esas masacres tenían una estructura ritual. ¿A qué se refiere?

Descubrí que todas las masacres son anunciadas, que a la gente la mataban de un tiro por la espalda y que los cortes eran posmortem. La pregunta que me asaltaba era: ¿si el tipo ya está muerto para qué le sacan la lengua, por qué le cortan la cabeza, por qué le ponen el pene en la boca? La explicación es que los victimarios buscaban crear un desorden visual con el cuerpo humano, para que la gente que llegaba a la escena se aterrorizara. Por eso ponían afuera lo que es de adentro: la lengua la sacaban como corbata, a las mujeres embarazadas les sacaban el feto y en su lugar les metían diversos objetos, la cabeza, que es de arriba, la cortaban y la ponían entre los brazos, o entre las piernas, es decir, invertían las relaciones arriba-abajo, adentro- afuera, para crear un desorden absoluto en la clasificación del cuerpo.

Años después, investigó usted las masacres paramilitares. ¿Encontró similitudes?

En general ellos matan de un tiro e introducen la famosa motosierra para descuartizar, pero no manipulan el cuerpo. Para hacer los cortes de corbata o de franela, hay que tocar, halar, untarse de sangre, y los ‘paras’ matan con arma de fuego, no con machete. La violencia de los años 50 es más primitiva y arcaica y la de los paramilitares es más ‘moderna’, por decirlo de alguna manera.

Cuando Marulanda deja su silla vacía en El Caguán, manda un discurso que fue ridiculizado porque hablaba del robo de sus cerdos y gallinas. Usted describe en su libro el feroz bombardeo del gobierno a Marquetalia y el éxodo que dio origen a las Farc. ¿Cree que si el gobierno hubiera dialogado y atendido algunas de las peticiones campesinas, el país se habría ahorrado 300.000 muertos?

Yo creo que no estaríamos en las que estamos. Pero las élites siempre han sido de una torpeza brutal frente a los reclamos populares. Los guerrilleros de Marquetalia no eran, en su momento, comunistas en el sentido ideológico de abogar por la propiedad colectiva de la tierra. Lo que pedían era tierras para cultivar y créditos para poder trabajarla. Es indudable que si en esa época el Estado hubiera tenido un poco más de generosidad y se hubiera sentado a dialogar, a lo mejor hubiera resuelto las cosas de otra manera. Pero decidió atacar y bombardear la región en una forma implacable. Entre los que se salvaron, estaba Manuel Marulanda.

Más tarde estudia usted a fondo 2400 masacres, ocurridas entre 1980 y 1992, y ha hecho otras investigaciones sobre masacres más recientes. Después de toda una vida dedicada a estudiar el horror, ¿a que conclusiones llega sobre los asesinos?

Voy a seguir investigando y me voy a enfocar en el espacio mismo del terror: en la escena misma de la masacre. Por ejemplo la cancha de fútbol de El Salado, donde ocurrió, en febrero de 2000, una de las más delirantes y sanguinarias. Quiero ver cómo son las relaciones que se establecen entre víctimas y victimarios en ese espacio de muerte. Qué pasa con la condición humana cuando se está sometido a una violencia extrema. En las últimas investigaciones, que fueron las de los Paramilitares y las de Justicia y Paz, con las que estuve muy en contacto, me interesa mucho la mente del perpetrador y sus dilemas morales, si es que los hay.

Usted ya había estudiado este aspecto en su trabajo sobre la violencia esmeraldera...

Sí, allí se establece que los esmeralderos tienen una manera esquizofrénicamente funcional de proceder: son buenos católicos, gente bautizada, van a misa, son buenos padres, y… son asesinos. Y lo uno no entra en contradicción con lo otro.

¿Cómo es posible?

Allí entra la teoría de los dos corazones: un corazón para tratar con la gente buena y un corazón para tratar con la gente mala. Es como si tuvieran escindida la parte afectiva y la parte moral. Manejan el lado oscuro de la vida con un corazón, y el resto con el otro, en una dinámica que no colisiona, ni les crea problemas. Ellos piensan que están obrando bien porque los dos corazones no entran en contacto. De lo contrario habría una crisis porque no son locos, ni sicópatas.

¿Nunca se arrepienten?

A veces se presentan hechos que rompen esa simetría y allí sí se les crea un conflicto moral. Yo por ejemplo entrevisté a un paramilitar, uno de esos cínicos, sobrados, de discurso heroico, un tipo muy arrogante como son la mayoría. Un tiempo después volví a buscarlo y me encontré con un hombre distinto. Le pregunté por qué lo veía tan cambiado y me contó que en uno de los careos en Justicia y Paz, al final de la versión colectiva, una viejecita se le acercó, lo abrazó y le dijo: “Yo lo perdono, usted me mató a mi marido y me mató a mis hijos; lo único que le pido es que me diga ¿dónde enterró al chiquito?” Eso lo quebró. Ahí se le cruzaron los dos corazones y el hombre estaba destrozado. Pero eso no le pasa casi a ninguno porque todos siguen conservando la misma arrogancia y la misma aura heroica con que entraron al Congreso de la República como salvadores de la patria, y yo allí hago un parangón con el discurso tan soberbio de Iván Márquez en Oslo.

¿Y eso cómo se puede manejar?

No hay nada más complicado de manejar que la soberbia y la omnipotencia de un actor armado. Pero hay que encontrar la manera de cambiar eso para poder hablar y para que ellos acepten haber cometido los actos criminales en que incurrieron.

A propósito de Oslo, ¿cómo está viendo el proceso que se inicia?

Lo de Oslo lo he estado observando con mucho escepticismo porque sentí otra vez el discurso de El Caguán. Ese discurso marxista-leninista de los años 70 y toda esa retórica, y me dije: “¡Ay, esto otra vez no va para ninguna parte!” Pero después he leído algunos análisis muy lúcidos que indican que tiene cierta lógica que ellos lleguen con un discurso de guerra, que ha sido lo suyo. No es un acto de vencedores y vencidos, de modo que no van a llegar como unas mansas palomas. Pero por otra parte, el reciente comunicado de las Farc en el que exigen una discusión a fondo sobre el tema de la tierra, indica que quieren meterle muela al sistema político-social de este país, cosa a la que no está dispuesto el presidente Santos. Yo no tengo mucha fe porque he estudiado mucho a las Farc, y las entiendo en el sentido de que son de origen campesino, que han vivido toda la vida en el monte, en contra del establecimiento y, de repente, reintegrarse y dedicarse a la política, no les debe resultar nada fácil.

¿De dónde proviene ese miedo?

Del 9 de abril, que fue un desbordamiento brutal del pueblo, y las élites decidieron que eso no podía volver a pasar. De ahí para acá identifican cualquier disidencia, resistencia u oposición, como una peligrosa amenaza de la izquierda. Recordemos también que Colombia ha estado alineada con los Estados Unidos, para los que el combate al comunismo era una cuestión de seguridad nacional hasta que cayó la cortina de hierro. Es claro que ha sido un error haber seguido tan servilmente los dictámenes norteamericanos, pero también hay que reconocer que ha habido cosas buenas como el Plan Colombia, que puede haber tenido sus excesos, pero sirvió para rearmar y tecnificar el Ejército. Por otra parte, a Álvaro Uribe hay que reconocerle que sí desplazó la guerrilla hacia las fronteras. Una guerrilla que, no nos digamos mentiras, estaba a punto de tomarse el poder.

En su libro dice que uno de los grandes errores de las sucesivas mesas de negociación es que no han estado presentes en ellas representantes de la justicia, la sociedad civil o los partidos políticos. Otros argumentan, por el contrario, que una mesa con tantos participantes (ya se incluyó a los militares) haría muy enredado el proceso...

Pienso que cuando la negociación se hace solo entre representantes de la guerrilla y del gobierno da la sensación de una negociación a puerta cerrada. Pero tal vez en esta primera parte sí sea importante una mesa pequeña, porque podría volverse inmanejable. En una segunda fase sí me parece indispensable que haya participación de algunos estamentos que contribuyan a legitimar los acuerdos.

¿Cómo ve la participación de Cuba y Venezuela en el proceso?

Yo estoy por pensar que el presidente es un ‘animal político’ absoluto que aplica, a su manera, aquel dicho de: “si no puedes contra tu enemigo, únete a él”. Si no podemos contra Chávez, hagámoslo nuestro aliado. Eso me parece muy inteligente porque, en el fondo, Santos sabe que cuenta con Chávez que es un poder en el poder, es decir, no es un poder en armas, sino un poder político que les está diciendo a las Farc que el poder en armas ya no tiene espacio en el siglo XXI. Creo que Santos fue muy sagaz buscándose ese par de aliados.

Usted ha sido siempre muy contestataria pero, ¿me parece entreverle una simpatía por Santos?

A mí me sorprende Santos porque ha adoptado medidas de un corte liberal, casi radical, como la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras. Pero, por ejemplo, no entiendo su desprecio por los problemas ambientales. A mí no me parece que el nuevo ministro de Medio Ambiente sea un experto en la materia. Sin embargo, creo que Santos quiere hacer un gobierno distinto y es indudable que se le ha metido a temas muy difíciles.

Uribe logró la desmovilización paramilitar, parte de la cual terminó en las Bacrim. ¿Cree, como dicen algunos, que esa desmovilización fue un fracaso?

No, no lo creo. Justicia y Paz ha tenido muchos problemas y el sistema está muy cuestionado por las bajas condenas, pero nunca hubiéramos podido saber todo lo que hemos sabido sin las revelaciones de estos señores, y eso es positivo. Lo que pasa es que la macro- criminalidad en este país es de unas dimensiones aterradoras.

Otro tema de su libro es la violencia contra la mujer, que hunde sus raíces en una sociedad patriarcal, donde un porcentaje gigantesco de mujeres carece de autonomía...

Ese es un tema subterráneo que, por fin, aflora. En los años de La Violencia, a partir de los 50, las violaciones eran masivas, pero de eso no se hablaba. Hoy se denuncia ese comportamiento machista porque la mujer vive un proceso de emancipación. Pero es muy preocupante ver que están ocurriendo feminicidios atroces, porque el hombre se siente amenazado. Allí hay también un tema soterrado pero potente, y es que las madres han sido copartícipes porque educan a sus hijos hombres en el machismo. La verdad es que en Colombia la mujer es la reproductora de este sistema.

Plantea usted otro tema aterrador al que llama ‘animalización’ de la víctima, que explicaría la frialdad de los masacradores. ¿Cómo funciona ese proceso mental?

Esa ‘animalización’ tiene mucho que ver con la violencia de los años 50, más que con la violencia contemporánea. Yo me puse a estudiar cómo los campesinos clasificaban su propio cuerpo y cómo lo nombraban: el tuste, el guargüero, el guacharaco, el buche, las chocozuelas. Nombres procedentes de animales domésticos para consumir: vacas, cerdos, gallinas. Y es allí donde hice el puente: campesinos analfabetas cuyos animales entraban y salían de las casas, estableciendo una familiaridad muy fuerte con unos dueños, que sabían cómo matarlos: degollándolos, torciéndoles el pescuezo, etc. Pasar de allí a matar a los enemigos en la misma forma, no era tan traumático. Súmele a eso el sectarismo y el odio fratricida intestino. La pregunta es: ¿de dónde salían esos odios partidistas inapelables entre campesinos que no sabían leer? Descubrí que eran alimentados en gran parte por la radio, desde donde los jefes políticos de los dos partidos atizaban la violencia con discursos incendiarios contra los otros, y eso iba tejiendo una polarización irremediable.

¿Y cuál es la responsabilidad de la Iglesia Católica?

Es muchísima porque aquí la Iglesia Católica ha sido un alter ego del gobierno. No hay separación entre Estado e Iglesia. Este es un país católico donde la iglesia siempre ha estado al lado del Poder, lamiéndole los pies. Fuera del movimiento de la Teología de la Liberación y de esa ala izquierdista de la Iglesia que en un momento dado se ligó con el pueblo, aquí ha habido una iglesia confesional y aliada del Poder. Si no, fíjese lo que pasa hoy con el Procurador. Es increíble que en pleno siglo XXI tengamos un funcionario de esa categoría, con una militancia católica tan furibunda que mete todo lo divino y lo humano dentro de su rol de servidor público.

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